El televidente no es tanto engañado o conquistado en su voluntad o deseo, sino que éste halla coincidencia, confirmación o correspondencia entre sus gustos, deseos, aspiraciones, suposiciones o creencias con los mensajes que recibe. Si uno tiene una interpretación y valoración sobre la realidad se siente identificado con quien tiene una idéntica o similar.
Fox y AMLO. La importancia del voto útil
Vicente Fox derrotó al Partido Revolucionario Institucional (PRI) gracias al voto útil. Andrés Manuel López Obrador (AMLO) pudo haberlo hecho así, pero no trabajó para ganar el voto de los no amlistas a su favor. La posición “izquierda” vs. “derecha” (nosotros vs. los otros) no funciona para ganar elecciones nacionales. Es necesario sumar, que la ideología no sea freno de mano. Fox enfrentó a las mismas y peores mafias priistas mapacheras y de medios, pero no les alcanzó contra una avalancha ciudadana a su favor. El Instituto Federal Electoral (IFE) no era mejor entonces. Hoy la ciudadanía cuenta con más y mejores controles institucionales para la elección, para validar los resultados. Ahora hay una fiscalía especializada, tribunales electorales y regulación de los medios de comunicación, especialmente de los televisivos. Hay, también, observadores electorales, prensa libre y medios en internet accesibles a los ciudadanos. Fox, quien siempre tuvo una identidad partidaria débil, ganó a pesar de todo sabiendo sumar aliados y multiplicar simpatizantes.
Hoy, eso que dice ser “las izquierdas” tiene oportunidad de ser algo mejor y comenzar a ganar nuestro “voto útil”. O volverá a cometer los mismos errores y perder otra vez. Que no se esperen otros seis años para pedirnos nuestro voto útil, comiéncenlo a ganar desde hoy. Si comienzan restando y dividiendo, en vez de sumar y multiplicar, en 2018 les espera lo mismo. Necesitan un cambio verdadero.
Sumar a “la oligarquía”
“La oligarquía” no es un monolito. Es un conjunto de intereses, necesidades y preferencias que también compiten entre sí, que tienen sus propios acuerdos y desacuerdos en distintos momentos y circunstancias. En las clases sociales no hay cohesión absoluta ni un comportamiento solidario uniforme: los pobres se matan entre pobres y los ricos entre ricos, generalmente. Cada quien tiene a sus peores enemigos a menos de un par de cuadras de su casa. “La oligarquía” tampoco es un ente puramente malvado, conspirativo y sedicioso. Lucha y defiende sus intereses, pero también está interesada en un país con más bienestar para todos, teme a la inseguridad y a las crisis económicas tanto o más que el Pueblo Bueno. Para ganar hay que contar también con la simpatía o aprobación de una parte importante de ella. Lo han hecho Lula, Bachelet, González, etcétera.
¿Vale la pena pelearse con una televisora?
Hoy, eso que dice ser “las izquierdas” tiene oportunidad de ser algo mejor y comenzar a ganar nuestro “voto útil”. O volverá a cometer los mismos errores y perder otra vez. Que no se esperen otros seis años para pedirnos nuestro voto útil, comiéncenlo a ganar desde hoy. Si comienzan restando y dividiendo, en vez de sumar y multiplicar, en 2018 les espera lo mismo. Necesitan un cambio verdadero.
En los países socialistas no han prescindido de programación televisiva semejante a la que tenemos en México. Telenovelas producidas por Televisa han sido transmitidas en la Unión Soviética y en China desde antes de su liberalización económica. En Cuba se ven, además de telenovelas colombianas y brasileñas, el juego de pelota o beisbol que hace las veces del futbol en nuestro país. Lula no se peleó con las televisoras para poder sacar de la pobreza a varios millones de brasileños. El punto es: más vale promover una mejoría de los contenidos televisivos, espacios de colaboración con autoridades educativas, que emprender una cruzada contra una u otra empresa. Y es que la responsabilidad de educar es de una secretaría de Estado y las correspondientes a las entidades de la federación, y no de las televisoras. Si alguien les declara la guerra o las utiliza para fingirse víctima de un “bloqueo” y un plan maligno en su contra, que no espere neutralidad de su parte. Éstas necesariamente apoyaran o estarán más dispuestas a colaborar con quien esté dispuesto a negociar. Si bien pueden dar mucho más de sí a favor del bien público, las televisoras mexicanas son una fortaleza del país, no una debilidad. Al menos hacen más bien al país que los políticos demagogos y populistas que siempre han vivido del gasto público. Ellos son el verdadero lastre, los que no han creado nunca un empleo y emprenden boicots contra empresas.
Sin diferencia moral
Entre las irregularidades halladas en la elección estuvieron las casillas “zapato”, es decir, aquellas en las que el total de los votos fue a favor de un solo candidato, lo que permite suponer la posibilidad de que son resultado de un acto de corrupción. De un universo de 144 mil casillas sólo se encontraron 23 en esta situación: nueve a favor de Enrique Peña Nieto, ocho a favor de Josefina Vázquez Mota y seis a favor de Andrés Manuel López Obrador. Esto es un ejemplo de dos cosas, de que los actos de corrupción fueron excepcionales y de que participantes de todos los partidos incurrieron en prácticas antidemocráticas, que no hay el partido de los malos y sucios y el o los partidos de los buenos y limpios. Podría haber una diferencia cuantitativa (quién es más o menos sucio), pero no cualitativa (no hay honradez u honestidad a medias).
La importancia de preparar lo que sigue a la jornada electoral
Dado que las elecciones se ganan no sólo en las urnas sino también en los tribunales, los partidos están obligados a fortalecer tanto su capacidad de rendimiento electoral como su capacidad de rendimiento litigante, o se quedarán cojos en una carrera para bípedos. La debilidad institucional no está tanto en las autoridades electorales y los tribunales en la materia, sino en los partidos diseñados mucho más para la movilización y organización de bases que para la lucha en el entramado jurídico. Más vale llenar de pruebas contundentes los tribunales que de simpatizantes las plazas. Vale tanto un buen equipo de operadores políticos como un buen equipo de abogados. La competencia poselectoral hay que construirla desde la campaña, sobre todo cuando las reglas y los antecedentes de elecciones previas dan cuenta de las posibilidades de modificar los resultados.
El deber de respetar las preferencias partidarias
Todos tenemos derecho a pronunciarnos a favor de la opción partidaria de nuestra preferencia y a hacerlo en contra de las que nos son antipáticas. A lo que no tenemos derecho es a descalificar u ofender a quienes tienen una simpatía distinta la nuestra. Tenemos que pensar que así como unos tienen buenas razones o motivos para ello, los otros también, que inclusive aunque no sean tan buenas son respetables. Todo partido y candidato que ha obtenido su registro para una competencia electoral ha cumplido con los requisitos que las reglas de nuestra democracia han establecido para ellos. La legitimidad de su participación proviene de su legalidad. Lo que no es legítimo son las posiciones en que en una opción están los inteligentes, los honestos y libres y en las otras están los pendejos, los corruptos y los manipulados. Si hiciéramos un estudio empírico podríamos comprobar que en todas las opciones hay gente más o menos inteligente, honesta y deshonesta. Dentro de diez años deberíamos estar repudiando a quienes expresan insultos a quienes tienen una preferencia política o partidaria distinta a la propia, tal como hoy se hace en cuanto a preferencias u orientaciones sexuales.
Democracia y mayoría silenciosa
¿Es más valiosa la protesta que la conformidad?¿Es mejor ciudadano el que protesta en la vía pública que quien no lo hace porque no siente la necesidad de salir a protestar? La mayoría silenciosa es la que permanece en un estado de conformidad con la situación o que, al menos, su inconformidad se mantiene en un nivel de tolerancia a la frustración, en tanto que las minorías intensas están integradas por las burocracias partidarias, sus clientelas políticas, profesionales de la protesta y simpatizantes voluntarios. La democracia tiene el mérito de que en una elección el voto de quien pertenece a la mayoría silenciosa vale tanto como el de quien forma parte de las minorías intensas, en que no hay voto de superioridad moral ni intelectual conforme al principio de igualdad, ni vale más el grito y el aspaviento que el silencio y el orden.
¿Puede una televisora imponer a un presidente?
¿Somos manipulables? ¿Puede una televisora manipularnos? ¿La publicidad y la propaganda, la información noticiosa y los contenidos de opinión son capaces de decidir una elección? Las preguntas de investigación pertinentes, sean para psicología, sociología o ciencias de la comunicación más bien deberían considerar: ¿Qué tanto? ¿Quiénes y en qué condiciones o momentos? Son preguntas a las que desde un tratamiento académico no cabría responder sí o no para todos, en todo momento y en toda circunstancia.
El concepto manipulación implica que hay dos sujetos: uno que manipula y otro que es manipulado, y que de parte del segundo no hay resistencia para que su comportamiento obedezca a la voluntad del primero. Manipular es que tomo algo con las manos y lo hago como quiero o lo llevo a donde se me da la gana. Implica que los estímulos o mensajes del primero sean los correctos para doblegar la voluntad del segundo o para convencerlo o que al menos debe hacerse entender para que un sujeto o grupo sin voluntad comprenda lo que debe hacer y actuar en consecuencia. Manipulación es, por lo tanto, un concepto extremo en un proceso de comunicación o de dominación: entre ser manipulado (voluntad sometida al 100%) y no ser manipulado (voluntad sin sometimiento, 0.0%) hay una variedad de posibilidades que como categorías de análisis pueden ir en un rango muy amplio que va de la sugestión y la persuasión a la influencia y la intimidación.
El televidente no es tanto engañado o conquistado en su voluntad o deseo, sino que éste halla coincidencia, confirmación o correspondencia entre sus gustos, deseos, aspiraciones, suposiciones o creencias con los mensajes que recibe. Si uno tiene una interpretación y valoración sobre la realidad se siente identificado con quien tiene una idéntica o similar.
La influencia de un medio sobre los telespectadores es una variable más, pero no condición suficiente para el resultado de una elección. La manipulación no existe o, al menos, tiene resultados muy limitados. La manipulación de la información sí que existe, es un hecho, y se llama noticia: darle significado a la información es manipularla, es interpretar y darle sentido a los datos. Pero no hay una teleaudiencia de muñecos de trapo sin voluntad a los que se les puede ordenar un comportamiento.
La lista nominal del padrón electoral es de 79 millones y pese a la repetición de spots no pudo lograr que el 40 por ciento de ellos asistieran a votar. Si supuestamente una televisora manipuló para que los ciudadanos votaran por el candidato del PRI, el hecho es que hubo 31 millones que no lo hicieron. Si Televisa llega a todos de electores y es capaz de manipularnos para hacernos votar por quien así quiera, ¿qué caso tendría comprar cinco millones de votos?, según las protestas de quienes afirman que así lo hizo ese partido. Si a los 19 millones que votaron por Enrique Peña Nieto le restamos cinco millones de compra y 13 millones de voto duro, los de sus sectores y corporaciones, entonces, según el propio supuesto, los manipulados resultan apenas en un millón.
Es decir, una televisora, con todo su poder de persuasión, no es capaz de imponer a un presidente porque no puede hacer por sí misma que la mayoría del electorado decida su voto a partir de sus mensajes. Podría hacerlo en el caso de una minoría. ¿Qué tan pequeña? Es todo un reto investigarlo, pero si descontamos el voto duro que tiene cada partido, el voto razonado y diversas motivaciones para decidir el voto en un sentido o abstenerse (el castigo, el premio, la simpatía, la antipatía, la recomendación, la expectativa de conveniencia, el voto corporativo, la tradición, las creencias religiosas, el error, el azar, etcétera), tal vez hallaríamos dos, tres o cuatro por ciento que decidieron su voto primordialmente como resultado de un conjunto de acciones deliberadamente tendencioso de una televisora.
El televidente no es tanto engañado o conquistado en su voluntad o deseo, sino que éste halla coincidencia, confirmación o correspondencia entre sus gustos, deseos, aspiraciones, suposiciones o creencias con los mensajes que recibe. Si uno tiene una interpretación y valoración sobre la realidad se siente identificado con quien tiene una idéntica o similar. Difícilmente las convicciones se cambian a partir del contraste con las distintas u opuestas. Muy difícilmente alguien deja de ser católico por ver un programa sobre el islamismo o el budismo o el Pare de Sufrir. Son quienes han desertado o apostasiado de su fe católica los más propensos a inscribirse a otro culto. Si equis persona llega a ganar como supuesto candidato de las televisoras, pues es porque va a ser el que confirme los valores, los gustos o las aspiraciones de la mayoría de los electores, más que por una manipulación o sesgo informativo. ®