México está enojada

México también es mujer

Me pregunté si nos estarían escuchando. Me respondí sola cuando me di cuenta de que no marchamos para que nos vean, marchamos para vernos nosotras, para vernos y reconocernos en todas y cada una de las ahí presentes, para abrazarnos y recordarnos que no estamos solas.

Ni sumisas ni calladas. Foto de Ana Victoria Guevara.

Ayer no fue un día fácil. Fue 8 de marzo, el Día Internacional de la Mujer, una fecha de lucha, memoria y rabia. Un día que nos recuerda lo que hemos perdido y lo que aún nos falta.

Fui a la marcha con mi hermana. Al llegar, nos unimos al contingente No es una, somos todas México y avanzamos con ellas, sintiendo cada paso como un eco de algo que nos precede y nos supera. Al día le quedaba un rato y era todo nuestro. Nos entonamos para cantar el himno, gritar porras que en realidad eran más reclamaciones que porras, llorar y exigir justicia. Madres llorando a sus hijas desaparecidas se encontraban en la marcha. También mujeres llorando a sus amigas asesinadas, mujeres protestando en contra del sistema patriarcal. Mujeres gritando “verga violadora, a la licuadora”. Mujeres marchando en búsqueda de la esperanza. Mujeres marchando por un México digno. Hermanas marchando juntas para no marchar por la otra después. Mujeres exigiendo la muerte del machismo. Carteles señalando feminicidas, abusadores y acosadores. Mujeres pintadas de rojo. Mujeres martillando las bardas. Mujeres enojadas. México está enojada. México también es mujer. Vi mujeres buscando mejorar el país para que sus hijas puedan vivir en paz. Niñas pequeñas marchando para que mañana no falte ninguna en el salón. Mujeres gritando. Mujeres recordándoles que sin nosotras no son nada.

No viene de la observación y el constante análisis de las conductas desagradables de los hombres. No. Viene del odio. Del odio por todo lo que nos han hecho. No hay hombre en la tierra que no camine bajo cierto privilegio patriarcal. Nos matan por el hecho de ser mujeres. No es un accidente, no es un arrebato. Es un patrón.

La primera vez que escribí sobre este tema fue después de terminar Teoría King Kong, de Virginie Despentes. Recuerdo que me removió las vísceras. Había leído historias sobre abuso, violaciones y violencia contra las mujeres. Había visto películas que abordaban lo mismo, pero nada me había retorcido tanto como Despentes. Luego conocí a Cristina Rivera Garza y algo dentro de mí se partió en dos. Me hizo ver cosas que antes sólo intuía, pero de frente, sin anestesia. Ambas me hicieron entender que escribir también es resistir, que el testimonio es una forma de lucha y que nombrar la violencia es el primer paso para erradicarla. Sus textos me dejaron una marca que hizo que me cuestionara todo. Me enojé de inmediato. Primero vino la rabia. Luego las preguntas. Y, finalmente, la comprensión. ¿De dónde viene esta ira hacia los hombres, esta sed por justicia y esta profunda creencia en el movimiento feminista? No viene de la observación y el constante análisis de las conductas desagradables de los hombres. No. Viene del odio. Del odio por todo lo que nos han hecho. No hay hombre en la tierra que no camine bajo cierto privilegio patriarcal. Nos matan por el hecho de ser mujeres. No es un accidente, no es un arrebato. Es un patrón. Por eso existe el feminicidio, porque llamarlo homicidio sería blanquearlo, quitarle la saña, la repetición, la costumbre.

Marcela Lagarde, feminista mexicana, peleó para que se reconociera en la ley. Para que quedara claro que la violencia extrema contra las mujeres no es un caso aislado, sino un engranaje más de este sistema. Un síntoma de algo mucho más podrido.

No hay nada más punk que ser mujer. Foto de Ana Victoria Guevara.

La brutalidad de estos crímenes obligó a nombrarlos aparte. Violencia sexual previa, lesiones degradantes, antecedentes de abuso, una relación cercana con el agresor. Es un guion que se repite. Nos violan y maltratan, intentando marcar de por vida.  ¿Cuándo dejaré de tener miedo? ¿Cuándo dejaré de pensar en eso? ¿Cuándo podré verlo como un lejano recuerdo y no algo que siento en todo mi cuerpo cada vez que me acuerdo? El dolor en la entrepierna acompañado de un estado de alteración que llegó después de la inconsciencia. El no sentirme segura nunca, el miedo a estar sola en mi casa y hasta el miedo a la oscuridad.

Esa ira viene de lo que me pasó a mí, a mis amigas, a mi madre y a mi hermana. Viene de lo que les pasa cada año a miles de mujeres. De aquello que ni las clínicas ni las terapias van a borrar jamás. De esos recuerdos horribles que te arruinan la vida porque te marcan, como a una vaca, con el sello de la indefensión.

Lo escribí por primera vez en papel y luego en una computadora, porque cada año se gana un poco más de valentía para hablar de estas cosas y se aprende que no estás sola. Esa ira viene de lo que me pasó a mí, a mis amigas, a mi madre y a mi hermana. Viene de lo que les pasa cada año a miles de mujeres. De aquello que ni las clínicas ni las terapias van a borrar jamás. De esos recuerdos horribles que te arruinan la vida porque te marcan, como a una vaca, con el sello de la indefensión, mientras el agresor deja estampado su complejo de superioridad, cortesía de la masculinidad hegemónica patriarcal.

Vístete como quieras. Foto de Denisse Hurrle.

Pero cada año se aprende a ser más fuerte, más inteligente, más preparada, y aprendes a que no te puedes dar por vencida. Que la lucha va más allá de ti. Que al final lo haces por las niñas y por tus futuras hijas.

Lo odio, claro que lo odio, hombre, si es que se le puede llamar así, con nombre y apellido. Hombre deleznable, sin sentido. Pero hoy no se trata de mí, y como Virginie escribo desde la fealdad, desde las olvidadas, las camioneras, las viriles, las mujeres en la sombra, las que no se dan por vencidas, las que sufren y no saben por qué, las que aún no pueden nombrarlo, por aquellas que, como yo, en algún punto pensaron que fue su culpa. Escribo por las violadas, las golpeadas, las que aún se culpan en silencio, las que comienzan a abrir los ojos, por las que los nombran en silencio, por las que se quieren morir, por las que entienden el riesgo que corremos al vivir y aun así salen cual guerrilleras cada día a buscarse y reclamar aquello que es suyo. Escribo por todas las morras que ayer estuvieron marchando, gritando y llorando para lograr el cambio. Escribo por las sexoservidoras, por las empleadas domésticas, las robamaridos, las que dejaron a sus hijos, las que se fueron y nunca regresaron, las víctimas de trata, las que no estaban ayer en la marcha porque estaban limpiando tu casa. Nos sembraron miedo, pero nos crecieron garras.

Estando ahí, a plena marcha, después de llorar, enojarme, decepcionarme, y volverme a enojar, me pregunté si en verdad estábamos logrando algo. Me pregunté si nos estarían escuchando. Me respondí sola cuando me di cuenta de que no marchamos para que nos vean, marchamos para vernos nosotras, para vernos y reconocernos en todas y cada una de las ahí presentes, para abrazarnos y recordarnos que no estamos solas.

Agradezco mucho a Marien Labougle y a Julia Didriksson, porque fue en uno de sus clubes de lectura con perspectiva de género donde hablé de este tema por primera vez en voz alta, rodeada de mujeres que me apoyaron y me escucharon, entendiéndome en silencio. Fiel recordatorio de que estamos aquí por casualidad, resistiendo el miedo como un favor de la una a la otra. Así se sintió: un pacto silencioso entre mujeres que entendían sin necesidad de explicaciones.

No me parece normal que la mayoría de las mujeres hayan sido abusadas y que sean minoría los que sí están tras las rejas. Así es el sistema: nos traiciona una y otra vez y todavía tiene el descaro de hacernos pensar que estamos ganando algo.

Ayer marchamos para crear conciencia, para que las niñas que nos vieran aprendan a defenderse y sepan que no están solas. Cada día somos más feministas, mujeres conscientes que se unen a los contingentes. En un cartel se leía “Soy la abogada que sí te cree”. No me parece normal que la mayoría de las mujeres hayan sido abusadas y que sean minoría los que sí están tras las rejas. Así es el sistema: nos traiciona una y otra vez y todavía tiene el descaro de hacernos pensar que estamos ganando algo. No hay nada más punk que ser mujer.

Tú saliste de mi vagina. Foto de Ana Victoria Guevara.

¿Oprimidos los hombres? Una tragedia. ¿Oprimidas las mujeres? Tradición. Ya no. Ayer marchamos por las que se fueron, por las que vendrán y las que nunca volverán. Es un movimiento radical, ruidoso e incómodo. Me alegra que les incomode. Que al fin se hable de estos temas y que no se trate de esconder la realidad que nos caza. Pasa mucho, y pesa más; pero no debemos pasarlo por alto en ningún momento. Mujeres con las que marché ayer me hacen sentir más guerrera que víctima. Y al final, el sufrimiento revivido lo agradezco, me ayudó a reescribir mi historia sin ignorar este suceso. Y así ser capaz de verlo como algo que pasó en la vida de una niña que ahora es una mujer más fuerte, más dura, más inteligente y persistente. Te odié unos años en los cuales no pude conciliar el sueño por horas debido al llanto desmesurado, pero hoy, hoy soy más fuerte y sé que no estoy sola.

Ni sumisas, ni obedientes, mujeres fuertes, insurgentes, independientes y valientes. Porque al final no salimos de su costilla, todos salieron de una vagina. Espero que cada año seamos más en las calles y menos en los carteles, faltando. Ayer marché y marcharé por mis abuelas, mi madre, mis tías, mis hermanas, mis primas, mis amigas, y mis sobrinas.

#Niunamás. ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas

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