Otto Meiling, el montañés del fin del mundo

Hay que subir a pie la montaña

Otto Meiling llegó a Argentina a mediados de los años veinte, como lo hicieron cientos de miles de migrantes europeos antes y después. Aquí, algo de su historia y su pasión por trepar a las montañas más altas de Bariloche y alrededores.

Conocí a Otto Meiling en San Carlos Bariloche, más bien vi una foto suya, él murió en 1989. Mejor para mí, es probable que ese mirador y el teleférico por el que subí hasta ese complejo lo hubieran hecho rabiar.

El señor enmarcado en blanco y negro en una cima nevada con esquís que hizo él mismo estaba en contra de las comodidades fabricadas para turistas, personas comunes, los que no somos hombres de montaña.

Nació en 1902 en Wassertrüdingen, Alemania. Fue de los pocos exploradores del siglo XX, cuando una buena parte del mundo estaba ocupado con guerras, invasiones, revoluciones. No descubrió el sur del Continente Americano, ya había gente ahí, pero fue el primer hombre en llegar a la cima de Cerros Navidad, Cuernos del Diablo, Tres Reyes, entre otros más pequeños. Durante esas expediciones Meiling dibujó los mapas y guías que antes no existían del lago Nahuel Huapi, de la región que los sudamericanos apodan Parque Nacional del Sud. De los relieves del fin del mundo.

Desembarcó en Buenos aires en 1924. “Fue por esa adolescencia alterada que tuve por la Primera Guerra (Mundial), esa lucha de las civilizaciones. Se habló mucho, pero detrás había poco o nada que a uno lo pudiera haber movilizado”, explicó en entrevista con el cineasta argentino Carlos Echeverría. En ese documental de 1984 contó que su plan, algo que sí lo motivaba, era viajar hasta conocer el sitio en el que se instalaría de forma definitiva.

Es un volcán inactivo con una altitud de 3,478 metros sobre el nivel del mar, está cubierto por siete glaciares. La cumbre se ganó su nombre por el sonido como de relámpago que hacen los pedazos de hielo cuando se desprenden de sus costados.

Su aventura más popular fue subir el Tronador, el cerro que no se dejaba escalar. El primero en hablar de esa punta fue el jesuita Miguel Olivares en sus crónicas del siglo XVIII. Es un volcán inactivo con una altitud de 3,478 metros sobre el nivel del mar, está cubierto por siete glaciares. La cumbre se ganó su nombre por el sonido como de relámpago que hacen los pedazos de hielo cuando se desprenden de sus costados. Un titán blanco con faldas de piedra que nadie trepó hasta dos siglos después.  

Otto Meiling lo intentó escalar por primera vez en enero de 1933 junto a Tutzauer, otro inmigrante alemán que era amigo suyo. Iban amarrados el uno al otro con una cuerda para no perderse. No traían una guía consigo, aún no existía tal cosa. El desafío era subir, averiguar la ruta dentro de un laberinto congelado con un clima terrible era sólo otro nivel de dificultad. “Les voy a hablar de una región donde llueve y llueve, y cuando no llueve se prepara para llover”, sentenció el alpinista Federico Reichert en una conferencia que dio en el Club Andino Bariloche (C.A.B.) en 1956.

Los excursionistas de aquel entonces usaban pantalones y camisas de lana u otras telas más gruesas, en apariencia no eran muy distintas a ropa formal–casual de la época. En la cabeza traían sombreros tipo alpino o gorros parecidos a los de un aviador, de los que cubrían el cuero cabelludo y los costados del cráneo con orejeras que colgaban hasta la mandíbula. Tenían pinta de cantantes tiroleses o de pilotos de la Primera Guerra. Así aparecen en algunos videos silentes del C.A.B. filmados entre los treinta y los cincuenta.

Meiling y Tutzauer no alcanzaron la cima en esa ocasión, se quedaron a cincuenta metros de la meta. El mal clima no los dejó subir más. Bajaron. Un año después, en 1934, el abogado alemán y montañista Herman Clausen fue el primero en llegar al punto más alto de Cerro del Tronador, quedó atrapado ahí más de veinticuatro horas por las lluvias.

Refugio Otto Meiling, construido por Meiling en la década de los cincuenta, y bautizado en su honor en 1970. Se encuentra sobre el Cerro Tronador.

A Otto seguro le llegó la noticia al pueblo donde fundó el club andino, para ese entonces ya tenía unos años ahí. Se mudó a Bariloche en 1930 porque le gustaba escalar montañas desde niño, creció cerca de los Alpes Orientales. No fue sólo al sur. En Buenos Aires conoció a otros europeos que vivían en departamentos del tamaño de un cuarto y trabajaban jornadas de al menos doce horas en fábricas. Muchos prefirieron irse al medio de la nada donde podían tener terrenos más grandes, a buscar algo mejor de lo que les podía dar la urbe.

Mudarse por gusto es algo reciente, del siglo XX para atrás la gente salía de su país porque las condiciones de vida no eran buenas, casi siempre la culpa la tenían los conflictos armados: las Guerras Napoleónicas (1803–1815); la Guerra de Crimea (1853–1856); la Unificación de Italia (1860–1870); la Unificación de Alemania (1866–1871); la Primera Guerra Mundial (1914–1918). Esto hizo que muchas personas migraran al Continente Americano; entre 1860 y 1930 llegaron seis millones de inmigrantes europeos a Argentina.

En el complejo turístico de montaña donde vi la foto de Meiling hay otras imágenes con fechas de los treinta en blanco y negro con las familias que fueron los pioneros de Patagonia. Desde ese punto del Cerro del Otto, que se llama así por el colono alemán Otto Goedecke, se puede ver casi toda la ciudad de arquitectura alpina. Pequeñas casas cuadradas de madera con techos que vistos desde el frente parecen un triángulo isósceles puesto sobre un cubo.

El teleférico, parecido al que yo usé en mi ascenso al Cerro del Otto, le parecía una falta de respeto al lugar, como si la montaña tuviera que cambiar para comodidad de los turistas. A su parecer somos las personas las que tenemos que adaptarnos a la naturaleza.

El paisaje alrededor es de un bosque andino de lengas y cipreses, árboles que pintan los cerros de rojo, amarillo y verde. La villa colinda con el lago Nahuel Huapi, que se puede ver desde casi cualquier punto. El fondo de ese escenario es la Cordillera de los Andes, sus puntas nevadas. En el centro de la ciudad está el Club Andino Bariloche, en la misma dirección que fue fundado en 1931, cuando Meiling vio a un doctor en esquís.

Para ese entonces ya existían automóviles y otros vehículos motorizados, pero lo que llamó la atención de Otto fue ver cómo el médico Juan Nuemeyer se desplazaba con unos esquís a través de las calles nevadas del pueblo, también por las laderas de los alrededores. Se hicieron amigos y junto con Reynaldo Knapp fundaron el C.A.B. Abrieron la primera escuela de esquí en el hemisferio sur, organizaron competencias de deportes de invierno y expediciones de montaña.

Llegó un punto en la década de los cincuenta en el que Otto Meiling se distanció del club andino, estaba en contra de las construcciones en el centro de esquí Cerro Catedral. El teleférico, parecido al que yo usé en mi ascenso al Cerro del Otto, le parecía una falta de respeto al lugar, como si la montaña tuviera que cambiar para comodidad de los turistas. A su parecer somos las personas las que tenemos que adaptarnos a la naturaleza. El que se quiera deslizar por una pendiente de nieve de 2,405 metros debe subirla por sus propios medios, no sentado en una silla colgada de un cable.

Continuó con sus expediciones por las puntas y los parques nacionales del sur, alejado de los que no recorrían las cordilleras a pie. Construyó algunos refugios en las cimas a las que llegaba para ser usados por él u otros exploradores, se mudó a uno de ellos. Pasó sus últimos días en el Berghof, una vivienda de montaña en el Cerro del Otto. Una de estas casitas está en el Tronador.

Luego de otros intentos fallidos, el 3 de enero de 1939 Otto Meiling llegó a la cima del Cerro del Tronador, nueve años después de mudarse a Bariloche y seis desde la vez que estuvo cerca de la meta. Con el paso de los años el desprendimiento de pedazos de los siete glaciares que lo cubren ha causado que esta cumbre se erosione. Sus laderas se han reducido. Escalar la cumbre por el lado chileno, el argentino o el punto fronterizo sería más sencillo hoy que las quince veces que el montañés del fin del mundo estuvo en la punta. ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas

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