Mi papá, Rogelio Villarreal Huerta, murió en 2002 y nunca vino a la FIL. Habría gozado esta tumultuosa fiesta de libros, amiguero y generoso como era, y se habría llevado una gran sorpresa al descubrir, en el stand del Taller Ditoria la edición facsimilar del abrumador poemario Este México triste, de Juan Bautista Villaseca
Mi padre llegó a la Ciudad de México a fines de los años cincuenta con mi madre y dos niños —mi hermano y yo— huyendo, literalmente, del polvo y el calor abrasador de Torreón. En 1970 fundó con unos pocos escritores una modesta editorial con nombre importante: Federación Editorial Mexicana, en la que publicó a un puñado de autores sobresalientes: el último poeta estridentista Germán List Arzubide, el ingeniero Heberto Castillo —por entonces a salto de mata, perseguido por la policía echeverrista—, el filósofo Emilio Uranga, la escritora Adela Palacios —que fue esposa de Samuel Ramos—. Estuvo en tratos con el polémico Rubén Salazar Mallén para reeditar algunas de sus novelas, pero desgraciadamente éste falleció poco después. Entre otros escritores a los que publicó están Efraín Huerta, Ermilo Abreu Gómez, Hugo Argüelles, José Agustín, Gerardo de la Torre, René Avilés Fabila, Gonzalo Martré y María Elvira Bermúdez, la primera escritora de novelas policíacas en México.
A fines de los años ochenta mi padre decidió retirarse para escribir. Se iría a Torreón y empezaría una novela sobre el movimiento estudiantil de 1968 y escribiría cuentos y poemas. Se fue a su árida ciudad natal pero escribió poco, hojas sueltas, algunos relatos incluidos en un par de libros colectivos.
A la oficina de mi papá, en la colonia Roma, llegaban también jóvenes escritores en busca de libros para reseñar, como los fallecidos Alejandro Ariceaga y Jesús Luis Benítez, el Buker, y periodistas amantes a partes iguales de la bohemia y la literatura, como Jorge Meléndez y Manuel Blanco.
A fines de los años ochenta mi padre decidió retirarse para escribir. Se iría a Torreón y empezaría una novela sobre el movimiento estudiantil de 1968 y escribiría cuentos y poemas. Se fue a su árida ciudad natal pero escribió poco, hojas sueltas, algunos relatos incluidos en un par de libros colectivos. Fundó allá otra editorial de nombre también rimbombante: Editorial del Norte Mexicano, ENorMe, en la que publicó a no pocas glorias locales, como a don Homero del Bosque Villarreal y sus memorias laguneras.
Mi papá, Rogelio Villarreal Huerta, murió en 2002 y nunca vino a la FIL. Habría gozado esta tumultuosa fiesta de libros, amiguero y generoso como era, y se habría llevado una gran sorpresa al descubrir, en el stand del Taller Ditoria —la editorial artesanal comandada por el artista Roberto Rébora—, la edición facsimilar del abrumador poemario Este México triste, de Juan Bautista Villaseca, con introducción de José Manuel Recillas. Villaseca, mi papá y otros escritores fundaron una peña literaria que llevó el nombre del poeta de vida trágica e intensa fallecido en 1969. En el volumen Exposición narrativa, de 1974, se recogen textos de los integrantes de la peña, incluyendo un relato y un hermoso poema de mi padre. ®