Me dicen «la Japonesa»

Ocho minutos cuestan 250 pesos

“Soy muy profesional como servidora sexual. Hay que saber cómo tratar al cliente, aplicar la psicología, trabajarlos primero, y luego irse al grano. Lo que he aprendido en mi trabajo me ha servido bastante porque te capacitan en psicología. Nos enseñan a sonreír ante la vida y eso también lo aplico aquí.”

Me dicen "la Japonesa".

Me dicen «la Japonesa».

Por las afueras de Acaponeta, Nayarit, entre los tráileres de los viajeros nocturnos camina una mujer alta, morena y de cabello oscuro. Viste un pantalón de mezclilla y una blusa negra con brillantes, en la mano trae una bolsa con estampado de piel de tigre y dentro una minifalda también de mezclilla, un top rosa y un labial y un pequeño espejo y unos tacones más altos y condones y lubricantes. Le dicen “la Japonesa”. Es prostituta.

Tiene 47 años. De día es vendedora de productos naturistas; de noche vende su cuerpo. Son las 8:30 p.m. y ya espera sentada afuera de la cafetería de la gasolinera, ha cumplido su cita con la puntualidad. Aunque hay algo con lo que “la Japonesa” no puede cumplir: el estereotipo de una prostituta.

Es muy seria, habla pausadamente, no fuma, no consume alcohol, dice que una vez le entró a la coca y hasta la fecha se arrepiente porque no pudo dormir en tres días.

Tardó en acostumbrarse a su sobrenombre: “Me incomodaba tener un alias, pero me fui acostumbrando, me dicen así por mi pelo largo lacio y los ojos rasgados”.

“La Japonesa” es diferente. Lo primero que uno percibe al llegar con ella (además de su perfume con olor a rosas) es la seguridad con la que dice cada palabra. Incluso tardó en acostumbrarse a su sobrenombre: “Me incomodaba tener un alias, pero me fui acostumbrando, me dicen así por mi pelo largo lacio y los ojos rasgados”.

Y si a usted le interesan los servicios de “la Japonesa”, ¿qué tiene que hacer? Pues bien, tiene que llegar en su vehículo a su zona de trabajo. Procure que su auto tenga placas que no sean de Nayarit, así “la Japonesa” pretenderá estar un poco más interesada en usted.

Después de manejar por la gasolinera del pueblo durante unos minutos, usted verá a una mujer que cumple con las características descritas anteriormente. Prenda sus faros dos veces, con eso bastará para que “la Japonesa” deduzca que usted quiere que ella sea su cita para esa noche.

Si usted ha actuado correctamente y no presenta señales de estar alcoholizado, “la Japonesa” hará lo siguiente:

—Se acercará a su carro, le saludará cordialmente, le explicará sus servicios, le preguntará si usted busca una relación sexual completa, sexo oral, o un poquito de los dos.

—“La Japonesa” le dirá a su cliente que sus servicios duran ocho minutos y cuestan 250 pesos. Así que escoja sabiamente, la frase “el tiempo es oro” tiene en este encuentro su aplicación más seria.

—Ignore lo escrito en el punto anterior, el tiempo no es para preocuparse ya que “la Japonesa”, le garantiza su orgasmo en apenas 480 segundos.

Aprender a conocer a los hombres.

Aprender a conocer a los hombres.

—Si se ha comportado como un caballero y le han parecido las normas y los precios de los servicios de “la Japonesa”, ella le dirá que pasen a la parte trasera de su vehículo. Ahí, usted y ella, como uno mismo, se entregarán al más divertido de los pecados: la lujuria.

—Revuélquese, grítele, llórele, gócele, desgréñese, embárrese y, sobre, todo disfrútele, que tiene ocho minutos para hacer sentir a Eros, el dios del sexo, orgulloso de usted. Al final, sacúdase.

—Ocho minutos después usted será un hombre nuevo, continuará su viaje o regresará a casa desestresado. No se preocupe por lo sucedido, “la Japonesa” no tiene memoria. Olvidará su nombre una vez terminado el encuentro.

Las razones de “la Japonesa”

“La Japonesa”, además de tener una minifalda —la cual procura que sea “la más corta de todas”—, tiene cuatro hijos, todos estudiantes: dos en preparatoria, uno en secundaria y el último en sexto de primaria. Tuvo un esposo durante dieciséis años, al que dejó por borracho.

Lo que la sexoservidora nunca tuvo fue un sueldo que le diera el dinero necesario para sacar a sus hijos adelante, después de su separación quedó sola.

“La Japonesa”, además de tener una minifalda —la cual procura que sea “la más corta de todas”—, tiene cuatro hijos, todos estudiantes: dos en preparatoria, uno en secundaria y el último en sexto de primaria. Tuvo un esposo durante dieciséis años, al que dejó por borracho.

Solo cursó hasta la primaria, tiene conocimientos básicos de primeros auxilios y enfermería. Entró al mundo de la prostitución hace cinco años. Mientras vendía sus productos naturistas conoció a dos muchachas que le compraban pastillas para bajar de peso, geles para bajar la lonja y una gran cantidad de perfumes.

“Siempre las oía decir: yo gané tanto y yo tanto, me sorprendía porque lo que ellas ganaban al día yo lo ganaba a la semana. Un día les dije que si me traían y una me dijo que no, que ya no cabían aquí, la otra me dijo que sí y me vine”.

Su inicio fue difícil. “Cuando yo empecé me subían, me usaban y no me pagaban. Batallé mucho pero tienes que hacerte fuerte y ser más inteligente que los hombres; a una niña que empieza la hacen pedazos, los hombres son muy crueles para estas cosas”, cuenta.

Ahora con orgullo se describe como una prostituta profesional. Los conocimientos que ha adquirido en las capacitaciones de sus trabajos matutinos le han servido de mucho. Ahora sabe cómo tratar a los hombres.

“Soy muy profesional como servidora sexual. Hay que saber cómo tratar al cliente, aplicar la psicología, trabajarlos primero, y luego irse al grano. Lo que he aprendido en mi trabajo me ha servido bastante porque te capacitan en psicología. Nos enseñan a sonreír ante la vida y eso también lo aplico aquí, ayuda”.

Dios sabe lo que hago.

Dios sabe lo que hago.

El método empleado al parecer ha dado buenos resultados, pues “la Japonesa” en una buena noche llega a tener hasta doce encuentros sexuales, llevándose a la bolsa casi tres mil pesos. Una jornada laboral de ocho horas le da el sueldo equivalente a dos semanas en su otro trabajo.

Por supuesto que hay días malos en los que la testosterona está a la baja. En esas ocasiones tiene solamente cuatro encuentros. Sea como sea, sin importar si es un día bueno o uno malo, “termino agotada”, dice, “con ganas de irme a mi casa y descansar todo el día”.

“Lo difícil del trabajo es el carácter de la persona, nunca nos adaptamos, es imposible adaptarnos, ése es uno de los problemas. El siguiente es lo económico, uno estira y el otro jala todo el tiempo, la relación sexual también es difícil”.

Trabaja por temporadas, siete o diez días seguidos y después se ausenta durante dos o tres meses. Sus hijos desconocen su oficio, por lo que les dice que visitará Acaponeta pues su trabajo en los productos naturistas así lo requiere.

Marías Magdalenas del siglo XXI

“Le agradezco a Dios todos los días por estar aquí”. “La Japonesa” podrá sonar segura de sus palabras cuando se refiere al trabajo, pero cuando es momento de hablar del creador la voz baja de velocidad, se quiebra un poquito, las palabras se traban, la nariz se afloja y los ojos comienzan a dar señas del inicio de su proceso de lubricación natural. “Para algo me creó, por algo estoy aquí, no sé cuál sea mi fin pero aquí estoy”.

“Lo difícil del trabajo es el carácter de la persona, nunca nos adaptamos, es imposible adaptarnos, ése es uno de los problemas. El siguiente es lo económico, uno estira y el otro jala todo el tiempo, la relación sexual también es difícil”.

¿Le pides perdón a Dios por lo que haces? “Sí, pido perdón pero no le tengo miedo porque yo estoy con él, él es mi creador y no creo que me vaya a hacer algo malo por que ande luchando por mis hijos. Nunca le he hecho daño a nadien, no hago esto con el fin de satisfacerme con mis clientes, yo voy con la mentalidad de que son 250 pesos que me voy a llevar a la bolsa”.

Busca alejar a las jóvenes interesadas en entrar a este mundo. Cuando ve que una chamaca llega le dice que piense dos veces lo que está apunto de hacer. Incluso les ayuda con el dinero de su pasaje para que regresen a casa.

¿Plagas de la sociedad?

Lejos de verlas como plagas de la sociedad, “la Japonesa” considera a las sexoservidoras componentes de ella, aunque dice que la sociedad no logra adaptarse a ellas. “Hay chamacas que pasan en los carros gritándonos. Nos gritan groserías, siempre andan pisteando. Ésas sí son bien putas, son más putas que nosotros, por lo menos nosotras cobramos. Nos dan risa”.

“Hay chamacas que pasan en los carros gritándonos. Nos gritan groserías, siempre andan pisteando. Ésas sí son bien putas, son más putas que nosotros, por lo menos nosotras cobramos. Nos dan risa”.

Se le infla el pecho cuando dice que los locatarios de la zona la quieren mucho y la extrañan cuando no está, la respetan y sus compañeras también, a las cuales no considera sus amigas, aunque trata de llevar una relación cordial con ellas.

“La gente me trata bien porque soy una persona discreta y respetuosa, me he ganado el respeto de los locatarios, eso es por que a mí me crió mi mamá con valores, hasta espiritualmente hablando: el respeto, la honestidá, la generosidá, todos esos valores no se borran, creces con ellos”.

Sexo en la gasolinera.

Sexo en la gasolinera.

La mamá de “la Japonesa” murió hace dos años, nunca se enteró del trabajo de su hija. Sabe que su mamá no la habría apoyado, que no estaría de acuerdo, aunque cree que la entendería, porque también ella todo lo hace por sus hijos.

“La Japonesa” piensa abandonar la prostitución en tres años. Para ese entonces sus “plebes” habrán salido de la escuela y ella estará muy cansada. “Ahorita todavía aguanto, pero a los cincuenta años las carnes ya no darán para más”.

A su medio siglo de vida, “la Japonesa” se ve descansando en casa para después hacer una inversión fuerte en el negocio de los productos naturistas, que le ha gustado mucho.

Ofrecí pagarle por el tiempo que había durado la entrevista pero no aceptó el dinero. “No tienes por qué pagarme, hice esto para que supieran que lo que hacemos no es malo y pa’ hacerle un llamado a las chamacas que andan por ahí de libertinas a que se protejan, no le salgan a su mamá con una barriguita”.

Son las diez de la noche y “la Japonesa” empezará a trabajar después de cambiarse en el baño de la gasolinera. Cada vez hay más autos que manejan lentamente. Es el momento de irse: los coches prenden sus faros dos veces. ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas, Junio 2013

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