Una de las principales diferencias entre los humanos y otros animales es su sexualidad: somos los únicos en el reino animal que ejercemos la sexualidad no solamente como una actividad de procreación, sino de recreación. Entre las 4,300 especies de mamíferos somos una excepción flagrante en materia sexual. Es uno de los rasgos que nos hace más humanos.
Entre recreación y procreación
En el mundo animal la sexualidad tiene solamente fines reproductivos y ocurre, salvo contadas excepciones, en periodos de fertilidad de las hembras. El macho es tan accesorio que en algunas especies de insectos la hembra devora al macho después de la copulación. En las profundidades del mar hay variedades de peces donde el macho es un parásito adosado al cuerpo de la hembra. Los salmones y los pulpos copulan una sola vez y de ese modo programan su muerte inminente.Los humanos encaramos la sexualidad con placer, independientemente de los ciclos reproductivos. Somos los únicos que podemos tener sexo de frente, mirándonos a los ojos. Mientras en otros mamíferos las hembras manifiestan abiertamente que están en celo por su olor, el color de sus genitales y sus gestos, en los humanos ese periodo no está particularmente reservado para el sexo.
Todo esto nos cuenta Jared Diamond —el autor de Armas, gérmenes y acero y de Colapso— en un libro delicioso titulado ¿Por qué es divertido el sexo? Diamond ironiza respecto a nuestras similitudes con los grandes monos, con quienes tenemos apenas entre 2.3% y 3.6 % de diferencia en el mapa genético:
Está claro que nuestro gran cerebro y nuestra postura erguida desempeñaron un papel decisivo en lo que llamamos humanidad, es decir, en el hecho de que ahora podemos usar un lenguaje, leer libros, mirar televisión, comprar y cultivar la mayor parte de nuestra comida, ocupar todos los continentes y los océanos, mantener a miembros de nuestra propia especie y de otras enjaulados, y exterminar la mayoría de las especies de animales y plantas, mientras que los grandes monos que todavía no hablan, recolectan frutos salvajes en la selva, ocupan pequeños espacios en los trópicos del viejo mundo, no mantienen enjaulado a ningún animal, y no amenazan la existencia de ninguna otra especie. ¿Qué papel cumplió nuestra extraña sexualidad en alcanzar esos hitos de humanidad?”1
Los chimpancés son los mamíferos más parecidos a nosotros, pues su mapa genético sólo se diferencia en 1.6% del nuestro. También en sus costumbres sexuales hay un pequeño parecido: los chimpancés pigmeos son los únicos que usan la sexualidad como recreación. El sexo humano, pues, es fundamentalmente una actividad de recreación, no de procreación.
Durante siglos la religión católica ha procurado, por la fuerza más que por la razón, acercarnos más a los otros animales, reprimiendo el aspecto recreativo de la sexualidad; por fortuna no lo ha conseguido, aunque sigue persistiendo en el intento.
Durante siglos la religión católica ha procurado, por la fuerza más que por la razón, acercarnos más a los otros animales, reprimiendo el aspecto recreativo de la sexualidad; por fortuna no lo ha conseguido, aunque sigue persistiendo en el intento.
En una posición diametralmente opuesta, desde la fisiología, la biología y las teorías de la evolución, hay cada vez más evidencia de que no solamente el crecimiento del cerebro y la posición erecta del cuerpo determinaron que el ser humano se diferenciara de los primates y adquiriera los rasgos distintivos del lenguaje, la cultura o la habilidad de manejar instrumentos complejos. También la sexualidad, con sus características recreativas y lúdicas, contribuyó a hacernos más humanos.
La intimidad es uno de los rasgos que marcan nuestra fundamental diferencia con otros animales. Para la mayoría de las especies el acto sexual es público porque es un acto que no tiene sino una connotación reproductiva. El contacto físico es propio de los mamíferos, la penetración, pero en la mayoría de las especies de peces ni siquiera eso existe: las hembras descargan sus huevos en el agua y los machos se apresuran a descargar su esperma para fecundar los más que se pueda, pero ni la hembra ni el macho se sienten “padre” o “madre” de esos retoños, ambos se desentienden del resultado de la fecundación, aunque así contribuyen a la preservación de su especie.
Celebración de la sexualidad
Nos hemos hecho “humanos” poco a poco, y en esa evolución ha tenido mucho que ver la sexualidad. No siempre fue como la practicamos hoy, porque había condicionantes biológicos y sociales que eran determinantes. Por ejemplo, antes del inicio de la agricultura hace diez mil años el periodo de lactancia de los recién nacidos se prolongaba hasta los cuatro años. La proximidad entre los bebés y sus madres conspiraba contra la intimidad de las parejas y sobre todo en contra de una intimidad de tipo lúdico, que seguramente no existía todavía.
La fecundación interna de los mamíferos implica la cercanía de la penetración, pero esto puede ser también en la mayoría de ellos un acto mecánico, necesario para perpetuar su especie, pero sin otras connotaciones. En los humanos, en cambio, el sentido de la intimidad está muy desarrollado y añade al acto sexual las nociones de juego, de placer y, por último, el sentimiento. Por ello la sexualidad de los humanos es materia para la literatura y al arte en general, y es por ello que la distinción entre sexualidad y erotismo en la literatura es tan tenue y varía de acuerdo con los cánones culturales, filosóficos y religiosos de cada sociedad.
La sexualidad humana como acto de recreación no puede sino ser una manifestación de erotismo, en la medida en que es una representación, una celebración, una ceremonia ritual cargada de símbolos y no simplemente un acto fisiológico programado.
Octavio Paz es un referente obligado en este tema, y es imposible no impregnarse de su pensamiento cuando en La llama doble aborda el erotismo como una metáfora de la sexualidad animal:
El erotismo es sexualidad transfigurada: metáfora. El agente que mueve lo mismo al acto erótico que al poético es la imaginación. Es la potencia que transfigura al sexo en ceremonia y rito, al lenguaje en ritmo y metáfora.
La literatura del siglo XVII recoge interesantes ejemplos de cómo el poder de la iglesia y del Estado —muy ligados entre sí— fueron incapaces de suprimir el sexo como recreación —todo lo contrario. En la España de Felipe IV el “desenfreno erótico”, como le llama José Deleito y Piñuela,2 era aún mayor cuanto que se intentaba infructuosamente de reprimirlo. Los dueños de prostíbulos eran personas o entidades respetables. Incluso el Estado estaba en el negocio. En 1604 el Ayuntamiento de Sevilla controlaba veinte prostíbulos en casas arrendadas por el verdugo. Para trabajar en los burdeles, también llamados en lengua germanesca o vulgar manfles, berreaderos, cercos, campos de pinos, cortijos, dehesas, guantes y piflas, entre otros, solamente se requería, por ley, tener más de doce años de edad, haber perdido la virginidad y ser huérfana de padres. A lo que ahora llamamos trabajadoras del sexo y hasta hace poco prostitutas, en esa época se las conocía como mancebas, cortesanas, rameras, busconas, cantoneras, germanas, gayas, pencurias, marañas, sirenas de respigón, niñas del agarro, urgamanderas, marquidas, izas y marcas, entre muchas otras.
¿Animales tristes?
Invadidos por la moralidad judeocristiana y herederos del discurso de Platón, hemos rechazado el sexo como algo sucio y detestable. De ahí la famosa frase en latín: “Post coitum omne animal triste est…”. Petronio escribió algo parecido: “Foeda est in coitu et brevis voluptas / Et taedet Veneris statim peractae”. Que traducido por Ben Jonson al inglés: “Doing a filthy pleasure is, and short, / And done, we straight repent us of the sport” es algo así como: “Dedicarse a un placer sucio es, y corto / Y terminado, nos arrepentimos de la diversión”.
El joven Shakespeare destiló ácido al escribir un soneto en el que la víctima de la lujuria aparece como un pez en el anzuelo, dando sus últimos aleteos, agotando toda su energía, y Mallarmé no estuvo fuera de esa noción culpabilizadora: “La chair est triste, hélas ! et j’ai lu tous les livres”.3
Más reciente en la cronología, García Márquez dice que “el sexo es el consuelo que le queda a uno cuando ya no le alcanza el amor”. Y Vargas Llosa escribe que “no hay gran literatura erótica, lo que hay es erotismo en grandes obras literarias. Una literatura especializada en erotismo y que no integre lo erótico dentro de un contexto vital es una literatura muy pobre. Un texto literario es más rico en la medida en que integra más niveles de experiencia. Si dentro de ese contexto el erotismo desempeña un papel primordial, se puede hablar verdaderamente de literatura erótica”.
Más reciente en la cronología, García Márquez dice que “el sexo es el consuelo que le queda a uno cuando ya no le alcanza el amor”.
El mismo Vargas Llosa afirma que “la liberalidad de las costumbres, que es un progreso moral para la sociedad, ha jugado tradicionalmente en contra de la literatura erótica. Ha hecho que el erotismo pierda la carga de inconformismo, de desafío a la moral establecida que tenía cuando los de talante erótico eran libros para leer a escondidas, volúmenes que estaban en los infiernos de las bibliotecas, lo que les daba una aureola especial. Eso ha desaparecido y ha hecho que el erotismo se haya vuelto previsible, convencional, mecánico, es decir, que se haya degradado en pornografía”.4
Pero el cubano Alberto Garrandés tiene unas palabras de prevención: “Entre lo obsceno y lo que no lo es (siempre dentro del territorio del sexo) hay una distancia forzosamente equívoca, demasiado equívoca, ya que la lengua del sexo, evitando la obscenidad, puede sencillamente hacer el ridículo, lo cual es terrible”.
La metáfora de la sexualidad, la poesía
Por cuestiones morales o literarias casi todos los escritores tienden a adornar el sexo con mucho espíritu, y la verdad es que suena muy bien.
Veamos por ejemplo la delicadeza de Pierre Louÿs (1870-1925):
Bajo el tibio repliegue de las ninfas se esconde,
tal pistilo de carne en lirio doloroso,
el clítoris, coral vivo, corazón fosco
que estremece el recuerdo de bocas olvidadas.
La mujer toda entera vibra y se centra en él,
es la fuente del celo en dedos de la virgen,
es el eterno polo en que el deseo converge,
es cielo del espasmo, corazón de la noche.
Lo que al flanco murmura cualquier carne lo entiende,
a su menor temblor los pezones se tensan
y sus sordos latidos ponen fuego en el cuerpo.
Oh clítoris, rubí misterioso agitándote
brillante como joya en el torso de un dios,
¡álzate, sanguinoso, ante las bocas rojas.
[Traducción de Juan Abad]
Ya en América Latina, nuestra región, el peruano César Vallejo escribió:
Simplificado el corazón, pienso en tu sexo,
ante el ijar maduro del día.
Palpo el botón de dicha, está en sazón,
y muere un sentimiento antiguo
degenerado en seso.
El poeta mexicano Sergio Mondragón escribió un bellísimo poema titulado “Nuestros cuerpos una pista”, donde luego de hacer una descripción minuciosa del acto sexual termina con un verso contundente: “todo esto para encontrar el principio del alma”.
mi lengua lista para escurrirse entre tus piernas
tus piernas atroces
mis dedos hábiles para penetrar todos tus orificios
tus orificios pozos en los que abrevo sin saciarme
mi uña para rascarte la cuerda del alma
mis dedos que te irritan la brasa al rojo vivo
mis dientes que te roen
mis manos que recorren salvajes precipicios
mientras crujes mientras te deshaces arqueas
tus senos montañas propicias a la meditación
tu espalda planicie hecha para perderme
la salvaje desolación de mi nariz oliendo
tu jugo tu aceite tu vinagre
el olor de tu brea cruda
tu boca que sangra
tu pezón que se torna de hierro entre mis labios
tus labios enormes en donde guardo mi secreto de carne
tu entrada lóbrega negra y roja
carne abierta hacia el misterio
de la tierra y el agua
(una criatura de lodo nadando en la nata de tu sexo)
tu vientre que hace olas playas en las que canto
tu cintura tu ombligo cisterna de perlas
tus axilas pastizales en donde abrevo sin ojos
tus rodillas al aire
tus nalgas al aire
tu jadeo de pez tus rugidos de leona
tus ojos en blanco
el agua salada de tu cuerpo
nuestros cuerpos fuentes de placer y de tormento
el abrazo que nos quiebra tus garras en mi espalda
mi caída de bruces sobre la cal encendida de mi lengua
en tu oreja tu estertor de ave que muere volando
todo esto para encontrar el principio del alma
Y otro mexicano, Alberto Ruy Sánchez, en su cuento “Jardín de Fuego”:
Pienso en este jardín cuando siento en la piel el calor veloz de tus venas, cuando te acercas lentamente los nueve metros que nos separaban pero lo haces como si vinieras de muy lejos y muy decidida, cuando todo tu cuerpo me conduce hacia el calor más profundo que tienes y que muy poco a poco me devora entre las dos grandes flamas que son tus piernas que como incendio incontrolable, ayudadas por el viento, me apresan, me atan a ti. Pienso en la felicidad de este jardinero cuando una y otra vez se enciende en tus ojos la alegría de poseernos, cuando tu boca dice tan sólo un crepitar, un sonido de llamarada. Cuando me abrazas y eres brasa, cuando me besas y eres esa que se dejó llenar todo el cuerpo de raíces de fuego y mantiene viva siempre la promesa de una flor brillante que nos queme.
El gran desafío para los escritores es ser capaces de escribir sobre el sexo de manera descarnada pero a la vez sugerente, trascendiendo la mediocridad de las descripciones fisiológicas, si cabe usar el término, o usarlas pero en un contexto que las hace menos comunes y pedestres.
Recordemos que el diccionario de la Real Academia Española define “obsceno” como “Impúdico, torpe, ofensivo al pudor”. Y de pornografía no dice más que: “Carácter obsceno de obras literarias o artísticas”. Si es así, pareciera que lo que limita lo obsceno o pornográfico no es la expresión sexual o erótica sino los niveles de “pudor” de quien está al frente, y como sabemos eso ha cambiado mucho. Hace cien años ofendía al pudor de las buenas conciencias que una mujer se bañara en un lugar público con las rodillas descubiertas. Hoy la desnudez sigue siendo perseguida en lugares públicos, pero parece que solamente los senos y la vulva son ofensivos en la mujer, y el pene en el hombre. ¿Otros cien años? Quién sabe.
Lo que sí sabemos gracias a los censores es que el erotismo es sugerencia, mientras que obscenidad o pornografía son expresiones explícitas. Desde el punto de vista literario no importa tanto que ofendan los cánones morales del lector como que sea buena literatura. Y hemos llegado a un acuerdo tácito de que la buena literatura es sugerente, estimula la imaginación. O sea, lo único que podría ofendernos y que sería obsceno desde el punto de vista literario es la mediocridad y la pobreza expresiva.
Casi todos tratamos —por lo menos en la literatura— de que el sexo no se vaya a pasear solo con los sentidos, sino acompañado por el sentimiento.
Literatura sexual sin disimulo
Son pocos los que en la historia de la literatura han tratado el sexo limpiamente, con creatividad y sin tapujos. A algunos no les bastaba con escribir, sino que se convertían en editores de sus propias obras, como el gran Donatien Alphonse François de Sade, Marqués de Mazan o Marqués de Sade (1740-1814), Rétif de la Bretonne (1734-1806) o mucho antes, Pietro Aretino o Pietro de Arezzo (1492-1556).
El Marques de Sade, como dice Roland Barthes en una breve biografía, “puso parte de su obra en su vida y no al revés”. Su obra inspiró su vida de una manera tan cruel que pasó 27 años en la cárcel —la primera vez a sus 23 años y en la última la muerte lo halló en prisión a los 74— mientras seguía fraguando su enorme obra con su propia sangre como tinta y en pequeños pedazos de papel sacados de prisión clandestinamente. Pocos escritores habrán llevado a la sexualidad concreta la imaginada como él lo hizo.
Y como la vinculación del erotismo con lo visual es tan estrecha (y yo estoy vinculado tanto al cine como a la poesía), al pensar en Sade uno no solamente piensa en sus libros, sino en el personaje magistralmente representado en al menos dos películas extraordinarias. La primera es Marat-Sade (1967), de Meter Brook, maravillosamente interpretada por Patrick Magee, y la segunda es Quills (Plumas) también interpretada con maestría y magia por Geoffrey Rush. Y no podríamos olvidar la película descarnada de Pasolini Salo: los 120 días de Sodoma (1975), estrenada póstumamente en París a pocos días del asesinato del director italiano.5
Sacher-Masoch pasó a la historia y a la psicología con el término masoquismo, a partir de una obra suya, Venus en pieles (Venus in furs), que no es más que un diálogo ingenuo, lleno de sugerencias pero sin ninguna descripción en el estilo del que Apollinaire llamaba el “Divino Marqués”. Como dice Wanda, la Venus de Sacher-Masoch:
You have a curious way of arousing one’s imagination, stimulating all one’s nerves, and making one’s pulses beat faster. You put an aureole on vice, provided only if it is honest. Your ideal is a daring courtesan of genius. Oh, you are the kind of man who will corrupt a woman to her very last fiber.
Y es cierto, a pesar de la mala fama de Sacher-Masoch, su Venus in furs es en realidad un diálogo sugerente, casi inocente, en ningún momento obsceno o provocador como pueden parecer a los bienpensantes los textos del Marqués de Sade. El fetichismo, la dominación, la sumisión y el castigo son temas que recorren el diálogo entre Wanda y Severin, pero no hay nada descarnado ni obvio, todo es sugerencia y estímulo.
Rétif, o Restif, fantástico editor de más de doscientos libros que hizo con sus propias manos, escribió en Le Pornographe: “La dépravation suit le progrès des lumières. Chose très naturelle que les hommes ne puissent s’éclairer sans se corrompre”.6
Fue el mejor rival de Sade, que lo odiaba, y llegó a escribir un Anti-Justine. No es que fuera incapaz de referirse al amor, de hecho, también lo hizo: “Je m’aperçus bientôt que l’amour ressemble à la soif : une goutte d’eau l’augmente”.
Y es cierto, a pesar de la mala fama de Sacher-Masoch, su Venus in furs es en realidad un diálogo sugerente, casi inocente, en ningún momento obsceno o provocador como pueden parecer a los bienpensantes los textos del Marqués de Sade.
Pietro Aretino —que se autonombraba como “hijo de cortesana”— no se detuvo ni ante exilios ni amenazas de muerte, que de hecho no fueron motivados por su literatura explícitamente sexual, sino por otros escritos políticos y ataques personales a gente con poder.
Para acompañar con poesía la segunda edición de Los 16 placeres (I Modi), los bellos grabados explícitamente sexuales de Marcantonio Raimoni (a su vez inspirados en la pintura de Giulio Romano), Aretino escribió en 1527 igual número de “sonetos lujuriosos”, hechos a medida para ofender a las buenas conciencias. La primera edición no había tenido larga vida: el papa Clemente VII, que no era en absoluto clemente, envió a la cárcel a Raimondi y ordenó la destrucción de todas las copias del libro y de los grabados. La segunda edición sufrió la misma suerte, pero posteriormente Agostino Caracci retomó el tema de las dieciséis posiciones sexuales y realizó una serie maravillosa (con 19 grabados) que ha sobrevivido al tiempo y a las furiosas tijeras de Anastasia.
Éste es uno de sus poemas lujuriosos:
Sonetti Lussuriosi XI
Apri le coscie, acciò ch’io vegga bene
il tuo bel culo e la tua potta in viso;
culo da far mutar un cazzo d’aviso!
Potta che i cuori stilli per le vene.
Mentre ch’io vi vagheggio egli mi viene
capriccio di pasciarvi a l’improviso,
e mi par esser più bel che Narciso
nel specchio ch’il mio cazzo allegro tiene.
—Ai ribalda, ai ribaldo in terra e in letto!
Io ti veggio, puttana! e t’apparecchia,
ch’io ti rompa doi costole del petto.
—Io te n’incaco, franciosata, vecchia,
che per questo piacere arciperfetto
intrarei in un pozzo sanza secchia.
E non si trova pecchia
ghiotta dei fiori, com’io d’un nobil cazzo,
e no ’l provo ancho, e per mirarlo sguazzo.
En la traducción de Juan Abad:
Sonetos lujuriosos XI
Separa bien los muslos, alma mía
que quiero bien de cerca ver tu rosa
¡Oh, suavísimo vello! ¡Oh, rica cosa!
¡puerta de mi ilusión! ¡Miel! ¡Ambrosía!
Un capricho me llena de alegría;
voy a comerme fruta tan golosa;
me volveré y seré treta graciosa
pues a tu boca irá mi mercancía.
—¡Que me aplasta! ¡Aguarda! ¡Ay, mi pecho!
Jamás tan cerca vi verga tan tiesa
Mas juro que he de dejarte satisfecho.
—¡Hola al cabrón! ¡Miren la permuta!
El lame en el panal como en barbecho
y ella cree que la verga es una fruta.
—¿Vieja, quieres aquí poner tu morro?
—Hijo no me pongáis los dientes largos
que tan sólo de veros ya me corro.
Los poemas de Aretino son golosos, explícitos en la descripción del goce, sin velos ni disfraces. ¿Por qué es importante este episodio? Porque según los entendidos fue la primera vez que en un libro se juntaron la poesía y la imagen visual en un canto provocador a la sexualidad. Y de aquí nace una escuela de magníficos ilustradores de textos eróticos y sexuales, al punto que uno está tentado de colocar en el centro de la inspiración literaria de la época los dibujos, grabados y pintura de Raimondi, Romano, Paul Avril, Agostino Carraci, André Berthome, Paul Emile Bécat, André Collot, Antoine Boret y de tantos otros grandes artistas que miraron la sexualidad con alegría y sin miedo.
Es casi imposible desvincular la sexualidad de la imagen porque los ojos son la ventana de entrada de las sensaciones de las que está hecho en buena parte el erotismo.
El humor y la muerte
Es evidente que tanto en los poemas como en las representaciones gráficas, un elemento que atraviesa todo como un hilo es el humor. Estos poetas y artistas se divierten cuando escriben y cuando dibujan. Uno siente al leer y al mirar su obra el sarcasmo, la sonrisa traviesa que los hace cómplices, a través del tiempo, de todos nosotros. Ninguna solemnidad, nada de tomarse demasiado en serio: ésta es una celebración, una fiesta, no un entierro.Quevedo es uno de los mejores ejemplos en lengua castellana:
Estaba un fregona por enero
metida hasta los muslos en el río
lavando paños, con tal aire y brío
que mil necios traía al retortero.
Un cierto conde, alegre y pacentero,
le preguntó con gracia: “¿Tenéis frío?”
Respondió la fregona: “Señor mío,
siempre llevo conmigo yo un brasero”.
El conde, que era astuto y supo dónde,
le dijo, haciendo rueda como un pavo,
que le encendiese un cirio que traía;
y dijo entonces la fregona al conde,
alzándose las faldas hasta el rabo:
“Pues sople este tizón vueseñoría”.
Y la literatura anónima picaresca o el cancionero popular registran innumerables ejemplos, como estas seguidillas del siglo XVII:
Igual que los gigantes son las doncellas,
pues se meten hombres entre las piernas.
A cazar pajaritos iba la niña
y en los pechos del papo llevaba la liga.
Veintidós años tengo; madre, casadme,
que me duelen los dedos de tanto hurgarme.
Si la puerta es chiquita y tres no caben,
entre el uno adentro, los dos aguarden.
Ahora que está dentro me desvalija
y se pone lo mío como sortija.
Bien adentro lo tiene, ¿por qué se brinca?
Mientras más se menea, más me lo hinca.
No me dé tanto gusto, que daré voces
y sabrán en la calle cómo me pone.
Cierto es que la sexualidad se ha asimilado también en la literatura a la muerte. Eros y Tanatos van de la mano, y el orgasmo es “la pequeña muerte” de Bataille, pero no es una muerte dramática, sangrienta, sino una muerte precoz y satisfecha, aunque el dolor está presente siempre (Sacher-Masoch) y también la muerte (Bataille).
En la literatura contemporánea es Georges Bataille uno de los nexos más directos con Sade, Restif o Aretino. Dice Bataille cuando racionaliza sus escritos: « Ce qui est en jeu, dans l’érotisme, c’est toujours une dissolution des formes constituées. » (L’érotisme) ; « Les animaux et les hommes font tourner la terre en coïtant » (L’anus solaire).
El origen del mundo
¿Por qué me he detenido sobre todo en el pasado? Porque la literatura sobre el sexo abunda actualmente y no vive la épica aventurera que vivió en sus albores. Hoy uno podría leer en el metro la colección completa de La Sonrisa Vertical en sus bellas ediciones de tapa rosada, discretas por fuera y rojas por dentro, como una vulva en erupción, y nadie se molestaría. Margo Glantz, a propósito de la aparición de su libro La polca de los osos, afirma que “la literatura erótica ha dejado de tener el éxito del que gozó hace treinta años, pues sucumbió a la dictadura del mercado”.
Hoy se accede sin esfuerzo ni mérito a los libros que antes se pasaban de mano en mano por debajo de la mesa o se disfrutaban en pareja sobre la cama como frutos prohibidos.
La frontera entre el erotismo y la sexualidad humana no existe, y la pornografía es una palabra fea que se aplica caprichosamente según el cristal por el que se mira. Probablemente lo que era pornografía hace dos siglos no lo es ahora, y quizás suceda lo propio con la pornografía actual dentro de menos tiempo.
Pienso obviamente en El origen del mundo que Courbet pintó el año 1866 y que no cesa de maravillarnos por su sencillez y su descarnada franqueza.
La historia misma de este cuadro, sus apariciones y desapariciones en colecciones privadas, y sus leyendas, serían motivo de una novela rocambolesca.
¿Qué haríamos sin la sexualidad en la literatura y el arte? Pues nada, la inventaríamos de nuevo, incesantemente. ®
Notas
1 Jared Diamond, Why is Sex Fun? Evolution of Human Sexuality (1997), Nueva York: Basic Books.
2 José Deleito y Piñuela, La mala vida en la España de Felipe IV (2005), Madrid: Alianza Editorial.
3 Traducción libre: “La carne es triste y, desagraciadamente, ya he leido todos los libros”.
4 “Lecturas eróticas”, suplemento Babelia, El País, sábado 4 de agosto 2001.
5 Tuve el privilegio histórico y el pesar anímico de haber estado allí la noche del estreno, cuando Bernardo Bertolucci hizo la presentación y un homenaje a Pasolini.
6 Traducción libre: “La depravación viene después del progreso de las luces. Cosa muy natural que los hombres no se puedan iluminar sin corromperse”.