Revolucionaria del porno, gran lectora y actriz, ahora Sasha Grey aparece como escritora con una novela procaz e inteligente que deja atrás a muchas escritoras que se pierden en florituras literarias. Ésta es la historia de La Sociedad Juliette.
Juro, bajo protesta de decir verdad, que vi la película de Steven Soderbergh The Grilfriend Experience sin haber visto antes algún video porno protagonizado por Sasha Grey. Por aquel año, 2010, yo aún dependía de una renga laptop HP del año 2000 con Windows 98 que debía conectar a internet vía dial up y que —por supuesto— no corría videos de ningún tipo: con trabajos me permitía leer una decena de notas periodísticas antes de trabarse cada mañana.
En Guadalajara, The Girlfriend Experience tuvo una sola proyección pública en la Videosala. La película realmente es muy clara y efectiva en su objetivo: Una chica, “Chelsea” (Sasha, claro), vive con su novio y ambos empiezan a padecer una situación económica apremiante. Entonces ella escucha la sugerencia de una mala amiga para que acepte una chambita de escort. Dizque será sólo un fin de semana, rodeada de lujos, gozando del viaje, ganando buena lana y para el lunes quedará olvidado el asunto.
Así, Chelsea lleva dinero a la casa, el suficiente para salir al paso, pero no se abstiene de contarle a su novio cómo lo obtuvo. Él se enoja, como era previsible, aunque el conflicto no llega a mayores.
Lo que sigue es su tránsito de escort a prostituta corriente. Primero continúa viéndose con el cliente VIP en diversas circunstancias, después se va dejando llevar por las recomendaciones y las convocatorias, y al final termina de call girl llegando a un departamento minúsculo y sucio donde la recibe un judío panzón en ropa interior: dicho de otro modo, acaba de puta barata. ¿Cuántas veces nos hemos enterado de destinos de damiselas como ella que se despeñan en un santiamén? Soderbergh expone el caso con brillantez en un largometraje de tan sólo hora y cuarto de duración.
¿Cuántas veces nos hemos enterado de destinos de damiselas como ella que se despeñan en un santiamén? Soderbergh expone el caso con brillantez en un largometraje de tan sólo hora y cuarto de duración.
No fue sino hasta el 2012 cuando, ya con computadora moderna en mi escritorio, llegó uno de mis hermanos a cargármela con una elegante colección de videos de X-Art. Y ya entrados en el tema de los coitos hiperbólicos, por puro gusto me puso en línea uno de sus favoritos con Sasha Grey.
—¡Ah, sí!, es la que actuó en The Girfriend Experience, de Soderbergh. Sabía que fue una porn star muy famosa y que ahí dio el paso a actriz formal, pero nunca la había visto en acción —le dije a mi hermano, y sigo bajo juramento fiel a la verdad.
Más adelante dediqué algunos meses a actualizarme en los terrenos del porno, y por supuesto que desemboqué muchas veces en Sasha Grey.
Entonces me interesé por su historia. Resulta que su verdadero nombre es Marinna Ann Hantzis, que tiene ascendencia griega y que creció en Sacramento (nótese la mayúscula —o sea que en California).
Sus padres se divorciaron cuando ella tenía cinco años, así que vivió su infancia y adolescencia a solas con su madre y se la pasó —según sus propias palabras— encerrada en su cuarto, leyendo, escuchando música, viendo películas y “odiando al mundo”.
En teoría, a los diecisiete años ingresó a la universidad y a los dieciocho debutó en el porno. Durante cuatro años encarnó de buen grado a la ninfómana más felina y febril en aproximadamente doscientas películas que hoy forman parte del acervo histórico de la humanidad, y se retiró poco después de actuar en The Girlfriend Experience, antes de cumplir los veintidós años, con la no tan cuantiosa fortuna de dos y medio millones de dólares.
Además de fundar su propia productora de películas porno, Sasha se construyó instantáneamente una reputación como disc jockey y a la fecha sigue ofreciendo su talento y presencia (supongo más cotizado lo segundo que lo primero) en fiestas picudas y antros de playa. Aparte tiene un proyecto musical, auténticamente inaudible, llamado Atelecine.
Mientras escribo corroboro que su fotografía está incluida en el folletín del álbum Zeitgeist, de Smashing Pumpkins, fechado en 2007. A propósito, apareció con alas negras, como ángel de la oscuridad, precisamente en un videoclip de los Smashing, “Superchrist”; en otro de Eminem, “Space bound”, en el papel de femme fatale y motivo suficiente para evaluar la posibilidad del suicidio, y más recientemente en la película Would You Rather?, que aún no se exhibe en México pero luce interesante.
En diciembre de 2012 un amigo mío, abogado —muy afable, mitómano, simpático, muy culto y caprichoso— se quedó en mi casa un fin de semana. Él únicamente había visto a Sasha Grey en la serie de televisión Entourage —donde se interpretó a sí misma, haciendo patinar al personaje principal— y decía que le encantaba de pies a cabeza pero no se había asomado a ninguno de los doscientos videos referidos. Así las cosas, pasamos tres madrugadas —al regresar de las parrandas— contemplando hasta el amanecer puros videos de Sasha Grey. A aquellas jornadas de introducción las bautizamos como “The Sasha Grey experience”.
Uno de los primeros filmes que encontramos nos depararía una sorpresa indeleble. Había un regimiento de doce o quince pelafustanes de rasgos variopintos. Hacia el final, Sasha se pone en cuclillas, la cámara en picada, y cada uno de los sementales empieza a venirse en su boca. Ella recibe las primeras descargas con júbilo, mueve las nalgas como contenta, así en cuclillas, y retiene el semen en la lengua. Para cuando el pelotón de ganapanes termina de verter en su boca hasta la última gota, Sasha Grey soporta un buche viscoso, no sé… equivalente al de una docena completa de ostiones. Entonces, impactado genuinamente, mascullé:
—No.
Boquiabierto, mi amigo carraspeó igual:
—No.
En cuestión de segundos, y al presentir la inminencia lógica de lo que habríamos de presenciar, pero resistiéndonos por dentro a admitir tal cosa como algo en modo alguno plausible, nos revolvimos:
—¡No! ¡No, Sasha, no lo hagas!
—¡No! ¡No, por favor! ¡No!
Pero sí lo hizo: Se tragó todo ese esperma acumulado (de negros, blancos, gordos, flacos, velludos y lampiños, como si no hicieran cortocircuito). Mi amigo y yo nos retorcimos de asco y pena ajena. Enseguida vimos que entre las imágenes de otros videos opcionales estelarizados por Sasha había uno con el fotograma de una copa martinera rebosante de semen. No lo abrimos; nos fuimos directamente a otro.
La Sociedad Juliette
Entre las novedades de las librerías se encuentra la novela intitulada La Sociedad Juliette, escrita ni más ni menos que por Sasha Grey, aunque la editorial en su contraportada omite cualquier rastro sobre quién es la susodicha.
El libro es color azul cielo y sólo muestra en la portada la imagen del contorno de un párpado sugerente con sus respectivas pestañas. No hay más. En la contraportada, aparte de unas líneas mal seleccionadas, hay una invitación escueta e insulsa en negritas: “Deja que Sasha Grey te introduzca en una sociedad secreta donde imperan el poder y el erotismo. Donde las fantasías más osadas se hacen realidad. En la que todo es posible”.
Es necesario profanar el forro de PVC, el condón del libro, para toparnos con una mención a la trayectoria de Grey en la solapa, justo encima de una foto débil de su rostro, en transparencia bajo el azul. Dice: “Sasha Grey fue una de las más célebres y reconocidas estrellas de la industria pornográfica de Hollywood”, y sanseacabó. Una mención a su trabajo en The Girlfriend Experience, otra a Open Windows, del español Nacho Vigalondo (con Elijah Wood en el papel principal), próxima a estrenarse, y es todo. Pareciera que para la editorial fue prioritario tratar de atraer a las lectoras de la saga de Cincuenta sombras de Grey que a los fans de Sasha, a quienes seguramente dieron por sentado que llegarían por sí solos.
Ya Gustave Flaubert en el siglo XIX sabía que había un incremento considerable en las consumidoras de libros y escribió una novela cuyo personaje principal es femenino, es complejo, y en la que todo está narrado desde su perspectiva: Madame Bovary, oficialmente la primera novela feminista de la historia. A ésta le sobrevino, casi dos decenios después, Ana Karenina, de León Tolstói. La cadena a seguir sería demasiado larga, pero en concreto el fenómeno patéticamente denominado “porno para mamás” tiene su explicación más bien en la evolución de la comedia audiovisual estadounidense y de contenidos en internet.
Todo empezó con Sex and the City. Gracias a esa serie los temas sexuales, hacia finales de los noventa y al inicio del nuevo milenio, por fin dejaron de tratarse como tabú en las grandes ciudades y pasaron a formar parte esencial de las charlas comunes.
Como es sabido, todo empezó con Sex and the City. Gracias a esa serie los temas sexuales, hacia finales de los noventa y al inicio del nuevo milenio, por fin dejaron de tratarse como tabú en las grandes ciudades y pasaron a formar parte esencial de las charlas comunes. Luego la sitcom Two and a Half Men llevó el lenguaje y los secretos que los hombres se reservaban entre ellos a las espectadoras femeninas y en poco tiempo se convirtió —con todo y su tono “elevado” de principio a fin— en el programa de comedia familiar por excelencia.
Los dos anteriores fenómenos televisivos bastarían para explicar la apertura a los temas y referencias sexuales en el imaginario colectivo, pero no hay que perder de vista la vertiente cinematográfica. En particular American Pie abrió una puerta, pero con esa puerta abierta Judd Apatow (director de Virgen a los cuarenta, Ligeramente embarazada, Funny people y This Is 40, y productor de Super Cool, Cómo sobrevivir a mi ex, Piña exprés, Bridemaids, Eternamente comprometidos, Locura en el paraíso y muchas otras) influyó en el mainstream de manera irreversible. Para prueba, películas en cartelera que buscan atraer a un público antes consumidor de comedias blancas, como The Heat (con Sandra Bullock y Melissa McCarthy) y We’re the Millers (con Jennifer Aniston, Jason Sudeikis y Emma Roberts), ya contienen decenas de menciones al pito, situaciones candentes, polémicas venéreas y albures al mayoreo. La comedia industrial de Hollywood pasó del duradero estereotipo de John Hughes al mundo feliz del humor hipersexuado gracias a que Sex and the City, Two and a Half Men y Judd Apatow lo popularizaron hasta conquistar cada rincón de Occidente.
Si por último sumamos la accesibilidad plena vía internet a la infinidad de información sobre sexo, relaciones, anatomía, biología, costumbres lejanas y aventuras íntimas, tenemos un universo de nuevas lectoras de literatura erótica para quienes las temáticas, los términos utilizados, las imágenes descritas y las situaciones planteadas no presentan novedad alguna, y por ende no les producen espanto. Pero lo que esas lectoras buscan, por sobre todas las cosas, son respuestas e indicaciones; indicaciones y respuestas para sus vidas sexuales aburridas y decepcionantes.
Es en ese terreno fértil donde la editorial (Grijalbo, en México) pretende explotar la novela de Sasha Grey. Desafortunadamente con ese marketing, y con su decisión de tampoco promoverla con el gancho del pasado porno de su autora, desperdiciaron la oportunidad de hacerlo de una forma que no alcanzaron a ver: que se trata de la opera prima de la Henry Miller, de la Gillaume Apollinaire, la Walter Mosley que la literatura estaba esperando.
Lo primero que hay que dejar muy claro es que Sasha Grey es un icono del porno, quizá la porn star más importante en lo que va del nuevo milenio, por una razón puntual: revolucionó la dimensión de los guagüis. De las mamadas, pues.
Para toda una generación, marcada para siempre por Deep Throat, Linda Lovelace era el ejemplo más apetecible de cómo una mujer puede zamparse un miembro entero, sin dificultades ni muecas, y saborearlo devotamente luciendo autorrealizada. He aquí el secreto de Lovelace, que tantos hombres hubieran querido que sus mujeres conocieran: “La única manera de llegar a una penetración completa era ponerme de modo que mi boca y mi garganta estuvieran sobre el mismo eje del pene”.
Hablar de que una mujer —que hoy día tiene veinticinco años de edad— revolucionó el arte de la felación (al menos en lo que a registro fílmico universal se refiere) en la historia de la humanidad, es hablar de que logró algo diferente en un terreno que nadie supondría abierto a novedades.
Bueno, pues lo que luego hizo Sasha Grey sencillamente no tenía precedentes. Hablar de que una mujer —que hoy día tiene veinticinco años de edad— revolucionó el arte de la felación (al menos en lo que a registro fílmico universal se refiere) en la historia de la humanidad, es hablar de que logró algo diferente en un terreno que nadie supondría abierto a novedades. Y, sin embargo, cualquiera que haya visto a Sasha en pleno sexo oral sabe que es única: penes gigantescos y amorfos se guarecen en su boca hasta los testículos, y ella todavía se da el lujo de sonreír a la cámara, de lengüetear el escroto, de clamar “Fuck the face!, fuck the face!”, ¡y de pilón se deja zarandear la cabeza sin evidenciar el menor asomo de náusea!
Por eso son tan reveladores los párrafos que le dedica a describir el punto en La Sociedad Juliette, pues además de permitirnos evocarla en sus tiempos de “gloria”, pueden ser tomados como un ABC, como la guía práctica del fellatio brutal escrito por su máxima exponente. Dice la autora:
Estoy de rodillas, justo delante de él, y tiro de su pene con firmeza, como si fuera una palanca, para que quede en perfecto ángulo recto con su cuerpo, nivelado a la perfección con mi boca.
Me meto la punta en la boca, muy despacio. Cierro los labios alrededor de la punta, fuerte. Me retiro y lo provoco con la lengua. Luego vuelvo a acogerla, algo más al fondo esta vez, y voy avanzando por el falo. Me retiro. Jugueteo.
Y le digo lo que quiere oír.
Le digo:
—Me gusta tanto sentir tu polla dura en mi boquita apretada. Sabe tan bien…
Y no espero respuesta.
Le pego la polla al vientre y la sujeto ahí para chuparle la base de las pelotas, alrededor del escroto, girando rápidamente la lengua alrededor de los huevos, le succiono uno y luego el otro, y luego lamo el falo, como un pincel pintando un lienzo, hasta que llego a la punta. Y se la chupo, y escupo en ella y la aprieto con la mano mirándole directamente a los ojos. Veo que se siente abrumado y sé que está a mi merced.
Abro la boca, bien abierta, para poder metérmela entera, tomo el aire suficiente para llenarme los pulmones, como si estuviera a punto de sumergirme en el agua, me la voy metiendo poco a poco, doblando la lengua para lamer la punta, y voy acariciando la polla por debajo a medida que va entrando.
Me levanto en busca de aire y muevo la mano apretando con fuerza por el falo, me la he cubierto con una película de saliva mientras recupero el aliento, y me preparo para volver a bajar.
Muevo la cabeza hacia delante con rapidez, abro bien la boca y me meto su polla hasta la garganta; noto su hinchada y carnosa cabeza presionándome la laringe, su rabo llenándome toda la boca.
Siento que sus manos se hunden en mi pelo y espero a que me agarre por la nuca y me paralice en el sitio para dar un último empellón, breve y brusco; para clavarme la polla más adentro. Eso es lo que quiero que ocurra. Es lo que había imaginado antes.
Lo oiré gemir cuando descargue en el fondo de mi garganta. Y se quedará sin palabras.
Salvo: “Carajo”.
Y: “Sí”.
A todo esto, la trama de La Sociedad Juliette va más o menos así. Una chica, Catherine (alter ego de nuestra Sasha, of course), vive con su novio, Jack, y asiste a clases de cine. Su profesor, Marcus, le atrae. Pero lo que le da el vuelco a su vida es una compañera, Anna.
Anna le va revelando a Catherine el mundo al que pertenece: primero le cuenta del sitio de internet, SODOMA, donde aparece desnuda y maniatada, dejándose penetrar por un taladro recubierto. Luego la lleva a un club de sexo llamado La Fábrica de Coger, regenteado por un tal Larry Kubrick.
Hasta ahí, la narradora se permite verter algunas opiniones y exégesis sobre clásicos de cine, como Bella de día, Ciudadano Kane y la propia Ojos bien cerrados, con el objeto de ir sembrando conceptos útiles para ir digiriendo lo que pasa y lo que viene. Entretanto, las páginas vuelan con sus párrafos candentes; por ejemplo, los siguientes:
Me gusta sentir su semen. Me gusta sentir cómo me lo dispara en la boca. Me gusta cuando me lo dispara en el pelo y me lo deja todo sucio y enredado, como cuando atraviesas una telaraña.
Me gusta decirle que se venga en mis tetas para poder dibujar circulitos con el semen, como un pintor mezclando los colores sobre la paleta. Él es la pintura. Yo soy la pintura y el lienzo. Me gusta pintar con su leche sobre mi cuerpo para poder notar cómo se seca, cómo se endurece y se contrae, y me pellizca la piel al hacerlo. Me gusta cómo se cuartea en escamas mientras yo pinto. Me gusta levantar en un dedo una escama de su semen reseco y mirarla como un copo de nieve, intentando vislumbrar los dibujos cristalizados que contiene.
Me gusta cuando se encharca en mi vientre, y me inunda el ombligo y se derrama por mi cintura como una crema caliente que rebosa el plato. Cuando cae sobre mi cóccix con grandes y gruesas gotas, como lluvia caliente, como leche caliente, como lava caliente.
Me gusta cuando se viene dentro de mí y me siento llena y satisfecha y relajada, como si acabara de darme un banquete. Y luego sentir cómo se desliza fuera de mi coño y deja un rastro perlado hasta el culo. Algunas veces chorrea, horas más tarde, cuando ya hacía tiempo se me había olvidado que estaba ahí. Cuando estoy paseando por el campus de la universidad, o sentada en clase, o en el autobús, o en la cola del súper y de pronto noto que se me mojan las bragas con la leche y recuerdo el momento en que él embistió dentro de mí, gimiendo de esa forma tan delicada, un segundo antes de soltar su descarga. Y dejo que salga, como si estuviera cogiéndome, viniéndose dentro de mí, en ese momento y en ese lugar, en el campus, en clase, en el autobús, en el súper.
Me gusta cuando se viene en mi cara y estoy completamente a su merced, como si me humillara con su semen. Cuando cierro los ojos y siento que me salpica en la cara. Cuando no para de venirse, y se viene y se viene, y noto su densidad y cómo se desliza por mi cara. Me llena los poros, me chorrea por la mejilla, por la frente, me cuelga de la barbilla. Y tengo la sensación de que mi cara no es lo bastante grande para abarcar todo su semen. Su semen interminable.
Me gusta limpiármelo de los labios y de las mejillas y juguetear con él entre el dedo índice y el pulgar como si fuera un moco, y luego volver a metérmelo en la boca, darle vueltas y mezclarlo con la saliva, para preparar un coctel con sus fluidos y los míos, y tragármelo de un sorbo, como una ostra. Luego abro la boca, bien abierta, y saco la lengua para demostrarle que ya no queda nada. Que he sido una niña buena y me he tomado toda la medicina.
Después de ir nutriendo sus fantasías con las excursiones a La Fábrica de Coger, Catherine se deja arrastrar por Anna hasta el sitio epónimo: La Sociedad Juliette. En el proceso tiene problemas con Jack, y ahí Grey aprovecha la oportunidad para exponer uno de los principales dilemas del posfeminismo: el querer darle rienda suelta a la promiscuidad sin perder a la pareja. Y es justo entonces cuando podemos darnos cuenta de que Sasha tiene una ventaja con respecto al resto de las escritoras, porque una cosa es que la señora E. L. James hubiera imaginado que Gabriel arcángel le propinaba tremendos follones, aun si le hicieron el favor algunos amigotes pazguatos en su juventud, y otra muy diferente es que Sasha Grey nos ofrezca la verbalización más precisa de todo aquello que sabe de sobra lo que se siente, pues lo ha vivido en carne propia… cientos de veces.
A veces la veía en ángulo recto recibiendo por el ídem y en turnos a diez, quince o veinte gandules, masturbando a dos manos y sorbiendo penes desocupados simultáneamente, y me preguntaba qué rayos hacía la diferencia entre lo que estaba atestiguando y la violación más atroz, despiadada, sórdida, humillante y dolorosa.
Y en lo que a sexo multitudinario se refiere, de nueva cuenta Sasha Grey se pintaba sola. Incluso diría que es todo un caso de estudio. A veces la veía en ángulo recto recibiendo por el ídem y en turnos a diez, quince o veinte gandules, masturbando a dos manos y sorbiendo penes desocupados simultáneamente, y me preguntaba qué rayos hacía la diferencia entre lo que estaba atestiguando y la violación más atroz, despiadada, sórdida, humillante y dolorosa. Y la respuesta es: la actitud ante la refriega. Por supuesto que de antemano había fronteras pactadas y Sasha Grey tenía el control al final de las cuentas (razón de más para que no fuera tan temible como la incertidumbre de hasta dónde podría llegar el descontrol de los hombres durante una violación), pero es que el espectáculo era agresivo, vejatorio, sofocante, y ella siempre lucía serena por un lado y sedienta por el otro.
Por eso su testimonio no tiene pierde. Afirmar que la autoficción de Sasha Grey rebasa a su personaje es una obviedad, ¿pero será que la ficción radica en que siga actuando, fingiendo que disfruta ese tipo de cosas? ¿O será realmente lo que parece ser: una confesión de parte? Veamos:
Él se sienta en la butaca y yo me encaramo a los reposabrazos, me agacho y lentamente me acomodo en su polla. Y tengo el coño tan mojado que se desliza hasta el fondo, hasta la base, y ahora me toca a mí hacerlo gemir. Vuelvo a levantarme. Unos regueros de fluido espeso, blanco y cremoso le resbalan por la polla y forman un charco en su vello púbico.
Me escupo en la mano y la bombeo, cubierta con saliva y fluidos, y sigo bombeando hasta que oigo el gemido insistente y casi inaudible que me hace saber que voy por buen camino.
Vuelvo a bajar para acomodarme la polla de nuevo, inclinándome hacia delante de manera que tengo las manos apoyadas en los reposabrazos y el culo ligeramente hacia arriba y en ángulo, tirando consigo de la polla. Voy alternando entre lentos giros con las caderas y movimientos hacia atrás y hacia delante y vuelvo a oír de nuevo el aullido inaudible. Estoy resbalando hacia atrás y hacia delante sobre su polla y él extiende las manos, me coge los pechos y con el dedo índice y el pulgar me aprieta fuerte los pezones.
Ahora que me tiene desatada, húmeda y dispuesta, tiene otro as en la manga: quiere compartirme con otros. Y no sé cómo lo saben o si él les ha hecho algún tipo de señal, pero de pronto me veo rodeada. Y no tengo miedo.
Una muralla de carne masculina me separa del resto de la sala, como resguardándome. Y me siento segura.
Cuando algunos se van, otros ocupan inmediatamente su lugar. Y yo quiero justo eso. Cuantos más, mejor.
Pierdo la cuenta de cuántos rostros enmascarados y pollas anónimas se me acercan, inclinando la cabeza a medida que avanzan, implorando atención. Agarro todo cuanto queda a mi alcance con todo lo que tengo, y una vez que lo pruebo me doy cuenta de que sigo con ganas de más. Cuanto más tengo, más hambre siento, y no parará hasta que yo quiera. Y no quiero.
El sexo se pone cada vez mejor y mejor y mejor. Los orgasmos se vuelven más y más intensos, y justo cuando creo que ya he alcanzado el límite, llega otro que me lleva aún más alto y no quiero que esto pare, porque el placer es rabiosamente intenso.
Es como si tuviera el cuerpo sacudido por la electricidad. No sólo cada vez que me vengo. Cada vez que me tocan. Como si me dispararan descargas con una pistola eléctrica, una y otra vez, y otra. Experimento un placer tan grande que lo percibo como dolor. La dopamina me inunda el cerebro, la adrenalina me fluye por el cuerpo y pierdo la noción del tiempo.
Es como si estuviera cogiendo sin parar durante veinticuatro horas. Y supongo que, si quisiera, probablemente podría seguir otras veinticuatro. Mi cuerpo seguiría adelante siempre que mi cerebro recibiera estímulos. Y esa es la cuestión: la mente nunca se cansa de la actividad física, sólo se distrae y se aburre. Es entonces cuando se instala la fatiga. Pero si consigues mantener la mente concentrada, es imposible saber hasta dónde puedes llegar.
Digan lo que digan todos los que no han dejado atrás su infancia mental y siguen necesitando melodramas en el cine y la literatura, con estructuras tradicionales y digeribles como un Gerber, yo estoy convencido de que lo más importante es que un autor transmita sus vivencias y conclusiones sobre la vida, de la manera más pura y clara. En ese sentido, prefiero a Guadalupe Nettel que a Cristina Rivera Garza, y a Ana Clavel que a Ángeles Mastretta, pero en las cuatro ganan sus preocupaciones por la estructura literaria, las dizque vueltas de tuerca, las filigranas y las linduras infantiles ya caducas, y se pierde la entraña: queda casi sepultada la carne viva que debían entregar. Lo mismo sucede con Laura Restrepo, Claudia Amengual, Norma Lazo, Rosa Beltrán, Candace Bushnell, Sara Sefchovich: todas ellas son capaces de decir mucho, se han torturado sus cerebros lo suficiente como para extraer reflexiones vitales poderosas, pero prefieren los retruécanos de la repostería literaria. Por eso aprecio la honestidad de Sasha Grey, hasta donde le alcanza el conocimiento, hasta donde un cuarto de siglo de vida la ha puesto tras haberlo experimentado casi todo. Sin dialoguitos ficticios para quedar como buena escritora, sin moñitos de regalo, como va:
En ese sentido, prefiero a Guadalupe Nettel que a Cristina Rivera Garza, y a Ana Clavel que a Ángeles Mastretta, pero en las cuatro ganan sus preocupaciones por la estructura literaria, las dizque vueltas de tuerca, las filigranas y las linduras infantiles ya caducas, y se pierde la entraña: queda casi sepultada la carne viva que debían entregar.
A medida que crecía, veía que mis amigas salían con chicos, uno detrás de otro, y siempre encontraban un motivo para dejarlos, se creían insatisfechas o frustradas o utilizadas. Las veía y me daba cuenta de que no quería ser como ellas. Y todas esas chicas ahora están solas, y tengo la sensación de que siempre van a estarlo, porque siempre están a la caza del hombre perfecto. Se han hecho esa imagen en la cabeza de quién es, cómo es, qué hace y cómo se comporta. Y es una fantasía, una fantasía total. El mismo tipo de estupideces que nos han estado vendiendo a las mujeres desde… siempre.
El príncipe azul. El hombre perfecto. El muñeco Ken. El espécimen perfecto. El soltero de oro. El marido ideal. Porque esos chicos, los imposiblemente guapos, los encantadores, los que hacen que te mueras por sus huesos, los que parecen demasiado buenos para ser verdad…, bueno, por lo general son demasiado buenos para ser verdad. Hay otro término para designar al encantador, una descripción más precisa: Sociópata.
Es alucinante la cantidad de mujeres que se enamoran de tipos así, que caen en la misma trampa una y otra vez, y luego lamentan el día en que los conocieron. El juego del amor es uno de los timos más antiguos del mundo.
Nadie quiere creer que ha sido víctima de una estafa, y menos en el amor. Porque eso duele que te mueres. Probablemente más que cualquier otra cosa en el mundo. Es una patada en el estómago. Enfermas. Te sientes estúpida. Muy, muy estúpida. Así que lo mejor que pueden hacer las personas en esa situación es lo siguiente:
Fingir que ya lo habían visto venir.
Fingir que lo sabían desde el principio.
Fingir que no ha pasado.
Empezar de cero de nuevo.
Y esta vez, se dicen, ha sido la última. Nunca más. Nunca más voy a caer en la misma trampa.
Pero caerán.
Caerán porque no saben lo que quieren en esta vida y, hasta que lo sepan, están destinadas a seguir el mismo patrón una y otra vez, destinadas a repetir sus fracasos. Porque van en busca de una quimera. Del hombre perfecto. El marido perfecto. El amante perfecto.
Y la vida no es así.
Y eso no sólo vale para las mujeres. Los hombres también son víctimas de sus propios engaños. Al menos los sensibles. Los que están suficientemente evolucionados para pensar en las mujeres como algo más que un receptáculo conveniente para su semen. A veces están demasiado evolucionados. Piensan demasiado. Ponen a las mujeres en un pedestal, idealizan a su compañera perfecta y la convierten en un modelo inalcanzable y es imposible estar a su altura. Al menos yo sé que no puedo. Y para mí eso es como la receta para una vida de sinsabores y decepción, toda una vida de relaciones fallidas. De ir siempre en busca de don Perfecto y doña Perfecta y acabar siempre con la persona equivocada. Muy equivocada.
No estoy diciendo que no crea en el amor, porque sí creo. Y si me obligaran, probablemente diría que es en lo único que creo. Ni en Dios, ni en el dinero, ni en las personas. Sólo creo en el amor.
Los pasmos y epifanías de Catherine tras su descenso por clubes de sexo cada vez más retorcidos, sus análisis de más películas clásicas (Sasha realmente se graduó en estudios de cine) y la historia de mujeres que van despareciendo y que parecen estar ligadas a La Sociedad Juliette, son justo lo que deben ser: únicamente el pretexto para que salga la Sasha Grey genuina y nos cuente algo verdadero, desde dentro. Asimismo, el oficio de Jack, asesor de un político en campaña, tiene como objeto que llegue el momento en que Sasha nos diga las dos cosas para las que cree que sirve la política. Son de antología sus comentarios supurantes sobre Kim Kardashian (“filete de hígado con puré de papa, vestida de Hermes y Gucci”, le dice), Britney Spears, Lindsay Lohan, Paris Hilton y Tom Cruise. Si bien cualquiera puede decir lo que sea sobre ellos, viniendo de Sasha Grey adquiere otra dimensión porque incluye la valentía consciente de cargarse pleitos personales gratuitos que en algún momento le van a cobrar.
Recientemente Tobias Wolff comparó la experiencia de leer un texto literario traducido con la de besar a una novia con el velo en medio, y eso podría decirse a ratos de la lectura traducida de La Sociedad Juliette pues sufre una merma considerable, especialmente al no enterarnos de cuáles palabras exactas eligió en inglés para sus escenas sexuales y tenernos que conformar con las guarradas que consideraron equivalentes para la traducción en España.
Sasha Grey se ganó fama de inteligente —incluso de intelectual— desde los tiempos en que asistía a entrevistas para papeles porno. Reza la leyenda que citaba a Sartre y a Dostoyevski (ciertamente, una de sus imágenes más difundidas la muestra sosteniendo un libro sobre existencialismo con ellos como pilares). De lo que no hay duda es de que con su dominio de sí misma —lo digo sin ironía— creó un novedoso perfil de porn star respetable, que en la actualidad le agradecen sus sucesoras. Por ejemplo, una de las nuevas deidades del porno, Stoya, reveló que cuando la contrataron para su segundo filme estaban buscando a alguien “tipo Sasha Grey”. A cambio, Stoya y otras actrices porno reciben tratos asimismo “tipo Sasha Grey”: una productora les paga bien por todo el año, trabajan sólo unos cuantos días en una docena de grabaciones, y descansan el resto del tiempo sin haber sido explotadas en demasía (si cabe la expresión).
Hay un video en el que podríamos decir que Sasha le pasó la estafeta a Stoya. Es uno en el que el célebre James Deen —quien ha actuado para pornógrafas feministas y recientemente para Paul Schrader en The Canyons— está con Sasha como si ésta fuera su amante; entonces llega a casa Stoya —¡quien curiosamente es novia de Deen en la vida real!—, por lo que Grey se ve obligada a esconderse en el armario… desde donde ve que el caballero con el que estaba ahora cumple sus deberes maritales. Luego, en cuanto Stoya se va, Sasha vuelve a la cama y dispone su ano para la satisfacción del actor que recién acaba de protagonizar un sketch brevísimo sobre el uso porno de los Google Glass.
Paralelamente al desenlace con suspense y gore (no muy trabajados, por cierto, pero es lo de menos) que encauza Sasha Grey en los últimos capítulos de La Sociedad Juliette, deja cerca del final la narración correspondiente a otra de sus especialidades como actriz porno: el sexo anal. (A propósito, mi amigo abogado se carcajeó una de aquellas madrugadas dedicadas a “The Sasha Grey experience” cuando la escuchó ordenándole a un negro descomunal: “Fuck me like a faggot!”) Para Catherine es el clímax de sus sueños en duermevela, de sus andanzas macabras y de su exitosa reconciliación con Jack; por lo tanto se recomienda no parpadear:
Estoy preparada para pasar al siguiente nivel, así que vuelvo la cabeza, lo miro a los ojos y le digo: Quiero que me cojas por el culo, Jack. Cógeme duro por el culo.
Sale de mi coño y estampa su polla contra él, bañando su asta en mi flujo blanco y pegajoso, para lubricarla bien y facilitar su entrada por mi pequeño y tenso culo. Coloca una mano sobre mis nalgas para sujetarse mientras presiona la punta de su pene contra mi ano. Éste se frunce en anticipación. La punta de su pene contra mi ano. La punta de su polla parece enorme mientras él la introduce en mi agujero. Dejo escapar un grito ahogado.
Su polla lubricada parece enorme y rígida en mi culo, y avanza despacio hacia dentro.
—Te gusta tener la polla en mi culo? —digo.
—Sí –gime él—. Tan prieto…
—Quiero que ensanches mi pequeño y prieto agujero —digo—. Quiero todo tu pollón dentro de mi culo.
Jack gruñe de placer mientras se desliza lenta y completamente dentro de mí, y empieza a bambolear y a girar las caderas. Jack está bailando en mi culo, y me gusta la sensación. No es un swing. Ni una lambada. En todo caso sería la danza del vientre en su versión más salvaje.
Sus manos se agarran con fuerza a mis hombros para poder embestirme con sus mazazos. Y sus pelotas húmedas chocan con fuerza contra mi coño.
Y me gusta tanto la sensación de notar mi culo ensanchado y sondado por su polla gruesa y carnosa que creo que voy a perder el sentido. Siento que estoy a punto de venirme. Siento que estoy a punto de estallar desde dentro.
Le digo: Jack, voy a venirme. Voy a venirme.
Y mientras lo hago, mi cuerpo se sacude debajo de él y suelto un aullido de placer.
Digo: Ahora quiero que te vengas en mi culo, Jack. Quiero que me llenes con tu semen chorreando mi culo.
Hablarle así, decirle marranadas, parece obrar el efecto deseado y lo lleva al límite. Lo oigo gruñir en señal de que está a punto de venirse. Da una última embestida y su pistola se dispara en mi recámara, su semen estalla en mi culo, y yo siento que me llena por dentro. Él saca la polla despacio, y yo siento su semen denso, blanco merengue chorreando de mi agujero y acumulándose en mi coño.
Los derechos de La Sociedad Juliette ya se vendieron para trasladarla al cine. Un buen guion y una buena realización podrían mejorar la historia y las escenas, ya veremos. Pero si lo que se desea es conocer la filosofía de Sasha Grey, sus simpatías y antipatías, sus obsesiones, reflexiones, puntadas y su capacidad de convertir las huellas de su cuerpo en palabras recreativas —como si fuera una larga entrevista velada bajo la ficción—, entonces vale mejor ir leyendo su novela, de la cual ya promete secuela. Y es que seguramente ella ya sabe que será una escritora magnífica. Como Elfriede Jelinek. Al tiempo. ®