Representaciones de una amenaza invisible

Un nuevo virus especialmente peligroso

Desde su aparición hasta su negación, pasando por la teoría del complot y la negligencia de autoridades en el manejo de la pandemia, el coronavirus ha tenido también diversas representaciones.

Los rostros de enfermeras mexicanas que se encuentran luchando contra el covid–19 en el Hospital de Especialidades del Centro Médico Nacional Siglo XXI, Ciudad de México. Foto de @Santiago_Arau

La invisibilidad del virus SARS–CoV–2 propicia que emerjan con facilidad las más diversas representaciones e imaginarios en autoridades y diversos grupos sociales, no sólo en torno al agente infeccioso sino alrededor de los más diversos temas relacionados con él.

Estas representaciones no sólo son imaginarios socialmente construidos y compartidos. Su relevancia estriba en que en función de ellas las personas tomamos decisiones. Algunas de ellas son, literalmente, de vida o muerte.

Estas representaciones incluyen aspectos interesantes en torno al nombre del virus y la manera en que se negó su existencia o, por el contrario, se le considera parte de un complot. También sobre la forma en que se minimizó la amenaza y los imaginarios en torno al uso de la mascarilla, así como algunas metáforas y representaciones lúdicas que han surgido.

La representación

Existen complejas elaboraciones conceptuales sobre el tema de la representación. Para fines de esta exposición entendemos el concepto en su nivel más elemental. Como el fenómeno por medio del cual algo, una idea, una persona, una obra artística, un significante de cualquier tipo ocupa el lugar de otro algo. Representar consiste en poner una cosa en lugar de otra, considerando que la primera, ésa que ponemos, da cuenta de manera suficiente de la segunda.

La Real Academia define representar como “hacer presente algo con palabras o figuras que la imaginación retiene […] Sustituir a alguien o hacer sus veces, desempeñar su función […] ser imagen o símbolo de algo, o imitarlo perfectamente”.

Todos los días, al comunicarnos, recurrimos a las representaciones. Alex Grijelmo, especialista en temas del lenguaje, nos recuerda que el

lingüista suizo Ferdinand de Saussure desarrolló a principios del siglo XX el concepto significante para diferenciarlo de significado. El significante es […] la palabra misma […] es la representación gráfica o fónica de una palabra. Es decir, la palabra como símbolo. Por su parte, el significado evoca el concepto al que apunta el significante. El contenido del mensaje. Así, el significante casa —pronunciado o dibujado— nos evoca la idea de una casa.1

El significante no sólo son palabras. Puede ser cualquier cosa a la que le atribuyamos esa cualidad de representación.

En algunos casos, el significante evoca alguna de las cualidades fundamentales del objeto representado. En estos casos podemos reconocer la cosa en su representación porque se parece a ella, porque incluye algunos de sus rasgos que podemos percibir sensorialmente. En otros, se trata simplemente de una convención a la que llega un grupo de personas.

En otras representaciones no hay parecido sensible porque no se trata de fenómenos susceptibles de ser percibidos sensorialmente sino de ideas o conceptos.

Las representaciones de deidades o las banderas de los países no guardan necesariamente una correspondencia física, sino simbólica, con el objeto representado. Es el acuerdo social el que dota de sentido a un símbolo.

En cualquier caso, la representación detona procesos de generación de sentido. A partir de ella interpretamos algo. Esa interpretación nos lleva a posicionarnos frente a lo representado y, en algunos casos, a tomar decisiones; a actuar.

El nombre del coronavirus

En el mismo nombre del virus aparecen ya las primeras representaciones y sus consecuencias. El SARS–CoV–2 “fue incluido dentro de la categoría taxonómica de los Coronaviridae, CoV, o Coronavirus, llamados así por las extensiones que lleva encima de su núcleo que se asemejan a la corona solar”.2 Los científicos consideraron que esa clase de virus se parecen al sol y de ahí generaron el nombre.

El 11 de febrero el director de la Organización Mundial de la Salud, Tedros [Adjanom] Adhanom, dio a conocer la denominación del nuevo virus. Explicó:

Teníamos que encontrar un nombre que no se refiriera a una ubicación geográfica, un animal, un individuo o un grupo de personas, y que también fuera pronunciable y relacionado con la enfermedad […] Tener un nombre es importante para evitar el uso de otros nombres que pueden ser inexactos o estigmatizantes.3

La representación que genera el mismo nombre es fundamental porque provoca reacciones.

La llamada gripe o influenza española provocó la muerte de más de 40 millones de personas en el mundo, entre 1918 y 1920. Resulta significativo el nombre porque la pandemia no se originó en España. “Aunque algunos investigadores afirman que empezó en Francia en 1916 o en China en 1917, muchos estudios sitúan los primeros casos en la base militar de Fort Riley, Estados Unidos, el 4 de marzo de 1918”.4

¿Por qué se estigmatizó a los españoles como fuente de la enfermedad? Porque ese país no censuró la información sobre los estragos que causaba la pandemia como sí hicieron los otros. Fue el corresponsal en Madrid del Times quien, en sus notas informativas, bautizó a la enfermedad como “gripe española”5 y con ello no sólo se extendió el nombre sino también el estigma.

Cuando apareció el virus H1N1 se le llamó inicialmente gripe porcina. “En Egipto se sacrificaron 10,000 cerdos a causa del pánico que causó el nombre”.6

El expresidente de Estados Unidos Donald Trump se refirió reiteradamente al SARS–CoV-2 como el “virus chino”. Las consecuencias no se hicieron esperar. Un estudio de la Universidad de San Francisco, California, registró solamente entre febrero y marzo del año pasado 292 casos de agresiones a personas de origen oriental. Una organización defensora de derechos humanos abrió una página web para atender denuncias por esta causa. En un día llegó a recibir más de 40.7 Por estas razones, desde 2015 la Organización Mundial de la Salud emitió nuevas reglas para nombrar enfermedades. El nombre no puede incluir sitios geográficos, nombres de personas, el nombre de un animal o tipo de comida ni referencias a una cultura o industria particular.8 Aun así, siempre habrá terreno para los más absurdos imaginarios.

En febrero de 2020 la compañía belga que fabrica la cerveza Corona anunció que sus ventas en China se habían reducido en 285 millones de dólares porque la gente asociaba el nombre del virus a la bebida. En Estados Unidos una encuesta realizada en las mismas fechas reveló que 38% de los consumidores de cerveza no compraría Corona “bajo ninguna circunstancia”.9

Entre negacionistas y complotistas

No podemos ver el coronavirus a simple vista. Podemos conocerlo gracias a las representaciones que generan los científicos. Son imágenes que han circulado profusamente y, aunque el agente infeccioso es invisible para el ojo humano, sí podemos constatar, y en muchos casos padecer, sus consecuencias. Pese a ello para muchas personas el tema un acto de fe.

A comienzos de la pandemia los periodistas reiteraban la pregunta: ¿Usted cree en el coronavirus? Las respuestas negativas se sucedían: “No, yo no creo en el coronavirus”. Resulta interesante cómo personas que sí creen en otras cosas, también, invisibles, no creen en el nuevo virus. El sentido de su razonamiento era simple: como no veo el virus, entonces no existe.

Durante los primeros meses prevaleció también otro silogismo: “Como yo no conozco a nadie que haya enfermado o muerto, entonces el virus no existe”. Y cuando finalmente lo conoció, ya era demasiado tarde.

Como reportero cubrí incendios, terremotos y balaceras. Aunque siempre había curiosos alrededor nunca vi a nadie que corriera al interior de una casa en llamas, a un edificio en riesgo de colapsar o al lugar desde el que se hacían los disparos, salvo bomberos y policías. En cambio, hemos sido testigos de personas que acuden gustosas a centros donde el riesgo de infección es enorme, por ejemplo, bares, centros comerciales o peregrinaciones.

El SARS–CoV–2 tiene varias características que lo hacen especialmente peligroso. Uno de ellos es la falta de signos visibles en muchas personas que lo portan y lo contagian. Ya sea porque tienen la suerte de ser asintomáticas o porque durante el periodo de incubación de la enfermedad tampoco presentan signos ni síntomas.

Este hecho propició una rápida propagación. Otras infecciones generan signos evidentes como pústulas u otras lesiones en la piel. Frente a ellas, la reacción instintiva es retirarse como mecanismo de protección.

Como reportero cubrí incendios, terremotos y balaceras. Aunque siempre había curiosos alrededor nunca vi a nadie que corriera al interior de una casa en llamas, a un edificio en riesgo de colapsar o al lugar desde el que se hacían los disparos, salvo bomberos y policías. En cambio, hemos sido testigos de personas que acuden gustosas a centros donde el riesgo de infección es enorme, por ejemplo, bares, centros comerciales o peregrinaciones. Como el virus no se ve, ni sus portadores se distinguen, consideran que no existe ningún peligro, aunque en el lugar se estén produciendo en ese instante los contagios.

Recientemente los incendios en el bosque La Primavera —en las afueras de Guadalajara— provocaron un denso humo. Los vecinos de las zonas cercanas cerraron puertas y ventanas. La amenaza se veía, se olía. Se sentía en el calor y las cenizas. El virus, en cambio, es invisible e inodoro. No sabe ni se siente. Ésa es su gran ventaja. Como el caballo de Troya, sus víctimas sólo se perciben el peligro cuando ya está adentro.

En México fue notable el caso de la actriz Paty Navidad, quien reiteradamente expresó su incredulidad. En enero de este año dijo: “Si realmente hubiera un virus letal como dicen, ¿no creen que ya nos hubiéramos muerto todos? Ésta es una vacuna experimental que sacaron en seis meses, ¿por qué me voy a vacunar si yo no me he enfermado?”10

El asunto no hubiera sido tan grave si este tipo de declaraciones fueran excepcionales. El gran problema es que la pandemia, si bien no fue negada, sí fue representada por algunas autoridades como una amenaza menor. Más adelante nos detendremos en este asunto.

Tenemos pues un primer grupo de incrédulos. Si el nuevo coronavirus no les representa una amenaza, actúan en consecuencia y generan con ello la propagación de la enfermedad y la muerte.

En el desarrollo de la pandemia tampoco tardaron en surgir interpretaciones en el otro extremo: las teorías del complot.

Algunas personas sostienen que el virus fue creado por la industria farmacéutica para hacer negocio con la venta de vacunas; otros, que los gobiernos de China o Estados Unidos lo propagan intencionalmente e incluso hubo quienes afirmaban que se transmitía por la tecnología 5G por medio de los celulares.11 Para los complotistas las vacunas forman parte también de la gran conspiración y actúan en consecuencia, con lo que su representación sobre el tema repercute en la salud pública.

Un gran número de personas asumió que el virus sí existe. Sin embargo, su creencia no lo era en el sentido profundo del término que plantea el filósofo español José Ortega y Gasset. Para él una creencia no es, como pensamos comúnmente, una idea que tenemos por cierta. Por ejemplo: yo creo que hoy va a llover, yo creo que tal acción del gobierno es buena o yo creo tal equipo de futbol es el mejor.

Ortega explica que una creencia es una idea que tenemos tan arraigada que ya no pensamos en ella y nos sirve de base para actuar en la vida. Con las creencias, afirma, no hacemos nada, sino que simplemente estamos en ellas. Mientras que tenemos ideas como producto de la actividad intelectual, la creencia nos sostiene. Cito:

Las creencias constituyen la base de nuestra vida, el terreno sobre que acontece. Porque ellas nos ponen delante lo que para nosotros es la realidad misma. Toda nuestra conducta, incluso la intelectual, depende de cuál sea el sistema de nuestras creencias auténticas. En ellas “vivimos, nos movemos y somos”. Por lo mismo, no solemos tener conciencia expresa de ellas, no las pensamos, sino que actúan latentes, como implicaciones de cuanto expresamente hacemos o pensamos. Cuando creemos de verdad en una cosa no tenemos la “idea” de esa cosa, sino que simplemente “contamos con ella”.12

Pone como ejemplo la siguiente imagen: al abrir la puerta de nuestra casa damos por sentado, tenemos la creencia, de que habrá calle. Contamos con ella. No pensamos si existirá o no.

Las creencias, dice Ortega y Gasset, “no son ideas que tenemos, sino ideas que somos. Más aún: precisamente porque son creencias radicalísimas se confunden para nosotros con la realidad misma —son nuestro mundo y nuestro ser—, pierden, por tanto, el carácter de ideas”.13

Asumir el problema de la pandemia desde este punto de vista no significaría hacer una profesión de fe: creo o no creo en el virus, sino contar con él. Cuando adoptamos automáticamente las medidas sanitarias, cuando al salir de la casa nos ponemos el cubrebocas sin pensar, al igual que sin pensar nos ponemos los pantalones, se ha vuelto una creencia.

Pero para muchas personas la pandemia sigue siendo una idea. Piensan que sí existe, pero no “viven, se mueven y son” en ella, como dice Ortega. Aunque afirman que la amenaza es real, algunas decisiones que toman se sitúan en el mundo de las ideas, no de las creencias.

Por ejemplo, de manera inconsciente atribuyen al virus una especie de condición moral, una capacidad de decisión. La frase se repite: “Yo sólo veo a mis amigos”, o “Yo sólo voy con mi familia”. Como si el contagio dependiera de relaciones filiales o de parentesco. Como mi familia es buena o es limpia, entonces es incapaz de contagiarme. Pero el virus es un agente biológico que no reconoce afinidades ni bondades ni actas de nacimiento. Se propaga si tiene las condiciones para hacerlo.

Lo mismo que los adolescentes se sorprenden al quedar embarazados con sólo una vez, se produjeron muchas sorpresas con los contagios: “Yo nada más fui a una cena”. Así ocurrió con las fiestas navideñas. El pico de contagios y muertes que sucedió en enero tuvo su origen en la representación de que los seres queridos no podrían representar una amenaza. La frase para justificar estas reuniones se repetía y se sigue repitiendo: “Nos cuidamos” o “Ellos se cuidan”. Y aquí de nuevo, las representaciones, porque lo que significa cuidarse para unos es muy distinto que para otros.

Lo mismo que los adolescentes se sorprenden al quedar embarazados con sólo una vez, se produjeron muchas sorpresas con los contagios: “Yo nada más fui a una cena”. Así ocurrió con las fiestas navideñas. El pico de contagios y muertes que sucedió en enero tuvo su origen en la representación de que los seres queridos no podrían representar una amenaza.

El caso extremo de este razonamiento lo expresó ni más ni menos que el subsecretario de Salud, Hugo López–Gatell, cuando afirmó: “La fuerza del presidente es moral, no es una fuerza de contagio”.14

El propio presidente López Obrador le atribuyó también una condición moral al virus cuando dijo que “No mentir, no robar, no traicionar, eso ayuda mucho para que no dé el coronavirus”.15 Si seguimos su lógica, él no se habría comportado moralmente bien, pues también se contagió.

En el ámbito de las representaciones, se le quiso además imponer a un fenómeno biológico el calendario cívico–religioso. Ciudadanos y autoridades tomaron decisiones basadas más en las tradiciones culturales que las condiciones de la pandemia. Vimos las aglomeraciones en los mercados del mar durante Semana Santa y las tiendas en Navidad. Se sucedieron a lo largo y ancho del país una enorme cantidad de peregrinaciones y fiestas religiosas sin medidas sanitarias. Paradójicamente, en algunas de ellas se pedía a santos y vírgenes detener esta calamidad.

Los cierres y reaperturas de las actividades productivas se vieron sujetas más a los ciclos socioeconómicos que a las condiciones epidemiológicas.

Tenemos, pues, representaciones del virus como un agente inexistente o como existente, pero sin llegar a representar una amenaza real.

Además, se generaron sobre todo al principio de la pandemia algunas representaciones que llevaron a comportamientos absurdos.

Por ejemplo, el acaparamiento de papel de baño. Resulta curioso que en el imaginario colectivo fuera más importante conseguir papel sanitario que cubrebocas.

El personal médico representó para muchas personas la encarnación de la amenaza. En diversas ciudades ocurrieron agresiones de todo tipo, incluso físicas. Se registraron casos en que arrojaron cloro a enfermeras. El primer lunes de abril del año pasado el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación de México (Conapred) recibió “cerca de 140 llamadas en apenas una hora” para denunciar casos de discriminación relacionados con el coronavirus.16

En Chiapas, pobladores de los municipios de Venustiano Carranza, Villa de las Rosas, Las Margaritas y San Andrés Larráinzar atacaron clínicas y centros de salud, y dañaron ambulancias por considerar que el personal médico quería contagiarlos de covid–19.17 Algunos pobladores afirmaron que los brigadistas sanitarios que fumigaban contra el dengue en realidad esparcían el coronavirus. En San Mateo Capulhuac, Estado de México, pobladores agredieron “a trabajadores del ayuntamiento y quemaron dos patrullas”18 con el mismo argumento.

La minimización de la amenaza

Y así, mientras hay personas que en sus representaciones asumen riesgos donde no los hay, otras, en cambio minimizan la amenaza real. Esto es especialmente grave, si se trata de las autoridades. No es casual que los tres de los cuatro países con mayor número de muertos: Estados Unidos, Brasil y México, en ese orden, sean precisamente los países cuyos gobiernos minimizaron la pandemia.

El subsecretario López–Gatell afirmó el 29 de febrero de 2020 que la información internacional que afirmaba que los hospitales quedarían rebasados “no corresponde con la realidad” y añadió: “En 2009 H1N1 fue considerada una emergencia epidemiológica. Hoy el coronavirus 2019, no hemos considerado que cumpla las condiciones para ser considerada una emergencia”.19

El 4 de mayo sostuvo que las muertes en México alcanzarían seis mil y un mes después afirmó que llegar a los 60 mil fallecimientos sería un escenario catastrófico.20 Vamos en más de 218 mil, una cifra 4.4 veces mayor y eso que de acuerdo con diversos expertos la cifra real es mucho mayor. El exceso de mortandad, de acuerdo con cifras oficiales a agosto de 2021 es de 528,779 muertes más de las esperadas.21 El presidente López Obrador afirmó el 28 de febrero de ese año: “No es algo terrible, no es fatal, ni siquiera es equivalente a la influenza”.22

El 11 de marzo la Organización Mundial de la Salud declaró la pandemia por covid–19 y reiteró sus advertencias sobre el peligro, pero cuatro días después el Presidente dijo: “No nos van a hacer nada los infortunios, las pandemias”.23 Dos días después sostuvo: “Hay quien dice que por lo del coronavirus no hay que abrazarse. Pero hay que abrazarse, no pasa nada”.24 El 18 de marzo: “El escudo protector es la honestidad, eso es lo que protege, el no permitir la corrupción”.25 Cuatro días después: “No dejen de salir […] sigan llevando a la familia a comer, a los restaurantes, a las fondas”.26 El 26 de abril: “Vamos bien porque se ha podido domar la epidemia”.27

Cuando llegaron las primeras vacunas, en cantidad mínima, autoridades federales y locales expresaron que ya se veía la “luz al final del túnel”, cuando faltarían muchos meses, probablemente un año, para que los efectos de las vacunas sobre el control de la pandemia fueran notorias.

López–Gatell aseguró el 5 de mayo: “Hemos aplanado la curva”.28 Ese mismo día López Obrador indicó: “Ya se ve la luz al final del túnel, yo creo que va a ser nada más este mes”.29 En mayo y junio de 2020 reiteró que se había domado la pandemia. En ese mes aseguró que había pasado lo más difícil. Y en noviembre volvió a afirmar que se había aplanado la curva. Las declaraciones de este tipo se han sucedido a lo largo de la crisis sanitaria.

Cuando llegaron las primeras vacunas, en cantidad mínima, autoridades federales y locales expresaron que ya se veía la “luz al final del túnel”, cuando faltarían muchos meses, probablemente un año, para que los efectos de las vacunas sobre el control de la pandemia fueran notorias.

Con una muy alta popularidad y millones de personas que confían en él, es de esperarse que las palabras del presidente tengan un peso importante entre la población. Las reiteradas expresiones referentes a que la pandemia no es tan grave y que está controlada provocan una representación que no corresponde con la realidad y que tiene consecuencias en la vida de las personas. A esto se suma la comunicación contradictoria de las autoridades de los diferentes niveles de gobierno que generan también representaciones en el imaginario colectivo. El caso más notable fue el de los cubrebocas.

Las mascarillas

La Organización Mundial de la Salud recomendó en abril de 2020 el uso de mascarillas para quienes tenían contactos con personas contagiadas, y en junio amplió su recomendación a “todas las personas que no puedan mantener con otras la distancia de dos metros”.30

En México, en cambio, autoridades civiles y religiosas desacreditaron el uso de esta medida de protección. López Obrador se niega a utilizarla y sólo lo ha portado de manera excepcional en unas cuantas ocasiones, por ejemplo, cuando viajó a Estados Unidos.

El 23 de julio el presidente afirmó que no usaba cubrebocas porque los especialistas no se lo recomendaban, y el día 31 dijo: “Me voy a poner un tapaboca, ¿saben cuándo? cuando no haya corrupción”.31 En diciembre afirmó que sus médicos le dijeron que no era indispensable.32 En julio afirmó que no está “científicamente demostrado”33 que su uso evite contagios. En febrero de 2021, luego de recuperarse de covid reiteró que no lo utilizaría.

La postura del subsecretario López–Gatell ha sido cambiante. En marzo dijo: “Los cubrebocas convencionales no disminuyen notoriamente el riesgo de que se pueda adquirir coronavirus”,34 aunque en noviembre pidió a los medios de comunicación promoverlo.

El diputado por el Partido del Trabajo Gerardo Fernández Noroña se negó a usar el cubrebocas en una reunión del Instituto Nacional Electoral. Afirmó que su uso “no evita el contagio” y aseguró que las personas que le pedían que lo usara lo querían “amordazar”.

Líderes religiosos siguieron la misma tónica. El cardenal Juan Sandoval Íñiguez dijo el 30 de diciembre: “Todos los días (dicen) ponte el cubrebocas, no salgas de tu casa, guarda la distancia, están friegue y friegue todo el tiempo y la gente cree; yo tengo ocho o nueve meses sin usar cubrebocas y saludo a medio mundo”, y añadió que quien padezca esta enfermedad se puede curar con “un tecito de guayaba”.35

El cardenal Juan Sandoval Íñiguez dijo el 30 de diciembre: “Todos los días (dicen) ponte el cubrebocas, no salgas de tu casa, guarda la distancia, están friegue y friegue todo el tiempo y la gente cree; yo tengo ocho o nueve meses sin usar cubrebocas y saludo a medio mundo”.

Otro obispo católico se pronunció en el mismo sentido. Fue el de Ciudad Victoria, Antonio González Sánchez, quien aseguró que usar cubrebocas “es no confiar en Dios”.36

¿Cuántos contagios se pueden atribuir a estas declaraciones? Imposible saberlo. Lo que es innegable es el peso moral que tienen sobre muchas personas estos líderes políticos y religiosos, que coinciden en desacreditar esta medida sanitaria.

Mucha gente se negó a utilizar el cubrebocas o se lo ponen sin cubrir la nariz y la boca. Algunos lo portaban como cubrepapada o diadema. En nuestra sociedad se suele considerar a la ley no como un acuerdo social para una adecuada convivencia, sino como un requisito. Así lo entienden muchas personas. Cuando les preguntan sobre por qué no usan la mascarilla responden orgullosos: “Aquí lo traigo”, y lo sacan del bolsillo como si fuera un pasaporte o un boleto.

Las contradicciones y las metáforas

A lo largo de la pandemia hemos sido también testigos de otras incongruencias de algunas autoridades. Los más notables casos son los de López–Gatell que, tras recomendar a la gente que permaneciera en sus casas y no saliera de vacaciones, viajó a la playa. Luego, tras padecer covid y sin guardar la cuarentena recomendada por las autoridades sanitarias, el subsecretario de Salud salió a las calles de la Ciudad de México sin el cubrebocas.

El gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro Ramírez, adquirió notoriedad por lo que fue bautizado como “videorregaños” en los que increpaba a los jaliscienses por no acatar las medidas sanitarias, pero él mismo apareció en un bar departiendo con otras personas.

Contradictorias fueron también las indicaciones de las autoridades sobre si ir o no a los hospitales. Así como recomendaban acudir a recibir atención ante los primeros síntomas, también pedían no ir si no se encontraban graves. Cuestionados sobre los altos índices de mortandad en los hospitales respondían: “Es que los traen cuando ya están muy graves”.

Ante la amenaza invisible del virus las autoridades también acudieron a metáforas que generan representaciones visuales muy claras. Uno de ellos fue el “botón de emergencia” del gobernador de Jalisco. Si la situación se agravaba, explicó, activaría el botón que paralizaría todas las actividades no esenciales.

Obviamente el botón no existía físicamente, era una representación. Seguramente todos imaginaron, como yo, un botón rojo. Aunque él nunca se refirió al color, pero rojos son siempre los botones de las alarmas.

La otra metáfora fue el semáforo epidemiológico, al que las autoridades federales añadieron el color naranja. Se suponía que según las condiciones de la epidemia nos situaríamos en un color o en otro. El recurso fue motivo de intensas discusiones entre la federación y los estados en torno a cuál debía ser el color adecuado. Por supuesto, en poco tiempo el rango cromático respondió más a criterios económicos y políticos que a sanitarios.

Ante la amenaza invisible del virus las autoridades también acudieron a metáforas que generan representaciones visuales muy claras. Uno de ellos fue el “botón de emergencia” del gobernador de Jalisco. Si la situación se agravaba, explicó, activaría el botón que paralizaría todas las actividades no esenciales.

Fue el caso, por ejemplo, de la Ciudad de México donde, a finales de diciembre, cuando la situación era crítica, la jefa de Gobierno Claudia Sheinbaum se resistió durante días a pronunciar cuatro letras: “rojo”. Una simple palabra que, sin embargo, traería importantes repercusiones.

Tanto el botón como el semáforo no son sino representaciones. Y aunque no existen como objetos, sí son importantes significantes que crean imaginarios sociales muy poderosos, que además dieron origen a decenas de chistes. Uno que circuló profusamente en redes sociales decía: Estamos en “semáforo color sandía. Verde por fuera, pero rojo por dentro”.

En Guadalajara se elaboraron para las fiestas decembrinas piñatas con la figura del gobernador Alfaro y su botón. Rojo, por supuesto.

Un nuevo mundo

La pandemia alentó también diversas discusiones no sólo sobre asuntos de la sobrevivencia inmediata y la vida cotidiana sino, incluso, sobre el futuro de la humanidad. Algunos filósofos predicen un mundo radicalmente distinto.

El esloveno Slavoj Zizek afirma que la pandemia le propinó “un golpe a lo Kill Bill al sistema capitalista” y añade que existe la posibilidad de que surja “alguna forma de comunismo reinventado”.37 Dice también: “Quizás otro virus ideológico, y mucho más beneficioso, se propagará y con suerte nos infectará: el virus de pensar en una sociedad alternativa, una sociedad más allá del Estado–nación, una sociedad que se actualiza a sí misma en las formas de solidaridad y cooperación global”.38

Judith Butler considera que luego de la pandemia el mundo tendrá poblaciones concientizadas y politizadas por el flagelo al que han sido sometidas y propensas a buscar soluciones solidarias, colectivas […] ese mundo repudiará el desenfreno individualista y privatista exaltado durante cuarenta años por el neoliberalismo y que nos llevó a la trágica situación que estamos viviendo.39

Pero no todos son tan optimistas. “El filósofo surcoreano Byung–Chul […] se arriesga a decir que ‘tras la pandemia, el capitalismo continuará con más pujanza”.40

Savater prevé que después de la pandemia no habrá cambios de fondo en la humanidad y recuerda que la peste negra del siglo XIV (se calcula que dejó 25 millones de muertos solamente en Europa) no generó grandes transformaciones, “sirvió a Boccaccio para escribir el Decamerón.

El español Fernando Savater, por su parte, opina que lo que realmente queremos es que esto pase pronto para seguir viviendo exactamente como antes. Afirma: [La pandemia] “nada más es una plaga y se acabó. Ha habido plagas desde que los seres humanos tienen memoria y ahora como somos muchos más y nos comunicamos mucho más, pues tiene una virulencia especial”.41 Considera que se aventuran conclusiones muy pronto, como cuando en la Edad Media se creía que las epidemias eran un castigo divino, “ahora los castigos divinos se llaman castigos de la naturaleza y eso me parece insoportable”.42

Savater prevé que después de la pandemia no habrá cambios de fondo en la humanidad y recuerda que la peste negra del siglo XIV (se calcula que dejó 25 millones de muertos solamente en Europa) no generó grandes transformaciones, “sirvió a Boccaccio para escribir el Decamerón, pero los humanos hemos seguido viviendo de manera bastante parecida antes y después de la peste”.43

También hay diversión

Entre el dolor y la muerte. Entre los enfrentamientos políticos, la crisis económica y las profundas reflexiones que trae la pandemia surgen representaciones humorísticas.

En marzo circuló en medios de comunicación y redes sociales un video grabado en el carnaval de Ocampo, Tamaulipas, en el que un niño aparece disfrazado de coronavirus, mientras una niña y otro niño, vestidos de enfermera y doctor respectivamente, lo persiguen al ritmo de la cumbia del coronavirus.

La amenaza invisible también tiene sus representaciones musicales. Con facilidad se encuentran en internet una decena de canciones alusivas. Una de ella es la “Cumbia del coronavirus”, compuesta e interpretada por Iván Montemayor “Mr. Cumbia”. Su pieza llegó a ser una de las más descargadas en España.

La Sonora Dinamita, El Capi, Yongrangel Zorman y Kaseeno son otros intérpretes que han dedicado su música al nuevo virus. Lejos de ser réquiems, todas invitan a bailar.

En las fiestas familiares, restringidas por el coronavirus, tampoco faltaron pasteles que emulan al virus. Los reposteros se las ingeniaron para representarlo de color verde y con sus características espigas.

En Bolivia, policías se disfrazaron de coronavirus para advertir a la población de los riegos. En la Ciudad de México luchadores con sus capas y máscaras salieron a algunos mercados con el mismo propósito.

Gorras, camisetas, tazas y hasta anillos de plata tienen como motivo central diversas representaciones humorísticas del virus.

Conclusiones

La condición de los seres humanos como animales simbólicos nos lleva a generar interpretaciones y a cargar de sentido los hechos que ocurren a nuestro alrededor. En función de ello, tomamos decisiones que repercuten no sólo en nuestro propio cuerpo, sino también en el de los demás.

La invisibilidad del agente que causa la pandemia por covid–19 y sus peculiares características abren el espectro de representaciones que, ya de por sí, en cualquier ámbito siempre son muy amplias.

Las representaciones de una amenaza que se muestra hasta que lleva días infectando a una persona van desde la negación y la minimización hasta las teorías del complot.

En la construcción de las representaciones desempeñan un papel muy importante las autoridades de todo tipo, pues lo que comunican confirma, refuerza o modifica los imaginarios de quienes les creen.

Las creencias profundas de cada persona y los imaginarios en torno a la inédita situación nos llevan a tomar decisiones tan específicas como ponerse o no una mascarilla, acudir o no a una fiesta.

En la construcción de las representaciones desempeñan un papel muy importante las autoridades de todo tipo, pues lo que comunican confirma, refuerza o modifica los imaginarios de quienes les creen.

En nuestro contexto la falta de políticas de comunicación efectivas, responsables y consistentes favorecen los contagios. Lo mismo que los discursos contradictorios y triunfalistas de las autoridades. No se trata, por supuesto, de causar pánico entre la población, pero de ahí a minimizar la pandemia y sus efectos hay un gran trecho.

Internet y las redes sociales desempeñan un doble papel. Mientras por una parte permiten el acceso a fuentes científicas y acreditadas de primer nivel, también propagan mentiras con una facilidad asombrosa.

La información veraz y oportuna, sensata y serena, nos permitiría navegar con mayor seguridad en estos momentos de incertidumbre. Atenuaría también las posiciones polarizadas y dicotómicas con las que se plantean las discusiones y, sobre todo, las decisiones. Nos ayudaría, a fin de cuentas, a generar representaciones e imaginarios más adecuados para vivir y ayudar a vivir a las demás personas. ®

Notas

1 Alex Grijelmo, Propuesta de acuerdo sobre el lenguaje inclusivo, México: Taurus, 2021, p. 12.
2 BBC News, “Coronavirus: por qué covid–19 se llama así y cómo se nombran los virus y las enfermedades infecciosas” en BBC, 16 de marzo de 2020.
3 Ibidem.
4 Sandra Pulido, “La Gripe Española: la pandemia de 1918 que no comenzó en España” en Gaceta Médica, 19 de enero de 2018.
5 Ibidem.
6  BBC, op. cit.
7 Pablo Guimón, “Temor en la comunidad asiática en Estados Unidos ante los ataques racistas por el coronavirus”, en El País, 23 de marzo de 2020.
8 BBC, op. cit.
9 Agencia EFE, “La cerveza Corona baja en ventas y prestigio de marca por el coronavirus”, Nueva York, 28 de febrero de 2020.
10 Los Ángeles Times, “Suspenden Twitter de Paty Navidad” en Los Angeles Times, 9 de enero de 2021.
11 BBC, “Por qué la pandemia de covid–19 ha dado lugar a tantas teorías conspirativas que ponen en riesgo la batalla contra el coronavirus”, 2 de noviembre de 2020.
12 José Ortega y Gasset, Ideas y creencias, Madrid: Omega Alfa, 2010, p. 6.
13 Op. cit., p. 2.
14 Isabel González Aguirre, “‘La fuerza del Presidente es moral, no de contagio’: López–Gatell” en Excélsior, 17 de marzo de 2020.
15 Animal Político, “‘No mentir, no robar y no traicionar ayuda mucho para que no dé coronavirus’: AMLO” en Animal Político, 4 de junio de 2020.
16 Marcos González Díaz, “Coronavirus: el preocupante aumento de agresiones en México contra personal médico que combate el covid–19”, BBC News, 17 de abril de 2020.
17 El Informador, “Atacan cuatro clínicas en un mes en Chiapas; no creen en COVID–19”, agencia SUN, 27 de junio de 2020.
18 Animal Político, “‘Vienen a esparcir el virus’: Pobladores del Edomex agreden a personal de ayuntamiento y queman patrullas 9 de mayo de 2020”.
19 Gobierno de México, Versión estenográfica | Conferencia de prensa. Informe diario COVID–19 en México, Secretaría de Salud, 29 de febrero de 2020.
20 Juan Carlos Núñez, “Principales sucesos nacionales del segundo semestre de 2020”, en Análisis Plural, Segundo semestre de 2019, Guadalajara: ITESO.
21 Gobierno de México, “Exceso de mortalidad en México”.
22 Aristegui Noticias, “Serenos, tranquilos ante coronavirus: AMLO”, 28 de febrero de 2020.
23 Expansión, “No nos van a hacer nada los infortunios, las pandemias’, asegura AMLO” en Expansión, 15 de marzo de 2020.
24 Enrique Quintana, “Los dichos de los López” en El Financiero, 1 de junio de 2020.
25 Denisse Dresser, “Irresponsables” en El Noroeste, 27 de diciembre de 2020.
26 Ibidem.
27 A. Urrutia, “Gracias a autoridad y sociedad hemos podido ‘domar’ al Covid-19: AMLO” en La Jornada, 26 de abril de 2020.
28 Núñez, op. cit., p. 19.
29 Aristegui Noticias, “Arrancan planes DN–III y Marina para reforzar estrategia contra Covid–19: AMLO”, 4 de mayo de 2020.
30 DW, “La OMS cambia su posición frente a las mascarillas”, 6 de junio de 2020.
31 Animal Político, “Me voy a poner cubreboca cuando no haya corrupción: AMLO” en Animal Político, 31 de julio de 2020.
32 Animal Político, “AMLO insiste: ‘cubrebocas no es indispensable’ contra COVID pese a recomendación de la OMS”, 2 de diciembre de 2020.
33 CNN, “No está científicamente demostrado que el cubrebocas ayude”, AMLO”, 24 de julio de 2020.
34 Infobae, “Del ‘no disminuyen el riesgo’ a utilizar cubrebocas toda la conferencia: así evolucionó el discurso de López–Gatell sobre el uso de mascarillas”, 30 de octubre de 2020.
35 J. C. Núñez, “¿Cuántos contagios les debemos?” en El Diario NTR Guadalajara, 4 de enero de 2021.
36 El Financiero, “Quizá mañana me enfermo, pero el cubrebocas es no confiar en Dios, dice obispo de Tamaulipas”, 15 de febrero de 2021.
37 Atilio A. Borón, “La pandemia y el fin de la era neoliberal”, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, 3 de abril de 2020.
38 Slavoj Zizek, “Coronavirus: un golpe a lo Kill Bill al sistema capitalista” en revista G7, 1 de abril de 2020.
39 A. A. Borón, Ibidem.
40 A. A. Borón, Ibidem.
41 Pablo Blázquez, “Fernando Savater reflexiona sobre la crisis por el coronavirus COVID 19” en Ethic, 7 de abril de 2020.
42 Ídem.
43 Ídem.

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Publicado en: Política y sociedad

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