Por culpa del amor

¿Esto es amar?

¿Es eso amar? ¿Es eso amar? ¿Es eso amar? ¿Es eso amar? ¿Es eso amar? ¿Es eso amar? ¿Es eso amar? ¿Es eso amar?, me pregunto mil ochocientas veces. Al igual que Camondo y su creador, me niego a seguir el curso natural de cualquier cosa.

Adolfo Couve

Anoche, mientras miraba mi escritorio atiborrado de libros, fijé la vista en la portada de La comedia del arte, escrito por el pintor Adolfo Couve, quien en 1998 se ahorcó en el recibidor de su palacete italiano, ubicado en Cartagena. El motivo, entre muchos otros, fue que el autor de Balneario se creó un amor imaginario, pero a la vez tan real que no estuvo exento de romperle el corazón.

La comedia del arte es una pequeña novela que trata sobre la vida de Camondo, un pintor que se niega a seguir el curso natural de la vida y, por reacción, del tiempo. Es una historia de amor entre él y la mujer que modelaba para sus óleos. Es un relato de amores de puertos olvidados, con olor a humedad. Una relación pasional en el texto, obsesivo en la acción, violento en la descripción e intenso en su totalidad.

Tomé el libro con la intención de leerlo nuevamente. Pero a medida que avanzaba, línea tras línea, se me iba haciendo más difícil seguir. De inmediato noté que, inconscientemente, La comedia del arte había pasado a la lista de libros que jamás releeré.

Y no porque sea malo, sino por la sensación que me provoca cada descripción, cada discurso del pintor; esa extraña nostalgia que desentierran los recuerdos desolados.

Hace tiempo, un frío día miércoles, acompañé al hombre de mis sueños hasta su casa y antes de despedirse con un gran abrazo me pasó un ejemplar de La comedia del arte, de Editorial Planeta. Esa misma noche lo devoré, sólo porque él me lo había prestado.

La comedia del arte es una pequeña novela que trata sobre la vida de Camondo, un pintor que se niega a seguir el curso natural de la vida y, por reacción, del tiempo. Es una historia de amor entre él y la mujer que modelaba para sus óleos.

Al día siguiente, con el motivo de devolverle el librito, lo incité a que lo comentáramos con una taza de café, en algún local del centro de Santiago. Recuerdo que al azar había elegido un párrafo del libro para seducirlo con una conversación de su gusto, a su medida.

Juro que jamás predije que en ese momento me iba a enamorar perdidamente de quien más tarde me dejaría con el corazón destrozado, paseando como Camondo por las góticas calles del centro.

De ese momento creo que ya han pasado tres años. O más. La verdad es que me niego a contar el tiempo: ya entenderán el porqué. Sin embargo, aún rebotan en mi mente aquellas palabras de Adolfo Couve y su Comedia del arte:

Y si llegaras a convencerte de tanto repetir el cuento, ¿no adquiriría cierta forma tu anhelo? ¿Y si tu necesidad de recuperar el amor perdido conmoviera a Dios, que lo puede todo, no tendría una recompensa tu intento? ¿Acaso la fe no comenzaba a involucrarse en sus propósitos? ¿No navegan así, soslayando la vida, tantos disconformes que añoran al término del viaje algo placentero? […] Quien nos abandona, aunque retorne, no es nunca la misma […] Pero cuando el amor ha quedado intacto y sabemos que la persona está viva, no queda entonces otra alternativa que buscarla dónde y cómo sea, incluso apartándola a ella misma, si es que con su cambio nos obstaculiza el paso. ¿Es eso amar?

¿Es eso amar? ¿Es eso amar? ¿Es eso amar? ¿Es eso amar? ¿Es eso amar? ¿Es eso amar? ¿Es eso amar? ¿Es eso amar?, me pregunto mil ochocientas veces. Al igual que Camondo y su creador, me niego a seguir el curso natural de cualquier cosa. No quiero envejecer, no quiero morir, y menos superar-olvidar. Odio ver reflejados aquellos defectos (míos también) registrados por la sociedad (que rodeaba al pintor y a la modelo) como esquizofrénicos, en un relato que tenía como primer fin juntarme en una charla con el hombre de mis sueños. Releer La comedia del arte implica un acto de valentía; una autoterapia límite, tan agresiva que hasta la propia y autodestructiva conciencia me dice: “Basta. Estoy mal”. ®

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Publicado en: Destacados, El amor, el odio y otros sentimientos, Febrero 2012

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