¿Qué es poesía? ¿Es el lenguaje propio de los poetas o existe más allá de las reglas de construcción poéticas convenidas por ellos en cuanto a forma y fondo? ¿Hay poesía más allá de quienes son reconocidos como poetas o a pesar de ellos?
Según Fausto Alzati Fernández la poesía existe más allá de las convenciones entre quienes se reconocen entre sí como poetas. Su introducción a Poemas perrones pa’ la raza [México: Mono Ediciones, 2012], de su autoría, es una diatriba sobre este asunto, sobre proclamarse como poeta sin que lo que él llama poesía se parezca a lo que hacen los poetas.
Según Alzati, la calle es un espacio neto de contenido poético y el habla popular es genuinamente válida como generadora de poesía y voz poética. Es como el eslogan de la única publicidad que tuvieron los refrescos Trébol: el sabor de la calle. El título es una falsa pista: no es narcocultura ni narcocorrido el de sus versos, sino un paseo por la llanura chilanga. Su poesía, en el supuesto de que lo sea, tiene calle y apenas una pizca de lecturas, que es, para mi gusto, lo más interesante de su asunto.
Alzati no corre riesgos: juega en otra cancha que no es la de los poetas; juega en el llano, mejor dicho. No compite en la primera división ni en la de ascenso. Cascarea, hace cuauhtemiñas con sus versos, como juegan los ñeros. Su lírica parece nutrida tanto por la sexicomedia cinematográfica mexicana ochentera como por la iconografía de la cultura de masas, en la que cabe el chispazo retórico, la reflexión existencialista y el ramberse altisonante en forma de mentada de madre o de colisión contra la jodidez de la realidad que cuestiona las certidumbres.
Los perrones de Alzati son un producto que cabe en lo sui generis. No es libro, no es revista, no es “plaquette”. Es, lo que llama, una edición vaquera, es decir un booklet tamaño CD, pero con un aire a Libro Vaquero, gracias a la portada del maestro Jorge Aviña, el mismísimo ilustrador de la historieta en comento, quien nos muestra al poeta Alzati más cerca del reguetonero que del buchón. Es un producto singular también por su forma de financiamiento, de fuentes privadas gestionadas por el propio autor. Este formato invita a guardarlo en el bolsillo trasero del pantalón y darle una hojeada o leidita en el vagón del Metro o en el micro. Así, apretujado, doblándolo y soltando unas leves sonrisas cábulas de complicidad.
Son catorce, los perrones. En 24 paginitas. Unos, apenas un par de líneas de guiño piropero a la pasada; otros, extensos como inspirado en barra de cantina. Ejemplo 1: Morra “Trozo de pedazo de cachito de rebanadita de tantito de al ratito, / date”. Ejemplo 2: Catch33 “Verduras para tu caldo. / Y un microbús que recorre / los ejes de un sueño, / repartiendo sapes / a inocentes bellezas durmientes”. Ejemplo 3: Aquel otoño (fragmento) “el brillo / de una tormenta que alumbra el mundo, / por lo que es: / un exquisito y delicioso albur”.
A Alzati le gusta el performance, cree en el escritor como un sujeto que debe leerse a sí mismo en voz alta y ante público que aplaude, como en un recital. En una de ésas le quedamos a deber como mexicanos contribuyentes al fisco, como cuando interpretó su lírica en ese hasta entonces inútil monumento de la Estela de Luz, cuyos focos dieron texto a los perrones con todo y un gigantesco “chinga tu madre”, que entonces desquitó todos los millones que nos costó su faraónica edificación. Un bling-bling auténticamente perrón que ya quisieran los raperos de MTV en sus tiempos menos peores.
El perrones, “abrázalo, desmádralo, multiplícalo, nútrelo, barajéalo y dispara”, dice Alzati, como canción de Thalía sampleada con El Haragán. ®