¿Sueñan los humanos con perros eléctricos?

Entrevista a Kyra Galván

En Las mansiones de Zatar, novela de Kyra Galván, en 2057, un perverso videojuego pornográfico creado por el crimen organizado conduce a un joven al suicidio, lo que provoca en su madre, una mujer de sesenta años, una profunda depresión.

La perrita Laika, con inteligencia artificial, creada por Jihee Kim.

Para atenderla e intentar sacarla de ese padecimiento el gobierno de un nuevo Estado llamado Texico utiliza a un perro robot con inteligencia artificial, al que sus creadores intentan sembrarle emociones y sentimientos, lo que abre posibilidades insospechadas en todos los sentidos.

Ése es el planteamiento que hace Kyra Galván en su más reciente novela, Las mansiones de Zatar (México, Fondo de Cultura Económica, 2025), la que lleva a reflexionar sobre problemas muy actuales que, como se puede avizorar, seguirán vigentes dentro de tres décadas y aún mucho más, en un panorama sobre el que se deben discutir las ventajas y los peligros que implica la inteligencia artificial.

“Creo que el hecho de que siga habiendo tanta ruindad en el mundo es algo muy deprimente. No importan los esfuerzos que se hagan para acabar con ella, vuelve a renacer como la mala hierba. Una actividad cuyo motor es la avaricia y la degradación”, expresa la protagonista de la novela. Ante esa realidad en 2059, ¿una inteligencia artificial con emociones y sentimientos podrá cambiar esa condición?

Acerca de esa novela y de su incursión en la ciencia ficción conversamos con Galván (Ciudad de México, 1956), quien es licenciada en Economía por la UNAM y maestra en Literatura por El Colegio de Morelos. Autora de siete poemarios y de cinco novelas, ha colaborado en publicaciones como Nexos, Replicante, El Universal, Excélsior, Siempre!, La Regla Rota, Punto de Partida, Tierra Adentro y Versus. Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino en 1980.

“Creo que el hecho de que siga habiendo tanta ruindad en el mundo es algo muy deprimente. No importan los esfuerzos que se hagan para acabar con ella, vuelve a renacer como la mala hierba. Una actividad cuyo motor es la avaricia y la degradación.”

—¿Por qué hoy una novela como la suya, sobre la depresión que sufre una madre tras el suicidio de su hijo y que es atendida por un perro con inteligencia artificial?
—Creo que no había habido ninguno parecido con anterioridad. La idea era que los protagonistas fueran un poco fuera de serie: una mujer mayor porque en la mayoría de la literatura no hay personajes así, sino que casi siempre son jóvenes.

El otro personaje es un ser no androide sino perroide, que no es humano pero que me pareció que iba a ser más original que fuera un perro.

—Un tema que encontré de principio al fin de la historia y que creo que es el principal es la responsabilidad del suicidio. La madre del joven que se mata, Liliana Spert, asume la culpa por no haberlo atendido, pero otro personaje le hace ver que es una decisión individual y algunos más se la atribuyen a un videojuego creado por el crimen organizado. ¿Cómo trata en la novela tan grave problema?
—Es otro punto importante porque está el duelo de la madre por el hijo, que se acrecienta por tratarse de un suicidio. De todos modos pienso que la muerte de un hijo debe ser terrible, independientemente de las circunstancias, pero que es una situación que es agravada cuando hay un suicidio y queda un terrible sentimiento de culpa que pesa, en este caso, sobre la madre, y muchas veces también sobre toda la familia.

Es un tema del que no se habla mucho y no se trata lo suficiente porque también provoca vergüenza. Socialmente le debemos de dar mucha más importancia, mirarlo más porque está ahí, sobre todo el suicidio de jóvenes, que es el problema más triste que puede haber.

Como sociedad, todos somos responsables de algún modo.

La inteligencia artificial se va dando cuenta, aunque no es muy consciente de qué está pasando, de que empieza a tener sentimientos humanos, que va resolviendo asuntos y toma decisiones, un poco por intuición y no exactamente por el programa.

—En el libro se trata otro gran problema: la depresión. Aquí la paciente Spert es atendida por Dagaz, un perro con inteligencia artificial. ¿Cómo es tratado este asunto en la historia?
—Es otro punto clave porque se supone que el Estado está tratando de reintegrar a sujetos que por alguna razón han sido declarados formalmente incompetentes, en este caso por una depresión muy fuerte por un duelo y es el último intento de rehabilitar a una persona porque hay pacientes remisos que no tienen remedio. ¿En qué consiste esto? En que a veces hay éxito en los tratamientos y a veces no. El perroide tiene un nuevo programa terapéutico cargado porque, como en todo en esta sociedad capitalista, el gobierno se quiere ahorrar el pago a un profesional y, como en las cajas de los supermercados, que sea una máquina (una inteligencia artificial) la que dé el servicio.

Lo curioso es que también la inteligencia artificial se va dando cuenta, aunque no es muy consciente de qué está pasando, de que empieza a tener sentimientos humanos, que va resolviendo asuntos y toma decisiones, un poco por intuición y no exactamente por el programa, por el by the book.

Esto es lo que se va dando a través de la trama.

—¿El perroide llega a curar a la paciente?
—En cierto modo, sí, pero de cierta forma no; es un poco ambiguo. Si seguimos parámetros y protocolos, sí la saca de esa depresión tan profunda que tenía, pero hay un pero: siempre va a quedar un dolor que no se va a curar del todo.

—Me llamó la atención lo que mencionó: la intervención del Estado para atender a una persona porque la declara incapaz de tomar decisiones y la obliga a tomar esa terapia. ¿El Estado puede tomar esas atribuciones?
—Pienso que sí. En las novelas de Stieg Larsson, la trilogía de Millenium, hay un caso parecido en la Suecia de nuestros días. Me pareció que si eso se puede dar en la actualidad y en la realidad en algún país, mucho más puede ocurrir en un futuro que ya no está tan lejano. Además, de alguna manera estamos controlados hasta biométricamente: el Estado tiene nuestros datos hasta de la retina.

Entonces, en un momento dado, ¿por qué no pensar que se pueden violar muchos derechos humanos en contra de una persona?

Es una sociedad agresiva que muchas veces no tiene consideración de los sentimientos humanos más profundos.

—Sobre el tratamiento a la depresión en la novela me gustó lo que pregunta el personaje, Liliana Spert, al perro con inteligencia artificial: “¿Por qué quieren reinsertarme en la sociedad, en un mundo lleno de violencia?”. ¿Qué responde usted?
—Allí está la gran cuestión. El perroide le responde que es una persona que todavía puede aportar algo; pero los viejos estamos cada vez más excluidos para contribuir a una sociedad que le rinde pleitesía a la juventud y que, en un momento dado, va desechando a los elementos que ya no le sirven, que ya no consumen o que ya no son de ningún interés práctico. Es una sociedad agresiva que muchas veces no tiene consideración de los sentimientos humanos más profundos.

A la inteligencia artificial la estamos alimentando cuando le preguntamos y ella inventa y a veces miente. Para mí eso ya es una característica humana que ya está utilizando hoy en día.

—También creo que pone a discusión la conveniencia de que una inteligencia artificial, en este caso el perro Dagaz, pueda tener emociones y sentimientos, que en la novela son benévolos, pero en el ser humano no nada más son de ese tipo.
—Eso es precisamente lo peligroso, porque no sabemos hasta dónde se puede llegar. Como bien lo expresaste tú, en este caso son sentimientos benévolos, pero el videojuego que está en la novela tiene un fin muy tenebroso: el reclutamiento de jóvenes por el crimen organizado, que es el otro lado de la moneda de la inteligencia artificial: un uso inadecuado y con ciertos fines de maldad.

Ése es el peligro: a la inteligencia artificial la estamos alimentando cuando le preguntamos y ella inventa y a veces miente. Para mí eso ya es una característica humana que ya está utilizando hoy en día.

Entonces, no sabemos cómo actuará la inteligencia artificial porque no tiene los límites morales que puede tener un ser humano (aunque a veces éste tampoco los tiene, lo que es una cuestión que debemos plantearnos y que está en el libro). Eso lleva a una reflexión: ¿qué vamos a hacer con la inteligencia artificial?

—La moral es un tema importante también: el perro Dagaz hace muchas preguntas importantes al respecto, y es motivo de discusión entre representantes del Estado y los de Texico Dynamics, empresa que construyó al can. ¿Cómo se avizora la moral en el mundo de la inteligencia artificial?
—Ése es otro gran dilema al que nos estamos enfrentando. En la novela, después del incidente en el que el perroide es atacado a balazos, los funcionarios se empiezan a dar cuenta de lo que está pasando con la empresa que fabricó al perro y hay un grupo de personas que protestan por ese cambio, pero hay otro a favor.

Creo que siempre nos vamos a encontrar con esa dualidad: va a haber gente a favor y también en contra, y cada grupo tendrá sus argumentos. La cuestión es si nos podemos poner de acuerdo en cuáles van a ser los límites y cuál va a ser la postura ética, qué vamos a permitir y que no vamos a tolerar, y hasta dónde vamos a llegar.

Ésa es la gran pregunta que empezó hace muchos años, por ejemplo, con el tema de la clonación: se iba a hacer con una oveja, pero la pregunta era hasta dónde íbamos a llegar. En las investigaciones se han puesto limitaciones, pero hay gente que dice que no debería haberlas porque es ciencia. Pero siempre va a haber mal uso de la tecnología, que es a lo que nos enfrentamos.

—Me queda la impresión de que la novela relata fracasos sociales. Se forma un Estado llamado Texico, una casi utopía social, pero en la que, por ejemplo, continúa la delincuencia organizada, que lo hace fracasar.
—Ésa es la idea de situarlo en una distopía futura. Aunque Texico parece muy bonito porque se hace a la forma norteamericana, con casas muy bonitas y todo está limpio y ordenado, pero en el fondo sigue habiendo corrupción en la policía, en el gobierno.

Está la cuestión del crimen, que de alguna manera encuentra caminos para sobrevivir.

No importa qué tanto avance la tecnología: nosotros seguimos siendo humanos que viven emociones y sentimientos. Por las vivencias emocionales nos relacionamos con el mundo, independientemente del nivel tecnológico que estemos viviendo.

—En ese sentido, en una parte del libro parece que la novela se tornará negra, policiaca, cuando se comienza a investigar a la organización que está detrás del nocivo videojuego. ¿Por qué ya no siguió por esta vertiente?
—Alguien me dijo que es una novela de terror. Bueno, no era mi intención; lo que quería era hacer una novela que tuviera elementos de ciencia ficción, que se adentrara en esta distopía y que tuviera varias vertientes temáticas: el suicidio, la depresión y el duelo. Finalmente, el punto medular era poner todos esos temas en perspectiva con los avances tecnológicos.

Finalmente no importa qué tanto avance la tecnología: nosotros seguimos siendo humanos que viven emociones y sentimientos. Por las vivencias emocionales nos relacionamos con el mundo, independientemente del nivel tecnológico que estemos viviendo.

—Hay una afirmación sobre el nombre del perro Dagaz: “Una luz al final del túnel”, “un nuevo amanecer”. ¿Puede serlo un robot de ese tipo?
—Para Liliana lo fue, pero habría que esperar a ver si nos trae un nuevo anochecer o un nuevo amanecer. Es un planteamiento nada más con cierta esperanza de que así pudiera ser.

—Su obra anterior había estado muy distante de la ciencia ficción. ¿Por qué ahora incursionar en ella?, ¿qué posibilidades de expresión le dio?
—Escribir una historia de ciencia ficción era un gusanito que yo traía desde hace muchos años porque quería tener esta libertad creativa de no ceñirme a los géneros de novela histórica, que yo había manejado con anterioridad, y de la novela infantil, que me había dado oportunidad de incursionar en la fantasía. Me gustó porque sentía que me hacía sentir más libre, mientras que la novela histórica me constreñía mucho más a ciertos límites.

Siento que la ciencia ficción da la oportunidad de plantear problemas actuales, pero con la perspectiva de verlos desde un poco más lejos. La novela es una ficción especulativa: ¿qué pudiera pasar si…? Eso fue lo que me empujó a aventurarme, a arriesgarme un poco.

Estoy contenta porque pienso que los temas tratados en la novela han creado cierto entusiasmo en los lectores, lo que me parece buena señal. Está comunicando lo que yo quería y está creando inquietudes; me encanta que la gente se haga preguntas y que cuestione por qué esto y por qué aquello. Eso es lo que más me gusta, además de tener interacción con mis lectores, que es lo que un escritor busca más que nada. ®

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Publicado en: Libros y autores

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