Nunca me gustó leer los textos en las exhibiciones, prefería pasar directo a ver las obras. Ahora estoy casi obligado porque si no, no entiendo. Confieso que después de conocer la argumentación teórica algunas “piezas” me gustan.
—Te digo que con el tiempo las reglas de juego de la academia científica se fueron mostrando de una rigidez no justificada, y al llegar otras ideas se tuvieron que reblandecer sus límites y cimientos.
—El paradigma de la posmodernidad y eso ¿no?
—Sí, aunque la “modernidad”, con sus ilusiones de orden y progreso, pesa mucho todavía por acá. Con todo y que en México no vivimos esa etapa, apenas ese intento del dictador Porfirio Díaz en convocar a la élite intelectual de su época, sin mucho éxito.
—¿Dices que no hemos vivido ningún intento serio para hacer uso de la razón y el “progreso científico” en el actuar del Estado?
Aunque la “modernidad”, con sus ilusiones de orden y progreso, pesa mucho todavía por acá. Con todo y que en México no vivimos esa etapa, apenas ese intento del dictador Porfirio Díaz en convocar a la élite intelectual de su época, sin mucho éxito.
—No sé cómo habrá sido en el resto de Latinoamérica.
—Brasil lleva un mantra positivista en su bandera… Creo que te hace falta una vuelta por eso que llaman los “estudios latinoamericanos”.
—Sí, de acuerdo. Pero la demanda de conocerlo todo antes de pronunciarse es también un atavismo del pensamiento “moderno”, ¿no? Con la cantidad de información que hay actualmente en casi cualquier tema, y además siempre creciendo, es muy difícil abarcarlo todo. Pero ésos son otros asuntos, lo que me consterna es cómo, en algún momento de la historia reciente, el “arte oficial”, el de los museos y por lo tanto el de la academia, se convirtió en una suerte de “proyecto científico”.
—¿Te refieres al peso que dan el rigor metodológico y su validación académica?
—Sí, sin importar si el resultado tiene el fulgor del descubrimiento o es incluso redundante.
—Bueno, el desarrollo en las ciencias “duras” pasa por momentos que pudieran parecer ridículos, pero no es eso a lo que te refieres ¿cierto? Me recuerda más bien algo ocurrido en la criminología a mediados del siglo pasado: el “matrimonio Gluek” hace una investigación en la que dan seguimiento a un número de jóvenes y sus familias con un equipo interdisciplinario de profesionales que buscaban identificar, entre otros factores, aquellos que tuvieran mayor peso en la reincidencia del comportamiento delictivo y violento. La investigación duró diez años ¿Los resultados?: el vínculo materno y el tipo de cuidado por los padres, o quienes cumplieran esa función, se identificaron como de gran importancia. Una investigación épica para la criminología que concluye diciendo que el núcleo familiar es crítico en el comportamiento humano nocivo. ¿Quién lo hubiera pensado?
—Tu madre y tu abuela.
—Calmado…
El vínculo materno y el tipo de cuidado por los padres, o quienes cumplieran esa función, se identificaron como de gran importancia. Una investigación épica para la criminología que concluye diciendo que el núcleo familiar es crítico en el comportamiento humano nocivo. ¿Quién lo hubiera pensado?
—Volviendo: nunca me gustó leer los textos en las exhibiciones, prefería pasar directo a ver las obras. Ahora estoy casi obligado porque si no, no entiendo. Confieso que después de conocer la argumentación teórica algunas “piezas” me gustan.
—A mí también. Como cuando un artista en ciernes me contaba que ese cartón pintado por Gabriel Orozco, con los colores de la bandera mexicana y un hueco circular en el centro, donde debiera estar el escudo nacional, era una referencia a la frase de Marx de que los obreros no tienen patria.
—Puedo estar de acuerdo con la argumentación, pero yo luego sigo viendo un trozo de cartón nada más. Lo que es peor, me queda una sensación de vacuidad: esa “obra” no le dirá nada a quien no conozca o entienda la argumentación teórica, y si quieres seguir con Marx: el amor que no produce amor es estéril, una lástima.
—Pero si algo distingue al arte contemporáneo es que éste se piensa ¿no?
—Pssst… No consigo apartarme lo suficiente de la idea de que el arte debiera ser accesible para todas las personas, no sólo para la élite intelectual y según ella, reflexiva.
—Se ha dicho que la cultura es elitista, que siempre lo ha sido.
—No es una justificación, sólo describe otro fracaso del ser humano, cada vez mayor, pues emulando los procedimientos tildados de científicos las “expresiones artísticas” se han vuelto aún más excluyentes, reservadas para quien haya podido tener el tiempo de “cultivarse”, o al menos aparentarlo. Pareciera que la academia hubiese impuesto a la creatividad el cumplimiento de una metodología para ser validada como “arte”.
—¿No será que tuvo que ser así para poder llamar “arte” a la producción de quienes cursan esos procesos universitarios, aunque a veces parezca más una tomadura de pelo pero con justificación teórica?
—No me explico cómo la creación actual exige desarrollos teóricos tan densos y rebuscados que a mis ojos parecen querer rescatar, a todo costa, eses expresiones ramplonas e insulsas… Disfruto y desarrollo yo también argumentaciones teóricas, pero a veces siento igual, que “me quieren ver la cara”.
¿No será que tuvo que ser así para poder llamar “arte” a la producción de quienes cursan esos procesos universitarios, aunque a veces parezca más una tomadura de pelo pero con justificación teórica?
—Ajá, me pasa también cuando leo un artículo en alguna revista para público en general donde se dice, con toda solemnidad que “estudios científicos han demostrado…”, y luego no se cita la fuente y resulta más bien un argumento ideológico.
—La idea parece ser: esto es cierto porque lo dice un experto. La publicidad lo explota a placer.
—Como si no se pudiera estar científicamente equivocado.
—Esto es arte, del de “a de veras”, porque así lo dice el hombre de allá que es el curador invitado, y si no te gusta es porque no alcanzas a entenderlo, es muy elevado…
—Ya. Un papel significativo y devastador, consciente o inconsciente, habrá desempeñado la academia en todo esto. Hace poco unos estudiantes de posgrado, activistas latinoamericanos de la performance, se exasperaban hasta confesar alarmados: En México se enseña una metodología para hacer performance… ¡Pero no puede existir una metodología para eso!
—Tú no estás libre de pecado, te conozco trabajos estéticamente abyectos y sostenidos por justificaciones teóricas…
—Pero con crítica social.
—Difícilmente comprensibles si no se recetan todo el “rollo”.
—Bach también componía con una carga teórica, teológica, muy fuerte.
—Sí, pero son muy distintas las composiciones de Bach a tu amasijo de sonidos aullantes que no deja de ser ruido.
—¡La belleza está en el ojo del que mira, en la oreja… bueno, el oído de quien escucha!
—Sí, sí, pero me es estéril si para disfrutarlo tengo que recetarme tus devaneos teóricos. Te decía que en algún momento la academia y el “arte oficial” comenzaron a imitar los métodos y procedimientos de las ciencias sociales, a la caza tal vez del reconocimiento que da lo etiquetado como “científico”. Creo que si es así es porque muchas de las creaciones del “arte moderno” sólo se pueden defender desde reflexiones teóricas y no por su propia existencia. Con la fuerza de la academia cualquier expresión insulsa podrá ser, para la élite indicada, un complejo entramado de significados, aunque para el resto sea sólo un montoncito de basura sobre el piso de un salón pagado con sus impuestos. Hay veces que en verdad es ofensivo… ®