Amy Winehouse: narraturgia para una voz

Y una propuesta para la prensa rosa

En su búsqueda por ofrecer nueva luz sobre la mediatizada figura de Winehouse, el autor recurre a Sarah Kane, inglesa que se suicidó a los veintiocho años tras renovar la dramaturgia inglesa. ¿Será acaso una vía de acceso al pensamiento de la talentosa cantante?

Para Alejandra.

Sarah Kane

“El Doctor No Sé Qué y el Doctor No Sé Cuánto y el Doctor Vaya a Saber, que está de paso y que le pareció bien venir a joder también un poco. Ardiendo en tibio túnel de congoja, mi humillación se completa cuando me sacudo sin razón y me tropiezo con las palabras y no tengo nada que decir sobre mi ‘enfermedad’ que de todos modos sólo consiste en saber que nada tiene sentido porque me voy a morir. Y estoy estancada en esa suave voz psiquiátrica de la razón que me dice que hay una realidad objetiva en la cual mi cuerpo y mi mente son uno solo. Pero no estoy aquí y nunca he estado. El Doctor No Sé Qué anota y el Doctor No Sé Cuánto ensaya un murmullo compasivo. Observándome, juzgándome, oliendo el terrible fracaso que rezuma mi piel, mi desesperación aferrada con uñas y dientes y mi pánico que todo lo devora empapándome mientras boquiabierta me horrorizo ante el mundo y me pregunto por qué todos sonríen y me miran sabiendo en secreto de mi dolorosa vergüenza.”

Son palabras de una mujer inglesa a los veintisiete años, poco antes de morir. Era un talento fuera de serie, tuvo problemas psiquiátricos, fue internada y empastillada, se privó de la vida colgándose con las agujetas de sus zapatos; su nombres es Sarah Kane, renovó las formas de la dramaturgia. Elegí un fragmento de 4:48 Psicosis, un monólogo sobre sus últimos días en el manicomio, porque asumo su condición de mujer, joven, británica, contemporánea, célebre, delirando, medicada; puede ser una puerta de entrada al tipo de pensamiento que transitó Amy Winehouse sus últimos años antes de morir.

Si abriéramos el álbum fotobiográfico de la recién fallecida cantante, sin ánimo de melodrama, sus páginas se verían más o menos así: de niña, abrazada de la pierna de su padre taxista, aficionado de Sinatra. Luego a los quince, cantando en los escenarios de su escuela para músicos, de fondo una niña con trenzas frunciendo el ceño envidioso. A los diecisiete en un piso muy alto de las oficinas de Universal, firmando su primer contrato. Después una imagen a lado de su esposo Blake Fielder-Civil, un poquito borracha, con los ojos enamorados y la lengua acariciándole el oído. Más tarde, en las portadas de los diarios recibiendo cinco Grammys… De pronto, como si la cámara se hubiese descompuesto, la veríamos golpeada por su marido y él golpeado también, visitándolo en la cárcel, vomitando después de comer, en rehabilitación, tirada en un baño desconocido, mutilándose con un cristal, cayéndose de ebria en sus conciertos, incapaz de recordar sus letras, muerta en su casa sin una explicación forense.

Como ocurrió con Ian Curtis y Kurt Cobain, quienes se suicidarían en la cumbre de sus carreras después de renovar el rock, su dolor se volvió parte del espectáculo.

Como ocurrió con Ian Curtis y Kurt Cobain, quienes se suicidarían en la cumbre de sus carreras después de renovar el rock, su dolor se volvió parte del espectáculo.

El llamado club de los veintisiete cuenta con una nueva integrante. En el fatídico setenta perdimos a Janis Joplin por sobredosis. Un año más tarde, Jim Morrison, irreconocible, obeso, diminuto, incoherente, se paseaba enloquecido por las calles de París buscando conectar heroína porque “ése es el trabajo de un hombre”; su novia lo halló sin vida en la tina. La pérdida creativa más grande fue la de Hendrix, quien más que un músico era una fuerza de la naturaleza; se ahogó en su propio vómito después de consumir demasiadas píldoras para dormir. Brian Jones, miembro fundador de los Rolling Stones, apareció ahogado en su piscina. Ya se sabe la historia de Cobain, y no faltan los paisanos que sugieren agregar a Valentín Elizalde y Guty Cárdenas al grupo, ambos asesinados.

En la letrística de la música negra las mujeres tienden a ser víctimas de los hombres hasta que reencarnan de la depresión listas para matar; Amy le dio un giro, se reconoció como una cabrona, esta ocasión ella se fue de cantinas, el macho se quedó esperándola despierto en la sala mientras ella agarraba por su cuenta la parrandaaaa. Sus letras, desoladas, autodestructivas, autosanadoras, caben en la mejor tradición de canciones como “Stormy Weather” o “Black Coffee”, cantó al amor y al desamor como si fuera oficio suyo, y no de los poetas, como escribió Efraín Bartolomé, arder. “For you I was a flame/ love is a losing game./ Five store fire as you came/ love is a losing game”.

Musicalmente es valiosa porque cada vez es más raro que un artista combine el éxito comercial con un trabajo sonoro de calidad. Es cierto, su discografía podría parecer una representación de estudio, una apropiación simplificada de una tradición musical más rica; sin embargo, gracias a su inédita voz y la sinceridad de sus letras, pudo distinguirse como una creadora auténtica, no una imitadora o hacedora de collages pegajosos como los hay tantos, un Calamaro cualquiera. En Winehouse convivían el espíritu del blues y el rock. Se dejó influenciar lo mismo por el jazz que el hip-hop. Supo traer el soul al siglo XXI.

¿Cuál es el lugar de Amy en la historia de las mujeres cantantes? Definitivamente por encima de algunos productos recientes de Mtv que vendieron más discos, digamos Shakira, Beyonce, Christina Aguilera, cuya música envejecerá rápido como suele ocurrir cuando la creación se supedita a la búsqueda del éxito inmediato. Arriba también de algunas de contemporáneas que incursionaron en ritmos negros como Norah Jones o Alicia Keys. Por lo menos hay que reconocerla como una de las cantautoras femeninas anglosajonas más trascendentes de los últimos veinte años junto a artistas como PJ Harvey, Björk, Cat Power, Fiona Apple y una decena más. Ya se sabe que mitificamos el pasado y el presente se juzga en la amplitud de la relatividad, pero creo que su voz tendrá un lugar en el Olimpo apenas debajo de Billie Holliday, cuya vida pareciese escrita por el mismo guionista maniaco-depresivo, y otras cantantes que con su voz reinventaron la tristeza, como Sarah Vaughan, Etta James o Nina Simone. Quizás hubiera escalado algunos lugares más, lamentablemente su trayectoria finalizó temprano y no alcanzamos a escucharla en plenitud, apenas le conocimos dos álbumes: Frank y Back to Black. La sensación general tras leer diversas reacciones a lo ocurrido la semana de su muerte es que aún tenía mucho por ofrecer.

Punto y aparte, encuentro varios subtemas en el fallecimiento de Winehouse; me interesa tratar brevemente dos.

Su muerte provocó un alboroto global en las redes sociales, asumo que, además del hecho en sí, causó tanto impacto porque las drogas se han vuelto uno de los grandes temas mundiales y en cierta forma el más importante para el México de hoy. Habitamos un tiempo donde las estrellas de rock podrían ser consideradas las principales figuras icónicas para la juventud, me pregunto qué papel han desempeñado en la idealización de los narcóticos. Es difícil no pensarlo en esos términos, no faltarán quienes se aprovechen del evento para impartir su moraleja y tendrán algo de razón. Por otro lado, quién es quién para juzgar a quién o qué, nadie puede negarnos nuestro derecho a la autodestrucción, hay cien mil formas de hacerlo, no todas fatales, lo elijamos o no.

El segundo tema es la prensa rosa. Winehouse no sólo fue nominada en diversas listas con lo mejor de la música, sino también en otras tan degradantes, tan antihumanas como, supongamos, “Los cien momentos más humillantes de las celebridades” o “Los veinte momentos más ridículos de Hollywood”, quizás hasta un especial titulado “Las fiestas de Amy”. No es noticia si Dani DeVito estuvo en una orgía con cinco botargas, tampoco si Paris Hilton tomó tantas margaritas que terminó involucrada en ella. Ningún actor de telenovela debe ser noticia, no importa la circunstancia. No es información, ni conocimiento, ni contiene una maldita idea sobre nada; es irreflexiva, amoral, no es nada, no sirve para nada. Inclusive las charlas de peluquería se han vuelto insoportables por culpa de este fenómeno, los barberos no son lo que solían ser y el día que un taxista me cuente el nuevo chisme de Niurka me bajo en ese instante. Si me agobian los chats, no puedo imaginar ser acosado por los paparazzis, enjuiciado moralmente por la humanidad, no tener privacidad.

Si México quiere cometer la excentricidad de dar un paso al siglo XXI antes que aquellos países civilizados, podríamos crear una ley que regule los espacios de la prensa rosa y el tipo de información que publican. Estoy convencido de que tal medida sólo podría hacernos bien. Las drogas matan neuronas, pero un periodismo tan cínico también.

Lo que quiero decir es que nuestra sociedad tiene una fascinación enfermiza por la caída. Claro, debe haber una prensa de espectáculos, me gusta enterarme cuándo saldrá la nueva película de Batman, me parece estupendo que se reseñe un nuevo programa de televisión, pero hay que marcar un límite. Hace algunos meses Fernando Escalante Gonzalbo escribió al respecto: “El problema no son ellos, el problema está en la estructura de un espacio público hecho a base de celebridades, hecho para que no se pueda distinguir entre una voz notable, que amerita ser atendida, y los bufidos de una nulidad que sale en la tele”. Recientemente los periodistas de nuestro país se unieron para lograr un acuerdo sobre la cobertura mediática de la narcoviolencia. Si México quiere cometer la excentricidad de dar un paso al siglo XXI antes que aquellos países civilizados, podríamos crear una ley que regule los espacios de la prensa rosa y el tipo de información que publican. Estoy convencido de que tal medida sólo podría hacernos bien. Las drogas matan neuronas, pero un periodismo tan cínico también.

Olvidándose de la tragicomedia mediática, regresando a Amy Winehouse, mirando la cosa en seco, esta historia se trata al fin y al cabo de lo que significa morir joven. No quisiera refritear lo que se ha publicado en miles de medios, difícilmente podría dar nueva luz al asunto sin tomarme algunas licencias literarias. Enrique Olmos de Ita definió en su columna en Replicante lo que significa narraturgia: “Partitura escénica, pero también narración, relato y drama, diálogo y cuentito. Quienes lo niegan como forma de articulación de una escritura con posibilidad de ser teatralizable ignoran que es anterior al drama grecolatino. La narraturgia es la narración oral antes del soporte escrito, es la primera célula de representación y texto: el juglar de Cromañón”. Si Sarah Kane hubiese escrito la narraturgia para la vida de Amy, su vecina en la pesadilla, quizás lo habría hecho un poco así:

—Me encuentro aquí, revolviendo el vaso con agua ¿Dónde están mis otras drogas cuando las necesito?

—Tal vez se acabaron. Si no estuviera lloviendo te diría que saliéramos a caminar.

—Siento un dolor de cien años, me arrastraré a la cocina por una taza de café.

—No sé si tus rodillas puedan soportarlo o nuestro estómago digerirlo.

—¿Cuántas horas, días, meses, lleva encendido ese noticiero? ¿De qué sirve la fama cuando no tienes un ser amado que pueda apagar la televisión por ti?

—Creo que le cambiaré a las caricaturas.

—Está bien, haz eso, acabo de tener una idea para mi próxima canción, la apuntaré en ese libro que apareció en el sofá. No habrá música, apenas el sonido de alguien recogiendo los platos después de la cena y mi voz.

—Tal vez podríamos incluir un piano. ¿De qué se trata?

—De la infelicidad y la esperanza, dejarse caer, enamorarse, ser humillada, no poder dormir, caminar un túnel de luz y al final irse adentrando en la oscuridad, perder el control.

—Quizás debiéramos salir por comida.

—Quizás debiéramos romper el cristal del vecino a gritos.

—Estás enferma. Lo dicen los médicos, también lo escuché en la radio.

—Creo que hoy elegí las píldoras por colores. Mi música está sana. Tal vez esté muriendo. Me iré a dormir.

—¿No habíamos acordado que hoy iríamos al club? Nos sentaría bien distraernos.

—No lo sé. Prefiero bailar cuando hay silencio y sólo quedamos nosotras dos en la habitación… ®

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Publicado en: Agosto 2011, Música

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  1. Súper azotada la forma en que se habla de las drogas y la «caída». Siempre ha sido lo mismo. Las almas atormentadas lo han estado desde el inicio de los tiempos.

  2. Joaquín Peón Iñiguez

    Claudia, entiendo lo que dices. Este texto lo escribí por encargo y me costó trabajo hallarle otro ángulo a Amy. Es cierto, lograron desgastarla hasta los huesos en un par de días. Por otro lado, no estoy comparando sus talentos, son mangos y toronjas. Como dice el texto, creo que ser mujer, artista, padecer desórdenes psiquiátricos, morir a los veintisiete y ser inglesas, hace la comparación válida. Gracias por tu comentario. Saludos

  3. claudia solano sandoval

    jaja, soy fan de Kane, me he leído casi toda su obra y en la ciudad la han montando con bastante decoro. No entiendo la comparación, Sara tenía genio. Amy tenía buena voz y un productor de los bien pagados detrás. No sé ni cómo llegarle a este texto… me parece un tanto exagerada la comparación. Ya da flojera tanta reivindicación post-mortem de Amy

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