Narrar el Apocalipsis

Dos relatos ciencia-ficcionales del medio siglo mexicano

El propósito del presente texto es resaltar tanto el desarrollo de temáticas que se creen poco comunes en la narrativa de los alrededores del medio siglo mexicano como enfatizar la existencia de un grupo de narradores que no forman parte del canon.

Juan Bustillo Oro

Hablar de narrativa mexicana de ciencia ficción ha dejado de ser un tema extraño dentro de los círculos de estudios literarios; desde hace casi treinta años se han incrementado las publicaciones periódicas en las que aparecen relatos de este tipo, además de que ya existen varias antologías que reúnen los cuentos más representativos del género, como El futuro en llamas de Gabriel Trujillo, aparecido en 1997 y conformado por relatos de Julio Torri, Martín Luis Guzmán y José Emilio Pacheco, por mencionar sólo algunos,o Visiones periféricas de Miguel Ángel Hernández, volumen publicado en 2001 en el que se incluyen cuentos de Amado Nervo, Juan José Arreola y Dr. Atl, entre muchos otros. A pesar del positivo cambio de perspectiva frente a la ciencia ficción mexicana, es innegable que aún falta mucho por hacer no sólo con respecto a lo publicado recientemente, sino también en relación con las diversas narraciones que aparecieron antes de de la década de los sesenta, particularmente en lo que respecta a relatos de autores poco conocidos, o francamente desconocidos, tal como son los casos de los que hoy me ocupo.

Publicado en Los cuentos fantásticos, una suerte de pulp mexicano, en abril de 1951 y reeditado en 2009 en La penumbra inquieta y otros relatos, “La humanidad parásita” de Juan Bustillo Oro forma parte del grupo de relatos ciencia-ficcionales escritos antes o durante el medio siglo mexicano; por otra parte, “La plaga del crisantemo”, de Arturo Souto Alabarce, publicado en el volumen del mismo nombre en 1960 y reeditado en Coyote 13 y otras historias en 1997, reafirma la presencia en las letras mexicanas de narraciones fantásticas que no pueden englobarse dentro del “realismo mágico”. Además de la cercanía temporal de ambos relatos, su trama gira en torno a un tema común: la aniquilación de la humanidad realizada por la Tierra para preservarse de los “parásitos humanos” que amenazan con destruirla.

El nombre de Juan Bustillo Oro (1904-1989) de inmediato se asocia al cine nacional, él fue director, guionista y, a veces, productor de cuando menos setenta películas; aunque muy pocos lo relacionan con el ámbito literario, a no ser por sus libros autobiográficos Vientos de los veintes (1973), México de mi infancia (1975) y Vida cinematográfica (1984). El desconocimiento de su obra narrativa se debe, principalmente, a que apareció publicada en periódicos, revistas y suplementos culturales, y sólo su novela breve Lucinda y el polvo lunar (1985) conoció el formato de libro. Tuvieron que pasar veinte años de la muerte del autor para que sus relatos, quizá no todos, fueran recopilados, editados y anotados por Lourdes Franco y Jael Tercero dentro de la colección “Deuda saldada” publicada por la UNAM.

Por otro lado, el maestro Arturo Souto Alabarce (nacido en 1930) es más conocido por su labor académica, tanto en las aulas como en investigación, que por su faceta de cuentista. De acuerdo con Francisco Torres, desde mediados de los setenta existía el rumor de que Arturo Souto había escrito un extraordinario volumen de cuentos llamado La plaga del crisantemo, libro agotado para esas fechas e imposible de reeditar debido a la negativa de su autor. En 1997, y al parecer por la insistencia de Vicente Quirarte, el número original de cuentos fue ampliado y publicado, también por la UNAM, bajo el nombre de Coyote 13 y otras historias. A diferencia del libro de Bustillo Oro, el de Souto Alabarce no es una edición crítica, sólo en una breve advertencia el autor menciona la primera edición de sus relatos.

Pese a que en ambos cuentos se desarrolla el tema de la destrucción de la humanidad, el tratamiento realizado en cada uno es distinto tanto en la configuración de la estructura narrativa como en el tono de la narración.

Pese a que en ambos cuentos se desarrolla el tema de la destrucción de la humanidad, el tratamiento realizado en cada uno es distinto tanto en la configuración de la estructura narrativa como en el tono de la narración. “La humanidad parásita” está dividida en seis partes de extensión variable y se presenta como el diario de Eugenio, un ingeniero en minas y científico mexicano que ha sobrevivido tres oleadas de exterminio; es quizá en el sustrato “testimonial” de la narración donde se encuentra el origen y la fuerza trágica del cuento: todo lo relatado es referido desde el punto de vista de la víctima, quien además de ser uno de los pocos humanos que han logrado escapar también es el único que sabe y comprende lo que está sucediendo. De esta forma, su escritura no es sólo una crónica del aniquilamiento sino también una advertencia dirigida a las posibles generaciones futuras.

En el relato de Bustillo Oro los personajes principales son dos científicos: el ya mencionado Eugenio y Estanislao Monter, profesor universitario de química e investigador por cuenta propia. La relación entre ambos comienza cuando Eugenio asiste a las clases de Monter y éste cobra afecto a su joven alumno “por mi interés en el estudio y por mi clara inteligencia; sobre ello insistiré ya que la modestia o la vanidad son de todo punto inútiles en estos momentos de muerte segura”. Después de jubilarse el profesor invita a Eugenio a trabajar con él en su propio laboratorio: tras meses de investigación ambos científicos llegan a una conclusión: “La composición sintética de nuestro planeta, lo que todos han supuesto mineral […] es materia organizada, viva, celular, una especie de carne sensitiva y llena de existencia”.

Debido a la “volubilidad de la juventud” Eugenio abandona el laboratorio de su maestro; durante ese periodo Estanislao Monter prosigue sus investigaciones y al cabo de un tiempo arriba a otra conclusión: “La Tierra toda no es más que un átomo o una célula de un enorme ser viviente, de un enorme organismo, del que probablemente los otros astros y planetas son otros tantos átomos u otras tantas células”. El descubrimiento de Monter es el precedente para comprender los sucesos posteriores: si la Tierra es en sí misma un organismo y, a su vez, forma parte de un ser vivo de proporciones increíbles, entonces lo seres humanos son microorganismos semejantes a los virus puesto que corrompen el medio en el que viven. Así pues, deben ser exterminados.

Muchos años después de la publicación de este cuento y en un contexto totalmente diferente, el químico inglés James Lovelock propuso en 1969 la Teoría de Gaia o Gea, en la que definió a la tierra como “una entidad compleja que implica a la biosfera, atmósfera, océanos y tierra; constituyendo en su totalidad un sistema que busca un entorno físico y químico óptimo para la vida en el planeta”. La idea inicial de Lovelock es que la vida no sólo se adapta a su entorno físico, sino que hay una interacción en la que los organismos cambian su hábitat para volverlo más habitable; lo anterior más que cuestionar la teoría de la evolución de Darwin la complica al sugerir que la adaptación se da en múltiples direcciones y no sólo actúa sobre los seres vivos.

Arturo Souto Alabarce

Sin lugar a dudas, las posibles relaciones entre “La humanidad parásita” y la Teoría de Gaia pueden ser producto del azar o ser simplemente anecdóticas; sin embargo, el mero hecho de que esas relaciones existan y puedan identificarse insinúa la confluencia de dos maneras distintas de explicar el mundo: una artística y otra científica. En el capítulo final de Proust y la neurociencia Jonah Lehrer profundiza en las implicaciones de la oposición arte-ciencia partiendo de la mutua incomprensión entre ambas “culturas”, frente a lo cual menciona una tercera cultura que permita el diálogo entre estas dos formas de interpretar el mundo. “La física es útil para describir los quarks y las galaxias, la neurociencia para describir el cerebro y el arte para describir nuestra experiencia real. Aunque estos niveles están obviamente interrelacionados, también son autónomos: el arte no es reducible a la física”. La tercera cultura es una “celebración del pluralismo”, pero no una apuesta a la trivialización subjetivista del conocimiento.

Si bien el carácter ciencia-ficcional de “La humanidad parásita” se sostiene sobre los protagonistas del relato y sus acciones, en “La plaga del crisantemo” el manejo de los elementos es totalmente distinto: no hay un personaje que pueda identificarse como el principal, la narración es omnisciente y el tono del relato tiende más a lo irónico y cómico que a lo trágico. Una mañana antes del alba, en alguna ciudad de un país oriental, el anciano y honorable Matsuo descubre que el crisantemo más hermoso de su invernadero ha sido atacado por “uno de los tantos males que afligen a las cosas bellas”: en los pétalos y hojas de la planta hay unos diminutos puntos grises de tejido decolorado; decidido a detener la plaga, Matsuo quema el crisantemo. A la mañana siguiente descubre que todos sus crisantemos están infectados, antes de destruirlos busca el consejo de un joven colega que “empleaba métodos modernos y usaba microscopio”, le lleva algunas hojas en un frasco y espera el diagnóstico del joven: las plantas están sanas, sólo que no tienen color.

Conforme pasan los días la plaga se extiende al resto de las plantas del invernadero y el anciano Matsuo se ve obligado a quemar todo, pero su sorpresa y temor aumentan cuando descubre que los recipientes de las plantas, hechos de cerámica, empiezan a perder el color. Matsuo obliga a su joven colega a visitar su jardín y ambos contemplan el terrible espectáculo de plantas, muebles y paredes carentes de color. La incredulidad y el pasmo de los dos jardineros llegan al límite cuando descubren que un árbol de la calle se ha tornado gris. A partir de este momento el relato adquiere un ritmo vertiginoso que representa, narrativamente, el avance implacable de la plaga del crisantemo; al principio sólo las plantas y los objetos pierden su coloración, pero después un ejército de animales grises comienza a inundar las calles de la ciudad; finalmente, el honorable Matsuo, víctima de una infinita tristeza, reaparece como un anciano decrépito y completamente gris: la plaga del crisantemo ataca a los humanos, al cielo y a todas las cosas de la Tierra.

La mancha incolora se extiende desde Asia al resto de los continentes sin que nada ni nadie puede detenerla; la ausencia de color ocasiona el incremento de suicidios y asesinatos, la industria va a la quiebra y sólo los perfumistas encuentran en el nuevo mal un estimulo a la producción de olores. Para estudiar y tratar de frenar el fenómeno se crea una comisión científica internacional que al cabo de infinitos experimentos publica un informe de casi dos mil páginas que puede resumirse fácilmente: la plaga es inofensiva, así que se aconseja conservar la calma y volver a la normalidad.

Frente a la impotencia de la ciencia referida en el relato de Souto Alabarce, en “La humanidad parásita” es el trabajo de dos científicos lo que se opone al avance de la aniquilación. Un mes después de haber visitado a su profesor Eugenio comienza a leer noticias de una extraña intoxicación provocada por el agua y los alimentos; en zonas de Asia y África poblaciones enteras son diezmadas por un veneno sutil que no afecta a los animales, sólo a los seres humanos. Estanislao Monter le comunica a su discípulo que este fenómeno se relaciona con sus descubrimientos anteriores: “El veneno va dirigido contra el hombre y esto es lo que ha venido a reafirmar mi amarga convicción. […] somos los agentes microbianos de una enfermedad terrible que padece el organismo enorme y desconocido”.

La información con la que cuenta Monter le permite crear un antídoto contra el mal, pero está convencido de que el fin de los hombres es sólo cuestión de tiempo. Meses después, y nuevamente en Asia y África, el aire se vuelve tóxico, una peste misteriosa que envenena la atmósfera atacando sólo a los seres humanos; con los datos de la cura anterior se pude sintetizar un nuevo antídoto que salva a los que quedan y les da la oportunidad de entregarse a un frenesí orgiástico preapocalíptico, frenesí que no sólo se relaciona con los placeres carnales, también implica un incremento voraz de la explotación de la Tierra. Cabe destacar que a través del personaje Monter se expresa una fuerte crítica ecologista.

Si bien el carácter ciencia-ficcional de “La humanidad parásita” se sostiene sobre los protagonistas del relato y sus acciones, en “La plaga del crisantemo” el manejo de los elementos es totalmente distinto: no hay un personaje que pueda identificarse como el principal, la narración es omnisciente y el tono del relato tiende más a lo irónico y cómico que a lo trágico.

Finalmente, con base en su propia experiencia, Estanislao Monter sabe que lo peor está por venir en la forma de organismos vivos semejantes a los humanos: “Grandes ejércitos de seres glutinosos y repugnantes […] empezaron a atacar las ciudades. Apresaban a los hombres con sus grandes tentáculos […] y con una baba viscosa que secretaban, los desorganizaban para absorberlos por los poros de su desnudo cuerpo”. El último ataque es el más letal y violento, sólo quedan algunos humanos diseminados por el mundo que evitan unirse para no ser detectados. Este momento es el presente en el que Eugenio, el narrador-protagonista, empieza su relato sin la certeza de poder concluirlo o de que alguien quede vivo para leerlo; el final abierto del cuento proyecta el suspenso sobre el destino del ingeniero de minas y de la humanidad misma.

A diferencia del exterminio emprendido en “La humanidad parásita”, la plaga que empieza en el jardín de Matsuo es físicamente inofensiva, aunque sí incide en el estado de ánimo de las personas y los animales. La grisura que a todos iguala lentamente produce el aniquilamiento de la humanidad debido al tedio, el aburrimiento de contemplar lo mismo y de no poseer una diferencia evidente con respecto a los demás. Los individuos, las instituciones, la vida como la conocemos termina por colapsar para dar paso a un nuevo orden: “Y así, al cabo de siglos, milenios, millones de años, el hombre gris desapareció de la faz del planeta. Fue entonces cuando proliferaron, crecieron, evolucionaron la ratas. Y se dice que las actuales, estas grandes y magníficas ratas, creadoras de la civilización solar, son descendientes de aquellas”.

Tanto en “La humanidad parásita” como en “La plaga del crisantemo” la destrucción de los seres humanos se debe a una extraña reacción de la Tierra; en ambos casos los esfuerzos científicos son insuficientes para impedir el avance de la amenaza. Además de las semejanzas temáticas de ambos relatos, también comparten la característica de ser narraciones desconocidas de autores ajenos al canon literario mexicano. El propósito del presente texto ha sido resaltar tanto el desarrollo de temáticas que se creen poco comunes en la narrativa de los alrededores del medio siglo mexicano, como enfatizar la existencia de un grupo de narradores que no forman parte del canon y que gracias a la labor de rescate emprendida por investigadores de la UNAM comienzan a ser conocidos a través de diversas colecciones, como “Deuda saldada”, y el volumen de cuentos Voces recobradas. ®

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Publicado en: Ensayo, Febrero 2012

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