Los seguidores de AMLO han calificado a los que no simpatizan con su “proyecto de nación” como traidores, vendidos o masoquistas y prácticamente culpables de la vuelta del PRI. ¿Cómo hacerles entender que unos treinta millones de mexicanos no votaron por él, que son muchos más los que no comulgan con su apostolado?
Para muchos, usted significa la intolerancia, el resentimiento político, la revancha sin matices, el mesianismo, la incapacidad autocrítica para señalar y castigar las colusiones de su partido que, incluso contra la mejor tradición de la izquierda mexicana, no han dejado de golpear a comunidades indígenas de Chiapas y Michoacán y a estudiantes de Guerrero. Significa también componendas con represores del pasado, y Bartlett es sólo la punta del iceberg.
—Javier Sicilia a López Obrador
Imposición o revolución
Desde las primeras declaraciones del #YoSoy132 se hizo rápidamente previsible que los estudiantes de ese movimiento abrazarían el discurso antiinstitucional y las exigencias de Andrés Manuel López Obrador en relación con el “fraude” electoral, la compra de votos y la “imposición” por Televisa de un candidato en la presidencia. Han ido incluso mucho más allá: “Si hay imposición habrá revolución”, gritaron, como si se tratara de organizar una alegre excursión al campo. Muy pronto se desvanecieron el apartidismo y la imparcialidad de que presumían y la “pureza” de un movimiento que fue visto con simpatía por líderes sindicales venales que también han expresado su simpatía por AMLO —Martín Esparza, el más conspicuo de ellos. Así, los reclamos de imparcialidad a unos medios, necesariamente coludidos con el poder, en su óptica, pero no a otros —la prensa y los medios buenos, seguramente— suponía una calificación arbitraria y ciertamente una noción sesgada y con graves lagunas de información, por decir lo menos.1 La organización poco imaginativa de los debates calcó el modelo rígido de los que organizó el Instituto Federal Electoral (IFE) y la prohibición a los medios para cubrirlos —y para reportear sus asambleas— mostró sus contradicciones respecto de la transparencia en la información, perdiendo además la oportunidad de que esos debates se transmitieran a todo el país por los medios tradicionales.
El repudio al candidato del Partido Revolucionario Institucional (PRI) —o a lo que éste “representa”, como lo aclaran en ocasiones— y las consignas en el sentido de que no lo dejarán asumir la presidencia, más el rechazo al proceso electoral porque éste fue “inequitativo” y “sucio”, colocan a los estudiantes del 132 de hecho como vehementes militantes de la causa obradorista, pues solamente se han manifestado contra las faltas, las prácticas viciosas y la corrupción de aquel partido (soslayando en todo momento las del candidato del Movimiento Progresista). Esa parcialidad, travestida ya de defensa de la democracia, se alimenta de un legítimo sentimiento de justicia en un país que ha padecido precisamente la injusticia, la corrupción, la pobreza y la impunidad, y que se traduce en la simpatía por quien ha enarbolado la bandera del “cambio verdadero”, pero también puede deberse al desconocimiento de la historia del país, del mismo PRI y del propio Andrés Manuel López Obrador.
El discurso incendiario de López Obrador y sus más duros defensores y seguidores que exigen, más que una democracia limpia y ejemplar, la “revolución”, me recuerda algunos pasajes del célebre texto de Lenin La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo, dirigido a los jóvenes revolucionarios que en su ansia por implantar la revolución proletaria cometían errores de tipo ultraizquerdista, lo que nos trae de nuevo a la ingenuidad de los estudiantes del 132 y su insensata y peligrosa consigna “Si hay imposición habrá revolución”.
En el año 2000, recordemos, el candidato del PRI, Francisco Labastida, aceptó su derrota ante el panista Vicente Fox. El entonces presidente Ernesto Zedillo casi fue expulsado del partido. El PRI, con todo el poder que tenía en ese momento, mostró disciplina aun cuando pudo haber desconocido la elección e incluso impedir la investidura de Fox. Seis años después el PRI fue derrotado otra vez. El 2 de julio de 2012 el voto de 19 millones de ciudadanos no fue suficiente para convencer a AMLO —con 16 millones de votos— ni a sus más fieles seguidores de la victoria de Enrique Peña Nieto. Es cierto que hubo numerosas irregularidades y que todas deben denunciarse ante la Fiscalía Especializada para la Atención de Delitos Electorales (Fepade), aunque, como escribe el editor Alberto Sánchez, “Las razones que da el Peje para invalidar las elecciones son las mejores para invalidar su propia candidatura, la existencia de los partidos que lo apoyan, y para que devuelva los millones de pesos que se gastó en la campaña”.2 Unos días antes Sánchez se preguntaba: “¿Cómo saber si la gente que recibió dinero, despensas o regalos del PRI realmente no obedeció el consejo de AMLO de agarrar el regalo pero votar en el secreto de la casilla por el más cercano a su corazón? ¿Cómo saber cuántos votaron por el PRI como el menos peor y no por el regalito? Imposible saberlo excepto que se tome por verdad la Verdad del Apóstol” [en Facebook]. En Tepic, Nayarit, el 24 de junio pasado AMLO aconsejó a sus seguidores: “Tomen todo lo que les ofrezcan: despensas, materiales de construcción, vasos, todo lo que les den, pero a la hora de la hora, ¡toma tu voto!, es decir, voten de acuerdo con su conciencia, voten por el cambio verdadero” [La Jornada]. No está de más preguntarse cuántos votos podrá haberle restado al PRI la exhibición de dos exitosas películas abiertamente antipriistas: Colosio, el asesinato [Carlos Bolado, 2012] y Gimme the Power [Olallo Rubio, 2012].
Aceptar o no el hecho de haber perdido parece no depender de algo tan banal como el número de votos obtenidos, de acuerdo con la retórica del candidato de las mal llamadas izquierdas. “Y ésa es la lección del Peje. En el futuro habrá otros mesiánicos, quizás de derechas que sí deseen incendiar y purificar el país. Y no se les podrá culpar, pues ya tenemos un precedente”, escribe el arquitecto René González, y sigue: “AMLO se puede ir a su rancho retórico o morirse en diciembre, pero su ejemplo quedará. Habrá otros, más jovenes y más iluminados. Y con más recursos, ciertamente” [en Facebook].
El discurso incendiario de López Obrador y sus más duros defensores y seguidores que exigen, más que una democracia limpia y ejemplar, la “revolución” —y a quienes les gustaría imponerlo de una buena vez en la silla presidencial—, me recuerda algunos pasajes del célebre texto de Lenin La enfermedad infantil del “izquierdismo” en el comunismo [1920], dirigido a los jóvenes revolucionarios que en su ansia por implantar la revolución proletaria cometían errores de tipo ultraizquerdista, lo que nos trae de nuevo a la ingenuidad de los estudiantes del 132 y su insensata y peligrosa consigna “Si hay imposición habrá revolución” —sobre la cual, por cierto, no se manifiesta el candidato perdedor, como tampoco lo hace respecto de las agresiones de sus simpatizantes a periodistas que no se alinean a su causa.
Ya en 1874, en París, los comuneros blanquistas (seguidores de Luis Augusto Blanqui) advertían: “Somos comunistas porque queremos alcanzar nuestro fin, sin detenernos en etapas intermedias y sin compromisos, que no hacen más que alejar el día de la victoria y prolongar el periodo de esclavitud”, a lo que Federico Engels les respondió: “Los blanquistas son comunistas por cuanto se figuran que basta su buen deseo de saltar las etapas intermedias y los compromisos para que la cosa quede ya arreglada, y que si —ellos lo creen firmemente— ‘se arma’ uno de estos días y el poder cae en sus manos, el ‘comunismo estará implantado’ al día siguiente. Por consiguiente, si no pueden hacer esto inmediatamente, no son comunistas. ¡Qué ingenua puerilidad la de presentar la propia impaciencia como argumento teórico!” [“Programa de los comuneros blanquistas”, Volksstaat, 1874, núm. 73. ¿Y no es impaciencia pura la de AMLO, pregunto, por tratar de instaurar ya el reino del amor aquí y ahora?
Escribía Lenin en 1920, a propósito de la bancarrota de la II Internacional: “No sólo el doctrinarismo de derecha constituye un error, también lo constituye el doctrinarismo de izquierda”, y más adelante: “La historia en general, y la de las revoluciones en particular, es siempre más rica de contenido, más variada de formas y aspectos, más viva y más “astuta” de lo que imaginan los mejores partidos, las vanguardias más conscientes de las clases más avanzadas” [en La enfermedad infantil…] Vienen estas citas y consideraciones no, por cierto, para que los estudiantes se preparen para una revolución, sino para que, en el mejor de los casos, puedan contribuir efectivamente a construir uno o varios partidos de verdadera izquierda, democrática, o, en su caso, hacer de los que ya existen unos libres de vividores que vieron en ellos la oportunidad de recibir la cuota de poder que no obtuvieron en el PRI —como es el caso del mismísimo López Obrador. Poco a poco descubrirán que el PRD y los demás agrupados en el Movimiento Progresista carecen de principios de izquierda y que, por el contrario, se parecen mucho al partido autoritario y conservador que tanto detestan y del que desconocen su historia.
La bestia negra
Mientras en otros lugares los ciudadanos tumban a los gobiernos ineptos y corruptos, acá los ciudadanos se pelean entre sí para ponerlos en el poder.
—un tal Sóstenes Gallegos [leído en Facebook]

Solamente los ingenuos creen en la «honestidad» del Peje.
“He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por el Apóstol.” Acaso sea excesiva la parodia, pero la reacción de muchos simpatizantes de López Obrador ante la inminente investidura de Enrique Peña Nieto como Presidente de México bordan peligrosamente los límites de la sinrazón y, como aquél, se niegan a reconocer una victoria con una ventaja de más de tres millones de votos —¿hace falta repetir que las campañas sucias, la compra de votos y las irregularidades fueron perpetradas por todos los partidos? Las acusaciones que esgrime el candidato derrotado —adoptadas incondicionalmente por sus prosélitos, como se ha visto— en contra del candidato vencedor podrían volverse también contra él mismo: excrecencia priista a fin de cuentas, el PRD se solaza en las mismas prácticas corporativas, clientelares y corruptas, exacerbadas precisamente durante el gobierno de López Obrador en el Distrito Federal. Es significativo, por otra parte, que no se mencione que debió tratarse de un “fraude” diferenciado únicamente contra AMLO —aunque éste ganó en ocho estados— pues no afectó a muchos candidatos, ahora victoriosos, a gubernaturas, diputaciones y senadurías.
Como un “mal menor” se refirió a AMLO el escritor Juan Villoro al declarar al diario español El País su preferencia por un candidato al que también adjetivó certeramente como “un caudillo anticuado que no conoce la autocrítica”. De acuerdo con Villoro, “Enrique Peña Nieto representa el regreso de la seguridad al estilo priista: orden en medio de la impunidad y la corrupción” (pero no abundó en lo que quiso decir con “mal menor”… ¿pensaba tal vez en el conservadurismo de sus propuestas económicas, en la renovación moral de la sociedad —viejo slogan de un ex presidente—, en la desaparición mágica de la corrupción por su sola presencia? —aunque no pudo ni quiso erradicarla durante su gestión al frente del Distrito Federal). Como hemos visto, las miles de voces obradoristas que se han expresado en las calles, en no pocos medios y en las redes sociales en contra de Peña Nieto van más allá. El priista significa sin más el retorno de los peores atavismos y lacras de nuestra sociedad, además se le insulta y ridiculiza invariablemente como una persona de escasa inteligencia (una “artista” conceptual protestó contra él defecando sobre un cartel con su imagen; la influyente periodista Carmen Aristegui exhibió un video en el que Fareed Zakaria lo entrevista para CNN-Estados Unidos y al que se le editaron las intervenciones del traductor; sin ese audio parece que durante las pausas para que hable el intérprete Peña Nieto espera las indicaciones de un apuntador). En contrapartida, los seguidores de López Obrador tienen la certeza de que éste sería un presidente que desterraría de una vez y para siempre todos los males del país, causados por una perversa alianza oligárquica, aunque pocas veces se detengan a analizar un programa de gobierno que reeditaría el nacionalismo revolucionario —como el del viejo y odiado PRI—, encabezado por un líder testarudo que desdeña las leyes de la democracia: “un caudillo anticuado que no conoce la autocrítica”.

Perredistas regalando teles
Personalmente detesto al PRI y está muy lejos de mí la intención de defender a Peña Nieto, y es muy cierto que éste y su partido arrastran muchas historias execrables, pero al escribir esto me anima sobretodo la necesidad de ser imparciales y de juzgar a unos y otros con el mismo rasero, sin indulgencia ni exageraciones. Para unos López Obrador podrá ser un mal menor o un apóstol de verdad, pero ignorar la corrupción en sus filas, las prácticas viciadas y el solapamiento de criminales como José Guadarrama es imperdonable. Por otra parte, aunque a Peña Nieto se le señala mayormente por la brutal represión a los habitantes del pueblo de Atenco en la madrugada del 4 de mayo de 2006, hechos del cual asumió su responsabilidad, lo que pasó en ese pueblo y que desconoce una inmensa mayoría fue una conjunción de pésimas decisiones tomadas en muy diversas instancias, desde las autoridades perredistas del ayuntamiento de Texcoco hasta las del Estado de México, priistas, y del Gobierno Federal, panistas. Antes de los dos muertos hubo diez policías violentamente golpeados, por eso la saña que descargaron contra inocentes y culpables al amanecer de aquel funesto día (véase una explicación detallada de los hechos en “Las campañas por la presidencia de México”, de René González).
Peña Nieto es la bestia negra de López Obrador y su feligresía, el blanco de su ira y de su frustración. Para ellos será durante seis largos años el presidente impuesto por Televisa, una empresa diabólica que hipnotizó únicamente a 19 millones de mexicanos. López Obrador haría bien en seguir el ejemplo de un demócrata de izquierda que alcanzó el poder después de cuatro intentos, Luis Inácio Lula da Silva, de Brasil. Los estudiantes del 132 harían bien en estudiar profundamente la historia, pues tarde o temprano se darían cuenta del enorme daño que ha causado a la izquierda mexicana un candidato que ha perfeccionado las malas mañas y marrullerías del temido y viejo PRI. La vapuleada democracia mexicana necesita ideas y propuestas, no provocaciones infantiles. ®
Notas
1 No importa que en los diarios del grupo Milenio colaboren numerosos voceros y simpatizantes de AMLO, como su mismo coordinador de campaña, Ricardo Monreal, y Pablo Gómez, Epigmenio Ibarra, Fernando Solana Olivares y muchos más en las ediciones regionales (Enrique Ibarra y Esteban Garáiz, por ejemplo, en la edición jalisciense). Tampoco que Elena Poniatowska o Iván Restrepo participen con comentarios en el noticiario de Joaquín López Dóriga en Televisa, como lo hacía con frecuencia Carlos Monsiváis. La parcialidad de obradoristas y estudiantes radicalizados les impide ver la pluralidad que hay en casi todos los medios. Hay quienes acusan a Reforma de ser de “derecha” sin advertir que en las páginas de ese diario colaboran la poderosa Carmen Aristegui, Lorenzo Meyer y Guadalupe Loaeza, y como lo hizo también durante años Miguel Ángel Granados Chapa.
2 Observa también Alberto Sánchez en relación con el artículo de Alberto Simpser “¿Compró el PRI su resultado electoral?”: “Quienes gustan de razonar apreciarán este sencillo análisis que sugiere que, paradójicamente, mientras mayor haya sido la presunta magnitud de la compra de voto, mayor la gravedad de la transgresión, pero menor la presunta factibilidad de que el PRI haya logrado implementar una operación de tal magnitud”.