A cincuenta años de la publicación de la novela Estas ruinas que ves vale la pena rescatar del olvido un testimonio de Vicente Leñero en torno a un episodio oscuro en la trayectoria de Ibargüengoitia.

Jorge Ibargüengoitia (Guanajuato, 1928–Madrid, 1983) se ha ganado un lugar indiscutible en la literatura mexicana del siglo XX, merced a la ironía y la irreverencia con las que parodió situaciones de la vida cotidiana, costumbres del México contemporáneo, pasajes de la historia nacional, así como personajes históricos considerados casi sagrados, como es el caso de los héroes patrios. En eso consiste quizá la mayor aportación de este autor: en el empleo del humor para desmitificar lo mismo a protagonistas de la historia que a narrativas oficiales, en una época en la que el Estado mexicano se caracterizaba por su autoritarismo, al grado de censurar la difusión de algunas de sus creaciones literarias. La obra teatral El atentado, así como las novelas Los pasos de López y Los relámpagos de agosto son ejemplo de ello, tema en torno al cual ha corrido mucha tinta.
En su columna “Lo que sea de cada quien” Leñero —a 34 años de la muerte de Ibargüengoitia y siete años antes de su propio fallecimiento— cita remembranzas en torno a su colega de las letras y se centra en narrar el conflicto moral que supuso para el autor de Las muertas el haber recibido la atractiva invitación.
El asunto que quiero presentar en esta ocasión es muy diferente. En 2007, hace ya unos dieciocho años, en la Revista de la Universidad de México Vicente Leñero publicó un testimonio según el cual Jorge Ibargüengoitia habría sucumbido ante una invitación tentadora que traspasaba los linderos de la ética. Ese ofrecimiento, realizado por Luis Guillermo Piazza —escritor, miembro fundador y director de editorial Novaro[1]— consistía en participar en un concurso literario organizado por esa casa editora con la promesa de que Ibargüengoitia sería el ganador.
Hasta la fecha el tema ha sido escasamente difundido. En su columna “Lo que sea de cada quien” Leñero —a 34 años de la muerte de Ibargüengoitia y siete años antes de su propio fallecimiento— cita remembranzas en torno a su colega de las letras y se centra en narrar el conflicto moral que supuso para el autor de Las muertas el haber recibido la atractiva invitación. Esta conversación que cito a continuación fue expuesta en esa columna y originalmente tuvo lugar en 1974 entre ambos escritores:
—Quiero decirte una cosa.
—Que vamos a cambiar el nombre a tu sección, ¿no? Ya era tiempo.
—Es otro asunto. Terminé por fin mi novela, me falta sólo una revisada.
—Felicidades, qué bien. ¿Ya le pusiste título?
—Estas ruinas que ves, aunque no estoy seguro.
—Es un buen título. Se oye a toda madre. ¿La vas a publicar con Joaquín [Mortiz]?
—Lo que pasa es que me habló Piazza, Luis Guillermo Piazza, de editorial Novaro. Sabía que yo estaba terminando una novela, se lo dije hace un tiempo, no sé dónde, y me propuso que se la diera para el premio ése que inventaron, el de Novela México.
—¿El que le dieron a Juan Marsé el año pasado?
—Dice que ya llegaron novelas de todas partes de un montón de concursantes, pero que quieren dármelo a mí dizque para conservar el prestigio del premio, ¿tú crees? Así, sin entrar a concurso, sin leerla siquiera. Me lo dan y ya, como si la hubiera mandado. Es una buena lana, tú sabes, y el ruido de la promoción. Yo le dije que lo iba a pensar, pero que me da no sé qué. Es como pasarse por el arco del triunfo a los concursantes, como hacer trampa. Ya sé que los premios son así, pero no sé, me siento mal, no me gusta. La novela está bien, creo, y un premio siempre sirve. ¿Tú qué harías? Si estuvieras en mi lugar, ¿qué harías?
Miré los labios torcidos de Jorge, como de fuchi, y me tomé unos minutos para pensar, antes de contestar.[2]
El artículo termina ahí, de forma abrupta. Probablemente jamás sabremos qué respondió Leñero ante el dilema de su colega. Esta deliberada elipsis de Leñero, dicho sea de paso, abre lugar a especulaciones: ¿le dio un “mal consejo”? Si, en cambio, le sugirió hacer lo correcto, ¿por qué cortar ahí el relato? ¿Quiso añadir suspenso a su texto? Jamás conoceremos la respuesta, pero sí sabemos lo que ocurrió después: Jorge Ibargüengoitia, efectivamente, obtuvo el Premio de Novela México, justamente con Estas ruinas que ves, en 1974. Novaro publicó la obra mencionada al año siguiente. El asunto se vuelve más escabroso cuando, al indagar más al respecto, encontramos que la novela que quedó en segundo lugar era ‘políticamente incorrecta’ para el gobierno priista de ese entonces —y de hecho, jamás fue publicada por Novaro—, por relatar lo ocurrido durante la matanza estudiantil del 68. La editorial, por otra parte, era una empresa que pertenecía a una encumbrada familia de políticos del Partido Revolucionario Institucional, como ya veremos.
El jurado calificador, compuesto por Juan Marsé, Augusto Roa Bastos, Ernesto Mejía Sánchez, Benjamín Carrión y Andrés Henestrosa, presidente del jurado, entró en una polémica, pues unos defendían la novela de Martré y otros la de Ibargüengoitia.
Respecto a la novela que quedó en segundo lugar, Los símbolos transparentes, su autor, Gonzalo Martré, publicó un artículo[3] en el que detalla que Ibargüengoitia participó sin seudónimo —aunque cabría acotar que la convocatoria así lo permitía—. El jurado calificador, compuesto por Juan Marsé, Augusto Roa Bastos, Ernesto Mejía Sánchez, Benjamín Carrión y Andrés Henestrosa, presidente del jurado, entró en una polémica, pues unos defendían la novela de Martré y otros la de Ibargüengoitia. Al final intervino Luis Guillermo Piazza,[4] quien objetó la novela de Martré con el argumento de que “era políticamente incorrecto otorgar el primer lugar a una novela en donde se denigraba al ejército mexicano y al sistema político mexicano, incluyendo al señor presidente”.[5]
Aunque el testimonio de Martré es virulento y pierde en objetividad cuando modifica los nombres de los protagonistas de la historia (“Nosdestroza” por Henestrosa, por citar tan sólo un ejemplo de muchos), podría estar develando esa otra cara de la intelectualidad mexicana que no nos gusta mirar, la que no suele mostrarse, la que teje acuerdos dudosos por debajo de la mesa. Para añadir una capa de complejidad al tema vale recordar que Piazza mismo fue autor de la novela La mafia, refiriéndose al grupo integrado por Octavio Paz, Carlos Fuentes y José Luis Cuevas, entre otros. Es decir: Piazza critica a un grupo de poder cultural hegemónico, desde un nodo que forma parte de la retícula de otro grupo de poder cultural y político, mientras que al mismo tiempo ofrece, de manera clandestina, un premio a un escritor que para entonces ya era reconocido —y que, curiosamente, era cercano al primer grupo de poder al que el mismo Piazza parodia en su novela.
La editorial Novaro, por cierto, era propiedad de Miguel Alemán Velasco, hijo del expresidente mexicano Miguel Alemán Valdés, según refieren Martré y Julián Blejmar. Otro dato que salta a la vista es que Andrés Henestrosa, el presidente del jurado calificador de ese premio otorgado en 1974, ya había sido diputado federal por el PRI en dos ocasiones.
Para rematar este episodio sólo resta decir que, a la postre, el resultado fue el siguiente: el premio más importante que en ese entonces se otorgaba en México para el género de novela no le fue entregado a Los símbolos transparentes, que evidenciaba la barbarie cometida por el gobierno mexicano apenas seis años antes, sino a Estas ruinas que ves, novela neocostumbrista[6] que cuenta las intrigas, los líos amorosos y las envidias mutuas entre los miembros de una comunidad académica de una pequeña ciudad de provincia. Más allá de los méritos literarios de esta última obra, el argumento que inclinó la balanza hacia esta novela consistió en no ofender al sistema político mexicano priista, del cual la misma editorial Novaro era un adlátere.
La novela, desde luego, era mucho más “cómoda” para un gobierno del antiguo régimen priista, en pleno apogeo del presidencialismo mexicano. La editorial Novaro, por cierto, era propiedad de Miguel Alemán Velasco, hijo del expresidente mexicano Miguel Alemán Valdés, según refieren Martré[7] y Julián Blejmar.[8] Otro dato que salta a la vista es que Andrés Henestrosa, el presidente del jurado calificador de ese premio otorgado en 1974, ya había sido diputado federal por el PRI en dos ocasiones, según afirma Carlos Gómez Carro,[9] quien menciona que en 1974 todavía no se sabía oficialmente que el Ejército mexicano y el expresidente Díaz Ordaz habían intervenido en la matanza de Tlatelolco.[10] De ahí se infiere que en ese momento era importante para el sistema político mexicano silenciar las voces de denuncia que, a la postre, no lograron acallar.
Volviendo a Jorge Ibargüengoitia, cierro este artículo con la interrogante que hace más de cincuenta años le formuló a Leñero: “¿Tú qué harías? Si estuvieras en mi lugar, ¿qué harías?” Gran pregunta, que invita a ser respondida con total honestidad interna.
¿Tú qué harías? ®
[1] En el Diccionario de literatura mexicana. Siglo XX (Pereira, A., coord.; UNAM/Ediciones Coyoacán; segunda edición, 2004) se le reconoce como “responsable de la mejor época de Editorial Novaro”. Véase p.159.
[2] Leñero, Vicente, “Lo que sea de cada quien. Jorge a pie”, Revista de la Universidad de México, Nueva Época, núm. 39, mayo de 2007, p.104.
[3] Martré, Gonzalo, “La historia de la novela Los símbolos transparentes”, en Tema y variaciones de literatura, Universidad Autónoma Metropolitana–Azcapotzalco, núm. 35, 2010, p.130. La primera edición de Los símbolos transparentes fue en 1978 en Editorial V Siglos.
[4] Sobre este personaje argentino la escritora Inés Arredondo afirma, en un conversatorio sostenido con Juan García Ponce y Huberto Batis, que Piazza se quedó a residir en México “para mal de la literatura mexicana”, a lo que Batis agrega: “Y para salvación de Argentina” (Batis, Huberto, “Reunión de individualidades”, en Por sus comas los conoceréis (Conaculta, México, 2001, p.114).
[5] Martré, Gonzalo, “La historia de la novela Los símbolos transparentes”, p.131.
[6] El uso del prefijo es mío, para distinguir el costumbrismo de Ibargüengoitia respecto de la corriente costumbrista mexicana del siglo XIX y principios del siglo XX.
[7] Martré, Gonzalo, “La historia de la novela Los símbolos transparentes”, p.133.
[8] Véase “Novaro, auge y caída del coloso americano”, en Caras y caretas.
[9] “Postfacio” a la novela Los símbolos transparentes, p.400.
[10] “Postfacio” a la novela Los símbolos transparentes, p.393.