El Canal 7 (perteneciente al Sistema Jalisciense de Radio y Televisión) comete pecados capitales imperdonables en cuanto a la divulgación de la cultura en Jalisco. El más fuerte de ellos es que quizás más de 40% de su programación es un portal de logros burocráticos donde el director del SJRTV es el más asiduo protagonista.
Es tal el vicio del canal que cualquier actividad interna, de corte administrativo, es un buen motivo para que Samuel Muñoz Gómez salga a dar un discurso o para que la programación realice pautas —cápsulas institucionales— que se transmitirán hasta el cansancio. El pasado 23 de abril fue el colmo en la cobertura de este tipo de sucesos. En Puerto Vallarta se llevó a cabo una transmisión protocolaria bajo una deficiente señal que se “presumía” de la siguiente forma: “Transmisión en banda ancha”. ¿Ancha? La imagen era virtualmente un desfile de pixeles. La señal era tan inferior que las imágenes parpadeaban de una manera tan incómoda que eran casi imposibles de seguir. Había momentos cuando las acciones se congelaban durante quince segundos o más sin que hubiera un corte ágil al reportero que servía de enlace en Guadalajara. Lo curioso es que el programa en vivo se estaba trasmitiendo desde Puerto Vallarta, un puerto vecino y no una ciudad en el lejano Medio Oriente y bajo bombardeo. Tampoco era Haití, donde los recientes terremotos arrasaron con toda la infraestructura posible. Era un lugar de fácil acceso. Para colmo, la señal era más pequeña que el formato habitual de televisión, así que la imagen aparecía encerrada en un cuadro negro poco atractivo. En resumen, el hecho era intransmisible. Otro ejemplo fue el lanzamiento de su nueva imagen, en este año, lo cual ameritó que los televidentes fueran presas de un espectáculo menor: una fiesta sin atractivos (no había muchas personalidades pero sí funcionaros de gobierno, de nuevo la cuota burocrática a pico y a tope) en la Cámara de Comercio, transmitida en vivo (con muchas fallas), con un tiempo aire excesivamente largo y sus debidas repeticiones posteriores. La realidad es que un suceso interno de esta factura no debería tocar la pantalla. Como era de esperarse, Muñoz tomó la palabra, antes de que un grupo pseudocircense tomara por asalto la programación institucional. ¿Cuál es el estándar? Si casi la mitad del tiempo va a ser para transmisión de aspectos protocolarios, ¿qué le queda a los espectadores que realmente desean ver cultura? ¿Cambiar de televisora para toparse con La Kolorina de Canal 4 de Televisa de Occidente?
Esto por no hablar de la tendencia a ir colocando cada vez más programas de evidente contenido religioso con pretexto de las Navidades o Semana Santa, siendo que una señal pública en México, tal vez no en Irán pero sí en México, tiene la obligación por ley de ser una señal laica y no teocrática. He aquí otro pecado que no se puede dejar pasar.
¿Logros?
Los premios enanos del Canal 7 son ejemplares: higiene, segundos lugares, concursos desconocidos y menciones que poco importan al televidente. Premios que se transmiten una y otra y otra vez, a un grado que hasta parecería un error, porque no puede ser más que un gran error el aburrir a muerte al televidente con esa autoadulación. Y esa saturación, lejos de engrandecer el supuesto gran “logro”, sólo lo empequeñece más, desnudando lo patito de la “hazaña”. En verdad que no sorprendería en un futuro cercano ver una intensa campaña institucional donde presuman que remodelaron los baños de caballeros y los equiparon con un espejo más grande. De acuerdo, el trabajo tiene que ser justificado, pero regresamos al punto medular: los televidentes no tienen que ser testigos de las proezas protocolarias con fuerte aroma burocrático. Lo más grave es que ninguno de esos logros realmente se refleja en la pantalla. Nada suma para que el televidente tenga ante sus ojos una televisión cultural pública de altura, que a la par lo entretenga por la forma dinámica y fresca de presentar sus contenidos. Para colmo, Muñoz tiene programa de televisión: Miradas. Así, la señal propicia una especie de Big Brother de Muñoz Gómez que se repite mil veces. El sábado 24 de abril, en Miradas, Samuel Muñoz tuvo de invitado a una figura de casa: ¡Cornelio García!, para variar, refirmando este universo pequeño que el canal autogenera y autovalida. Así, aparentemente, la institución televisiva deja entrever que carece de reglamentaciones internas formales de lo que sucede o no en pantalla y esa falta de conciencia la hace parecer “de pueblito”, como a los que va Cornelio García sin preparación de temas. Porque la ecuación de Muñoz pareciera esta: “Si soy el director entonces tengo mi cuota para aparecer a cuadro”. Es inimaginable concebir que la mesa directiva de la BBC de Londres (o la de Televisa México) aparezca en pantalla por cualquier desventura. Esperemos que los directores de esta empresa estatal que quiere forjar la cultura visual de esta urbe estén donde deben: tras la pantalla para trabajar y hacer más fascinante la pantalla que se ve y que tanto lo hace falta mejorar en contenidos de fondo y forma. Ojalá Muñoz (que pareciera estar inmerso en una campaña política) se aferre a su programa —el cual es uno de los más cuidados del canal hay que reconocer— y deje de asaltar la señal por el menor motivo.
Más pecados…
Dentro de su programación hay otros pecados capitales. Tomemos en cuanta la desaparecida telenovela (así es, lo leyó usted bien, telenovela, como las del Canal de las Estrellas) de origen oriental. El nombre de esa “serie” poco importa y la pregunta que impera es: ¿Qué hacía un programa de esas características con ningún indicio de cultura en una señal estatal? Porque la “novela” ni siquiera cumplía con los parámetros para ser entretenimiento: no era histórica ni reflejaba aspectos del país que la produjo. De nuevo: ¿Qué estaba proponiendo C7 con ese trabajo, que de por sí ya era antiguo y no de mucha calidad? ¿Cuál es la línea de programación? ¿Quién hace la curaduría de programas? ¿Quién decide comprar derechos de esos programas “basura”? ¿O son gratuitos y los adquieren por injustificada economía? Por lo menos en Coupling (una sitcom inglesa del año 2000, similar a la serie americana Friends que ya está fuera del aire), la cuota de entretenimiento, calidad y humor se cumplía cabalmente.
La delicada balanza
C7 tiene contenidos que son un verdadero oasis en una televisión local consagrada al entretenimiento menor, donde la cultura entretenida pareciera una imposibilidad. Algunos de los programas musicales tienen méritos. Sonar, Póptico y Modular son unos de ellos. De hecho Modular conforma una plataforma de músicos locales (que prácticamente no tiene espacios) donde pueden anunciar, exponer o interpretar sus propuestas en vivo. ¿Cuál sería una de sus debilidades? Que en ocasiones se agotan esas propuestas y ha habido días en los que grupos de covers o bandas muy deficientes, en extremo, asaltan la señal. Un programa debe de tener curaduría, filtros y opciones de contenido para favorecer a los televidentes. En vez de poner al “grupo de covers”, ¿qué mejor que realizar una retrospectiva seria de rock local (material que hace falta)? Un grupo o solista que no goza del mínimo profesionalismo o de interpretación (así sea nuevo o experimentado) o que su proyecto apenas se encuentra en gestación no debe pisar un foro. Las deficiencias de Modular también se asoman en la sonorización de las bandas, que en ocasiones es parca. Los documentales o conciertos de música culta (como Conciertos OFJ) son otra gran oportunidad que tienen los televidentes de apreciar expresiones de primer nivel en una señal abierta donde la cultura es tratada con desdén. De hecho, tener ópera en televisión es ya una rareza que C7 encara y programa. El Journal DW ofrece otro abanico de noticias sobre la comunidad europea, con el sello de calidad y prestigio que posee esa televisora. Por demás interesante. Encuentros con las obras maestras, Mega Construcciones o Galápagos y hasta Dr. Who (de entretenimiento) incrementan la oferta, atrapan y seducen. Pero más allá de eso, regresando a la producción original y a todo el propósito que representa el canal, podríamos caer en la tentación de decir: “Es mejor que existan programas originales, con sus deficiencias, a que no existan”. No, porque a un periódico (para ejemplificar con otro medio de comunicación) no se le perdona una falta de ortografía. No, porque cuando vemos otros programas u otras televisoras apreciamos productos con estándares muy elevados e inspiradores en todo sentido. No, porque los jaliscienses merecen la mejor programación, todo el tiempo, sin condescendencias. No, porque es importante promover que una señal del Estado apegada a la cultura está obligada a la mejora constante. No, porque no podemos dejar que el C7 se convierta en una simple oficina de comunicación social.
Es evidente que C7 no se ha adaptado al ritmo de las televisoras o de las señales que transmiten cultura. Basta con mirar Discovery Channel o History Channel, además de ejemplos nacionales como Canal 11 y Canal 22, para darse cuenta de qué tan entretenido y propositivo puede ser un canal de televisión con esta línea. Vivimos en la era dorada del documental y Canal 7 tiene acceso a esos trabajos, pero, ¿dónde están con respecto a su competencia interna con la cuota burocrática? Retomando su reciente cambio de imagen, la señal estatal anunció con creces Caminando con dinosaurios como si se tratase de un lanzamiento mundial cuando la serie —para el veloz ritmo de programaciones— es, muy apropiadamente, un dinosaurio, que se estrenó en Discovery Channel para Latinoamérica en 1999. Y para colmo, la serie ya ha sido trasmitida por C7; la serie no es nueva ni para ellos.
Ninguno de los programas facturados por C7 tiene algún indicio de excelencia o un estándar de calidad. No hay una ideología o identidad conceptual del canal clara. Quizás el programa Elementos sea otro logro porque la agenda cultura realmente cumple con su función y hasta cuenta con una conductora y reporteros con carisma, pero se trata de la misma dinámica de casi todos las producciones originales de la institución: un foro mal acondicionado donde la imagen es prácticamente inexistente (como de práctica escolar); un manejo de cámara apenas eficiente donde la iluminación y el ritmo de edición recuerdan a un programa creado en la década de los sesenta. No hablemos de otros proyectos como De kiosco en kiosco o Cantares y costumbres, donde básicamente se cometen todos los pecados de producción habidos y por haber: la fotografía es tan deficiente que denigra los pueblos a donde acude Cornelio García, porque en proyectos de esta índole la idea de conocer la oferta turística de Jalisco se antoja interesante, pero no, la puesta en cámara es limitadísima, la investigación por parte de García y su equipo de producción es nula. Las preguntas que el conductor realiza a los invitados al programa son básicas e improvisadas (García no goza o por lo menos no hace uso del don de palabra, al contrario, se aferra a un lenguaje parco, como si su estilo “Rulfo” sumara en pantalla) y lo que en realidad debería enaltecer la belleza y la mística de cada población nunca se ve. ¿Cuál es el resultado? Que las comunidades parecen baldíos olvidados en algún traspatio de Jalisco. Así, la balanza se rompe y no hay parámetros. Los que pagan el alto costo de ese quebrantamiento son los televidentes que sólo tienen que presionar un botón para cambiar de universo visual.
Descubre tu compromiso
Ser el canal del Estado con el eslogan de “Descubre tu cultura”, hace que C7 sea acreedor a un compromiso muy específico: una responsabilidad con la calidad visual y las propuestas creativas ahí presentadas. No se trata de escudarse en la falta de presupuesto. De nuevo, el televidente no tiene la culpa de ello. Una televisión deficiente no se refiere a estar produciendo radio televisado, con cámara plantada y gente sentada, inamovible, hablando a cuadro. Porque Canal 7 es a la vez lo mejor y lo peor que puede suceder en la televisión abierta local: por un lado los documentales que adquiere son una maravilla, pero por otro, cuando se propone producir, se asoman todas las carencias posibles. Televisa de Occidente (en este su 50 aniversario de proponer nada nuevo en lo absoluto) y TV Azteca de Guadalajara, para bien o para mal no tienen un eslogan que las compromete. Esos canales están para lucrar con entretenimiento, básicamente. Nada habría que reclamarles a pesar de la vacuidad de muchas de sus producciones que también parecieran radio por televisión. Además, Guadalajara es una ciudad con una amplia tradición en producción: hay cientos de talentos y muchísimas productoras (existen también empresas de rentan de equipo, así que eso tampoco es excusable) que hacen su trabajo de manera profesional, es decir, no hay pretexto para tener una televisión fosilizada. Además, la pantalla chica es un medio dinámico por naturaleza, de eso no se puede escapar, tratarla a la inversa es prácticamente ofender a los televidentes. ¿Cuál sería la solución para C7? Quizás, a) fijarse la meta de centrarse en los televidentes; b) adquirir programas, series y películas realmente interesantes (cosa que ya han hecho); c) abandonar esa cruzada burocrática continua; d) afianzar una visión creativa y conceptual definida (una línea a seguir); e) aceptar sus limitaciones para generar programas originales de calidad —menos programas con mayores estándares—, en la medida que le fuera posible sostener a sus talentos con pagos justos que aseguraran un trabajo de calidad (éste es un punto medular). Urge este replanteamiento porque si no se cumple cabalmente lo que alguna vez leí en un diario: “La cultura no es aburrida, sólo hay gente que la hace aburrida”. En otras palabras, si la gente no conoce programaciones como las de Discovery Channel o del Canal 22 tendrá, de por vida, la idea de que una programación cultural se refiere a una revista aburridísima de funcionarios, consagrada no a Caminando con dinosaurios sino a Caminando con funcionarios, aderezada quizás con alguno que otro programa rescatable, o no. ®