Una policía criminal, el legado de García Luna

Entrevista a Francisco Cruz

En García Luna, el Señor de la Muerte, el autor describe a un hombre visionario para el crimen que permitió a grupos del crimen organizado explotar las zonas mineras del país, las aguacateras, el huachicol…

García Luna, preso. Fotografía de El Tiempo Monclova.

Uno de los casos de justicia más controvertidos de los últimos años es el que en Estados Unidos se mantiene contra Genaro García Luna, quien fue titular de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) y de la Agencia Federal de Investigación (AFI), además de haber sido miembro de otros importantes organismos, como el Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen).

García Luna fue detenido por las autoridades en diciembre de 2019 en Texas, bajo cinco cargos, entre los que se incluyen narcotráfico, asociación delictuosa y declaraciones falsas —aunque hasta entonces en México no había acusaciones formales contra él.

Pese a ser un personaje público tan relevante, el que fue llamado “el superpolicía mexicano” era un personaje muy desconocido. Para hallar sus orígenes y el desarrollo de su intrincada carrera policiaca Francisco Cruz realizó una investigación que ahora publica en el libro García Luna, el Señor de la Muerte (México: Planeta, 2020).

En ese libro Cruz afirma que, a diferencia de otros trabajos sobre el “superpolicía” busca “reconstruir los orígenes de García Luna, adentrarme en historias y testimonios poco conocidos que me servirían para entender muchos porqués”.

Sobre ese libro conversamos con Cruz (México, 1956), periodista de amplia experiencia que ha laborado en medios como Reforma, El Universal, Diario Monitor y El Centro. Autor de al menos nueve libros, obtuvo en 1997 la Presea Estado de México José María Cos.

—¿Por qué hoy un libro sobre Genaro García Luna? Han aparecido otros libros con el tema recientemente.

—Hacía falta. Pienso que García Luna es un fantasma, el gran desconocido de este país. Se le puede conocer a partir de la AFI y sabemos que estuvo en el Cisen, pero su vida haca atrás es la de un hombre invisible: no existe. No hay forma de saber quién y cómo era, cómo se formó.

Parece que floreció a partir del nombramiento que le hizo Vicente Fox como titular de la AFI, la cual se la creó a la medida, y a partir de entonces se pueden decir muchas cosas de él, pero finalmente no sabíamos quién era.

Si hablas de un personaje de la política lo puedes seguir: quién es su familia, dónde robó, cuánto se llevaron, etcétera. Pero de García Luna me da la impresión de que es el hombre público más desconocido que hay en este país. Así que teníamos una deuda de conocer a este personaje, de saber verdaderamente dónde y cómo inició su vida, quién es, y no sólo decir “está relacionado con narcotraficantes”. ¿A poco eso nació de la noche a la mañana? ¿Su relación con el crimen surgió de la nada? ¿Le brotó y dijo “Me voy a relacionar con delincuentes y ya? Puede ser, pero esas eran mis dudas.

—Quiero ir por allí, con lo que empieza y con lo que termina el libro: la infancia y adolescencia de García Luna en la colonia Romero Rubio, donde dice que se empezó a relacionar con gente de la División de Investigaciones para la Preevención de la Delincuencia (DIPD).

—Me surgieron muchas dudas. Hay gente que habla muy bien de él y otra muy mal, pero me paré en el centro para considerar qué hace falta saber. Me acerqué a gente que lo conoce, que trabajó con él: espías del Cisen, y luego agentes de inteligencia de la Policía Federal. Algunos me ayudaron, otros no, como sucede con cualquier reportero.

Lo primero que me allegaron las fuentes fue su acta de nacimiento, la que cotejé y sé que es real. Con ese documento fui a caminar a donde él vivió, a recorrer las calles donde creció, a conocer gente que fue su vecina, que lo conoció en la escuela, que jugó futbol con él (su papá tuvo equipos en la Romero Rubio).

Lo primero que descubrí es que su familia en los años sesenta salió huyendo de Michoacán. La gente recuerda que durante un año no salieron a la calle o lo hacían a escondidas. Por eso mismo hasta el año siguiente a su nacimiento lo llevaron a registrar. Eso quiere decir que él había nacido en Michoacán y los registraron aquí pero hasta un año después.

—¿Por qué su familia huyó de Michoacán?

—No lo sé. Como fue gente cerrada, lo que se sabía es que había llegado y se había insertado en una vecindad y no salía. Eso, como en todos lados, despertaba temor, pero los vecinos nunca supieron de dónde venían. Pero después lo investigué: de Michoacán.

Lo primero que descubrí es que su familia en los años sesenta salió huyendo de Michoacán. La gente recuerda que durante un año no salieron a la calle o lo hacían a escondidas.

Pasado el año empezaron a convivir porque tenían que salir al mercado y a la calle porque, además, tenían más hijos. Esos desconocidos comenzaron a integrarse hasta donde podían en las colonias cercanas.

La otra cosa que descubrí es que cuando ellos vinieron de Michoacán en los años sesenta llegaron a la calle Herón Proal, y en la misma casa a la que llegaron allí viven. Antes era una vecindad muy pobre, y hoy es una casa en forma por el dinero que hizo.

Llegaron a esa calle y vivían casi en la esquina, y justo a ese lugar (esto lo sé por testimonios de vecinos, policías y de agentes federales) le llamaban “la Canasta”, porque allí los viejos agentes del Servicio Secreto (que después pasó a la Dirección de Investigación y Prevención de la Delincuencia) juntaban en una canasta los botines que obtenían de robos, asaltos, extorsiones y robo a casa habitación. Allí lo repartían los comandantes y los policías.

En ese ambiente fue creciendo García Luna, y a los once años (lo sé por testimonios de viejos agentes del Servicio Secreto) lo reclutaron como un soplón, como espía, madrina o como le quieras llamar. Su trabajo era ir a ciertos lugares, como mercados públicos, e identificaba a la gente de dinero y se ganaba su confianza. Después los policías la asaltaban, robaban o extorsionaban. Él era el dedo de los agentes.

En ese proceso murió el jefe de la banda de policías, y desaparecieron el Servicio Secreto y la DIPD, y los agentes fueron agrupados en la Dirección Federal de Seguridad, en la Procuraduría General de la República y en la Policía Judicial Federal o en la del Distrito Federal. La banda fue desbaratada por 1985, pero sus integrantes no dejan de proteger a García Luna. Entonces él fundó su propia pandilla de cinco jóvenes.

Con la guía de los policías esos jóvenes comenzaron a perfeccionarse en asalto y robo a casas habitación. Así pasaron casi dos años, hasta el 25 de diciembre de 1987, cuando los cinco jóvenes salieron de casa de los García Luna, caminaron, saltaron por una azotea a una vivienda de la calle Emiliano Zapata, donde pasaron unos minutos y salieron con costales con objetos de esa vivienda. Regresaron a casa de los García Luna.

En las siguientes horas de aquel 25 de diciembre descubrieron que aquellos cinco jóvenes de la pandilla encabezada por García Luna habían robado 250 millones de pesos en efectivo, además de 10 mil dólares en billetes, cualquier cantidad de centenarios, joyería, alhajas.

La gente me llevó a los lugares y conocí al comerciante que asaltaron. Unos vecinos me presentaron con un hombre de nombre Antonio Chávez, conocido por el apodo de el Soldado. Resulta que es el cuñado de García Luna.

Todo eso se pierde en el tiempo. En este país, como en muchos otros, los secretos no son para siempre: algo queda. Resulta que un viejo agente de inteligencia de la Policía Federal me hizo llegar la averiguación previa de aquel 25 de diciembre de 1987, aunque supuestamente la habían destruido. Pero la cotejé y existe.

Ésa fue la primera vez que apareció la casa de los García Luna como cueva para proteger no a García Luna sino a Antonio Chávez, al cuñado. Tardaron varias semanas en llevarlo a Michoacán, y a García Luna no se lo llevaron porque a él lo protegían los viejos agentes del Servicio Secreto que ahora estaban en la DFS, que en los setenta y los ochenta fue un nido de narcotraficantes, comandantes que querían apoderarse del crimen organizado.

Lograron sacar el nombre de García Luna de la averiguación previa por la presión o amenaza de los viejos policías, sus maestros. Pero, claro, también se quedaron con parte del botín, como pasa en todos los ministerios públicos, y no se siguió la investigación.

—¿Cómo logró superar el ámbito de esta pequeña banda callejera? Porque García Luna siguió estudiando hasta recibirse como ingeniero en la UAM y después se vinculó con Wilfrido Robledo.

—Es que no salió: aquellos viejos agentes que fueron sus maestros… Puedo decir muchas cosas de él: que es un sanguinario, un maldito o lo que sea, pero es un hombre metódico. Aquellos viejos agentes del Servicio Secreto que se insertaron en la DFS y en la PGR descubrieron que era un tipo que tenía ganas de superarse porque venía con muchos traumas.

Pasajes desconocidos de su vida: primero, la pobreza extrema en la que vivía; segundo, que es un tipo de muy baja estatura para ser futbolista, como quiso de niño; tercero, es tartamudo. Cuando perdió la tartamudez cuando tuvo el poder de los gorilas (como él les llamaba a los policías, y por eso a él lo nombraron Chango), perdió la timidez y algunos de sus traumas y se convirtió en un tipo salvaje, violento.

Eso lo descubrieron, pero también que es un tipo al que le gusta sistematizar, le gusta el orden, y lo llevan a la universidad y no rompen con él. Además él conservaba parte del botín de aquellos 250 millones de pesos, con lo que arreglaron la casa que ahora tiene su familia.

Cuando perdió la tartamudez cuando tuvo el poder de los gorilas (como él les llamaba a los policías, y por eso a él lo nombraron Chango), perdió la timidez y algunos de sus traumas y se convirtió en un tipo salvaje, violento.

Entró a la universidad, y en 1989 le nació el amor por el espionaje, según él cuenta; se lo habían inculcado los viejos agentes. Pero reprobó el examen, y después resultó que lo pasó y fue de los primeros reclutados: le ayudaron. Y allí rompió con sus viejos colegas.

Lo hizo porque no le gustaban las formas de los viejos agentes: ni el vestir ni la forma de hablar ni el comportamiento. Antes todo el mundo veía a alguien y sabía que era un policía; eso no le gustaba, y en el Cisen rompió con ellos y creó una banda propia: una hermandad.

Lo sé porque tengo una fotografía en blanco y negro donde está con seis personas, quienes formaron una hermandad de tipo mafioso, pero tomaron el ejemplo de la vieja hermandad de la policía de la Ciudad de México, que había nacido en los años cuarenta y se convirtió en la mayor mafia policial de este país.

Él tomó ese ejemplo. Son conocidos todos los primeros integrantes: Mario Barriga Santa Ana, Joel García, Benito Roa Lara, Víctor Garay Cadena, Marco Antonio Novela y Édgar Eusebio Millán Gómez (que después fue asesinado), quienes lo siguieron hasta la Secretaría de Seguridad Pública.

Fuera de la fotografía, a esa hermandad mafiosa se sumaron personajes fundamentales en su carrera: el primero, Luis Cárdenas Palomino, su sombra, su brazo derecho, su espejo, a quien también busca Estados Unidos. También Ramón Pequeño García, Iván Reyes Arzate (que va a ser testigo contra él) y Maribel Cervantes Guerrero (recientemente destituida como secretaría de Seguridad Pública del Estado de México), quien se hizo su primer romance y era su analista de cabecera. Después la sacó y llegó otra analista: Linda Cristina Pereira Gálvez, quien entró en la hermandad pero después quedó fuera porque esa relación fue muy superior y desplazó a todas: se casó con ella y tiene dos hijos.

Cuando llegó al Cisen rompió con sus viejos compañeros, sus maestros, pero también fue cuando creó su propia banda de agentes federales de inteligencia. El Cisen era la vieja DFS: algunas cosas cambiaron de nombre nada más. Lo creó Carlos Salinas para aplastar a sus enemigos, no para ofrecer seguridad nacional.

Allí empezó el ascenso institucional de García Luna y su relación con el crimen organizado. Él tomó como ejemplo a J. F. Hoover: quería ser como él. Por eso les cambió el vestido bonito, el traje y la corbata azules. Entonces ya lo empiezan a seguir ya no como el Chango o la Metralla sino como el Demonio Azul. A través del Cisen es cómo él se insertó en el crimen, pero ya venía en su educación desde niño.

Cuando llegó al Cisen rompió con sus viejos compañeros, sus maestros, pero también fue cuando creó su propia banda de agentes federales de inteligencia. El Cisen era la vieja DFS: algunas cosas cambiaron de nombre nada más.

Cuando su familia huyó de Michoacán con un recién nacido lo trajeron a encontrar su destino. Así él se fue formando como delincuente, y no fue por casualidad. Llegó al Cisen con un plan definido para controlar a la delincuencia organizada porque ya lo habían intentado otros: Arturo Durazo Moreno con López Portillo, Guillermo González Calderoni, el superpolicía de Carlos Salinas de Gortari, etcétera.

Ha sido toda una escuela: no es casualidad que García Luna haya llegado allí y que haya intentado hacer lo que hizo. Sólo que él es más sistemático, y empezó a dar una serie de golpes (todos muy malos, por cierto). Era un muy mal espía: él y otro de sus compañeros fueron los responsables, los envió Salinas con los zapatistas y fracasaron porque finalmente el EZLN se levantó en armas.

En 1997 Ernesto Zedillo le ordenó crear, con Wilfrido Robledo Madrid, un grupo de élite del Cisen para capturar al secuestrador más sanguinario que ha tenido nuestro país: Daniel Arizmendi, el Mochaorejas. García Luna contrató a una empresa extranjera para que le ayudara porque vio su primera ocasión de convertirse en un héroe nacional. Zedillo le puso en bandeja de plata ser un héroe, pero fracasó, y el presidente, presionado por empresarios y comerciantes españoles que habían sido blanco del secuestrador, pidió que integraran en ese grupo de élite del Cisen a un comandante de la Policía del Estado de México, Alberto Pliego Fuentes. No hubo química porque García Luna vio en el comandante Pliego Fuentes a un igual, con las mismas mañas, los mismos vicios y las mismas intenciones. Finalmente, en 1998 Pliego Fuentes capturó vivo al Mochaorejas y también a otros secuestradores.

Entonces García Luna perdió la oportunidad de ser un héroe; pero lo que no se vio es que después fueron creando bandas de secuestradores, como se observó en el caso Florence Cassez, que son inventos de García Luna. Pero nunca pudo ser un héroe nacional.

Cuando ya estuvo bien asentado en la AFI lo primero que hizo fue refundir al comandante Pliego Fuentes en la cárcel; aunque fue en un hospital, murió preso.

—El libro comienza con la anécdota de aquella noche de 2000 cuando el candidato presidencial priista pierde y se reúnen García Luna, Wilfrido Robledo y Cárdenas Palomino para lamentarlo. ¿Cómo era su relación con el PRI, y después su transición al panismo?

—Es muy curioso porque nadie ha visto que, para atrás, García Luna era un traidor: había traicionado a sus maestros del Servicio Secreto y federales que le ayudaron y lo insertaron hasta en el Cisen y que lo enseñaron a robar, y lo metieron en la delincuencia organizada.

Es un hombre listo y astuto, e hizo una gran jugada: primero, su grupo jugó su proyecto policiaco con Francisco Labastida Ochoa. Entregaron a la campaña priista informes confidenciales contra Vicente Fox y Martha Sahagún, pero perdieron. Pero en el Cisen tenían a todos fichados, y tenían la información de Marthita: conocían sus debilidades, sus fortalezas, su inclinación al esoterismo, a la santería… Todo.

García Luna era un traidor: había traicionado a sus maestros del Servicio Secreto y federales que le ayudaron y lo insertaron hasta en el Cisen y que lo enseñaron a robar, y lo metieron en la delincuencia organizada.

Pero García Luna traicionó al PRI: se acercó a Sahagún y le entregó los secretos oscuros de los priistas, y luego se los dio a Fox. Fue una pareja que llegó a Palacio Nacional sin nada, a conocer las viejas estructuras. Claro, si ellos hubieran sabido que Fox era tan corrupto y que Marthita era igual, no habría pasado nada. Pero le entregaron todo.

Hay que recordar lo que pasó en 2001: fue creada la AFI como un traje a la medida de García Luna, y vimos en lo que se convirtió después. Él mismo reconoció que fracasó cuando la desapareció y formó la Policía Federal ya en el sexenio de Calderón. Es un tipo fracasado pero listo, que sabe cómo hacer las cosas.

Su siguiente gran golpe vino en 2005, cuando vio que Fox no tenía candidato (era Santiago Creel Miranda, un tipo gris, opaco, sin un discurso, sin personalidad) lo traicionó (no a Marthita) y entregó secretos a la campaña de Felipe Calderón. Éste y Margarita Zavala usaron a la AFI para hacer espionaje en la campaña de López Obrador. Infiltró al lopezobradorismo con agentes de la AFI, y fue parte de la guerra sucia.

Se notó su gran poder el 1 de diciembre de 2006: a cargo de un contingente de élite de la Marina Armada de México desplazó al Estado Mayor, tomó prácticamente por asalto el Congreso de la Unión, le dieron entrada a Calderón por la puerta de atrás y vino lo que se vio por televisión: Calderón se autocolocó la banda presidencial y se autojuramentó como presidente de la República.

Calderón fue presidente por una persona: García Luna. Ése fue su poder. De esto tengo testimonios de gente de inteligencia.

—En el libro se afirma que el gobierno de Enrique Peña Nieto le dio impunidad, pero no lo integró. ¿Qué ocurrió entonces?

—Cuando llegó Peña Nieto intentó hacer lo mismo que antes, pero llegó a tratar de delincuente a delincuente. García Luna llegó a negociar con el grupo Atlacomulco y con el grupo Hidalgo, que encabezan Jesús Murillo Karam y Miguel Ángel Osorio Chong.

Estaban de tú a tú, de criminal a criminal, y no se pudo colocar, pero el PRI tampoco lo dejó fuera: lo bañaron con recursos por debajo de las cañerías de la política mexicana, miles de millones de pesos para que creara su empresa.

Su empresa es de inteligencia. Ya había robado archivos del Cisen, eran suyos los de la AFI y se había llevado los de la Policía Federal (cundo creó un búnker en Constituyentes, en la salida a Toluca, y otro en Iztapalapa, que iba a ser el gran centro de espionaje, que presumió en la televisión de Estados Unidos).

Tiene 5 millones de fichas de archivo que nadie sabe qué tienen. Es un tipo que todavía tiene poder y tiene cualquier cantidad de cosas para negociar. Ese es el poder de García Luna.

Peña Nieto no lo quiso, pero no se peleó con él y lo bañó de recursos. Además, respetó casi todas las posiciones de la Policía Federal, aunque la integraron a Gobernación. Quedaron todas las células del garcialunismo no sólo en la Federal sino en el resto de los estados. Él tenía 5 millones de expedientes, pero en ese momento contaba 500 mil de igual número de policías federales, estatales y algunos de los municipales que en 2018 había en este país, con perfiles psicológicos, criminales, exámenes de confianza. Tenía las fichas oscuras de cada político, de cada empresario, de guerrilleros. Incluso Carlos Slim le dio acceso irrestricto a las bases de Teléfonos de México.

Tiene 5 millones de fichas de archivo que nadie sabe qué tienen. Es un tipo que todavía tiene poder y tiene cualquier cantidad de cosas para negociar. Ese es el poder de García Luna.

—Ahora lo están juzgando en Estados Unidos. ¿Cómo ha sido posible que haya tanta impunidad en México? Usted relata que su madre no quiso declarar contra él, y no había en México denuncias en su contra. Desde los años ochenta hasta 2020 ha tenido impunidad. ¿Qué nos dice esto del país?

—El sistema, cuando nace con los presidentes civiles en 1946, ya era putrefacto, y permitió la creación de este personaje. No sólo había policías: hay que recordar, por ejemplo, a Hank González, que era un pillo, un maestro rural que entró en la política a través del grupo Atlacomulco y que terminó su carrera con 3 mil millones de dólares.

Desde la creación del sistema cada presidente ha necesitado una persona que sea su gatillero, que le haga el trabajo sucio. García Luna se lo hizo a Fox, a Calderón y fue parte de la farsa con Peña Nieto. El sistema lo permitía: nadie combatía la corrupción.

Hay que ver cuáles políticos, aquellos monstruos del PAN y del PRI, son pobres. ¡Ninguno! El sistema te permite hacer eso. Hasta le permitió a Arturo Durazo aspirar a la candidatura presidencial sabiendo que era un asesino. Le permitió a García Luna hacer un proyecto político pero fracasó, como aquel programa televisivo que crearon, El equipo, en el que se gastaron formalmente 120 millones de pesos, con el apoyo de Calderón. Ése era el lanzamiento político de García Luna: dignificarlo como policía y crearle una carrera política. ¿Qué pasó? El programa se cayó en el capítulo 12 y nunca más pasó. Allí se acabó su carrera política.

—Él estuvo en el Cisen, hizo la AFI, la Policía Federal, la Plataforma México. En esas organizaciones tuvo como colaboradores a muchos policías e investigadores que han seguido su carrera en el gobierno. En ese sentido, ¿cuál es el legado de García Luna?

—Una policía que formaron para controlar a la ciudadanía, para meternos miedo, para controlarnos a través del crimen organizado. En los once años que van desde que estuvo al frente de la AFI y hasta que terminó como titular de la Secretaría de Seguridad Pública hay más de 150 mil muertos.

La violencia se desató con ellos: armaron a los delincuentes, crearon bandas de secuestradores y de extorsionadores. Documento que él es un hombre visionario para el crimen: permitió a grupos del crimen organizado explotar, por ejemplo, las zonas mineras del país, las aguacateras, el huachicol.

La violencia se desató con ellos: armaron a los delincuentes, crearon bandas de secuestradores y de extorsionadores. Documento que él es un hombre visionario para el crimen.

Su legado es una policía criminal, coludida con criminales sin placa para controlar a la sociedad a través del miedo. Lo que tenemos hoy es sólo eso, porque todas las estructuras, las policías estatales, las mayores policías municipales y la federal estaban allí.

Cuando se rebelaron eran las células durmientes de García Luna tratando de desestabilizar al régimen de López Obrador, clarísimo. Muchas células siguen en las policías de los estados.

Ése es su legado: una policía criminal para controlar al país a través del miedo y del terror.

—¿Cómo fue la relación de García Luna con Estados Unidos? En el libro se lee cómo Calderón y él permitieron que entraran en el país cuerpos de seguridad de Estados Unidos. ¿Cuál es la responsabilidad de Estados Unidos en esta situación?

—Ellos tienen su política. Las agencias de inteligencia, de seguridad, de espionajes de Estados Unidos tienen una política, y crean y destruyen. Ellos usan a la gente, y con García Luna lo pudieron hacer desde el Cisen hasta el gobierno de Peña Nieto. Les servía porque tiene los expedientes de cinco millones de personas, sabe quiénes son los políticos criminales.

Lo usaron, pero se le olvidó a él; eso está en un dicho: para mafioso, mafioso y medio. Lo crearon y lo usaron, como lo habían hecho con Manuel Antonio Noriega en Panamá y con otros.

A veces lo digo en tono de broma, pero es muy delicado: por lo menos por Noriega fueron a Panamá, aunque invadieron. Con García Luna no: pagó su pasaje y se fue a entregar, con todo y su familia. Se les fue a poner.

—En el libro también se habla del trato de García Luna con los medios. Por supuesto, ya mencionamos la serie, también tuvo vínculos con lo que llama “periodistas ilustrados”. ¿Cómo fueron esos vínculos?

—García Luna es uno de los personajes que descubrió muy pronto el valor de la información, de controlar a alguien a través de la información sucia. Lo que hizo desde la AFI: creó un grupo de élite de la Policía Federal que atendía ciertos periodistas y que les dosificaba la información que García Luna les quería entregar. En el libro vienen los nombres.

Aquellos privilegiados, esa clase acomodada de periodistas, publicaban lo que él quería que publicaran. Él iba a basar su regreso a México en ellos y en México Libre, porque eran sus amigos y les había entregado información.

Él mismo atendió a Carlos Loret de Mola con lo de Florence Cassez: le recreó una escena de secuestro. Fue hábil y conocía el poder de la información, y por ello creó grupos de élite para que entregaran información a ciertos comunicadores, y estos difundían lo que García Luna quería difundir. ®

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Publicado en: Libros y autores

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