Qué tiempos aquellos, señor fray Servando

Fray Servando Teresa de Mier fue parlamentario durante un breve periodo, en el que dio muestras de su sensibilidad y aguda inteligencia para identificar los problemas y la realidad del naciente país.

Fray Servando.
La generalidad del linaje humano es un ruin rebaño, que en sabiéndole atajar las vueltas se le lleva donde se quiera. […] los más de los hombres, por ahorrarse el trabajo de pensar ellos, dejan que otros los piensen, y como a bestias de reata los lleven a su antojo del cabestro.
—Bartolomé José Gallardo

Los orígenes institucionales de una nación son siempre aleccionadores. A condición de que se logre eludir los sempiternos eslóganes y simplificaciones de la propaganda política propia de los sucesivos regímenes, su estudio permite aprehender los cimientos de su específica configuración estatal, evidente punto de partida de las modificaciones y ajustes —no siempre para mejorar— sucedidos a lo largo de su historia, esa que el Quijote reputaba como “madre de la verdad, émula del tiempo, depósito de las acciones, testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente, advertencia de lo porvenir”.

En el caso mexicano, y en lo que atañe a este aspecto, corresponde un notable valor pedagógico al legado de fray Servando Teresa de Mier contenido en su breve actuación como parlamentario. No sólo por el llamativo y peculiar estilo de su prosa y de su oratoria, siempre directas y afiladas, sino sobre todo por su aguda e inteligente identificación de los problemas enfrentados y su clara percepción de la realidad circundante.

De tres textos suyos ­—un librito de 150 páginas: Memoria político–instructiva, enviada desde Filadelfia en agosto de 1821 a los jefes independientes del Anáhuac, llamado por los españoles Nueva España; el discurso del 13 de diciembre de 1823, bautizado un tanto melodramáticamente como “de las profecías”, y finalmente el “Voto particular del doctor Mier” emitido el 28 de mayo de 1823— se desprende con toda nitidez el tratamiento de tres aspectos decisivos en la configuración del tipo de Estado y el sistema de gobierno de cualquier nación. Analíticamente considerados, estos razonamientos y alegatos adoptan la forma de una pirámide invertida, desde aspectos de mayor amplitud hasta puntos más concretos y específicos.

I
República o reino

En la Memoria Mier se ocupa de la decisión entre monarquía o república. Expondrá a “los jefes independientes del Anáhuac” —anuncia ya desde los primeros párrafos— lo que él juzga conveniente para asegurar la completa independencia y la verdadera libertad. La emprende contra “los potentados de Europa”, de quienes dice que “inventaron una alianza que llamaron santa como lo era el Santo Oficio, y el objeto que decían haberse propuesto de mantener el mundo en paz y protegerlo en una razonable y verdadera libertad”; sus principios eran “que los reyes son todo y los pueblos nada, […] que cuantas variaciones o modificaciones de gobierno intenten las naciones para su bienestar son turbulencias del espíritu revolucionario del siglo, sediciones y rebeliones que castigará la Santa Alianza en Júpiter tonante”.

Inspirado por el ejemplo de los Estados Unidos, aboga sin ambages por un sistema general republicano en toda la América, pues “este es el único medio de que prosperemos todos en paz” y “porque el gobierno republicano es el único en el que el interés particular siempre activo es el mismo interés general del gobierno y del Estado”.

Alude al Plan de Iturbide y critica la instauración “de un emperador o rey que se nos viniese dando luego por enviado de Dios como los incas del Sol”. Inspirado por el ejemplo de los Estados Unidos, aboga sin ambages por un sistema general republicano en toda la América, pues “este es el único medio de que prosperemos todos en paz” y “porque el gobierno republicano es el único en el que el interés particular siempre activo es el mismo interés general del gobierno y del Estado”.

Todo Mier está en su alegato final contra los temores de algunos de sus paisanos:

Los que están acostumbrados al silencio que reina en las Monarquías alrededor de la tumba de la libertad se escandalizan de la inquietud y divisiones que hay en una república, especialmente al principio cuando se están zanjando sus cimientos. […] Intente marchar sin andaderas el que estaba ceñido con las fajas de la infancia, y se dará mil golpes, hasta que se robustezca con el ejercicio y la experiencia le enseñe las distancias y los riesgos. […] Yo digo lo que aquel político insigne, Tácito: más quiero la libertad peligrosa que la servidumbre tranquila.

II
La cuestión del federalismo

Su discurso del 13 de diciembre de 1823 lo dedica Mier a “impugnar el artículo 50 o de república federada en el sentido del 60, que la propone compuesta de estados soberanos e independientes”. Declara que nadie podría dudar de su patriotismo y trae en apoyo suyo sus escritos a favor de la independencia y la libertad de América; “son públicos —dice además— mis largos padecimientos y llevo las cicatrices en mi cuerpo”.

Indudable sería también su republicanismo, y para ello apela a su Memoria político–instructiva que generalizó “la idea de la república, que hasta el otro día se confundía con la herejía y la impiedad. Y apenas fue lícito pronunciar el nombre de república, cuando yo me adelanté a establecerla federada en una de las bases del proyecto de constitución mandado circular por el congreso anterior”.

La argumentación desarrollada por Mier es diáfana y directa:

Se nos ha censurado de que proponíamos un gobierno federal en el nombre, y central en la realidad. Yo he oído hacer la misma crítica del proyecto constitucional de la nueva comisión. Pero que ¿no hay más de un modo de federarse? Hay federación en Alemania, la hay en Suiza, la hubo en Holanda, la hay en los Estados Unidos de América; en cada parte ha sido o es diferente, y aun puede haberlas de otras varias maneras. […] la federación a los principios debe ser muy compacta, por ser así más análoga a nuestra educación y costumbres, y más oportuna para la guerra que nos amaga, hasta que pasadas estas circunstancias en que necesitamos mucha unión, y progresando en la carrera de la libertad, podamos sin peligro ir soltando las andaderas de nuestra infancia política hasta llegar al colmo de la perfección social, que tanto nos ha arrebatado la atención en los Estados Unidos.

La ruta seguida por los Estados Unidos, país entonces tan altamente valorado por fray Servando, había sido precisamente la contraria de la que acá se proponía:

Ellos eran ya Estados separados e independientes unos de otros, y se federaron para unirse contra la opresión de la Inglaterra; federarnos nosotros estando unidos, es dividirnos y atraernos los males que ellos procuraron remediar con esa federación.

Mier señala las experiencias de Venezuela, Colombia y Argentina, países que, “deslumbrados como nuestras provincias con la federación próspera de los Estados Unidos, la imitaron a la letra y se perdieron”, y pregunta a sus compañeros diputados:

¿Serán perdidos para nosotros todos esos sucesos? ¿No escarmentamos sobre la cabeza de nuestros hermanos del Sur, hasta que truene el rayo sobre la nuestra cuando ya nuestros males no tengan remedio o nos sea costosísimo? Ellos escarmentados se han centralizado, ¿nosotros nos arrojaremos sin temor al piélago de sus desgracias, y los imitaremos en su error en vez de imitarlos en su arrepentimiento? Querer desde el primer ensayo de la libertad remontar hasta la cima de la perfección social, es la locura de un niño que intentase hacerse hombre perfecto en un día.

En cuanto a la función de los diputados y la amplitud de la cobertura de sus acciones, Mier afirma tajante que “no somos mandaderos” y que “para tan bajo encargo sobraban los lacayos en las provincias o corredores en México”.

Somos sus árbitros y compromisarios, no sus mandaderos. La soberanía reside esencialmente en la nación, y no pudiendo ella en masa elegir sus diputados, se distribuye la elección por las provincias; pero una vez verificada ya no son los electos diputados precisamente de tal o cual provincia, sino de toda la nación.

Finalmente enuncia lo que considera, explícitamente, su voto y su testamento político:

¿Qué, pues, concluiremos de todo esto? se me dirá. ¿Quiere Ud. que nos constituyamos en una república central? No. Yo siempre he estado por la federación, pero una federación razonable y moderada, una federación conveniente a nuestra poca ilustración y a las circunstancias de una guerra inminente que debe hallarnos muy unidos.

III
Cuerpo legislativo bicameral

En el voto particular emitido el 28 de mayo de 1823 Mier se opone al “senado de nueva invención que no hace parte del cuerpo legislativo” propuesto en el entonces reciente proyecto de bases para la Constitución de la República Federal del Anáhuac. Para ello dice apoyarse en las instrucciones enviadas a él por “la diputación reunida en Monterrey de las provincias de Nuevo Reino de León, Coahuila y Texas”. Cita ese texto en el cual se señala que los mayores males “han provenido de la injusta preponderancia que contra los derechos de igualdad respectiva entre provincia y provincia, entre pueblo y pueblo y entre hombre y hombre se han ejercido descaradamente en México”. En el mismo texto se solicita que

se reconozca y ponga a cubierto para siempre la dicha igualdad política de las provincias entre sí, pues así como un hombre, porque sea más rico, más ilustre, más grande que otro, no deja de ser igual a otro que no tiene esas cualidades; así también, aunque aparezcan semejantes diferencias entre pueblo y pueblo y entre provincia y provincia, deben ser políticamente iguales y tener como personas morales iguales derechos, y por consiguiente igual influencia en la formación de las leyes y muy principalmente en las fundamentales, o sea el primer pacto social por el cual se ha de constituir esta grande nación.

Para ello sostienen los diputados de aquellas tres provincias la necesidad de crear dos cámaras o salas: la primera compuesta por representantes nombrados sobre la base de la población de las provincias y los de la segunda nombrados no ya de acuerdo a la población de cada provincia sino al número de provincias que tengan el rango político de tales.

Sobre esa argumentación Mier alude a las continuas quejas de las provincias contra la preponderancia de la capital del país, y arguye que un congreso formado por una sola cámara y sobre la base de la población suscitaría que aquellas continuasen gritando “que las quiere dominar la capital por el influjo de su numerosa representación”. Este inconveniente propio del sistema de una sola cámara, argumenta fray Servando, se remedia “con una segunda cámara que tenga el derecho de revisar las leyes”.

El argumento que se objeta, de que por el derecho de rechazar las leyes en la segunda cámara vendría la minoría a triunfar de la mayoría de la primera cámara, es un argumento más especioso que sólido. Desde luego no es un inconveniente que el voto de pocos hombres sesudos prevalezca al de la multitud. […] Todo depende del contrato social que va a celebrarse, no entre mayor y menor, sino entre partes moral y políticamente iguales, como deben considerarse nuestras provincias al establecerse la constitución.

Rechaza asimismo la especie según la cual una segunda cámara representaría un remanente de la aristocracia:

No es una segunda cámara de nobles o pares como en Inglaterra y Francia por la que yo litigo, sino por una igual a la que tienen los Estados Unidos y Colombia, gobiernos republicanos populares, donde no ha quedado sombra de aristocracia. Yo quiero una segunda cámara de senadores, ciudadanos y nada más, pero que posean ciertos haberes para que no estén tan expuestos como los pobres y menesterosos a la tentación de dejarse ganar por las promesas del gobierno, o por las dádivas de los aspirantes a empleos que deben consultarle.

Tampoco se le escapa a Mier el eviterno peligro del demagogo, el “perorar [de] algún orador verboso reservado a propósito para fascinar”, riesgo a su juicio mucho mayor si se trata de una sola cámara: “cuando es uno solo el cuerpo deliberante, un orador vehemente o artificioso suele arrastrarlo consigo, porque el privilegio del talento y la elocuencia es dominar a la multitud”.

De aquí entonces “la necesidad de una segunda cámara que revea las leyes, y sea como un tribunal de apelación del primer juicio”. Que esto provocará una demora es cierto, pero “esta misma calma los espíritus, da lugar a nuevas reflexiones”.

De aquí entonces “la necesidad de una segunda cámara que revea las leyes, y sea como un tribunal de apelación del primer juicio”. Que esto provocará una demora es cierto, pero “esta misma calma los espíritus, da lugar a nuevas reflexiones”. De ese modo “no habrá muchas leyes, pero tampoco se hará una y decretará en media hora”.

Cuando existen dos cámaras diferentemente compuestas, recalca Mier, la una sirve naturalmente de freno a la otra y el peligro de la demagogia se debilita. En conclusión, “la nave del Estado asegurada sobre dos cámaras como sobre dos anclas podrá resistir mejor las tempestades políticas”.

Colofón

Dígale vuesa merced al amigo Sancho Panza […] que si viniere por acá lo emplearé en uno de los mil cargos pacíficos y honrados que aquí abundan, tales como vendedor de contrabando, recogedor de despojos de iglesias arruinadas, buscador de votos para elecciones y otros semejantes, que son descansados y productivos.
—Doctor Thebussem (Mariano Pardo de Figueroa)

Es verdad que el devenir de los acontecimientos, regímenes políticos y gobiernos que se han sucedido al interior del Estado mexicano pudiese descubrir un optimismo no del todo fundado, e incluso ingenuidad en algunas de las certezas y esperanzas del padre Mier. Pero el análisis retrospectivo sustentado en los escenarios actuales y no en los de la época enjuiciada es incapaz —precisamente por esa falla intrínseca— de aprehender lo estudiado.

La época de fray Servando no es la nuestra, pero ni en esta ni en la suya ningún político, por más brillante y preparado que sea, es un profeta infalible ni puede escapar a las circunstancias de su tiempo. Y aquellas en las que actuó esa primera generación de parlamentarios, ni más ni menos que el nacimiento de una nación en medio de un mundo convulso, no eran las mejores como para esperar el surgimiento de un arúspice disfrazado de diputado.

Una edición de las memorias de Fray Servando.

La lectura de los debates y argumentos de este grupo primigenio evidencia su efectiva calidad de parlamentarios: informados, ilustrados y con un sustrato ético quizá exclusivo de la época de la infancia.

En nuestros tiempos se han transmutado en lo que Felipe Picatoste Rodríguez llamaba los hombres (añadamos por nuestra cuenta: “y las mujeres”) competentes cuyo mérito, pues alguno habrían de tener, “consiste en saber sustituir la verdadera ciencia con una vana palabrería; la fuerza que da la lógica con el atrevimiento de la ignorancia”. En una palabra: personas que entienden tanto de leyes y de teorías parlamentarias como de castrar ratones, si Campomanes me permite la paráfrasis.

A la vista de las realidades actuales, con una división de poderes conservada en los discursos mientras es vulnerada casi hasta el grado de su anulación por el priismo —esa proteica escuela de profunda raigambre, rejuvenecida y recargada aunque el partido original haya fenecido—, cuya labor de sepulturero es extendida y consolidada por sus herederos ahora mismo sin embozo alguno; ante esta entusiasta y cotidiana fábrica de lugares comunes, frases vacías y tópicos ramplones y cursis, a tono con un gobierno que ha hecho de la demagogia de manual —la falsedad moral, la hipocresía política y el estribillo de adulación “al pueblo”— su principal recurso al lado de la repartición clientelar de limosnas con propósitos electorales; frente a todo esto, digo, es inevitable un sentimiento nostálgico con respecto a aquellos políticos décimonónicos.

Algo así como la Edad de Oro añorada por don Quijote ante los cabreros. No hace falta ciencia alguna para deducir quienes serían ahora las cabras. ®

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Publicado en: Política y sociedad

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