Una obra primeriza de Calasso

Los jeroglíficos de Sir Thomas Browne

La obra de Roberto Calasso, uno de los ensayistas más lúcidos que Italia le ha ofrecido al mundo, se distingue por su buen gusto filológico y se ha ganado el respeto de la academia.

Si un nombre es emblema de rigor editorial —incluso académico— en el dominio del ensayo literario, una vasta región que a veces toca los confines de los estudios interculturales, ése es el de Roberto Calasso, al lado de Claudio Magris, dos de las voces más autorizadas entre los escritores de su patria, Italia, para acercar su cultura a otras culturas, examinando con lupa y desmenuzando una serie de curiosos detalles en relación con una pléyade de nombres que van desde esos oscuros y grandiosos escritores centroeuropeos hasta los clásicos pertenecientes a varias tradiciones nacionales. Con estos autores —Magris y Calasso— el ensayo cobra, en ocasiones, una pujanza narrativa que lo hace rozar las fronteras del relato o la crónica; a su vez, los escuetos intentos novelísticos, en la pluma de estos discretos profesores, alcanzan una densidad conceptual que los hacen lindar a menudo con los géneros de la meditación y el ensayo. El lector familiarizado con obras de cierto aliento de Roberto Calasso, sea Las bodas de Cadmo y Harmonía [Anagrama, 2000], La ruina de Kash [Anagrama, 2001] o bien K. [Anagrama, 2005, ese magnífico opúsculo o monografía acerca de Franz Kafka, excelente introducción para lectores sedientos de libros sin referencias interminables y apenas comprensibles, escritos en una prosa ágil, funcional e incluso elegante hasta donde cabe esperar], al momento de enfrentarse con la traducción de Calasso al español, Los jeroglíficos de Sir Thomas Browne [Sexto Piso-FCE, 2010], es probable que tenga una doble reacción: si su conocimiento del autor es más bien sumario, agradecerá la brevedad de la obra, a costa de lidiar con innumerables elementos herméticos, los cuales sólo han de aclararse mediante la lectura y frecuentación de otros muchos libros (conocer de primera fuente los autores citados en el texto); cuando se conoce un poco mejor al autor, no obstante, surge una serie de cavilaciones respecto de la exigua extensión de la obra, la profusión de citas de otros autores, el carácter académico, abstruso, austero del trabajo (en el estilo, la manera como está escrito, no deja de haber pequeños hallazgos si bien bastante esporádicos), en una palabra, se extraña al Roberto Calasso, escritor de la madurez que, con altas y bajas en la calidad de su prosa, tiene habituados a los lectores a ciertos estándares, como se comprenderá.

En la edición de Los jeroglíficos de Sir Thomas Browne intervinieron dos casas editoras, Sexto Piso y el Fondo de Cultura. Muchas —si no es que la mayoría— de las características del libro debieron ser responsabilidad de la primera. Cosas como conseguir que el autor les soltara material novedoso, contratar a los traductores, puesto que en este libro intervinieron dos por lo menos (uno para el italiano y otro para el inglés, latín y francés). Es posible asumir que el original debió estar cuajado de citas en aquellos idiomas, pues se trataba de la tesi di laurea —el equivalente en México a la licenciatura— del futuro editor y gran ensayista Roberto Calasso. Una obra realizada bajo la dirección de Mario Praz (1896-1982), por supuesto, un trabajo que había permanecido inédito en italiano al menos como libro, una obra primeriza, realizada por un estudiante que a duras penas alcanzaba los veinte años; ni siquiera una disertación doctoral, en cuyo caso resultaría más comprensible el hecho de publicarla (por algo había permanecido en el cajón por tanto tiempo, a reserva de que el autor haya expurgado y revisado el texto original). La primera cosa que salta a la vista acerca de Los jeroglíficos de Sir Thomas Browne es la ausencia de un prólogo o bien un estudio preliminar donde, de manera honesta y sobre todo cuidadosa, se declarara el carácter específico del trabajo en cuestión, haciendo todas las salvedades del caso (respecto de su naturaleza erudita o técnica, la sucesión de citas de autoridades en la materia, la necesaria subordinación del estilo a un fin utilitario, el de aprobar un examen de grado), a manera de justificación o excusa por no ofrecer las citas en la lengua original que, desde luego, habrían vuelto la edición más voluminosa, con el incremento en los costes del libro (no sólo por el papel sino por los revisores técnicos de los correspondientes idiomas). Publicar una obra de carácter académico no es una labor simple. Basta considerar El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas [FCE, 2009] de la autoría de Norbert Elias, una obra que sirviera precisamente para que el autor optara por el título de doctor, con extensas citas en lenguas extranjeras (distintas del alemán), cuyas comprometedoras erratas en latín siguen poniendo en entredicho aún el día de hoy a sus editores alemanes, ingleses y, a pesar de ir por la tercera edición en español, a sus correctores y revisores técnicos en nuestra lengua (estos últimos prácticamente inexistentes, he ahí el meollo de la cuestión). No obstante, es de admirarse en este libro que se haya respetado el celo académico y el buen gusto filológico de Elias, conservando esos pasajes en lengua extranjera (tanto para el autor como para el lector en español), asumiendo en ocasiones, casi de una manera temeraria, la gran responsabilidad que entraña manejar fragmentos de textos en varios idiomas sin que se sucedan molestos accidentes.

Si un nombre es emblema de rigor editorial —incluso académico— en el dominio del ensayo literario, una vasta región que a veces toca los confines de los estudios interculturales, ése es el de Roberto Calasso, al lado de Claudio Magris, dos de las voces más autorizadas entre los escritores de su patria, Italia, para acercar su cultura a otras culturas.

Tal como quedó el volumen —Los jeroglíficos de Sir Thomas Browne— es prácticamente la mitad o si se quiere aun menos de lo que debió haber sido, tanto por respeto hacia los buenos usos académicos, los estudios y contactos interculturales, como a causa de las expectativas de un lector crítico acerca de Roberto Calasso. Es más que evidente lo que los editores se propusieron hacer con este pedazo de la prehistoria del que llegaría a ser un brillante ensayista y futuro editor. Quisieron poner la obra a la altura del último estilo de Calasso, el de libros como K. —ya comentado— y apelar a un público más amplio, que saltara las barreras del estrecho mundo académico y literario. En parte la intención se logró, digo en parte, porque el resultado continúa siendo enigmático (a pesar de todo, el tiraje de la edición fue de cinco mil ejemplares, que no son pocos). Es difícil decir de lo que trata el libro. Más que por el título —algo vago y especulativo respecto de su verdadero objeto formal y material— podría juzgarse la obra a partir de su división en capítulos. El primero presenta los rasgos esenciales del autor estudiado, sir Thomas Browne (1605-1682), de hecho el libro pudo haberse llamado “Los aportes hermenéuticos de Thomas Browne”. Los cuatro restantes capítulos estarán dedicados a las cuatro obras señeras del autor, Religio medici, Pseudodoxia epidemica, Urn Burial y The Garden of Cyrus, con un excursus histórico en el tercer capítulo, titulado Hieroglyphice loqui, expresión tomada de un pasaje de Piero Valeriano (1477-1558) de su obra Hieroglyphica (Basilea, 1556), que reza así en el original latino: Quippe cum hieroglyphice loqui nihil aliud sit quam diuinarum humanarumque rerum naturam aperire. Con este fragmento en latín debió aparecer el epígrafe de ese capítulo, en cambio en la edición de Sexto Piso sólo aparece el texto en español: “Porque en realidad hablar con jeroglíficos no es más que revelar la naturaleza de las cosas humanas y divinas”. Ni en notas de pie de página, inexistentes en esta edición, ni en las notas al final siquiera aparece el fragmento primigenio. Menuda faena la de intentar recuperar las citas originales, con el fin de forjarse una imagen, algo más precisa y fidedigna, del rigor cultural y lingüístico que debió haber exhibido la tesis de Calasso, realizada bajo la invaluable asesoría de Praz (una tentativa para la que constituye un imprescindible instrumento Google Books).

Umberto Eco, en su valiosísima obrita Cómo se hace una tesis, Técnicas y procedimientos de investigación, estudio y escritura (1977), distingue con claridad entre las tesis sistemáticas y las meramente históricas. Si bien Calasso toma el concepto de jeroglífico como hilo conductor en su tesis, casi como un motivo recurrente que vuelve una y otra vez, en una serie de espirales concéntricas que se van cerrando y acaban más bien por sugerir muchas cosas que significar una sola en particular. El revisor de la tesis, el profesor universitario, filólogo inglés, erudito, coleccionista de antigüedades y escritor Mario Praz, autor de La muerte, la carne y el diablo en la literatura romántica [El Acantilado, 1999] y de Studi sul concettismo (Florencia, 1946), una obra que se cita de manera más bien esporádica en el libro, es en realidad con quien comenzó todo este interés por los autores ingleses canónicos, las colecciones de rara o artículos inusuales y valiosos (manuscritos, pinturas, inscripciones, piezas de arte) que llevaron a Praz, siguiendo la insigne huella del jesuita alemán Athanasius Kircher (1601-1680), el Kirkero de nuestra sor Juana, a formar un curioso museo. Praz fue traductor del inglés, bregó en Londres con becas que apenas le alcanzaban para sobrevivir, al final de su vida habría de ver un asomo de celebridad y gozar de cierta holgura. Una carrera la de Praz, verdadero humanista y hombre de letras, labrada a pulso, venciendo incontables obstáculos, para los que no le valió mucho haber sido vástago de una familia noble por el lado de su madre, los condes Testa di Marciano.

Roberto Calasso

La elevada consideración de que goza en la actualidad Calasso —en su patria y en el exterior— no surgió ex nihilo ni se basa estrictamente en sus alcances académicos o en las bondades de su escritura. Sólo mediante la influencia de Mario Praz y otros grandes humanistas que fueron maestros suyos se explica el encumbramiento alcanzado por el epígono. Praz era amigo cercano de Giovanni Papini, un autor que sobre todo en su patria, Italia, se ha eclipsado casi por entero. Papini y Praz eran prosistas sutiles, se empeñaban por el estilo, mucho desde luego ha envejecido en sus textos pero quedan ahí, perfectamente delineadas las intenciones fundamentales, conseguidas mediante esa elegante contundencia en el uso de la lengua. Sería algo largo perseguir todas y cada una de las pistas que en Los jeroglíficos de Sir Thomas Browne retrotraen el pensamiento de Calasso y sus principales hallazgos en esta primera tentativa como autor a su maestro. Precisamente reconocer esta prosapia académica —poder decir quién es hechura de quién, de dónde proceden las líneas inspiradoras— es lo que avala la trayectoria en la erudición y en las letras de un editor cum ensayista (nótese el orden de los términos) que no conoce rival al menos en el horizonte de las lenguas románicas. En la España de hoy el caso más notable de un profesor —hasta cierto punto ensayista— es el de Jaume Vallcorba, fundador de Quaderns Crema y El Acantilado (el resto que incluiría figuras, como Jorge Herralde, Beatriz de Moura, Jacobo Siruela, Manuel Borrás y algunos otros más, cuenta de todo entre sus filas, menos con el perfil tan peculiar de un verdadero escritor combinado con un académico).

Leibniz solía decir que vivimos en el mejor de los mundos posibles, en esa luz es lícito afirmar que Los jeroglíficos de Sir Thomas Browne son un opúsculo interesante, que espolea la curiosidad del lector. Volver a pasajes de la prosa inglesa tan cuajados y memorables como aquel que cita el mismo Borges (otros de los herederos confesos de Browne en su propia lengua fueron Lamb, De Quincey y Coleridge): “What songs the sirens sang, or what name Achilles assumed when he hid himself among women, though puzzling questions, are not beyond all conjecture. What time the persons of these ossuaries entered the famous nations of the dead, and slept with princes and counsellors, might admit a wide solution. But who were the proprietaries of these bones, or what bodies these ashes made up, were a question above antiquarism; not to be resolved by man, nor easily perhaps by spirits; except we consult the providential guardians or the tutelary observators”. Citado en el libro, sólo en una pobre traducción, ni siquiera quien se encargara de ella se tomó la molestia de comprobar si existían versiones canónicas del texto (o con cierta tradición al menos en español, indicando el año y lugar de edición en las notas que aparecen al final). El fragmento en particular aparece verbatim y con los puntos suspensivos, comillas y cursivas correspondientes (asumimos del autor): “¿Qué canción cantaban las sirenas?”, aunque preguntas difíciles y desconcertantes, son susceptibles de conjeturas […] pero “¿quién era el dueño de estos huesos?” o “¿qué cuerpos estaban conformados por estas cenizas?” son preguntas que superan el estudio de las antigüedades (Urn Burial).

Un gran compromiso, tanto para el autor como para sus editores en español, dar a la imprenta esta primera monografía. Para el autor, porque puede delatar cierta crítica demasiado holgada hacia las propias creaciones (pues al parecer piensa que todo lo que se ha desprendido de su pluma tiene un valor de excepción); para los editores, porque al tirar la piedra y esconder la mano, no declarando que se trataba de una modesta tesis de licenciatura, tan deudora por otra parte de las ideas de Praz, amén de haber escatimado en recursos para ofrecer la versión más fiel, completa y cercana al original como fuese posible, es fácil admitir que éstas no son las mejores cartas de recomendación. Una actitud que no es posible calificar de otra cosa que de algo despreocupada tanto por parte del autor como de sus editores. Es obvio que entre los respectivos auges de Praz y Calasso el mundo ha cambiado y no poco. Cabría preguntarse si para mejor. ®

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Publicado en: Julio 2012, Libros y autores

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