La red se ha convertido en un megamondo film, un show de aberraciones interminable, sin censura ni limitaciones. El ciberespacio es el territorio soñado donde no existen las fronteras y toda combinación de estímulos sexuales es posible, donde cualquier provocación erótica puede ser localizada y utilizada, la mayoría de las veces sin siquiera tener que pagar por ella.
Las caras de la muerte
En 1978 se estrenó en Estados Unidos el filme Faces of Death, escrita y dirigida por John Alan Schwartz, quien aparecía acreditado como “Conan le Cilaire”. Esta colección de momentos mortales pertenece al género del mondo film, películas de serie B también conocidas como filmes de explotación, los cuales exploran temas sensacionalistas en un formato pseudodocumental o shockumentary con un notable énfasis en provocar al voyerista que todos llevamos dentro con la promesa de mostrar imágenes grotescas y repugnantes de la muerte. La cinta de Schwartz hila una serie de viñetas donde se presentan diferentes maneras violentas de morir así como cuerpos sin vida (incluyendo a las momias de Guanajuato), de tal manera, se mezclan imágenes de accidentes atroces, suicidios, crueldad con animales (decapitaciones de gallinas, matanza de bebés focas, peleas de perros y un grupo de comensales devorando el cerebro de un mono vivo en una secuencia totalmente falsificada) con varias secuencias puestas en escena con la intención de estremecer, provocar repugnancia y cautivar al espectador.
Se trataba por supuesto de un esfuerzo para crear un entretenimiento brutal deliberadamente provocador y de “mal gusto” cuyo atributo era su presunto realismo, lo cual lo diferenciaba de los filmes de horror que dependían en gran medida de los efectos especiales que se perfeccionaban a pasos agigantados y de los artificios narrativos del cine. Faces of Death es una película de pésima manufactura que podría ser risible, especialmente por sus infames actuaciones, si no fuera por tratarse de un filme hipócrita. Como la mayoría de las películas mondo, la justificación para mostrar material “cuestionable” es que se trata de una cinta educativa o por lo menos informativa. Faces pasa de una tiesa y ridícula solemnidad a un molesto tono de burla y sorna. A pesar de prometer que “todo es real”, la verdad es que sólo algunas imágenes registran casos reales e incluso cuando muestran hechos que no fueron puestos en escena, a menudo la descripción que se da en la narración es apócrifa o equivocada. Pero a pesar de sus deficiencias algunas secuencias espantosas y repugnantes cumplen el cometido de escandalizar al público.
La “mondomanía”
Los filmes mondo deben su nombre y nacen en 1962 con la cinta italiana Mondo cane, dePaolo Cavara, Franco Prosperi y Gualtiero Jacopetti, la cual, a pesar de no ser un trabajo original ya que numerosos documentales anteriores (muchos de ellos específicamente enfocados en África) presentaban fragmentos de naturaleza semejante, desató un fenómeno mundial que hoy llamaríamos viral y que dio lugar a cascadas de imitadores que seguían el patrón de alternar temas supuestamente serios con humor, acompañados de temas musicales manipuladores y voces narrativas en off que trataban de dar coherencia y sentido a imágenes inconexas. Pero con todas sus deficiencias y falsificaciones el género mondo nos obligaba a reflexionar en torno al impacto de la cámara en determinadas situaciones cruciales que supuestamente no deberían ser filmadas por razones morales, púdicas o legales. ¿Cuál era la relación de los involucrados con la cámara, antes, durante y después de los hechos? ¿La lente inhibía o estimulaba ciertos comportamientos? ¿Es la cámara un medio neutral? A partir de la década de los ochenta, la proliferación y el abaratamiento del equipo de video multiplicó el pietaje de actos de violencia, desastres y catástrofes naturales. La abundancia de imágenes dio lugar a nuevas colecciones de escenas violentas.
Este filme y sus incontables secuelas y sucesores son herederos bastardos del cinema verité, un género que se caracterizó por el uso de cámaras portátiles y una cierta espontaneidad, con la que se presentaban aspectos insólitos de la realidad. Aquí en cambio las convenciones de ese género también servían para hacer pasar a actores por víctimas y criminales, para crear imágenes artificialmente realistas que sembraran horror, duda y conmoción.
El cine de horror es un territorio donde incesantemente sexo y muerte conviven en una tensa relación, miedo y deseo sexual funcionan como emociones mutuamente parasitarias.
En su búsqueda por llevar la provocación siempre más allá los filmes mondo pasaron de su interés por lo extraño, lo absurdo y lo cómico a enfocarse cada vez más en una obsesión por el sexo y la muerte. Tras 1972, con el estreno de Garganta profunda, de Gerard Damiano, la primera cinta porno hardcore que tuvo un gran éxito en cines, los filmes mondo dejaron en gran medida de ser atractivos para el público que exclusivamente buscaba imágenes sexuales. Por lo tanto los cineastas de este género se inclinaron por mostrar más sangre y violencia. Faces of Death era pues la progresión lógica de esa tendencia, al concentrarse en una explotación de la curiosidad y el morbo por mostrar sin pudor aspectos de la muerte censurados por nuestra cultura bajo la ambigua noción del respeto de la dignidad de los muertos. Es obvio que la muerte y el sexo tienen innumerables vinculaciones mitológicas, religiosas y moralistas que van más allá de que ambos son motivo de tabúes en diferentes tradiciones. Quizás nadie en Occidente exploró con tanto ahínco esa relación como el Marqués de Sade, quien describe numerosas escenas de penetraciones, desmembramientos y evisceraciones como últimos pináculos del placer. La metáfora de la petite mort o pequeña muerte se aplica al orgasmo para referirse a la pérdida de la conciencia y al subsecuente desgaste temporal de energía (imaginada como fuerza vital), que a veces viene acompañada de una especie de nostalgia o tristeza. (Hoy se cree que este estado alterado de sopor es provocado por la segregación de la hormona oxitocina.) Además no podemos olvidar que Freud propuso que la vida era conducida tanto por pulsiones (o “instintos”) vitales o eros, como mortales o tánatos.
El cine de horror es un territorio donde incesantemente sexo y muerte conviven en una tensa relación, miedo y deseo sexual funcionan como emociones mutuamente parasitarias.
La idea de convertir a la muerte y la tortura en diversión para segregar adrenalina resultó extremadamente exitosa. Al momento de su estreno Faces fue un fracaso rotundo, aunque su lanzamiento en video corrió con una suerte distinta al alcanzar un éxito sin precedentes yse convirtió en una cinta de culto. Con la masificación del videocasete, el filme de Schwartz circuló de manera descomunal. Así como dio lugar a secuelas y variantes como Faces of Gore y Traces of Death, entre muchos otros, en una franca y continua exploración de la curiosidad que produce la muerte y que está presente en diversos ámbitos de la cultura popular, desde las tradiciones de día de muertos hasta los inagotables shows televisivos de agentes del servicio forenses, como CIS (Crime Scene Investigation) y demás programas que derivan su interés del hecho de llegar demasiado tarde a la escena de un crimen y valerse de restos humanos para resolver los casos. Esta fascinación también está presente en la serie Autopsy (1993-2008), dentro de la serie America Undercover, del canal de televisión por cable HBO, en la que el célebre patólogo forense Michael Baden presenta casos de crímenes investigados a partir de los restos humanos de las víctimas.
Los filmes mondo no cuentan con las muy emblemáticas narrativas donde la mirada masculina acosa y eventualmente se transforma en el arma que agrede a una víctima femenina. En cambio estos filmes presentan y enumeran prácticas sexuales exóticas o sensacionalistas en rincones distantes del mundo (reales o imaginarios).
Buena parte de la fascinación de los filmes mondo consistía en su extraño (aunque predecible) coctel de horror y erotismo. La llegada de los pseudodocumentales como Faces of Death parecía marcar una ruptura de esa tendencia al aislar el componente mortal del sexual, sin embargo, al hacerlo podemos aventurar que aparece una pornografía necrófila asexuada, es decir que comenzó a desarrollarse un material que sería consumido en condiciones semejantes a la pornografía con una intención si bien no forzosamente masturbatoria, sí para un estímulo emocional.
Un año extraño
El año 1978 tiene el cuestionable mérito de haber sido relevante en la saga de algunos de los principales asesinos seriales que decoran el panteón del culto necrófilo pop. Ese año fue atrapado Ted Bundy (15 de febrero); los primos Kenneth Bianchi y Angelo Buono, conocidos como el Estrangulador de Hillside (porque se creía que era un solo asesino) matan a su décima y última víctima (16 de febrero); el Hijo de Sam, David Berkowitz, es sentenciado a 365 años de cárcel (12 de junio); John Wayne Gacy fue arrestado (diciembre 22) y tuvo lugar la masacre de Jonestown donde murieron 918 miembros del Peoples Temple Cult del reverendo Jim Jones (18 de noviembre). Estos criminales impactaron el Zeitgeist no sólo estadounidense sino planetario de manera duradera y se convirtieron en una especie de rockstars con millones de “seguidores” que consumen ávidamente parafernalia macabra.También ese año tiene cierta relevancia en el mundo de la pornografía por dos acontecimientos: Larry Flint, creador y director de la revista y emporio Hustler, queda paralizado en un intento de homicidio (6 de marzo) y se estrena Debbie Does Dallas, quizás la última “gran cinta” de la denominada edad de oro del porno estadounidense, estelarizada por Bambi Woods, una modelo que tan sólo actuó en cuatro cintas y después desapareció dejando algunos mitos urbanos al respecto de su paradero (que había muerto de una sobredosis de drogas o víctima de un asesino serial o de la mafia).
El fin de la edad de oro
Para 1978 parecía claro que el experimento de que la pornografía hardcore se convirtiera en un género como los otros había fracasado. Después de algunos intentos y de un par de éxitos el porno hard seguía segregado, no únicamente por los estudios y cineastas que no se sentían cómodos con la libertad de mostrar genitales, erecciones y penetraciones, sino también por el público masivo que después de pasada la breve moda de ver películas porno en auditorios mixtos, perdió el interés por ese tipo de entretenimiento. Así, el hardcore volvió a ser patrimonio del público “engabardinado” que ocultaba el rostro al entrar a los cines especializados en el género.
La edad de oro se caracterizó por una explosión de una diversidad de filmes en los que se exploraba, a menudo sin mucha inversión ni talento, múltiples fetiches sexuales aunque dominaran las convenciones que demostraban ser más exitosas como la eyaculación externa, el sexo oral y anal.
La edad de oro se caracterizó por una explosión de una diversidad de filmes en los que se exploraba, a menudo sin mucha inversión ni talento, múltiples fetiches sexuales aunque dominaran las convenciones que demostraban ser más exitosas como la eyaculación externa, el sexo oral y anal. En ese periodo comienzan a proliferar los roughies, cintas que mezclaban sexo y violencia, a veces en rituales sadomasoquistas pero a menudo en forma de violaciones actuadas, crímenes, imaginería satánica y actos de coerción. Se trataba de un contrapunto al escapismo radiante del sexo siempre disponible, feliz y abundante de la porno convencional. Este tipo de filmes lograron atraer nuevamente la atención de los censores, quienes buscaban maneras de detener el flujo pornográfico. Dos gobiernos estadounidenses encargaron reportes para evaluar el impacto de la porno en la sociedad y éstos llegaron a conclusiones contradictorias: la President’s Commission on Obscenity and Pornography, del gobierno de Lyndon B. Johnson (1970), que juzgaba que se trataba de un género inofensivo y que lo que debía hacerse era educar al público, y el reporte Meese, encargado por el gobierno de Reagan (1986), que concluía que la porno tenía el poder de desintegrar a la sociedad y que era necesario erradicarla. Ante esta amenaza los pornógrafos optaron por imponerse a sí mismos un severo código censor. De esa manera casi desaparecieron los roughies o fueron empujados hacia un sustrato aún más underground que el propio porno. La estrategia sirvió ya que la industria del cine para adultos pudo sobrevivir casi intacta a las embestidas de la Moral Majority.
La red porno
Es bien sabido que la pornografía fue uno de los principales incentivos que llevaron a las masas a internet. Nunca antes tanta pornografía fue vista por tantos, nunca antes un producto tan controvertido fue distribuido de manera gratuita en todos lo rincones del planeta. Pero un fenómeno inevitable en la pornografía es que abundancia se traduce en aburrimiento, las imágenes porno se devalúan cuando se sobreexponen y pierden su poder de estimular cuando demasiados ojos las han visto. La pornografía digital aparece desde la infancia de Arpanet, se difunde masivamente por internet a través de bulletin boards especializados y la red usenet y se convierte en uno de los más poderosos motores del progreso del www. Y en cada uno de estos medios electrónicos era posible acceder a las facetas más oscuras de la porno y los fetiches más inverosímiles y peculiares. Los pequeños ámbitos privados de los diferentes grupos de aficionados a filias específicas parecían abrirse a cualquiera y revelar sus secretos, sus obsesiones y sus códigos. Esta apertura significaba que aquellos que se acercaban a grupos de fetichistas, ignorando sus convenciones y fantasías, interpretaban literalmente sus rituales eróticos. El ejemplo más obvio es el sadomasoquismo, al desconocer la mecánica altamente ritualizada de los juegos sexuales de dominio y sometimiento el público neófito veía tan sólo actos de agresión, dominio y tortura. No olvidemos que el web tiene ahora dieciocho años, por lo que por lo menos una generación ha aprendido todo lo que sabe del sexo de la porno en la red. Si a esto sumamos que hemos vivido una década de guerra con una proliferación de imágenes atroces de muerte, sometimiento y tortura, tenemos que el resultado inevitable es una gran confusión cultural.Este ambiente fue el caldo de cultivo para un regreso revitalizado de una cultura del sexo violento en todas sus acepciones, lo cual desató no sólo un reciclaje de viejas imágenes sino una descomunal proliferación de nueva pornografía que daba la apariencia de ser cada día más extrema y provocadora. Nuevas industrias comenzaron a aparecer en diversas partes del planeta, muchas intentaron especializarse en ciertos fetichismos y muchas conseguían a sus actrices y modelos de maneras poco ortodoxas, no muy éticas y muy probablemente ilegales. Basta considerar ciertas series como los videos rusos de rape section, en los que se presentan violaciones. Dada la forma en que las secuencias se repiten con un mínimo de variantes de video en video es claro que se trata de puestas en escena. Pero eso no resta a la violencia y la sensación de angustia y desesperación que proyectan las actrices-modelos-víctimas. Algo semejante sucede en los videos chikan japoneses, en los que mujeres son manoseadas y violadas por numerosos agresores en secuencias que parecen extremadamente crueles aunque los genitales aparecen pudorosamente pixelados de acuerdo con las convenciones del porno nipón. Es de imaginar que lo presentado en estas viñetas son simplemente actos preplaneados e incluso ensayados y no registros de actos brutales, pero en el caos de la red se pierden los referentes y resulta difícil entender qué clase de material se está viendo.
En buena medida la red se ha convertido, entre muchas otras cosas, en un megamondo film, un show de aberraciones interminable, sin censura ni limitaciones. El ciberespacio es el territorio soñado donde no existen las fronteras y toda combinación de estímulos sexuales es posible, donde cualquier provocación erótica puede ser localizada y utilizada, la mayoría de las veces sin siquiera tener que pagar por ella. Así el voraz consumidor de imágenes sexuales se enfrenta a un panorama de una extraordinaria versatilidad en el dominio del remix, el mash up, de las fusiones y amalgamas donde todo evoluciona en contrapuntos frenéticos. Así la vorágine del consumo erótico recorre ese paisaje digital en busca de nuevos estímulos y se encuentra con que quedan pocos tabúes en pie. De esa manera nos reencontramos con que uno de los últimos territorios prohibidos está en el horror de la carne, en expresiones sanguinarias de brutalidad y crueldad que antes eran prácticamente inconseguibles. Los autores de los filmes mondo y en particular de las cintas como Faces of Death buscaban cautivar y explotar a un público voyerista al prometerle imágenes aterradoras, pero para ello debían manipular su material, falsificar y engañar ya que las verdaderas imágenes de la muerte eran escasas, estaban seriamente censuradas e incluso incomodaban a los productores y directores sin escrúpulos de estas obras. Hoy en cambio hay un auténtico diluvio de imágenes espantosas y sanguinarias en extremo disponibles para cualquiera que las quiera ver. Las recientes guerras han dejado una enorme colección de imágenes de muerte y desolación, asimismo ciertas guerrillas, carteles y grupos terroristas o criminales se han dado a la tarea de documentar sus ejecuciones, torturas y escarmientos para demostrar su poder. Así han surgido auténticos clásicos macabros, como la decapitación del estadounidense Nick Berg en Irak a manos de supuestos jihadistas o la de Manuel Méndez Leyva por sicarios del narcotraficante el Chapo Guzmán. En el conflicto entre Estados Unidos y sus aliados contra el islam radical, por un lado tenemos las imágenes de abuso y tortura producidas por los guardias de la prisión de Abu Ghraib y las imágenes de bombardeos y ejecuciones extrajudiciales con misiles de decenas de “blancos” y sospechosos, y por otro tenemos videos de atentados con bombas ocultas en las carreteras, hombres bomba y matanzas rituales. Estos productos sobreviven en la red y se convierten en objetos polimorfos, en entretenimiento grotesco que se consume para asustar y estimular.
Lo que queda por entender es ¿cómo nos transforman estos objetos? ¿Qué diferencia hay entre ver una ejecución en video y haber sido testigo de las ejecuciones públicas que hasta el siglo XX eran comunes en gran parte del mundo, y aún siguen siéndolo en unos cuantos países? Lo que parece inquietante es la forma en que estos videos se pueden usar en la privacidad o como inyecciones de adrenalina, como ejercicio de desensibilización, como diversión o recurso para la excitación. Y de la misma manera debemos preguntarnos cuál es el impacto de la cámara y de internet en la imaginación de quienes cometen estos crímenes. ®
[Avance de un libro de próxima aparición. Se reproduce con permiso del autor.]
Roberto Morales Monterios
Roberto Morales Monterrios:me interesa el porno, como puedo suscribirse?
Aportela
Interesante y muy profunda la reflexión final.
Lady Mossad
A mi me gustaría que le dirigieran al Maestro Yehya la siguitente pregunta, luego de leer todo lo anterior: ¿en qué parte de todo lo escrito entra lo que ahora conceptualizan como pornoterrorismo? Si me lo puede explicar con manzanitas, mejor. Gracias.