Literatura sin traducción

Entre el arte y la prestación de servicios

En el mundo editorial mexicano desde hace muchos años a la traducción literaria se la ha colocado en la más común, triste y peligrosa de las versiones únicas: la apuesta por la traducción por encargo.

Selma Ancira, ganadora del Premio Nacional de Artes y Literatura 2022.

Ha pasado más de una década de aquella explosiva irrupción en el universo mundial de las letras, la de Chimamanda Ngozi Adichie, cuando la escritora y cuentista nigeriana pondría sobre la mesa el gran peligro que representa la llamada historia o versión única. Es famosa la conferencia en la que, para seguir argumentado sobre su tesis, abona en el ejemplo de su compañera de cuarto, en una universidad de Estados Unidos, quien ya tenía toda una prefabricada idea, una historia, una versión, sobre ella y sobre su vida entera en África.

La compañera en cuestión, estadounidense, “pensaba” que Ngozi Adichie no sabía usar una estufa, que le gustaba la música tribal, que, evidentemente, era muy pobre y, en una de esas, que hasta salía de vez en cuando a cazar elefantes para poder comer. Esto, en un primer momento, sorprendió enormemente a la escritora. Y, no obstante, la cuentista narraría cómo, al igual que su compañera de cuarto, ella misma ya habría procedido de manera similar ante otras personas. Por ejemplo, para ella, durante mucho tiempo, la fiel traducción de la pobreza en el mundo era un criado que había tenido su familia. A sus ojos, Fide, el criado, era justo eso, el pobre, y lo era porque su madre nunca paró de repetirle, en diferentes y variados contextos, que Fide era pobre, que venía de una familia pobre, que sus padres y su pueblo eran muy pobres.

Traigo estos recuerdos ligados a la laureada narradora nigeriana pues, toda proporción guardada, creo que algo muy semejante le ha venido ocurriendo a la traducción literaria en nuestro país. Y es que la traducción literaria puede ser abordada desde múltiples perspectivas, claro está. No obstante, desde la del mundo editorial o del llamado mundo mexicano de la cadena del libro, desde hace muchos años a la traducción literaria se la ha colocado en la más común, triste y peligrosa de las versiones únicas: la apuesta por la traducción por encargo.

la figura del traductor literario no deja de ser una en la que este empleado, por lo mismo, no es ningún creador, ningún artista, es un mero prestador de servicios y sanseacabó. El mundo editorial lo desecha proporcionalmente más rápido que el prestigio que cosecha un escritor, un crítico o un diplomático…

En el marco de esta versión, de este paradigma, la figura del traductor literario no deja de ser una en la que este empleado, por lo mismo, no es ningún creador, ningún artista, es un mero prestador de servicios y sanseacabó. El mundo editorial lo desecha proporcionalmente más rápido que el prestigio que cosecha un escritor, un crítico o un diplomático con la palabra traductor, traductora, plasmada en su esquela fúnebre.

Básicamente, por cuestiones de empleo freelancero, hoy cualquiera puede venderse como traductor y ofrecer sus “servicios” y, en ese sentido, las editoriales o quien sea sólo tienen que escoger aquella opción que sea más barata y listo. ¿Dónde queda la trayectoria del traductor, de la traductora? ¿Dónde la excelencia? En ese estado de cosas, tenemos la competencia desleal que sufren los verdaderos traductores literarios, aquellos que se han formado profesionalmente o que, con los años, han pavimentado una probada carrera literaria como tales. Mientras los primeros levantan siempre la mano para cualquier chamba que se les atraviesa, los segundos se esmeran en armar y fomentar proyectos de calidad, su apuesta, por lo que cuidan su prestigio, su nombre y su pluma literaria. Algún reconocimiento vendrá.

Creación y cooptación

Como es sabido, México tiene una forma para monopolizar y centralizar las actividades culturales y otra para conformar su canon literario. México, al igual que Canadá o Francia, tiene en las instituciones culturales una fuente de mecanismos a partir de los cuales cooptar y promover a los creadores de las Bellas Artes.

No he de repetir como merolico la historia de cómo surgió el andamiaje de apoyos, ayudas y becas para los artistas y los intelectuales mexicanos, tan sólo diré que, con el reforzamiento de ese mecanismo, la república le seguía dando la razón al escritor Mario Vargas Llosa cuando sentenció que México era “la dictadura perfecta”.

En vez de que el país se esforzara en propiciar y en construir las condiciones laborales y de creación artística de sus pintores, de sus escritoras, de sus poetas, de sus traductores literarios… de sus intelectuales, en pos de una verdadera vida cultural más dinámica, democrática, pujante, crítica y diversa, cual potencia, lo que hizo fue acostumbrar al sector pensante y creador a las ayudas gubernamentales, ésas que han llegado a ser, en algunos coyunturales casos, hasta groseramente desmedidas. El necesario mecanismo se envició, se anquilosó, propiciando y reforzando una serie de cacicazgos, cuyos círculos de incondicionales eran los que, casi en exclusividad, se beneficiaban un ciclo sí y otros también con las famosas becas y ayudas estatales. Esa realidad llegó a tal extremo que, si no se pertenecía a esos círculos, sencillamente no se existía en el panorama cultural de México. Es decir, los unos sí eran “artistas”, los otros sólo meros “prestadores de servicios”: la solitaria versión, la apuesta única de los traductores literarios.

De las artes, la peor de todas

Con la construcción de las instituciones democráticas llegó la instrumentación de ciertos mecanismos que, según esto, combatirían los cacicazgos al interior de los sistemas de apoyos a los creadores. En ese sentido, en principio, ahora existen reglas y procedimientos para que la selección de artistas y creadores beneficiarios sea lo más pulcra e imparcial que se pueda. No obstante, a pesar de ello, persisten fallas torales en cuanto a la traducción literaria se refiere, por lo que hay mucho por hacer en ese sendero.

  • A pesar de que el Sistema Nacional de Creadores de Arte (SNCA) incluye en los grupos de jurados de la categoría a uno o dos traductores, eso, contradictoriamente, ha generado resentimiento, inquina y cuestionables actitudes, cuyo resultado es que el peor enemigo del traductor, de la traductora, sea otra/otro colega del gremio.
  • Y es que es irrisorio que, ante la peleadísima competencia, el SNCA no logre rebasar en la actualidad la ridícula cantidad promedio de dos apoyos por año cuando: 1) en las categorías de fotografía, narrativa, medios alternativos, dirección escénica o poesía, los apoyos van de diez a dieciocho, aproximadamente. Por justicia, ojalá en nuestro caso suba finalmente a cuatro o cinco. 2) sigue siendo común que perfiles muy distintos o de plano ajenos se metan en la de traducción literaria a competir. Es decir, la invisibilidad y la burla al mismo tiempo.
  • A décadas de su conformación, no existe la categoría de traducción literaria en la convocatoria de Jóvenes Creadores.
  • A diferencia de tantos premios especializados, el Premio Margarita Michelena de Traducción Literaria apenas si cuenta con un lustro de vida.
  • Ahora bien, a ese lustro hay que restarle un año, pues la convocatoria no salió en 2021, afectando a traductores que publicaron en 2020.
  • Al respecto, tanto la Coordinación Nacional de Literatura como el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura recibieron sendas quejas que sólo obtuvieron un sepulcral silencio. Vaya, ni siquiera se asomó la disposición de reponer el proceso.
  • En diciembre de 2023 la traductora Lucía Duero se quejó en Letras Libres de que el eslovaco, entre otras, no había sido contemplada como lengua de trabajo en el mencionado premio. Todas las lenguas ya entran. Ahora bien, ¿hay traductores–jurado profesionales para todas las lenguas? ¿Cómo se están dictaminando realmente las traducciones concursantes?   
  • El Programa de Apoyo a la Traducción, Protrad (que, por cierto, surgió antes que el Prosur argentino), se desvirtuó; sobre el desastre de su interrupción y más ya ha dado cuenta Gerardo Ochoa Sandy.
  • Hay requisitos tan surrealistas en algunas convocatorias que han provocado, de hecho, que colegas se conviertan de la noche a la mañana en “editores” (abriendo minúsculas editoriales en absoluto serias o rigurosas), con tal de acceder a apoyos económicos, pensando incluso en instituciones o financiamientos extranjeros.
  • En el marco de la convocatoria del SNCA, por ejemplo, el traductor literario tiene que asegurarse de conseguir cartas de editores extranjeros, como si fuera, encima, una especie de gestor o bróker directo de compra–venta de derechos de autor, cuando estos arreglos pertenecen a un ámbito exclusivo de negocio de los editores profesionales. En términos prácticos, pues, un ámbito en el que la traductora, el traductor, no incide, pero que, en términos de la convocatoria, sí que le afecta.
  • A partir de la pandemia de covid–19 proliferaron muchas “escuelas” de literatura creativa, de narrativa y, en fin, de opciones literarias on line de todo tipo en donde, claro, se han incluido cursos de traducción, literaria o no, en donde lo que abunda es la falta de ética y profesionalismo.
  • El número de instituciones, universidades y colegios cuya especialidad es la traducción o la formación de traductores cada vez es menor. Más allá de Oaxaca, Baja California y Ciudad de México, son muy pocas las entidades e instituciones para la especialización o la formación continua.
  • En ese sentido, son escasos los estudios en traducción literaria de alta especialidad. Si acaso la maestría en El Colegio de México (investigación), el prestigioso Diplomado en Traducción Literaria y Humanística de la Asociación Mexicana de Traductores Literarios (Ametli), creado por Arturo Vázquez Barrón, una institución como traductor y formador de traductores literarios en México, en Francia y en Hispanoamérica, y la licenciatura en la Enalt, de más reciente creación.
  • Hablando de la Escuela Nacional de Lenguas, Lingüística y Traducción (Enalt) de la UNAM, desde 2023, a la T de Traducción le han dado con todo, despidiendo a profesores clave, alterando planes y semestres de estudio, menospreciando tanto a la especialidad como al alumnado. Esa grave crisis traductora continúa en la UNAM.

Como se ve, la situación no es nada halagüeña para la traducción literaria, ese arte. Ojalá que todos, Estado y gremio, podamos trabajar juntos para cambiar realidades desde nuestras trincheras, en aras de que México pueda y siga teniendo acceso a una cultura y una literatura universales de calidad para todos. Que cuando leamos a Saumont, a Tolstói, a Shakespeare, a Yan, a Ruffato, a Rioux, a Grass, a Milton, a Ishiguro, a Flaubert, entre otros, recordemos que también estamos leyendo a creadoras y a creadores mexicanos y que, por lo mismo, como artistas y creadores, merecen todas las condiciones de sustento dignas de su trabajo, de su oficio, y no únicamente becas o estatales premios. Apenas el año pasado el Premio Nacional de Artes y Literatura reconoció por fin a una traductora literaria, Selma Ancira. Igual no pocas o pocos colegas comenzarán a codiciar desde ya la cereza del gran pastel. ¿Esa seguirá siendo nuestra fatal apuesta? ¿Nuestra triste y peligrosa versión única? ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas

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