Un largo, perenne y sinuoso camino

El amor que das es igual al amor que recibes

Hace cincuenta años pudieron haberse disuelto Los Beatles. Pero unos toques de buen humor, un contrato provechoso, una jugada audaz y la amistad de los cuatro lograron que continuaran durante treinta y tres años más las andanzas del grupo de rock que inventó el rock.

The Beatles. FaceApp hecha por The Mirror.

Las crónicas podrían decir que fue Ringo quien disolvió al cuarteto. Finalmente, fueron John y George quienes le pidieron, al ser el más simpático, que fuera a espetarle a Paul que definitivamente no podía publicar su disco solista en abril, pues en mayo aparecería Let it be. Era un gélido marzo de 1970. Pero Ringo, como él mismo ha narrado infinidad de veces la anécdota, hizo gala de su sutil y a veces retorcido humor: “Llegué, saludé y le dije:

“Paul, renuncia a sacar ese disco solista… o te prometo que me ahogaré en el jardín del pulpo”. “No, dijo Paul, tengo algo mejor para los tres: un martillito de plata”. Nos reímos a carcajadas y finalmente la pasamos bien hasta altas horas de la madrugada llenos de ginebra y vino. La tarde siguiente los convencí de algo inédito: que todos lanzáramos nuestros discos solistas el mismo día, el primero de diciembre de 1970. Nadie lo había hecho antes y como saben, ya los historiadores lo consideran la maniobra musical más importante del siglo XX.

Hace cincuenta años pudieron haberse disuelto Los Beatles. Pero unos toques de buen humor, un contrato provechoso, una jugada audaz y la amistad de cuatro muchachos lograron que continuaran durante treinta y tres años más las andanzas del grupo de rock que, básicamente… inventó el rock.

Inicialmente fue la cuestión del dinero. Los Beatles habían contratado al depredador Allen Klein para que saneara sus finanzas. Pero el voraz financiero exigía 20% de las ganancias del cuarteto. La solución se logró con un trato fuera de los tribunales: 20% sólo por dos años y únicamente si recuperaba su repertorio y les daba control total. Además, se le obligó a reorganizar Apple Records para que lanzara talentos vanguardistas, aun si esto implicaba disolver sus contratos con otras compañías. Pero siempre —¡siempre!— se debían reconocer a los artistas sus derechos autorales. Klein aceptó y para 1975 Los Beatles no sólo eran los músicos más ricos de todos los tiempos, también habían lanzado, entre otros, a Freddy and his Queenies, Little Blonde, The Moranes, Ed and Alex Jumping Dreams, The Heads of New York, Crushed Bomber, The Phil Collins Sussudios, High Voltage y One Ska Beyond. Su catálogo contaba con los poperos más explosivos del espectro y con amigos agradecidísimos que vieron impulsadas sus carreras como Badfinger, The Rolling Stones, Pink Floyd y Cream.

Los Beatles no pararon. A partir de 1971, después del experimento de los discos solistas fueron pioneros en todo lo que hoy domina la industria musical. Fueron el primer grupo en tocar para más de cien mil personas; en dar presentaciones con una orquesta sinfónica y una big band; en tocar en Moscú y La Habana y en donar todas las regalías de una gira para aliviar el sufrimiento en el centro de África.

Lo siguiente fue ponerse de acuerdo en algo muy espinoso: las novias. Yoko Ono y Linda Eastman se habían convertido en presencias “molestas e ingratas”, según Geoff Emerick. La solución fue increíblemente pragmática: cada año el grupo grabaría durante un mes sin descanso los demos previamente presentados por cada uno de los integrantes. Durante ese lapso sus chicas se dedicarían a viajar por el mundo para hacer declaraciones a cualquier medio que quisiera cubrir el próximo proyecto de los liverpulianos. No hay que decir que esta apuesta magistral cambió la prensa de espectáculos: las esposas viajantes eran siempre la nota. Eso no sólo las mantenía ocupadas y con el ego a lo alto, también representó una estrategia mercadotécnica que hoy se calcula en miles de millones de dólares de publicidad gratuita, tomando en cuenta que prácticamente no hubo espacio que las rechazara. Y en algunos de sus países preferidos, como México, lanzaron a grandes estrellas de los medios como Heriberto Vázquez, quien siendo un adolescente entrevistó a Bárbara Bach en Radio Exitos.

John Lennon se convirtió en el autor más vendido, leído, estudiado, refutado, idolatrado y denostado. Un año después de su última publicación, luego de meses de evadir las presiones incluso de jefes de Estado, los jurados de Estocolmo cedieron y le otorgaron el Premio Nobel de Literatura en 1996.

Los Beatles no pararon. A partir de 1971, después del experimento de los discos solistas fueron pioneros en todo lo que hoy domina la industria musical. Fueron el primer grupo en tocar para más de cien mil personas; en dar presentaciones con una orquesta sinfónica y una big band; en tocar en Moscú y La Habana y en donar todas las regalías de una gira para aliviar el sufrimiento en el centro de África. Salvaguardaron los lanzamientos en 45 rpm y junto con Tom Moulton fueron los precursores de los Remixes de los Ochenta. Para evitar un litigio aceptaron comprar una novel compañía informática llamada también Apple, que se integró a su unidad de desarrollo tecnológico y los convirtió en la primera banda en compartir su música en archivos mp3. Su capacidad de adaptación fue asombrosa: Ringo Starr fue el primero en tocar una batería electrónica y la de George Harrison fue la primera guitarra procesada por computadora. Paul McCartney revolucionó la música disco junto con David Bowie, Sly Stone, Brian Eno y Nile Rogers. Ringo, Paul y George inventaron el new romantic al convencer a punks blancos drogados de optar por sonidos con reminiscencias de los años cuarenta. Y Lennon… Lennon fue en sí mismo una época. Después de haber coqueteado con lo más inmundo de los movimientos contestatarios y de salvarse del atentado de un orate manipulado por la CIA, Lennon decidió hacer una purga de sus propios prejuicios y como catarsis entregó un libro anual por década y media. Ahí denunció sus propios demonios: la falsedad, la sevicia con las mujeres, su desafección como padre, su egolatría y su desmedido apego a una humanidad que estaba ávida de nuevos caminos. Sus magníficos escritos, de sólida exaltación y conmovedora sencillez, fueron el referente para los nuevos movimientos de protesta: feministas, especistas, neoprimatistas, esteopígicos, astricistas, mastófilos, geolatristas y ultraclasicistas volvían sus enunciados un consistente mantra.

John Lennon se convirtió en el autor más vendido, leído, estudiado, refutado, idolatrado y denostado. Un año después de su última publicación, luego de meses de evadir las presiones incluso de jefes de Estado, los jurados de Estocolmo cedieron y le otorgaron el Premio Nobel de Literatura en 1996, para infortunio de Wisława Szymborska, considerada segura ganadora, y para beneplácito de sus devotos lectores. Por supuesto, este hecho cimbró al mundo y convocó a millones en los cinco continentes a cantar “Imagine” en el momento que recibía la medalla.

Pero los aportes de Los Beatles fueron más allá de lo logrado personalmente. Musical y líricamente fueron inalcanzables. Y jamás abandonaron sus ideales de libertad, aunque escogieron muy bien sus batallas políticas. Aceptaron tocar en Sun City y en medio del concierto denunciaron las transgresiones del gobierno sudafricano, que no pudo sostener el apartheid después de haber sido exhibido en su propio territorio. Descarrilaron la fulgurante carrera de Henry Kissinger con su canción “Luces sobre Saigón”. Provocaron un cisma en la Iglesia católica cuando denunciaron la hipocresía y malevolencia de una monja psicópata que regenteaba inmundos hospicios para desahuciados en Calcuta con su medley:

“Sister gold digger/ Thérese plays dirty/ Dying facing the sun”.

Por supuesto, fueron las estrellas de Live Aid y tocaron gratuitamente en el Zócalo de la Ciudad de México en 1986, exactamente un año después del devastador terremoto. Este hecho es ahora considerado el clavo mayor en el ataúd del PRI, que dos años después claudicó ante la Corriente Democrática.

Pero todo lo bueno tiene un final. Los Beatles decretaron su muy amigable y concertada disolución el primero de enero del año 2003, luego de que George Harrison venciera el cáncer. El orbe no lloró, todo lo contrario: fueron días de festividad y alegría, el punto culminante de una alegre aventura juvenil, como la sensación beatífica que tienen los peregrinos que llegan de visitar el sitio más anhelado. El amor que estos muchachos tomaron fue igual al amor que crearon.

Los últimos años hemos seguido las fugaces apariciones que John Lennon, George Harrison, Paul McCartney y Ringo Starr hacen como solistas, casi siempre apoyando a sus vástagos o a jóvenes promesas. Pero el retiro les sienta bien… de hecho muy bien, en estos tiempos de celebridades acosadas y despedazadas en las redes sociales. De vez en cuando alguna voz urgida de publicidad pretende mallugar una carrera casi inmaculada. Pero de inmediato es silenciada, no por seguidores fanáticos y vociferantes, sino por la indiferencia que provocan los amargados sin causa.

Hoy se cumple medio siglo del día en que estuvimos a punto de perder a The Beatles. El buen humor y la camaradería sortearon ese escollo de 1970. Siete años después una de sus canciones quedó petrificada en dos discos de oro que son nuestras esperanzas lanzadas al espacio. Y tal vez en un milenio, cuando las sondas Voyager se encuentren a seis billones de kilómetros de la Tierra, una superior inteligencia extraterrena de oídos celestiales se deleitará sabiendo que una civilización se tomaba fraternalmente de las manos mientras cantaba ♫Here comes the Sun doo-doo-doo-doo ♪♫. ®

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Publicado en: Música

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