En los cuentos de Dávila lo importante son los símbolos, la relación existente entre la psicología del protagonista y la fuerza siniestra —muchas veces metafórica— a la que se enfrenta.
Amparo Dávila, destacada escritora zacatecana en los campos del cuento y la poesía, escribió cuatro volúmenes de cada uno de estos géneros a lo largo de su vida.1 El Fondo de Cultura Económica (FCE) —donde publicase, dicho sea de paso, la totalidad de su obra narrativa—, se encargó de compilar tanto sus relatos como sus versos entre 2009 y 2011, poniendo al alcance del lector la breve, aunque rica en motivos, aportación de Dávila tanto a las letras mexicanas como a las del resto del mundo hispanohablante.
Antes de realizar un breve recorrido a través de los cuatro tomos que componen la cuentística de la autora me gustaría realizar una oportuna comparación entre ella y otras dos narradoras de su país: Inés Arredondo y Guadalupe Dueñas. Las tres escribieron, a su manera, relatos oscuros; pero, si en Arredondo la inspiración pavorosa parece provenir del interior del ser humano —debido a la perversión innata de éste— y en Dueñas surge de lo cotidiano —¡innegablemente aterrador!—, en Dávila lo importante son los símbolos, la relación existente entre la psicología del protagonista y la fuerza siniestra —muchas veces metafórica— a la que se enfrenta. Nos presenta, digámoslo así, imágenes lo suficientemente espeluznantes como para alterar nuestro subconsciente cuando llegamos al clímax de alguno de sus cuentos, pero lo suficientemente humanas como para que no nos resulten ni fantasiosas ni artificiales.
Tiempo destrozado (1959) fue el volumen de relatos con el que Dávila se dio a conocer como narradora y el primero incluido en sus Cuentos reunidos (2009), del FCE. Incluye doce relatos de distinta técnica y extensión, entre los que destacan particularmente “El huésped” (su relato más conocido), “Fragmento de un diario” (compuesto por distintas estampas aparentemente inconexas, pero en realidad muy sugerentes en cuanto a la evolución gradual del sufrimiento), y “Alta cocina” (donde unos alimentos cuya auténtica naturaleza permanece siempre oculta para el lector parecen revelarse al ser manipulados en la cocina del protagonista). Este último recurso lo emplea también en “Moisés y Gaspar”, otro relato del mismo volumen: podemos ver aquí a dos criaturas, sólo parcialmente animales, que al ser heredadas por Leónidas a su hermano Juan se encargan de atormentarle la existencia y de robarle la energía vital; no son ni gatos ni perros (pueden arrojar objetos con las manos), pero tampoco son humanos (viajan como parte del equipaje).
Podemos ver aquí a dos criaturas, sólo parcialmente animales, que al ser heredadas por Leónidas a su hermano Juan se encargan de atormentarle la existencia y de robarle la energía vital; no son ni gatos ni perros (pueden arrojar objetos con las manos), pero tampoco son humanos (viajan como parte del equipaje).
Un joven enamoradizo ante una violenta embalsamadora alemana (“La quinta de las celosías”), una niña de familia eclipsada por un asfixiante amante imaginario (“La celda”), y un esposo fiel antepuesto a un clon agresivo y libidinoso de sí mismo (“Final de una lucha”) son otras tres de las antítesis psique–amenaza plasmadas por la autora en este primer tomo. A éstas se suman dos relatos en los que los protagonistas sufren delirio de persecución (“Un boleto para cualquier parte” y “La señorita Julia”), una metamorfosis vegetal muy al estilo de Silvina Ocampo (“Muerte en el bosque”), y un muy bien logrado cuento sobre la conexión existente entre éste y otros planos (“El espejo”), además, claro está, de la narración que da nombre a la colección, una interesante pieza de sutiles tintes pesadillescos.
A pesar de tratarse de relatos de terror, los títulos incluidos en Tiempo destrozado (1959) y en los posteriores volúmenes publicados por Dávila están lejos de ser repugnantes o grotescos, por el contrario, sin importar si el personajes es femenino o masculino puede percibirse en él una fragilidad casi romántica, como es posible entrever en el siguiente fragmento de “La señorita Julia”:
Desde que sus hermanas menores se habían casado, Julia vivía sola en la casa que los padres les habían dejado al morir. Ella la tenía arreglada con buen gusto y escrupulosamente limpia, por lo que resultaba un sitio agradable, no obstante ser una casa vieja. Todo allí era tratado con cuidado y cariño. El menor detalle delataba el fino espíritu de Julia, quien gustaba de la música y los buenos libros: la poesía de Shelley y la de Keats, los Sonetos del portugués y las novelas de las hermanas Bronte.
Los caracteres de la autora son casi siempre citadinos y, ya sea que gocen o no de una buena posición económica o laboral, tienden a filosofar en torno a la situación sobrenatural que experimentan. Este aspecto se encuentra particularmente presente en Música concreta (1961), la ogdóada cuentística con la que dio continuidad a su intrigante universo narrativo.
“Arthur Smith”, el título que abre el volumen, representa de cierto modo un antecedente de El curioso caso de Benjamin Button (1992), de Scott Fitzgerald, aunque en este caso el rejuvenecimiento del protagonista sea solamente interno; “Música concreta” juega nuevamente con las metáforas animalescas al presentarnos a una rana antropomorfa como la posesiva amante de un hombre comprometido, y “El jardín de las tumbas”, más psicológico que narrativo, nos presenta a un hombre traumatizado a causa de sus juegos infantiles en torno al nicho de un legendario obispo. En todos ellos hay proceso por medio del cual alguno de los personajes, al inicio reacio a admitir su fatídico destino, acaba sucumbiendo —o viendo a alguien más sucumbir— ante sus propios demonios.
Existe también en este tomo una importante presencia de protagonistas femeninas, aparentemente luminosas, pero a la postre lo suficientemente malévolas como para narrarle a su propia familia el asesinato perpetrado contra un conocido común (“El desayuno”), dar fin a su larga lista de exmaridos (“Matilde Espejo”) o encerrar a su propia sobrina en un manicomio para suplantarla fuera del lugar (“Detrás de la reja”). “Tina Reyes” es, quizás, la contraparte de estas tres antiheroínas, una mujer simple y solitaria cuyo temido enemigo vive realmente en algún recodo de su imaginación.
En “El entierro”, cuento dedicado a Julio y Aurora Cortázar, podemos encontrar a un hombre que, sin saberlo, presencia su propio sepelio:
Sin embargo, detrás de la carroza, varios camiones llevaban grandes ofrendas florales, coronas enormes y costosas, «entonces se trataba de alguna persona importante». Venía después el automóvil de los deudos, un Cadillac negro último modelo, «igual al suyo». Al pasar el coche pudo distinguir en su interior las caras desencajadas y pálidas de sus hijos y a su mujer que, sacudida por los sollozos, se tapaba la boca con un pañuelo para no gritar.
En 1977 Amparo Dávila se reinventa a través de Árboles petrificados, una nueva docena de relatos, y cierra, de cierto modo, su faceta como cuentista, permaneciendo durante largos años en un absoluto silencio literario. Vemos aquí a una autora mucho más atrevida y decidida a experimentar tanto en lo que respecta a la estructura de sus cuentos (“La carta” y “El abrazo” son largos párrafos que se leen de un solo tirón y “Árboles petrificados” tiene significativos visos hacia la poesía en prosa), como en el contenido (“Óscar” ficcionaliza el difícil desafío de convivir con un pariente que sufre de problemas mentales, “La noche de las guitarras rotas” le hace un guiño cómico a los aprietos derivados de la maternidad y “El último verano” constituye un impecable cuadro en torno a la herida originada por causa de un aborto no deseado). Todo ello, cabe aclarar, aún en el sugestivo territorio del terror.
“La rueda”, “Griselda” y “Estocolmo 3” representan un tipo de relato oscuro más convencional, colocando sobre la mesa, respectivamente, la historia de una socialité cuya rutina diaria se repite una y otra vez (desembocando en un traumático contacto con las fuerzas subterráneas), la de una mujer que se arranca los ojos para huir de su doloroso pasado, y la de una joven fantasmal a la que únicamente uno de los personajes es capaz de ver. En contraste, “El patio cuadrado” lleva el imperdible sello de la autora al reproducir la fórmula de “Tiempo destrozado” para ofrecerle al lector una composición onírica y libre de limitaciones espacio–temporales.
En “El pabellón del descanso” podemos ver, velada bajo el tono paranormal del relato, una crítica a la difícil situación de la mujer en la sociedad contemporánea: Angelina, la protagonista, al verse sobrecargada por el trabajo y las cuantiosas labores del hogar (en las que no recibe ningún tipo de apoyo), acaba sufriendo una crisis nerviosa y, llevada a una clínica, encuentra finalmente el tan esperado descanso, viéndose obligada a recaer una y otra vez en sus padecimientos para no volver a su insoportable realidad.
De “Garden Party”, que narra la decadencia de un hombre que acaba de perder a la mujer amada, es especialmente valiosa la capacidad de la escritora para jugar con recursos tan simples como los puntos suspensivos, las repeticiones de las sílabas o, inclusive, el uso de los paréntesis, originando un código tan novedoso como de fácil interpretación para el lector. Piénsese, por ejemplo, en este diálogo del borracho y abatido Rogelio:
—Que medi–gass ladi–rec(hip)ción, porrfa–vor —pidió en el colmo de la desesperación—, si no me la dan no te la puedo decir Celina… —y volvió a suplicar tímidamente—: Porfa–vor di–me ladi–rec(hip)ción… no sé la dirección Celina no sé dónde estoy ni dónde estás tú ahora he perdido a los dos a ti y a mí y Óscar cruel y despiadado no me dice en dónde estoy ni en dónde estás tú ¿en dónde estamos Celina?…
Mezcla, dentro de un mismo párrafo, diálogo y pensamiento, antecedente y situación actual del personaje, al tiempo que genera un interesante contraste entre las apasionadas confidencias a la memoria de Celina y el ridículo de los “(hip)” provocados por la excesiva embriaguez.
Treinta y un años separan a Árboles petrificados de Con los ojos abiertos (2008), último volumen de cuentos de Amparo Dávila. Jamás publicado de forma independiente, este quinteto de narraciones constituye el último apartado de Cuentos reunidos (2009) y solamente se conoce gracias a su inclusión dentro de éste.
Si bien es cierto que los cinco relatos de Con los ojos abiertos no fueron tan pulidos por la autora como los de sus tres libros anteriores y que el lenguaje resulta algo más repetitivo, las tramas son completamente nuevas y ameritan una mayor revisión tanto por parte de los estudiosos de la obra de Dávila como por el lector o la lectora que se acerca por primera vez a sus textos.
Impera en los dos primeros relatos un particular interés por los escenarios en donde se hallan insertos los personajes. En “La casa nueva” una madre y su hija empiezan a sufrir una serie de eventos desafortunados tras haberse tenido que mudar de su antigua residencia por cuestiones financieras; mientras que en “El Hotel Chelsea” una joven literata vive un breve calvario al quedar atrapada en el interior de una funesta suite de Manhattan.
En el tercer y el cuarto cuentos puede verse un enfoque mucho más realista y, ciertamente, más alejado del universo sobrenatural (¿acaso una incipiente migración de la autora hacia nuevos géneros literarios?). “Estela Peña” describe la trágica decepción de una joven que ha sido defraudada por el hombre al que amaba, y “Radio Imer Opus 94.5”, a mi criterio la mejor narración de esta Dávila tardía, describe con gran presteza la determinación de una joven por encontrar al enigmático locutor de cuya voz se ha enamorado.
“Con los ojos cerrados”, el título que da nombre al volumen, es uno de los relatos más largos de la autora y tiene, aunque lejanamente, cierto paralelismo con “La señorita Julia”, al mostrar la gradual devastación de una mujer que, tras haber heredado una serie de piezas artísticas de su exmarido, empieza a enfermar por obra de un grupo de presencias invisibles (al igual que los supuestos roedores que atormentaban a Julia en el primer relato).
De “Radio Imer Opus 94.5”, quisiera rescatar este pasaje en el que Irene descubre finalmente el nombre de su interés romántico:
Esa noche Irene encendió el radio como siempre y… «y con esto damos por terminado este espacio de música clásica, estuvieron en los controles técnicos: don Juan Martínez y Miguel Juárez, y al micrófono su servidor y amigo, Fernando del Río». Irene se quedó como si un rayo la hubiera fulminado, inmóvil, petrificada… era él, él, él, con esa voz inconfundible, sólo suya, y se llamaba Fernando del Río […]
Como puede verse, la autora ha pasado ya en este punto de su labor literaria a un plano mucho más luminoso, más humano, aunque no por eso desprovisto de su puntillosa pericia narrativa.
La cuentística de Dávila, como podrá comprobar quien se acerque a cualquiera de sus treinta y siete relatos, se presta siempre a nuevas interpretaciones, no se cierra en sí misma, puesto que no agota sus tópicos, y puede ser empleada tanto para fines de estudio como pasar un rato ameno de lectura. Es, en resumen, terror que se disfruta. ®
Nota
1 Los cuatro volúmenes de cuentos son Tiempo destrozado (1959), Música concreta (1961), Árboles petrificados (1977) y Con los ojos abiertos (2008). Los de poesía son Salmos bajo la luna (1950), Perfil de soledades (1954), Meditaciones a la orilla del sueño (1954) y El cuerpo y la noche (1965–2007). Los diversos cuentos y poesías de estos ocho libros, asimismo, han sido incluidos en múltiples antologías y reorganizados en ediciones posteriores bajo nombres alternativos.
Bibliografía
Amparo Dávila, Cuentos reunidos. Tiempo destrozado, Música concreta, Árboles petrificados y Con los ojos abiertos, Fondo de Cultura Económica, México, pp. 5–311, 2009.
Amparo Dávila, Poesía reunida. Salmos bajo la luna, Perfil de soledades, Meditaciones a la orilla del sueño y El cuerpo y la noche, Fondo de Cultura Económica, México, 2011.
Guadalupe Dueñas, Obras completas. Introducción de Beatriz Espejo. Selección y prólogos de Patricia Rosas Lopátegui, Fondo de Cultura Económica, México, 2017.
Inés Arredondo, Cuentos completos. Bibliografía de Claudia Albarrán. Prólogo de Beatriz Espejo, Fondo de Cultura Económica, México, 2011.