Planeación y certeza

Las elecciones que vienen…

La falta de certeza y planeación resultan preocupantes para un ejercicio democrático inédito, porque la legitimidad del proceso puede ponerse en duda, lo que echaría por la borda las motivaciones de su instrumentación.

Impresión de las boletas. Fotografía: Gobierno de México.
Un objetivo sin un plan no es más que un deseo.
—Antoine de Saint–Exupéry

Una vez aprobados por el Consejo General del Instituto Nacional Electoral, los primeros acuerdos sobre la elección de juezas, jueces, magistradas y magistrados, ministras y ministros, resulta necesario analizar qué tanto beneficiarán al proceso.

Entre los más importantes nos encontramos con las restricciones para hacer campaña y el de la aprobación de la impresión de las boletas, con las que se desechó que puedan aparecer con seudónimo, ya que su uso vulnera la equidad de la contienda. Hecho que debe aplaudirse. Sin embargo, al revisar las boletas vemos que éstas constituirán un galimatías, ya que sólo aparecen espacios para que de puño y letra del electorado se ponga el número de la candidatura respectiva.

Hubiera sido mucho mejor que fuera una hoja numerada tipo bingo en la que bastara cruzar el numeral respectivo, lo que haría más simple el proceso y más fácil el conteo de los votos.

Por otra parte, falta aún saber si las y los candidatos podrán contar con representación en los Comités Distritales donde se llevará a cabo el conteo, lo que de no ocurrir implicaría una violación flagrante al principio de certeza electoral.

Este principio es fundamental, ya que busca garantizar que el proceso electoral sea igualitario, transparente y quede exento de toda práctica fraudulenta, buscando dar legitimidad a la participación ciudadana.

La mayoría olvida que la planificación es toral para el establecimiento de lineamientos que sirven o pueden servir de referencia del desarrollo de sectores y la muy importante tarea de la definición de políticas institucionales.

Es importante destacar que todo sistema electoral tiene dos enfoques, el primero de ellos es el que se preocupa por la igual participación en el sistema electoral, y el segundo es el que se enfoca en el resguardo y la transparencia de los resultados electorales —los cuales se ponen en riesgo así como está planteado el desarrollo del proceso, ya que la certeza consiste en dotar de facultades expresas a las autoridades para que todos los participantes en el proceso electoral conozcan previamente con claridad y seguridad las reglas a la que está sujeta su propia actuación y la de las autoridades electorales.

Lo anterior sólo demuestra que ha faltado mucha planificación para llevar a buen puerto el proceso electoral.

De repente, y no tanto, vemos cómo la mayoría olvida que la planificación es toral para el establecimiento de lineamientos que sirven o pueden servir de referencia del desarrollo de sectores y la muy importante tarea de la definición de políticas institucionales. Planear no sólo es un ejercicio teórico poco productivo o de tener control de las cosas.

En la mayoría de los países el uso de la planificación se utiliza como una herramienta de gestión que permite apoyar la toma de decisiones de las organizaciones en torno al quehacer actual y al camino que deben recorrer en el futuro para adecuarse a los cambios de la sociedad y a los problemas del entorno.

La planificación en el ámbito público se concibe como una herramienta imprescindible para la identificación de prioridades y asignación de recursos en un contexto de cambios y altas exigencias por avanzar hacia una gestión comprometida con los resultados.

La estrategia es un proceso continuo que requiere constante retroalimentación acerca de cómo están funcionando las estrategias organizacionales.

En las organizaciones públicas, las señales no son tan claras, y el diseño de indicadores que permitan monitorear el curso de las estrategias es un desafío permanente, por lo tanto, un aspecto importante en el sector público es la necesidad de evaluar el impacto organizacional y social que ha tenido la instrumentación de la planificación estratégica.

La falta de planificación es una de las principales causas de fracaso y de conflictos en cualquier área de la vida.

No planear provoca que una gran idea sea poco útil, y que sea un elefante blanco si no se cuenta con los recursos necesarios para ejecutarla.

Es muy importante que entendamos como ciudadanos y aficionados que la retórica no suple la planeación, y que culpar al pasado no exime a quien no la lleve a cabo.

Por ello es fundamental para cualquier proyecto, a corto o largo plazo, identificar cuáles y cuántos recursos se requieren, porque llevarlo a cabo sin planificación siempre fracasará.

Si ser eficiente es una meta, ello no sucede sin la planificación adecuada. La eficiencia se alcanza analizando procesos y decidiendo cuáles pasos son necesarios para evitar infortunios —como hackeos, por ejemplo.

Cuando no se establecen procesos y cada persona hace las cosas de la forma que se le pegue la gana, siempre será una pérdida de recursos y tiempo valiosos. Sin planificación es prácticamente imposible medir cómo vamos en el camino hacia nuestros objetivos, por eso es muy importante que entendamos como ciudadanos y aficionados que la retórica no suple la planeación, y que culpar al pasado no exime a quien no la lleve a cabo.

La falta de certeza y planeación resultan preocupantes para un ejercicio democrático inédito, porque la legitimidad del proceso puede ponerse en duda, lo que echaría por la borda las motivaciones de su instrumentación. ®

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Publicado en: Política y sociedad

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