Literatura bajo presión

Antología de crónica latinoamericana actual, de Darío Jaramillo Agudelo, editor

La objetividad es la posibilidad de dar cuenta
de los hechos al margen de las creencias.
—Arcadi Espada

El género de la crónica en América Latina atraviesa por un momento dulce, por lo menos en cuanto a niveles de creatividad se refiere. Y eso en sí mismo es extraño, habiendo sido tradicionalmente despreciada como género menor tanto por periodistas como por escritores.

Según Darío Jaramillo Agudelo, editor del excelente libro Antología de crónica latinoamericana actual [Alfaguara, 2012], “la crónica periodística es la prosa narrativa de más apasionante lectura y mejor escrita hoy en Latinoamérica”. No en vano en los últimos años han proliferado revistas, talleres y hasta premios dedicados a la crónica. Juan Villoro dice que una crónica lograda es literatura bajo presión.

Este periodo dulce es tan álgido que hay quien se apresta a compararlo como un nuevo boom de las letras latinoamericanas, como afirma Mario Jurisch, director de la revista colombiana El Malpensante, aunque con matices claramente diferenciados. Si el boom de la literatura latinoamericana de los años cincuenta, el del realismo mágico, con García Márquez a la cabeza, se trataba básicamente de explicar la compleja (y a ojos occidentales surreal) realidad de América Latina a través de la ficción, en estos tiempos, en que la realidad ha superado claramente a la ficción, la crónica se impone como el género que mejor explica la realidad, que, por otra parte, no ha dejado de volverse más compleja.

Hoy los cronistas latinoamericanos no tienen que inventar nada para hacer arte, sólo prestar su atención a hechos generalmente inadvertidos que ocurren ante nuestras narices, adentrarse en la historia y contarlo con profundidad y estilo propio, de manera literaria. Ese proceder constituye la base del llamado nuevo periodismo, practicado en Latinoamérica en los años cincuenta por, entre otros, el argentino Rodolfo Walsh o el propio García Márquez, una década antes de que así lo bautizaran en Estados Unidos.

Aunque de esa extraña pugna, y a la mera hora simbiosis entre literatura y periodismo, se alumbró una de las obras capitales del siglo pasado, A sangre fría, de Truman Capote, que cambiaría la manera tradicional de concebir el periodismo y señalando el camino de lo que se llamó el nuevo periodismo o periodismo literario. Esa mancuerna de géneros que se dan en la crónica ha sido practicada tanto por escritores de ficción como por periodistas a lo largo del siglo XX. Buenos ejemplos son Egon Erwin Kisch, Bruce Chatwin, Álvaro Cunqueiro, Ryszard Kapuscinki o Josep Pla.

La crónica no siempre ha gozado de este auge, aunque sus inicios fueron deslumbrantes e igualmente vigorosos. En el año 1982 García Márquez, en el discurso que dio al recibir el Nobel, citó al navegante florentino Pigafetta que al pasar por América relató sus aventuras en detalladas crónicas que sumergían a los lectores en los dominios de la imaginación. Márquez recordó también que los cronistas de Indias sembraron el germen de la literatura americana y los sitúa como precedentes de la crónica periodística, género que entró en la modernidad con escritores del siglo XIX como José Martí o Rubén Darío. En el parnaso de la crónica latinoamericana de la segunda mitad del siglo XX se encuentran plumas como, aparte de la de Márquez, las de Tomás Eloy Martínez, Elena Poniatowska y Carlos Monsiváis.

La crónica no siempre ha gozado de este auge, aunque sus inicios fueron deslumbrantes e igualmente vigorosos. En el año 1982 García Márquez, en el discurso que dio al recibir el Nobel, citó al navegante florentino Pigafetta que al pasar por América relató sus aventuras en detalladas crónicas que sumergían a los lectores en los dominios de la imaginación.

De ahí que la crónica se haya constituido como un género de gran aceptación, y casi representativo, en Latinoamérica, y que ahora goce de esta reputación gracias a un buen número de lúcidos cronistas por un lado, y por el otro, a la generosidad y apuesta de los editores de publicaciones como Etiqueta Negra, El Malpensante, Orsai, Soho o Gatopardo, quen entienden el proceso y deciden financiar con tiempo y dinero este tipo de género literario-periodístico.

Para escribir una buena crónica se necesita tiempo. Tiempo para la investigación, tiempo para la inmersión física en el asunto a tratar y luego tiempo para la reflexión y confección del texto.

Así lo cuenta la escritora y cronista Leila Guerrero: “Escribir un artículo me lleva de veinte días a un mes y medio, con jornadas de doce, quince o dieciséis horas. Eso, sin contar la etapa de investigación previa. Conozco a otros que trabajan como yo. Que después de meses de reporteo bajan las persianas, desconectan el teléfono y se entumecen sobre el teclado de un computador para salir tres días después a comprar pan, sabiendo que el asunto recién comienza”.

Esta manera de hacer periodismo se contrapone a la urgencia que rige en los medios de comunicación actuales, en concreto la prensa impresa, que quiere competir con los formatos de más auge en la actualidad, los electrónicos como las tabletas, los smart phones (terrenos donde se desarrolla el periodismo digital) y la televisión, que priorizan el enunciado por encima del contenido profundo y que promueven la cantidad en detrimento de la calidad, dando por supuesto que los lectores “no leen” y que casi nadie tiene tiempo para dedicárselo en el día a día a un texto largo y profundo.

La información, más que noticias, se basa en comunicados que se repiten hasta la saciedad, sólo que en la prensa escrita aparecen un día más tarde que en soportes como Twitter o Facebook, donde ahora se da la pelea de los medios de comunicación por copar los espacios y ganar la primicia. Sucede entonces que el exceso de información hace que estemos en teoría mucho más enterados de lo que acontece, pero al mismo tiempo tengamos una mayor dificultad para entender qué ha sucedido y una mayor facilidad para olvidar todo de manera más rápida. La avalancha de sucesos en informaciones no deja espacio alguno para la reflexión. Los sucesos, las noticias, se ahogan velozmente por una cascada de nuevos sucesos convertidos en noticias. “Casi no hay noticias, hay comunicados. Descubrir se ha vuelto escandalizar. Reportear se ha convertido sobre todo en entrevistar”, afirma Julio Villanueva Chang, y añade: “El acto de leer y escribir sin interrupciones se ha vuelto un reto de soledad y concentración”.

En Antología de crónica latinoamericana actual Jaramillo divide el libro en dos secciones. La primera, titulada Los cronistas escriben crónicas, incluye a 48 autores que firman 53 crónicas, y en la segunda parte, Los cronistas escriben sobre la crónica, ocho textos teóricos de algunos de esos cronistas que reflexionan sobre su oficio. Destacan en esta sección los textos del peruano Julio Villanueva Chang (editor de la revista Etiqueta Negra), los de los argentinos Martín Caparrós y Leila Guerriero, y el ya clásico sobre el tema de Juan Villoro.

En su breve ensayo Villoro contrapuntea la frase de Alfonso Reyes que definía al ensayo como un centauro, diciendo que la crónica es un ornitorrinco, construido con la capacidad narrativa de la novela, los datos del reportaje, el sentido dramático del cuento, la argumentación del ensayo y la primera persona de la autobiografía. Según la definición de Monsiváis, “[la crónica] es la reconstrucción literaria de sucesos o figuras, género donde el empeño formal domina sobre las urgencias informativas”.

El extenso prólogo del editor, la calidad de las crónicas que forman el tronco central, y también los textos que sobre crónica escriben los cronistas, ampliarán los alcances que sobre este género tenemos, situándolo en su verdadera dimensión y ambición literaria.

Para Martín Caparrós,“el foco del periodismo de actualidad mira al poder. El que no es rico o famoso o rico y famoso o tetona o futbolista, para salir en los papeles, sólo tiene la única opción de la catástrofe: distintas formas de la muerte. Sin desastre, la mayoría de la población no puede (no debe) ser noticia. La información (tal como existe) consiste en decirle a mucha gente qué le pasa a muy poca: la que tiene poder… La información postula (impone) una idea del mundo: un modelo de mundo en el que importan esos pocos”.

La crónica reunida en este volumen se basa en la diversidad y riqueza de la vida en los países latinoamericanos. Si bien pareciera que lo que no es catástrofe o desgracia no es noticia, en este compendio se tocan tanto temas terribles de nuestra actualidad como historias entrañables que, más que ser noticia, se convierten en un punto de vista ilustrativo sobre aspectos de la vida. Muy diferente del enfoque que le dan a la información en los periódicos.

Contra esa política del mundo en lo que se ha convertido la información de los periódicos de actualidad se erigen estas 53 crónicas. Muchas nos descubren la cara de realidades terribles como la persecución y el acoso de Lydia Cacho (“Código Rojo”, Laura Castellanos), el tormento de un secuestrado por las FARC (“Relato de un secuestrado”, Álvaro Sierra), la masacre de casi un pueblo entero en Colombia (“El pueblo que sobrevivió a una masacre amenizada con gaitas”, Alberto Salcedo Ramos), la crónica del temblor del 2010 en Chile (“El sabor de la muerte”, Juan Villoro) o la tragedia de la prostitución infantil en el estado de Guerrero (“Acapulco Kids”, Alejandro Almazán).

Pero también nos acercan a realidades de personajes deslumbrantes, extraños, como las crónicas “Un fin de semana con Pablo Escobar”, de Juan José Hoyos), “Un mago de una sola mano”, de Leila Guerriero, “El último ciclista de la vuelta a Colombia”, de Luis Fernando Afanador), “Librero de viejo andante”, de Toño Angulo Daneri o “Un alcalde que no es normal”, de Diego Enrique Osorno, sobre el alcalde de San Pedro Garza, Nuevo León, el municipio más rico de todo México.

También estas crónicas nos permiten acercarnos a territorios ignotos como la gran biblioteca de Pinochet (Cristóbal Pena), a la llamada tierra de gemelos en Cándido Godoi, en Argentina, o a experiencias de primera mano como la vivida por Andrés Felipe Solano, quien se mudó a Medellín para vivir y explicar la experiencia, en un muy interesante experimento gonzo, de vivir seis meses con el salario mínimo.

También hay crónicas sobre los Rolling Stones o Bob Dylan y Pavese, y sería imposible mencionar en este espacio ni siquiera de pasada la infinidad de mundos que se abren tras estas páginas y el buen hacer de estos cronistas compilados en esta magnífica edición.

El extenso prólogo del editor, la calidad de las crónicas que forman el tronco central, y también los textos que sobre crónica escriben los cronistas, ampliarán los alcances que sobre este género tenemos, situándolo en su verdadera dimensión y ambición literaria.

En lo personal, ya se ha convertido en un libro de cabecera, porque como dice Alberto Salcedo Ramos al enumerar las reglas de oro del género: “La regla de oro número uno es por cortesía de Woody Allen: Todos los estilos son buenos, menos el aburrido”.

Este libro cumple este primer principio. Doy fe de que este compendio de crónicas y miniensayos abarca un buen número de sensaciones; hay relatos aterradores, pero de todo ese abanico de sensaciones el aburrimiento está completamente excluido. Antología de crónica latinoamericana actual es una muy buena mirada sobre la realidad del continente americano de habla hispana, sobre todo en sus maneras de narrarla. ®

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Publicado en: Junio 2012, Libros y autores

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