Reconocido por un estilo fino y una sensualidad pagana, Pierre Louÿs es autor de una obra caracterizada por una moral alternativa que podría incomodar inclusive a algunas de las conciencias libertinas del siglo XXI. Su obra puede ser una linterna para explorar el lado más oscuro de nuestra sexualidad.
Como consecuencia del accidente sufrido por una vieja institutriz de los hijos reales, que se fue de bruces contra el suelo tras resbalar en un charco de esperma y se mató, se han dispuesto advertencias por toda la ciudad con la siguiente inscripción: “Prohibido derramar esperma en la vía pública”. Dicho en otros términos, una jovencita tiene absoluto derecho de chupársela a quien quiera, pero no le está permitido escupir el esperma.
—Pierre Louÿs, L’Île aux dames
Una isla disipada
Cuatro navíos franceses, gobernados por Hercúleo de …, encallaron fortuitamente hacia 1623 frente a lo que se conoce como L’Île aux dames, al oeste de las islas del Cabo Verde. Dos de las naves del extraviado convoy que se dirigía a la Guyana, transportaban familias de colonos acaudalados. Otra, artesanos y utensilios de toda índole. El último galeote, acaso el más generoso, transbordaba meretrices; “de doce a quince años, frescas, sanas” y libres de padecimientos venéreos.Un millar de ciudadanos franceses desembarcaron en esta isla de vegetación admirable. Sin mosquitos, sin serpientes, la isla se encontraba habitada por “un pueblo de indígenas desnudos que acogieron a los recién llegados”. Una raza dulce y hospitalaria. Los nuevos inmigrantes decidieron quedarse. Al poco tiempo Hercúleo de … fue nombrado rey. Después de establecer una capital y hacer un examen médico a todos los habitantes de la isla y, habiendo desterrado a los sifilíticos, terrible flagelo francés, el novel monarca proclamó la “Licencia de coito”. A esta locuaz especie de filántropo debemos las costumbres particulares de esa cándida tierra.
La particular ley fue consentida y rubricada el 7 de mayo de 1623 y, hasta la fecha, ha sufrido apenas un par de enmiendas insignificantes. Transcribo a continuación fragmentos del estatuto que dan cuenta de su espíritu civilizador:
Damos a nuestros ciudadanos licencia de proceder sexualmente hacia toda mujer o jovencilla bajo su consentimiento, sin impedimentos de edad, estado social o parentesco, en todo lugar público o privado y como mejor le parezca. Damos igualmente a toda mujer o jovencilla licencia de dejarse follar por quién deseé, en toda forma y posición de jodienda; donde guste y sin impedimento de ninguna índole.
Además, es completamente lícito llevar al aire “vergas” y “coños”: la ley alega que “siendo partes nobles y no vergonzantes” nadie está obligado a esconderlas. Los actos impúdicos, la fornicación, el adulterio, el incesto y demás variantes de libertinaje son legítimos y hasta loables; con excepción del rapto y la violación, que se castiga con la muerte. Esta extravagante ordenanza que, curiosamente, no ha encontrado furiosos detractores y sí exacerbados prosélitos, decreta que:
sin excepción, ninguna jovencilla podrá permanecer virgen cuando las tetillas y el bello púbico comiencen a desarrollarse; si se encuentra a alguna en estado núbil y virgen, se le darán siete días hábiles para desvirgar. Pasado este generoso plazo, si no encuentra hombre o siquiera ha hecho el intento, será encerrada y desflorada a la vista del público.
En L’Íle aux dames no sólo las leyes y la moral están sometidas a los caprichos de la voluptuosidad y el desenfreno, lo mismo pasa con la arquitectura, el urbanismo, las artes: la totalidad de la vida social. De tal suerte se yerguen maderos de forma fálica suspendidos por cadenas alrededor de algún monumento arbitrariamente libertino. Las aceras disponen de bancas especiales que promueven la cópula, incluso las hay exclusivas para damas con pequeños apéndices fálicos en piedra, “para que las mujeres puedan sentarse absorbiéndolas por detrás”. Son frecuentes nombres tales como “Donde la bella enculada”, sastrería, o “Las delicias de las masturbadas”, librería.
En la Calle de la Vulva Roja, por ejemplo, “cualquier jovencita que se entregue a un acto amoroso” frente a las terrazas de los cafés recibe algunas monedas por parte de la casa. Se nos advierte que ahí, en detrimento del coito y la sodomía, las jovencillas se entregan preponderantemente al safismo o la masturbación. El famoso restaurante Lengua en el Culo, enclavado en la exclusivísima Plaza del Coño de la Reina, al tiempo que el comensal se hace masturbar ofrece su especialidad: brochetas de coño de oveja al vino blanco. El platillo, como adivinará el lector, resulta sumamente alegórico. Incluso es frecuente que alguna jovencilla juguetona pida entusiastamente al mesero “algo para meterse en el coño”. El mesero con toda sencillez regresa con una berenjena y, ahí mismo, a la vista de todos, la chica introduce ese reconfortante vegetal en la vagina, hasta descargar.
“—¿Qué haces? —Me masturbo, tengo ganas. —¿Te has corrido? —Casi, señor, no me detenga. —¿No prefieres joder? (sacando la verga) —¡Oh! Sí señor, pero rápido, ¡rápido! Una metida hasta el fondo y me corro”. El diálogo, a primera vista procaz e inoportuno, es un ejemplo de lo que se escucha usualmente al caminar por las calles de la ciudad. Cuando alguna jovencita acepta el coito en plena calle, simplemente ofrece su coño por detrás con una ligera inclinación de pecho hacia delante.
El cronista hace hincapié en el hecho de que toda boutique es mitad burdel. Las nalgas de las vendedoras y la patrona están a disposición del cliente a cambio de unos francos en caja. En las revistas del corazón se encuentran las celebridades fotografiadas en poses obscenas durante en su juventud y “Culo tierno” o “Crema de coño” son nombres de las fragancias más refinadas que se encuentran en la Parfumerie.
Se nos advierte que ahí, en detrimento del coito y la sodomía, las jovencillas se entregan preponderantemente al safismo o la masturbación.
En las librerías figuran títulos sugerentes de su literatura. En narrativa “Mamá se masturba”, “El coño del Corazón” o “La verga enfurecida” son algunos de los clásicos. “Pelos negros” o “Eyaculaciones en sus bocas” son obras canónicas de poesía. La historia del Arte (La verga en el arte decorativo), la filosofía (Reflexiones de una pequeña onanista) y la ciencia (Cómo descargan ellas), son otras de las áreas del conocimiento que representan la vida intelectual de académicos y letrados en la isla. En cuanto a la música y los bailes, sólo se sabe que son de obscenidad extrema. En el museo de fisiología el visitante encontrará modelos de cera representando todas las formas de cópula posibles.
Es inútil agregar que existen fiestas nacionales, como el “Record de jodienda” y el “Record de sodomía”. El lector avezado adivinará la temática de semejantes conmemoraciones. La educación no es menos disoluta: la actividad recreativa para ellas, consiste en adivinar quién tiene un objeto escondido en el coño. Para los mozos, hacerse mamar el pito a través de la verja del patio de recreo. Los colegiales asimilan ágilmente la Historia de Francia y sus consecuencias: no existe párvulo que ignore el hecho de que Luís XVI padecía de estrechez en el prepucio, lo cual, mantenía inconforme y sumamente colérica a María Antonieta.
Tal es la isla que figuró Pierre Louÿs un siglo después de Sade. L´Île aux dames es el proyecto de novela erótica que el autor nunca terminó o, si quiera, comenzó y ¿qué importa? Jovencitas desnudas, masturbadas, masturbantes, enculadas, meonas, desfilan por el texto licencioso de Louÿs. Vertiginosamente, el lacónico lector, se arroja a la lectura de páginas henchidas de conceptos como: cojón, almeja, raja, meneársela, sesenta y nueve, puta, desencoñar, cola, picha, etc. En él, no sólo esbozó la topografía, las costumbres, la literatura y su moda: se hallan pasajes cotidianos de un colosal sentido del humor, donde la lujuria, el delirio erótico, la perversión y deleites similares se saborean con voluptuosidad, dando de esta manera un giro a la obra, que deviene de inacabada a inacabable, de no terminada a interminable. En esta isla utópica, el erotismo, la voluptuosidad, la disipación, el libertinaje, la obscenidad, son una vocación por el infinito. Un mundo de ensueño gobernado absolutamente por la sexualidad.
Ponderar la sodomía
Otra obra póstuma, inacabada, infinita y, como la anterior, inédita en lengua española es Manuel de Gomorrhe, que constituye, como su nombre lo advierte, un sumario sustancial sobre el coito anal. Pensado para ser escrito en tres tomos, el manual se divide en capítulos que van de lo anatómico y lo fisiológico, hasta historia, consejos y causas que determinan la sodomía.Así, se clasifican las mujeres sodomitas según su carácter: púdicas, correctas, indiferentes, inventivas, masoquistas, curiosas, etc. Según el tipo: rubia, morena peluda, en cinta, jovencita virgen, obesa, grande etc. Las causas que determinan la afición por la cópula anal van de la tradición, deseo y vicio, al deber o necesidad física. Estas, a su vez, se subdividen en categorías como: esnobismo, ambición, incesto, amor, aburrimiento, tortura, etc. Louÿs intentó ilustrar con anécdotas y paradigmas cada uno de los rubros de su puntualísima clasificación.
Las causas que determinan la afición por la cópula anal van de la tradición, deseo y vicio, al deber o necesidad física. Estas, a su vez, se subdividen en categorías como: esnobismo, ambición, incesto, amor, aburrimiento, tortura, etc.
De ahí sabemos que “se persuade fácilmente a las mujeres un poco ingenuas” de que la única cura posible contra el estreñimiento (“enfermedad femenina por excelencia”), es la sodomía. El autor revela que una mujer joven, a quién él había dado el secreto para terminar con su incómodo padecimiento, “viene cada vez que lo necesita y me ofrece sus nalgas como a un boticario”. En la subcategoría de adúlteras, se encuentran mujeres ávidas de venganza que dan al amante lo que niegan al marido: “el jamás ha entrado ahí, mi culito es para ti sólo”. Las mujeres que prefieren jovencillos inexpertos, describe el manual, al encontrar verguillas insuficientes, lo “aprovechan para practicar la sodomía, sin miedo a resultar heridas. Fue así como yo fui iniciado a la voluptuosidad anal”, confiesa. Una desconocida en un vagón, tratando de encontrar placer donde sólo había mediocridad, “dirigió mi pequeño miembro hacia su abertura anal, masturbándose ella misma con frenesí”. Estas últimas, se clasifican como paidófilas. Las catalogadas bajo el rubro de pudorosas, se refieren así: “sorprendí a una mujer desnuda en una habitación. Precipitándose al pié de la cama se cubrió la cara bajo la almohada. —Haga conmigo lo que usted quiera, pero no me mire. Como sus nalgas estaban al aire y su culo a la vista, aproveché. Ella guardó silencio”.
Incluso el Manuel de Gomorrhe, se extiende en consejos para llevar a cabo el acoplamiento sexual con mayor satisfacción. A propósito de la lubricación, desdeñando aceites, mantequillas, saliva, mucosas naturales, cremas aromáticas e, incluso, la lubricación natural de materias fecales, “el procedimiento perfecto, parece ser el de encapotar el glande con una piel de durazno vuelta hacia dentro, esto favorece el pasaje del miembro por el esfínter sin ser tan resbaladizo como la vaselina”. Las principales fórmulas de invitación a la sodomía, así como sus trece medios de seducción se incluyen en el capítulo Medios. En las conclusiones el lector encontrará cuáles son las cinco mejores sodomitas.
Abundante en detalles picantes y anécdotas que se pretenden autobiográficas, el manual se extiende en una divertida saga de pequeñas imágenes disolutas, cual coloridas miniaturas, donde Pierre Louÿs relata de manera realista, incluso médica, las experiencias de muchas jovencitas que, sabiéndolo o no, conceden un lugar específico al coito anal: las que reclaman la sodomía (gusto), las que se hacen pagar (prostitución), las que preferirían otra cosa (docilidad), las que hay que violentar (resistencia), las que se hacen del rogar (repugnancia), las que no saben (ignorancia), las que esperan a que se lo pidan (coquetería) y las que no ven ningún inconveniente (indiferencia). Según el compendio, toda mujer puede ser clasificada en esas ocho categorías sentimentales: “para que una mujer rehúse siempre la sodomía, dice el autor, es necesario que sea a la vez bonita, fría, rica y realmente piadosa”.
Descollar el gran arte de la voluptuosidad
Literato, escritor, poeta, crítico, lingüista, esteta, dandy o fotógrafo, Louÿs era además amigo, entre otros, de Debussy, Mallarmé o Apollinaire. Los peritos colocan su Manual de urbanidad para jovencitas (verdadero extracto civilizador)y su novela Trois filles de leur mère (inédita en español), como sus obras cúspides y sediciosas. Buñuel basó su Oscuro objeto del deseo en la memorable novela La Femme et le pantin de Louÿs (1870 – 1925) y Wilde apuntó sobre él: “es demasiado bello para ser un hombre, que se cuide de los dioses”.
Buñuel basó su Oscuro objeto del deseo en la memorable novela La Femme et le pantin de Louÿs (1870 – 1925) y Wilde apuntó sobre él: “es demasiado bello para ser un hombre, que se cuide de los dioses”.
Más allá de los panegíricos que lo colocan como el escritor más erotómano de la lengua francesa, la prosa de Louÿs es subversiva, elegante y alegóricamente humorística. Escribió su primer texto erótico a los 19 años y, hasta su muerte, nunca abandonó el género. Dispersos después de su muerte, 420 kilos de manuscritos esperan ser editados para engrosar su colección. Es poco probable que conozcamos en su totalidad la obra erótica de Pierre Louÿs.
Hacia mediados del siglo XVIII Julián Offray De La Mettrie, ese dulce anti-séneca, escribió: “si, no contento con descollar en el gran arte de la voluptuosidad, la crápula y el desenfreno no son suficientes para ti, la obscenidad y la infamia están ahí para tu participación gloriosa”. A medida que se lee la obra de Louÿs, el lector abandona la carcajada vulgar sustituyéndola por la sonriente y elegante mueca de complicidad, recordando que nadie está por encima del sexo.
Anécdota acalorada a manera de epílogo
Una fría tarde invernal regresaba en tren a París de un fatigante viaje por el norte de Italia. Me acompañaba un ejemplar de Manuel de Gomorrhe suivi de L´Île aux dames, y me entregué a su voluptuosidad sin resistencia. Al poco tiempo, mi vecina de asiento miraba con curiosidad el librillo que ostenta un inquietante par de nalgas en el anverso. Conforme mi timidez fue disminuyendo y creciendo el delirio erótico producto de esa lectura licenciosa, me dirigí a la fisgona joven de un lado, y pregunté:
—Madame, ¿le gustaría leer para mí algunos pasajes de mi libro? Es un compendio erótico y estoy seguro que en su voz se escucha mejor que en la mía. La chica sonrió leyendo el título y, tras un gesto de curiosidad, leyó al azar:
—“Mi pequeño, ya me he masturbado cinco veces esta mañana; no puedo más”. Ruborizada y alegre, la desconocida continuó: “Pero Didier la masturba. Ella suspira y cede, se acuesta en el borde de la cama, levanta sus piernas, se hace encular por debajo y se masturba cerrando los ojos”.
El resto del trayecto a París transcurrió entre lecturas libertinas y risillas ilícitas. Los viejos miraban escandalizados. Nos divertimos buenamente los dos.
Fragmentos
Jardín público
Siendo los caminos de tierra, ahí está permitido arrojar esperma. El parque es muy frecuentado.En cada puerta se encuentra una docena de jovencitas en línea que avisan a los visitantes: “¿Masturbada? ¿chupada, Señor?”. Otras corren pesadamente diciendo: “¡en mis tetotas, querido, en mis nalgas!”
Al pie de un matorral, sobre la hierba, dos o tres parejas cogen. Gritos de placer. Una jovencita se aferra a un árbol mientras un joven la folla por detrás. Una bella dama intenta introducirse en el culo el pezón de una nodriza, y frota sus nalgas con pasión sobre la teta desnuda.
—Pierre Louÿs, L´Île aux dames
Rosine. 17 años. Ayuda de cámara
Muy estilizada y siempre correcta. Hija de una institutriz, Rosine fue dispuesta a los 10 años como “chica” de una cortesana quién la educó y pervirtió a la perfección, todo a la vez. A los trece años prefirió el estado de ayuda de cámara al de meretriz dado a que tenía el coño delicado y a que los excesos de burdel le hacían mal; pero es lesbiana, folladora, felatriz, onanista y sodomita con igual docilidad y cortesía.
Llama donde Lucienne que está sola: “—¡Entre! —Son las tres y media. ¿La señorita piensa masturbarse? —¿Y por qué Rosine? —Porque el Sr. Roger va venir; y si la señorita no está en calor, follará mal. —Tienes razón; pero házmelo. Me aburre hacerlo yo sola”. Rosine obedeció. A pesar de su habilidad, la masturbación duró diez minutos. Agotada, Lucienne se corre y se tumba diciendo: “¡cinco veces desde esta mañana! ¡Ah! sí, ¡follaré bien! ¡Pero qué pretensión! ¡Rosine! No descargaré ni una gota. —Tiene qué, Señorita.
—Pierre Louÿs, L’Île aux dames
Desobediencia de las jovencitas
“¿Por qué quieres hacer eso? —Porque mamá lo prohíbe. Debe ser mejor que nada”. Tal fue la respuesta que obtuve de una jovencita que me habían proporcionado en una casa de citas. La niña, desflorada a los diez años, follaba. Su madre le había enseñado a chupar y le había prohibido hacerlo por detrás. Esta prohibición no había hecho otra cosa que excitar a la pequeña y ella quería probarlo inmediatamente. Ella no comprendía, si quiera, que antes de esta difícil operación, yo tomara precauciones, como ensanchar su ano separándolo con los dos pulgares o meneando dentro dos dedos.
—Pierre Louÿs, Manuel de Gomorrhe
Escándalo
La sodomía puede darse sin más motivo que el de escandalizar a un tercero. Una chica vino a casa contándome que, harta del carácter moralista de su hermana que era virgen y muy piadosa, la había atraído a su casa esa misma mañana y se hizo sodomizar en su presencia con lujo de actos libertinos y de exclamaciones obscenas, que habían trastornado a la pobre.
—Pierre Louÿs, Manuel de Gomorrhe
Infancia
Un hecho bastante conocido de los hombres que buscan las jovencitas es que, sobre los ocho o diez años, el esfínter es menos estrecho, menos frágil y también más excitable que la vagina.
Las jovencitas que se masturban entre ellas no conocen más de dos centros voluptuosos: el clítoris y el ano. La vagina es prácticamente insensible hasta la pubertad; yo mismo he experimentado en ocasiones. Ni el dedo, ni la lengua, ni la verga estimulan su nerviosidad. Por el contrario, todas las jovencitas son susceptibles de gustar la masturbación anal y de habituarse a la sodomía si se practica con precaución.
Al cabo, el miembro viril penetra en su totalidad en el intestino de una jovencita, mientras que en un coño infantil, sólo el glande puede alojarse. Es por esto que una niña sólo puede ser realmente amante de un hombre a condición de facilitarle su pequeño orificio.
—Pierre Louÿs, Manuel de Gomorrhe
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Traducción de Pedro Trujillo