La voz de Elena Garro en el laberinto

Los Diálogos con Elena Garro, de Patricia Rosas Lopátegui

El 2 de octubre es una fecha significativa en la historia de nuestro país por la matanza sucedida en ese día el año de 1968 en Tlatelolco. También para Elena Garro significó un momento sumamente importante, pues a partir de entonces su vida cambió de manera súbita al ser acusada de instigadora de un complot para derrocar al gobierno de México a través del movimiento estudiantil.

Elena Garro y su hija Helena Paz.

En el libro Diálogos con Elena Garro se recoge mucho de lo que significó este momento para la escritora.

Esta obra consta de dos sendos volúmenes, aunque en este texto me concentraré únicamente en el primero de ellos. Las más de 700 páginas que integran este primer volumen representan un reto para cualquier lector, pero el genio y la figura inigualables de la escritora de Los recuerdos del porvenir impulsan a la aventura de cruzar este extenso sendero de páginas que se abre ante nuestros ojos, dispuesto en la forma de este libro gracias a la labor incansable de Patricia Rosas Lopátegui. De tal manera, el libro se nos presenta como un laberinto en que el lector sigue la voz de la escritora a través de caminos que se entrecruzan, pasillos, pasadizos, corredores, galerías, sótanos, calabozos, países, ciudades; encontrándose con recuerdos, animales, personajes, políticos, periodistas, artistas, intelectuales, escritoras, campesinos, estudiantes y un largo etcétera.

Las entrevistas, los textos periodísticos, artículos y ensayos de y sobre Garro que componen esta edición fueron agrupados y ordenados por la editora de este libro, cuya propia voz, inteligencia y sensibilidad son expresadas a través de la investigación, las notas y la misma disposición de los materiales y funcionan también como un hilo de Ariadna que sirve al lector para encontrar, en el centro de este laberinto, no al minotauro que porta una máscara distorsionada por las mentiras en que la leyenda negra oficialista ha querido convertir a la escritora, sino la figura reivindicada de la imponente Elena Garro y también su voz completa, clara y vibrante, a través de sus pensamientos, opiniones, ideas y palabras, que resuena poderosamente en estas páginas.

El volumen está dividido en varias secciones que van precedidas por un nutrido y pertinente estudio preliminar, en él Patricia Rosas Lopátegui explica, entre otras cosas, el procedimiento y el criterio con el que está dispuesta la enorme cantidad de materiales que lo conforman. Las secciones subsiguientes están divididas de acuerdo con dos ejes principales: el geográfico y el cronológico. Desde el índice queda patente el interminable periplo de la nómada Elena Garro a través de una gran cantidad de países y ciudades a lo largo de su vida. Así, la primera sección abarca su trayecto por lugares como México, España, Berkeley, Nueva York y París en los años treinta y cuarenta, antes de que comenzara a dar a conocer su obra literaria; mientras que en la segunda sección recorre lugares como París, Berna, Japón, Ginebra y México y se refiere a los años cincuenta, época en la que la dramaturga estrena sus primeras obras en el grupo de Poesía en Voz Alta. La tercera sección, que es la parte central y más extensa, transcurre en las ciudades de París y México y se ubica en los años sesenta, es la década en la que la polígrafa se ve envuelta en la vorágine que surgió a raíz de la masacre del 2 de octubre de 1968 en Tlatelolco, momento que marcaría definitivamente su existencia de una manera irreparable y que la obligó a salir huyendo de su país. La cuarta sección trata sobre lo sucedido a la escritora en urbes como Nueva York y París en los años setenta, en los que comienza su exilio y errancia por diferentes países; mientras que la quinta sección transcurre entre Madrid y París en los años ochenta en los que opta por la nacionalidad española para poder vivir en el país de su padre, después de que se le negara el asilo político en Estados Unidos y fuera expulsada junto con su hija de ese país. La sexta sección del libro se ubica en París y se refiere a los años noventa cuando la autora fija su residencia en esa ciudad y comienza a pensar en su regreso a México. La última sección del libro es la que corresponde a las imágenes, en ellas el lector puede observar una galería de fotos de diversas fuentes hemerográficas y de la escritora en diferentes momentos de su vida, entre ellas, algunas de las más elocuentes son las de Elena Garro y Helena Paz, tomadas durante las entrevistas que dieron unos días después del 2 de octubre de 1968. Las dos Elenas aparecen con el pelo teñido de negro y visiblemente perturbadas por la situación en que se vieron envueltas. A lo largo de las secciones se van entrecruzando los caminos por medio de los cuales el lector irá encontrando diversos temas recurrentes que sirven para entender la vida y obra de la escritora, como la literatura, su activismo político, el movimiento estudiantil del 68, el  exilio en otros países y otros más.               

Desde que se dio a conocer como dramaturga con el montaje de sus piezas teatrales Andarse por las ramas, Los pilares de doña Blanca y Un hogar sólido en el IV programa de Poesía en Voz Alta, Elena Garro tuvo una excelente acogida en el medio cultural mexicano, y la recepción de sus obras recibió comentarios elogiosos de algunos de los críticos jóvenes más importantes del momento, como Juan García Ponce y José Emilio Pacheco.

La narradora renovó la novela mexicana y latinoamericana con su novela Los recuerdos del porvenir y creó con ella lo que después daría en llamarse “realismo mágico”, categoría y estilo con el que la escritora no comulgaba y que se convertiría en una moda literaria, sobre todo a partir de la obra de Gabriel García Márquez.

Algunos han querido emparentar sus obras con el teatro del absurdo y con el surrealista, tan en boga a mediados del siglo pasado, sin embargo, a diferencia de muchas obras de teatro vanguardistas, que han perdido su vigencia y prácticamente ya no son puestas en escena, las obras de Garro siguen siendo leídas y representadas con gran éxito en la actualidad, pues todavía dicen muchas cosas a las nuevas generaciones de lectores. La dramaturga reconoce como sus influencias literarias fundamentales a los trágicos griegos y a los poetas del romanticismo alemán, que comenzó a leer en su infancia en la biblioteca paterna. La genealogía verdadera de su primer teatro debe buscarse a los entremeses cervantinos como el Licenciado Vidriera y El coloquio de los perros, y en las comedias de Lope de Vega y el teatro español del Siglo de Oro como Las paredes oyen y La verdad sospechosa, de Juan Ruiz de Alarcón.

La narradora renovó la novela mexicana y latinoamericana con su novela Los recuerdos del porvenir y creó con ella lo que después daría en llamarse “realismo mágico”, categoría y estilo con el que la escritora no comulgaba y que se convertiría en una moda literaria, sobre todo a partir de la obra de Gabriel García Márquez. Por otra parte, podemos leerla en estas páginas también como una crítica literaria severa y que no da concesiones, por lo que forma un canon de la literatura mexicana demasiado exigente. Prácticamente destruye La región más transparente, de Carlos Fuentes, “el niño bien”, por ser lo que ella califica como un “amontonamiento” de palabras que dieron como resultado un cuerpo amorfo y que no lograba presentar un personaje bien delineado. Su ferocidad al desmenuzar la obra de Fuentes hizo que el crítico Daniel Dueñas la calificara ingeniosamente como “la garra”. En algunas entrevistas la escritora habla del género narrativo en México y vislumbra un panorama árido, prácticamente desierto, pues rescata únicamente las obras de Juan Rulfo, Juan de la Cabada y José Vasconcelos, por haber configurado personajes verdaderamente mexicanos, mientras que como cuentistas resalta la escritura de Guadalupe Dueñas y Amparo Dávila.

En lo que respecta a la poesía, la situación que presenta es similar, reconoce a Ramón López Velarde como el poeta mexicano por excelencia y a los poetas del grupo Los Contemporáneos; además, dice ser objetiva al considerar a Octavio Paz como el mejor poeta de su momento, sobre todo por su poema Piedra de sol, y también resalta a Margarita Michelena, quien le hace una entrevista para la revista Kena, y sobre la que dice que escribe “en un español rico, terso y de una gran perfección”.

A lo largo de las diversas entrevistas Elena Garro habla sobre  la creación de sus obras literarias, desde la primera de ellas,  Los recuerdos del porvenir, escrita en el año 1953 aunque publicada hasta 1963, cuando recibió el Premio Xavier Villaurrutia, pasando por la que era su favorita entre sus obras teatrales, el drama histórico sobre el militar villista Felipe Ángeles, y llegando hasta sus novelas y obras de teatro escritas en el exilio como Testimonios sobre Mariana, Andamos huyendo Lola, Reencuentro de personajes, El árbol, La mudanza, por sólo mencionar algunos ejemplos de su enorme producción literaria.

El activismo político de Elena Garro comenzó en los años cincuenta a través de una epifanía que sucedió cuando un grupo de campesinos de Ahuatepec, pueblo ubicado en el estado de Morelos, la buscó para que los ayudara a rescatar sus tierras de las manos de los latifundistas que se apoderaban de ellas mediante el abuso del poder, la intimidación y el asesinato. Al observar la pobreza y el dolor que se reflejaba en su rostro y en sus vestimentas, Garro recordó a los indígenas y campesinos que conoció en Iguala y la importancia que habían tenido para ella durante su infancia; también percibió de golpe los privilegios que había disfrutado en sus viajes por diferentes países como esposa de un diplomático. Después de observar el contraste entre su vida y la de aquellos que habían ido a pedirle ayuda, decidió que tomaría su causa e intervendría en su favor. El resultado de su gestión fue positivo y logró que les regresaran sus tierras en un juicio. Desde entonces continuó en la defensa de los desposeídos, lo que la llevó a tratar con líderes sociales y campesinos como Javier Rojo Gómez, Rubén Jaramillo y Enedino Montiel Barona, estos últimos asesinados salvajemente por el gobierno. Su labor social y periodística la convirtió en una persona muy incómoda y tuvo que salir del país por presiones del presidente Adolfo López Mateos.

Carlos Madrazo tenía la ilusión de que era posible transformar al monstruo de mil cabezas del priismo por dentro, desde su posición como presidente del partido, intentó democratizarlo y eliminar de él prácticas corruptas que se habían convertido en la esencia misma de su funcionamiento y lo habían hecho alejarse, desde hace mucho tiempo, de los ideales revolucionarios que le dieron origen.

De regreso en México, continuó con su activismo y esto la llevó eventualmente a colaborar con el político priista Carlos Madrazo, a quien llamaban “el Ciclón del Sureste”, y que en su periodo como gobernador de Tabasco fue el gran constructor que transformó el estado. La escritora habló sobre Madrazo en términos muy favorables en sus escritos y entrevistas en los que lo ubicó como un político culto y conocedor de la literatura y también como un nacionalista. Carlos Madrazo tenía la ilusión de que era posible transformar al monstruo de mil cabezas del priismo por dentro, desde su posición como presidente del partido, intentó democratizarlo y eliminar de él prácticas corruptas que se habían convertido en la esencia misma de su funcionamiento y lo habían hecho alejarse, desde hace mucho tiempo, de los ideales revolucionarios que le dieron origen. Así, Madrazo atentaba contra el corporativismo y el dedazo, que eran y son la máxima expresión del poder político en México desde los tiempos de Martín Luis Guzmán y su Sombra del caudillo. Para los años 1967 y 1968 estos procedimientos antidemocráticos se habían convertido en el mecanismo por excelencia, por medio del cual el presidente en turno, en quien residía el poder absoluto en México, podía decidir cuál de sus allegados sería el que resultaría ungido como su sucesor. Esta práctica, profundamente arraigada en nuestra clase política, ha provocado un gran derramamiento de sangre y tragedias en nuestra historia moderna.

Carlos Madrazo no logró llevar a cabo la reforma democrática que pretendía y fue expulsado del PRI antes de terminar el periodo de su gestión. El monstruo lo escupió de sus entrañas y así se vio obligado a constituir junto con los seguidores de sus ideales políticos, entre ellos una de las más cercanas, la escritora Elena Garro, un partido político que se llamaría Patria Nueva. El carisma de Madrazo, su cercanía con el pueblo y sus posturas políticas reformistas y revolucionarias lo convirtieron en un enemigo peligroso para el Estado y para Luis Echeverría, sobre todo con miras a la sucesión presidencial de 1970. De ahí que primero se le haya querido presentar como “instigador de una conjura” en contra del gobierno de México a través del movimiento estudiantil de 1968, para desacreditarlo ante la opinión pública. Sin embargo, al no poder comprobar estos nexos, se procedería a un asesinato de Estado al hacer caer el avión en el que viajaba junto con su esposa sobre el Pico del fraile en Monterrey, Nuevo León, en el año de 1969. De ahí en adelante la figura del político tabasqueño, tan importante para entender este momento de la historia de México al que nos hemos estado refiriendo, fue omitida y prácticamente borrada, al punto de que una gran parte de los estudios y análisis escritos sobre el 68 desconozcan el importante papel que desempeñó Carlos Madrazo antes, durante y después del movimiento estudiantil. Su participación activa dentro del contexto social y político le provocó el odio del priismo más recalcitrante, por lo que el atacarlo y sacarlo de la contienda se convirtió en una obsesión para el grupo en el poder, el cual elaboró un maléfico y abigarrado plan con la finalidad de asegurar sus intereses cuyo clímax sería la represión brutal llevada a cabo por parte del grupo en el gobierno el 2 de octubre de 1968. Para llevar a cabo esta estrategia perversa se necesitó la participación y ayuda de una gran cantidad de personas, entre los cuales se cuentan algunos de los más siniestros y oscuros personajes, que van desde el mismo presidente de México en aquellos años, Gustavo Díaz Ordaz, pasando por el secretario de Gobernación, Luis Echeverría, el jefe de la policía secreta mexicana de la época, la DFS, Fernando Gutiérrez Barrios, Mario Moya Palencia, subsecretario de Gobernación, e intelectuales como Emilio Uranga, especie de Goebbels de la guerra sucia en México, además de los dueños de los periódicos de mayor circulación en el momento, y llegaba hasta los jefes militares, los agentes de la CIA, los jefes policiacos, los integrantes del grupo de choque Batallón Olimpia, además de jóvenes infiltrados dentro del movimiento como estudiantes pero que en realidad funcionaban como espías y provocadores. A través de los diversos textos, notas periodísticas, entrevistas, ensayos, noticias, cartas, archivos clasificados, fragmentos de diarios y escritos personales, Patricia Rosas Lopátegui reconstruye con minuciosidad el escenario político, social, cultural y mediático antes, durante y después de la masacre del 2 de octubre. Así, la investigadora descubre los resortes de la maquinación orquestada desde el Estado. Todo esto para mostrar al lector su funcionamiento y la parte que cada uno de los actores tuvo en esta tragedia, pero, sobre todo, para que conozca, más allá de las condenas, las venganzas personales, los linchamientos mediáticos, la leyenda negra, las mentiras fraguadas y las descalificaciones, el verdadero papel que tuvo Elena Garro dentro de la cadena de sucesos que acontecieron en México en los últimos años de la década de los sesenta, en la que sería convertida en chivo expiatorio, calificada de traidora y soplona y quemada en la hoguera de la opinión pública por medio de los periódicos, sobre todo con la finalidad de sacar de la jugada a una escritora que por medio de sus palabras, su activismo y sus artículos a favor de Madrazo y en contra de los intelectuales y del gobierno se había convertido en una presencia cada vez más incómoda para los poderosos.

Las declaraciones de Campos Lemus, uno de los infiltrados por la policía en el movimiento estudiantil, quien ya había sido señalado como “vendido” por Elena Garro antes de su detención, sirvieron también como argumentos para justificar y dar validez a la masacre que había perpetrado frente a la opinión pública en México y en el mundo.

Esto se logró primero por el uso de una serie de declaraciones hechas por Sócrates Campos Lemus, uno de los dirigentes del movimiento estudiantil del 68, detenido por la policía el 2 de octubre en Tlatelolco, en las que acusaba a Elena Garro y a Carlos Madrazo de haber querido manipular a los dirigentes estudiantiles con la intención de desestabilizar el gobierno de Díaz Ordaz. Las declaraciones de Campos Lemus fueron utilizadas por diferentes diarios como La Prensa, El Heraldo, El Universal, Novedades y El Nacional; todos ellos eran en mayor o menor medida dependientes económicos del gobierno y, por lo tanto, se convirtieron en el corifeo de cualquier cosa que ordenara el presidente y le sirvieron para llevar a cabo el linchamiento mediático por medio del cual se acusaba a Garro y a Madrazo de ser los principales impulsores y responsables de fraguar un complot en contra del gobierno mexicano. La connivencia entre el gobierno y los medios de comunicación se demuestra en este libro a través de la publicación de ominosas cartas en las que algunos de los directores de los diarios mencionados muestran el servilismo descarado que tenían para con el jefe del ejecutivo. Las declaraciones de Campos Lemus, uno de los infiltrados por la policía en el movimiento estudiantil, quien ya había sido señalado como “vendido” por Elena Garro antes de su detención, sirvieron también como argumentos para justificar y dar validez a la masacre que había perpetrado frente a la opinión pública en México y en el mundo. Uno de ellos es que los estudiantes querían derrocar al gobierno electo democráticamente para implantar un régimen comunista. En realidad, el movimiento del 68 no tenía una postura teórica bien definida, no habían leído ni asimilado las ideas comunistas. Los estudiantes que protestaban no conocían las palabras de Marx o Lenin, pero sí las figuras de Fidel Castro y el Ché Guevara, los revolucionarios de moda en esa época, de ahí por ejemplo que desde entonces los estudiantes que ocuparon el anfiteatro de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM hayan cambiado su nombre oficial de Justo Sierra por el de Auditorio Ché Guevara.

En realidad, su pliego petitorio no tenía que ver con la revolución, sino con la libertad de expresión y manifestación, la liberación de los presos políticos y la disolución de algunos grupos policiacos represivos. Sin embargo, su posición política se diluía en muy variadas vertientes, como lo aceptaron después algunos de sus dirigentes, con posturas que iban del radicalismo guerrillero hasta la tibieza burocrática. Elena Garro ya había denunciado en su momento esta falta de conciencia política en los jóvenes y había mostrado también su disgusto con el movimiento porque en sus asambleas insultaban a revolucionarios mexicanos como Emiliano Zapata y Pancho Villa.

Otra falsedad de Campos Lemus que sirvió al gobierno para justificar la matanza es la de que los estudiantes habían formado “barras armadas” para disparar contra los militares y los granaderos en la manifestación de Tlatelolco. Esto sirvió al Estado para sustentar la tesis de que las primeras agresiones habían venido de los estudiantes, quienes habían atacado a las fuerzas públicas, mientras que éstas únicamente habían repelido el ataque y detenido a los agresores. Ahora sabemos que un grupo de choque llamado Batallón Olimpia, cuyos integrantes iban vestidos de civiles y llevaban un guante blanco, fueron los que abrieron el fuego. Ese grupo de choque fue formado, dirigido y comandado por Luis Echeverría durante su guerra sucia. Finalmente, Campos Lemus recibió su recompensa y, al igual que la mayor parte de los dirigentes del 68, traicionó una vez más el movimiento estudiantil y obtuvo un puesto en el gobierno al que supuestamente había criticado.

Otro de los elementos usados por el contubernio entre el poder y los medios para desacreditar a la incómoda Elena Garro fue su supuesta delación, publicada por los periódicos, de 500 intelectuales a los que acusaba de estar detrás del movimiento estudiantil. La escritora declaró que los intelectuales, en general, habían alentado y acarreado a los estudiantes en sus protestas, pero después de la matanza se escondían y guardaban silencio, mientras a ella se le atacaba públicamente. Esta postura contra los intelectuales no era nueva en Garro, desde hacía mucho la escritora consideraba a la intelectualidad mexicana como un grupo de “gritones más o menos bien pagados” al servicio del gobierno en turno. Respecto de su vinculación con el movimiento estudiantil, en su texto “El complot de los cobardes. Los intelectuales y los estudiantes. Un análisis de la violencia”, publicado desde agosto del 68, la escritora ya había expresado sus críticas por medio de ideas como la siguiente: “¿Quiénes son los estudiantes? Los futuros intelectuales. Luego es justo que se lancen a la defensa de los intereses creados por los actuales profesores, periodistas, locutores, pintores, escritores, etcétera”. El gobierno y los medios de comunicación aprovecharon la animadversión natural que sentía Garro por el aparato intelectual, y viceversa, para atizar el fuego del odio del “sector pensante” en contra de una escritora que siempre puso al descubierto su actitud acomodaticia. Por lo demás, el mero hecho de que se pretendiera hacer creer que la escritora recordaba los nombres y apellidos de 500 personas resulta a estas alturas por lo menos inverosímil. Los nombres de algunos de los intelectuales que supuestamente habían sido mencionados por Garro aparecieron publicados en algunos periódicos que recogieron sus declaraciones, pero en otros no, lo que demuestra que en este caso se trató una vez más de una fabricación. La propia Elena Garro se defendía del calificativo de delatora que se le había achacado, haciendo uso de la lógica implacable y la claridad de pensamiento que la caracterizaban; no era posible delatar a un grupo de gente que constantemente firmaba manifiestos y pronunciamientos a favor del movimiento estudiantil, sus nombres no eran ningún secreto, por lo tanto, no había nadie a quien delatar.

Elena Garro fue secuestrada por la policía durante varios meses y después tuvo que huir para escapar de la muerte y atravesar un exilio de décadas, primero en Nueva York y después en Madrid y París, y sufrió el repudio, el ostracismo, la pobreza y el silenciamiento.

La mayor parte de aquellos intelectuales supo esconderse, acomodarse y asegurar su posición después de los eventos del 2 de octubre de 1968. Mientras que Elena Garro fue secuestrada por la policía durante varios meses y después tuvo que huir para escapar de la muerte y atravesar un exilio de décadas, primero en Nueva York y después en Madrid y París, y sufrió el repudio, el ostracismo, la pobreza y el silenciamiento.

Sin embargo, su exilió tuvo un aspecto positivo por lo menos para la literatura y los lectores, pues en aquellos años difíciles Elena Garro escribió quizá más que nunca y, a partir de 1980, dio a conocer muchas de sus obras literarias fundamentales como Testimonios sobre Mariana, con la que obtuvo el Premio Grijalbo de novela en 1980. Desde ese momento sucede lo que podría considerarse un renacimiento de la literatura garreana con un alud de novelas, cuentos y obras de teatro que vinieron a demostrar que el talento literario y la imaginación de la escritora permanecían intactos. También pertenecen a aquellos años algunas de las mejores entrevistas con Elena Garro, hechas por entrevistadores sensibles y conocedores de su literatura y de su vida como Gabriela Mora, Patricia Zama o Carlos Landeros, por mencionar algunos, en las que la escuchamos y leemos hablar sobre su infancia, su literatura, México, el 68, los campesinos y muchos otros temas sumamente interesantes. Todas estas entrevistas están reunidas en este volumen por Patricia Rosas Lopátegui.

En los años noventa se planeó un homenaje en México en el que críticos, escritores, dramaturgos y lectores esperaban con gran ánimo el regreso de la autora que había permanecido tanto tiempo lejos de la patria. El libro termina precisamente en ese momento, con una serie de textos escritos en las vísperas de ese gran acontecimiento. Así, el lector queda a la espera de saber lo que pasó durante el regreso de Elena Garro a su patria después de tanto tiempo… Esto lo descubrirá al leer el segundo tomo de estos Diálogos con Elena Garro.   ®

Rosas Lopátegui, Patricia, Diálogos con Elena Garro, Vol. 1. Antes y después del 68, México: Gedisa, 2020, 740 págs.

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Publicado en: Libros y autores

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