El PRD Jalisco

Valores, ideología, letra muerta

En el México de hoy —y Jalisco no es la excepción— cada vez resulta más evidente que los partidos políticos no se distinguen ni por sus principios de doctrina ni por su perfil ideológico ni por las causas sociales que dicen defender.

Enrique Alfaro Ramírez

Todo esto es punto menos que demagogia, palabrería o retórica hueca, pues lo que en realidad busca el grueso de las personas que conforman esa clase de organismos es el poder, un poder que va desde las múltiples prebendas que la ley asegura a cualquier partido con registro hasta cargos de elección y también de representación, pasando por muchos otros beneficios intermedios.

El Partido de la Revolución Democrática, en Jalisco, que el pasado 22 de mayo renovó su dirigencia, en un proceso al que algunos califican de “amañado”, es un ejemplo más que elocuente de lo se puede llegar a hacer, dentro de un partido político, en defensa de intereses poco nobles, aun cuando ello signifique un descrédito ante la opinión pública y entre sus potenciales electores.

El descrédito del PRD Jalisco —en teoría, el partido de izquierda más importante— no es de ahora, si bien en tiempos recientes ha llegado a niveles que parecían inconcebibles hasta para los espíritus más pesimistas. En la comarca, el partido es regenteado, desde hace quince años, por la cúpula directiva de la Universidad de Guadalajara, que encabeza el ex rector Raúl Padilla y quien, por lo mismo, tiene la última palabra en la toma de decisiones dentro de ese partido.

Y precisamente por no reconocer el cacicazgo del ex rector Padilla acaba de quedar desligado del PRD Enrique Alfaro Ramírez, alcalde de Tlajomulco y quien, hasta el martes de esta semana, había sido el candidato local más exitoso y electoralmente más redituable de ese partido. Y ello porque consiguió lo que nadie había hecho desde un partido de izquierda en Jalisco: ganar —y de manera inobjetable— las elecciones en un municipio de la zona metropolitana de Guadalajara.

Pero como el PRD en Jalisco ha venido siendo manejado más como una franquicia política que como un organismo de interés público, los “propietarios” de esa franquicia no admiten a nadie que, dentro del partido, no se pliegue a sus intereses particulares o de grupo.

El Partido de la Revolución Democrática, en Jalisco, que el pasado 22 de mayo renovó su dirigencia, en un proceso al que algunos califican de “amañado”, es un ejemplo más que elocuente de lo se puede llegar a hacer, dentro de un partido político, en defensa de intereses poco nobles, aun cuando ello signifique un descrédito ante la opinión pública y entre sus potenciales electores.

Ésa fue la causa por la cual, hace dos años, la dirigencia estatal del PRD quiso desconocer, de última hora, a Enrique Alfaro como su candidato a la alcaldía de Tlajomulco, inscribiendo para ello una planilla distinta ante el Instituto Estatal Electoral. Pero como este organismo dictaminó la ilegalidad de esa segunda planilla, a cuyo frente estaba quien por entonces encabezaba el ejido de El Zapote, en el municipio de Tlajomulco, los “franquiciatarios” del PRD Jalisco no tuvieron más remedio que ceder y buscar un entendimiento forzado con Alfaro, quien, semanas más tarde y para sorpresa de propios y extraños, obtuvo 40 por ciento de los votos emitidos por la ciudadanía de Tlajomulco, más del doble de lo que el PRD había conseguido en los comicios anteriores, los de 2006, cuando el candidato perredista apenas alcanzó 17.5 por ciento de los sufragios.

La primera conclusión de ese hecho fue que las elecciones municipales más recientes de Tlajomulco, las de 2009, las había ganado el candidato antes que el partido y que, de no haber mediado el factor Alfaro Ramírez, sencillamente el PRD no habría podido alzarse con el triunfo en ese municipio metropolitano. Y prueba de ello fue la magra votación general que el llamado partido del Sol Azteca obtuvo en el estado, y la cual lo colocó como la cuarta fuerza política en Jalisco, detrás del Partido Verde Ecologista…

Así que, por más que dirigentes y ex dirigentes locales del PRD, así como integrantes de la cúpula udegeísta, califiquen a Enrique Alfaro de soberbio, “mesiánico” y “emocionalmente inestable” y de ser “un ambicioso” sin medida, está claro que sin él ese partido no hubiera podido ganar la alcaldía de Tlajomulco.

Según la versión de Alfaro Ramírez, su diferendo con la persona que funge como el poder tras el trono tanto en la UdeG como en el PRD Jalisco surgió tan pronto como esa persona le “exigió el 60 por ciento de los cargos directivos del Ayuntamiento de Tlajomulco”, a lo que, según el mismo Alfaro, éste no habría accedido, declarando a su municipio como un “territorio libre del cacicazgo de Raúl Padilla”.

Desde ese momento (febrero del año pasado), el conflicto entre la dirigencia estatal perredista y la cúpula de la UdeG no ha cesado, y acaba de llegar a su momento más crítico con la separación de Alfaro Ramírez del PRD y, junto con él, la de otros alcaldes de origen perredista (el de Poncitlán, el de San Gabriel y el de Ahualulco de Mercado), así como muchos de los militantes que simpatizan con todos ellos. Y lo que es aún más grave, con ello ese partido se desdibuja como una buena opción electoral para una parte de la ciudanía.

Pero más allá de los motivos reales o ficticios de este conflicto, está claro que si éstos no son resueltos y si Enrique Alfaro no va, el próximo año, como abanderado del PRD a la gubernatura de Jalisco, el partido del Sol Azteca verá muy mermada su votación.

Finalmente, en lo que hace a los valores políticos (a la ideología y a la declaración de principios) como razón de ser del PRD y de otros partidos con registro en el estado, mejor ni hablar, pues esos valores son punto menos que letra muerta, parapeto retórico, o simple bla, bla, bla. ®

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Publicado en: Política y sociedad

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