Este 20 de noviembre se cumplen cien años del inicio de la Revolución Mexicana. Si hubiera que decir, en pocas palabras, qué fue o en qué consistió la que, cronológicamente, es reconocida como la primera revolución social del siglo XX.
La respuesta simplificada, casi al estilo del Catecismo del Padre Ripalda, sería más o menos la siguiente: “La Revolución Mexicana fue un movimiento político y militar que se dio en varias etapas y cuyas consecuencias más importantes fueron el fin de la dictadura porfirista, que se había prolongado durante más de treinta años, y la instauración de un nuevo orden social”.Otra manera de decirlo es que con la Revolución Mexicana se da una refundación del país en varios órdenes: en el constitucional, en el de las reivindicaciones sociales, en la manera de concebir el país, en la tenencia de la tierra y hasta en un cambio en las mentalidades.
¿Por qué una parte significativa de la sociedad mexicana apoyó el movimiento armado al que convocó el candidato de oposición, Francisco I. Madero, cuando éste se dijo despojado en las elecciones presidenciales de 1910?
¿Por qué una parte significativa de la sociedad mexicana apoyó el movimiento armado al que convocó el candidato de oposición, Francisco I. Madero, cuando éste se dijo despojado en las elecciones presidenciales de 1910? Porque había un descontento social con el régimen porfirista, aun cuando el general oaxaqueño había conseguido pacificar el país e iniciado una etapa sostenida de desarrollo y modernización. Pero ese proceso de modernización y desarrollo habían tenido un alto costo social, pues en muchos casos se habían fincado en el despojo y la explotación de los estratos más pobres y marginados del país.
La Revolución Mexicana comienza en una fecha precisa (el 20 de noviembre de 1910), pero no hay coincidencia en el momento de su conclusión. Hay quienes ubican esa fase conclusiva muy tardíamente: en 1929, año en que termina la Guerra Cristera y se crea el partido político que va a ostentarse como heredero de la Revolución Mexicana.
Ese organismo político se llamó originalmente Partido Nacional Revolucionario; después, en 1938, durante el gobierno del general Lázaro Cárdenas, cambió su primer nombre por el de Partido de la Revolución Mexicana, y en 1946, a fines del régimen de Manuel Ávila Camacho, tuvo su rebautizo definitivo: Partido Revolucionario Institucional.
Las cosas son menos imprecisas respecto de la etapa armada de la Revolución, donde se pueden reconocer perfectamente tres fases bien definidas: la primera, que va del 20 de noviembre de 1910 al 11 de mayo de 1911 y cuyo objetivo era deponer por la fuerza a Porfirio Díaz, luego de que éste no respetara el “sufragio efectivo” que habría dado el triunfo a Francisco I. Madero.
La segunda fase armada, que va de febrero de 1913 a agosto de 1914, fue para derrocar el gobierno de usurpación de Victoriano Huerta, quien se hizo de la presidencia de la república de la peor manera: forzando la renuncia del presidente Madero y el vicepresidente José María Pino Suárez y ordenando el asesinato de ambos.
La tercera y última de la etapa armada de la Revolución Mexicana es la que se da entre la propia familia revolucionaria, cobra la vida de los principales caudillos (Zapata, Carranza, Villa e incluso Obregón) y cronológicamente va de fines de 1914 a mediados de 1928.
Como toda revolución, la Mexicana cambió el país. Pero la pregunta es si lo cambió para bien o si fue un periodo con saldo deficitario para el pueblo mexicano.
Como toda revolución, la Mexicana cambió el país. Pero la pregunta es si lo cambió para bien o si fue un periodo con saldo deficitario para el pueblo mexicano. Para muchos de los estudiosos más serios, informados y lúcidos de esta etapa histórica el saldo fue favorable. Y ello a pesar del alto costo social que tuvo, comenzando por la pérdida de vidas humanas, cuyo número se estima en aproximadamente 750 mil personas (cerca del 8 por ciento de la población del país). La mayoría de esas víctimas, por cierto, no perdió la vida en el campo de batalla, sino a consecuencia del hambre y las enfermedades derivadas del movimiento armado.
No obstante lo anterior, la Revolución Mexicana tuvo también una etapa constructiva, que le reportó al país beneficios indudables, sobre todo en sus primeros tiempos: aparte de las reivindicaciones sociales (en el ámbito agrario, en el de la educación pública y, entre otros, en el de la seguridad social) trajo consigo una revaloración de lo propio, hasta al grado de poder decir que, como nunca antes, México se descubrió a sí mismo.
Se revaloró el pasado prehispánico y las artes populares; se presentó la diversidad cultural del país como una riqueza, y la liberación de energías creativas acabaría por producir muchas de las obras más consistentes, perdurables, originales y representativas de la cultura mexicana de todos los tiempos.
Por todo ello y a pesar de los pesares, es decir, de la legión de logreros que —ayer y hoy— han pervertido la causa y los principios que alentaron la Revolución Mexicana, se puede afirmar que ésta no fue en vano y es digna de ser celebrada, sobre todo ahora que se cumple un siglo de su surgimiento, en el ya muy lejano 20 de noviembre de 1910. ®
René González
Muy buen artículo, corto y conciso entre tanta hojarasca que a favor y en contra se ha pergeñado sobre la vapuleada Revolución.