Desde mi remota juventud di por visto a Carlos Monsiváis. Es decir, que haber leído unos cuantos textos de su autoría me bastaba para no dedicarle más tiempo. Lo decidí así por su pobre temática y anticuadas referencias, así como por su estilo de pastiche que maldisfrazan la miseria de sus argumentos o la falta de ellos: mucha forma y poco fondo.
Me di cuenta de que Monsiváis no aportaba nada a mis ambiciones de conocimiento ni el menor gusto a mi lectura, que incluso las tragicomedias de José Agustín eran mejorcitas. Lo dejé para dedicarme a José Ortega y Gasset, a quien di por visto hasta después de haber leído con mucho agrado y provecho más de la mitad de sus obras completas. Desde las primeras páginas que leí del madrileño comprobé, entonces por comparación, la pequeñez periodística y ensayística del que brinda por su madre. Comprobé también la sobrevaluada o sobrevalorada que está su obra y, sobretodo, el personaje mítico que han hecho sus devotos, algunos o muchos intelectuales, artistas y políticos o con pretensiones al respecto.
Años después compruebo que mi decisión fue acertada, cuando muy de vez en cuando entreleo uno que otro párrafo de sus textos en El Universal y antes en La Jornada (¿qué pasó?, ¿por qué se cambió?). Y dice lo mismo que antaño y del mismo modo: chistecitos a partir de declaraciones de obispos católicos y políticos tarados —antes del PRI y ahora del PAN— publicadas en la prensa, género en el que hay muchos mejores; Héctor Lechuga y Marco Antonio Flota, por ejemplo. Esto que sus aplaudidores y cortesanos —que no quiero citar— llaman “ironía”, “desenfado”, “irreverencia”, etcétera, no es otra cosa que un continuo not joke sin la gracia de Borat: “El cardenal fulanito es un santo… noooot?” o “El político sutano es un ejemplo de honradez… noooot?”
No me sorprende el auge de la monsimanía, auspiciado por los gobiernos federal y del Distrito Federal (de “la derecha” y “la izquierda”, dirían sus fieles) hasta instituirla en devoción de Estado (con lo fiero defensor de la laicidad que es Monsiváis, ¡qué ironía!), sólo me parece que es la devoción a un personaje imaginario o idealizado. Puede ser que sea algo característico de lo devocionario, que haya un componente de fe como en las creencias en manifestaciones hierofánicas más pedestres, por ejemplo, que una mancha en un comal es la imagen sagrada, milagrosa, de la Virgen de Guadalupe, porque ella ha querido manifestarse así.
La devoción monsimaniaca asegura que su ídolo tiene el don de la ubicuidad —nótese que le atribuyen una cualidad característica de algunos santos, como san Martín de Porres—, por el cual es el más actualizado, más amplio, más pertinente, más visionario, etcétera, cronista y ensayista, especialmente de lo que ellos llaman cultura o culturas populares.
Lo anterior es completamente falso, porque el señor se quedó en los años setenta, con La Familia Burrón, las películas de Tin Tan, los bailes de salón, el 68 y Juan Gabriel. Luego dio un saltito al tema de las costureras del Centro Histórico y el allanamiento a la UNAM del CEU. La última vez que quiso medio actualizarse en iconos populares se dio una quemadota ensalzando a Gloria Trevi, y eso fue hace mucho. ¿Cuáles son sus crónicas o ensayos de acontecimientos —que ni siquiera son nuevos— como el concierto de Rod Stewart en Querétaro (ah, es que no le gusta el rock), el primer Vive Latino (lo mismo), el Love Parade en el monumento a la Revolución (ah, es que no le gusta el tecno), Polymarsch en el Palacio de los Deportes (lo mismo), Manu Chao en el Zócalo (¡es de los suyos!) o los conciertos de duranguense de la Ke Buena en el Estadio Azteca (¿tampoco le gusta?)?
¿Cuáles son sus crónicas o ensayos sobre la comunicación por teléfono celular, Messenger o correo electrónico —que comparten texto, imagen y voz— como fenómeno masivo? ¿Cuáles son sus chistoretes sobre el esténcil, el culto a la Santa Muerte, el frontón en Tulyehualco y Tláhuac, el hip hop en Coacalco y Atizapán, las ferias en Milpa Alta y Xochimilco, la piratería en Tepito, el tianguis de la San Felipe de Jesús, el futbol —de las barras, al femenil y al llanero—, las revistas o fanzines en Internet, los cholos de Neza, los emos…? Quizá lo correcto sea decir que es una devoción de lo anacrónico.
Además, Monsiváis no es un cronista, sino un recortero, es decir, alguien que se dedica a recortar periódicos y antologar lo que subraya. Carece de testimonio y la crónica no puede ser un género vicario. Recuerdo, por ejemplo, que Entrada libre es un fichero de los subrayados de sus recortes sobre “la sociedad civil”, de tres o cuatro acontecimientos de los años ochenta. Es más o menos lo que hacían, y todavía hacen, los de servicio social en las oficinas gubernamentales de comunicación social, que le llaman “seguimiento periodístico” o algo así.
Otra de las creencias de los monsivaístas es que su ídolo critica o cuestiona al poder o a todos los poderes. En realidad sólo critica a pocos, a unos cuantos. Por ejemplo, hay siete partidos políticos —poderes— y concentra sus chistes en dos, principalmente: el PRI y el PAN, y en segundo lugar en el PVEM. Intelectual orgánico del PRD, sobre su cochinero se atrevió a referirse timoratamente como carencia “de cultura jurídica” (El Universal, 23 de marzo de 2008). Con este partido su juicio es sumamente complaciente. Su crítica es militante, incapaz de reconocer en el PAN, desde su origen, su cultura democrática, de formación ciudadana, y en el PRD su corporativismo, autoritario como tal. Llega al extremo de calificar a Fox como el peor presidente en la historia de México, de modo que le parecen mejores Echeverría y Díaz Ordaz.
Todo mesías tiene su profeta y Monsiváis lo ha sido y es de uno del tipo escatológico o milenarista: López Obrador, al que no critica ni con el pétalo de una ironía. Lo cual me da gusto: son tal para cual, el uno para el otro, nacionalistas revolucionarios. Monsiváis es a López Obrador lo que Pound a Mussolini (pero el poeta estaba chavo cuando la regó). ¿Dónde está escrita o en qué programa de televisión declarada su objeción a las acciones porriles, vandálicas, del lopezobradorismo que canceló al Congreso, de su movilización clientelar de paniaguados al modo del peor priismo, a las expresiones machistas en agravio a legisladoras perredistas, al autoritarismo personalista escupido a sus esbirros en “el movimiento soy yo”?
¿Cuáles son sus críticas al ingeniero Slim o a la maestra Elba Esther? ¿Cuál crítica a todos los poderes? ¿Cuáles son sus chistes de los circos de Marcelo Ebrard, que no ha reducido la criminalidad de su jurisdicción? ¿Y a los programas de cultura de los gobiernos perredistas en el DF, que han hecho del Zócalo un escaparate del tipo Siempre en Domingo? Ni critica a todos los poderes políticos ni a todos los poderes económicos. Tampoco a todos los poderes religiosos. Su crítica se concentra en la Iglesia católica. Nunca se dirige a las Iglesias protestantes históricas ni a las de nuevo cuño, ni a los ministros de culto de otras religiones.
Los devotos de la monsimanía también le atribuyen a su tótem algo así como mucha lucidez (podrían llamarle clarividencia), como que hay que leerlo para entender qué pasa en el mundo y por qué. Lo que en principio llamé la miseria de sus argumentos o falta de ellos quiere decir que tiene una sola explicación para todo: “la derecha”, causante o culpable de todos los males, de los económicos y políticos a los culturales y morales. Si su mesías no es presidente legal es culpa de “la derecha” (no de los millones que no votaron por él); si hay pobres es culpa de “la derecha” (también de los que hay en China y Corea del Norte); si llueve demasiado es culpa de “la derecha”, y si no llueve cuando se necesita también es culpa de “la derecha”. Igualito que su mesías. Hay que ser conceptualmente miserable para explicar todo a partir de una sola dimensión analítica, la ideológica izquierda-derecha, especialmente cuando son categorías ambiguas y relativas que se suponen mutuamente excluyentes.
En fin, hay que dar también por visto el tema de la monsimanía y pasar a tratar de conocer o estudiar otras devociones más interesantes, la de la Santa Muerte, la del Niñopa de Xochimilco o cualquiera otra. ®