Todo lo que tenía en propiedad (sus empresas) y en concesión (los famosos tramos) lo sigue teniendo Larrea, con la excepción de una pequeña concesión que queda en manos del Estado y desde ahí en las de los militares. Ganan éstos, el presidente y también el empresario que debe muchas.
“La crítica puede no ser agradable, pero es necesaria”. Es una verdad general aunque no la haya formulado Winston Churchill. Y a eso vamos: a una crítica, tras una explicación analítica, que no será agradable para muchos pero que es necesaria. Democrática y coyunturalmente necesaria.
* * *
Salvador Abascal concluyó que Benito Juárez fue marxista (también llamó dictador a… Panchito Madero). ¡Juárez marxista! Jorge Vera Estañol vio en Venustiano Carranza a un bolchevique. ¡Carranza bolchevique! ¿Lázaro Cárdenas? Obvio: muchos, incluido Abascal, lo atacaron por ser un demonio comunista. Y a Adolfo López Mateos, Luis Echeverría y José López Portillo los describieron como izquierdistas, socialistas o algo parecido. Son capítulos de una fantasía derechista en México, pues en realidad Juárez no fue marxista, Carranza no fue bolchevique, Cárdenas no fue comunista, y López Mateos, Echeverría y López Portillo no eran socialistas ni nada parecido, ni siquiera fueron de izquierda; de esos seis, sólo Cárdenas lo fue, pero no de izquierda comunista, más allá de la expropiación petrolera y la “educación socialista” —Juárez es un caso especial que no voy a tratar aquí.1
Esa fantasía es una tendencia histórica dentro de la derecha mexicana: si no hay una defensa al 100% de su orden religioso y económico, entonces hay o habrá la izquierda más extrema, perversa y criminal contra esa derecha. De ahí que presidentes como López Mateos, Echeverría y López Portillo hayan sido temidos y presentados, en distintos momentos y grados, como nocivos para “la iniciativa y la propiedad privadas”, eufemismo para los intereses particulares de esa derecha, no preocupación por la propiedad privada de todos los individuos de todas las clases. Tres presidentes del sistema priista, sistema que tuvo tres grandes beneficiados, los priistas, los militares y los grandes empresarios. De seis presidentes del periodo 1946–1982, ninguno fue de izquierda, tres además no quisieron parecerlo, Miguel Alemán, Adolfo Ruiz Cortines y Gustavo Díaz Ordaz, tres sí quisieron aparentar y por eso tuvieron vaivenes decisionales y más choques con los siempre oportunistas empresarios más grandes, precisamente López Mateos, Echeverría y López Portillo.
Larrea no será transformado en pobre, primero; segundo, ¿alguien puede dar un solo ejemplo, uno, de rico que se haya vuelto pobre por las políticas económicas de AMLO? No, nadie. Y, tercero, como clase, ¿desaparecieron o están peor los ricos mexicanos? Ni una cosa ni la otra: están como estaban o mejor.
Sobre esos dos últimos, sus choques con ciertos sectores empresariales han querido interpretarlos desde la derecha como efectos de programas de gobierno de izquierda, pero no lo son; en cambio, esos choques se explican por el autoritarismo presidencial, la personalidad de esos presidentes, malos manejos técnicos por motivos políticos y farsas populistas, amén de los prejuicios, intereses y cálculos de empresarios; repito: se explican racional y fácticamente por esas combinaciones de factores y no por proyectos sexenales de cambio igualitario (este cambio es la izquierda, o las izquierdas, lo que no proyectaron ni lograron ni intentaron LEA y Jolopo). La estatización loperportillista de la banca la he resumido aquí. La “conclusión” derechista antiecheverrista es lo que dijo el investigador José Luis Reyna: quien no entendía a Echeverría creía que era de izquierda.2 Así que cierta parte de la derecha nacional lleva décadas anunciando periódicamente la llegada del Estado socialista/comunista/soviético/estalinista, que es lo que creen que únicamente puede producir la izquierda, pero no sólo nunca ha llegado a México tal Estado sino que nunca —literalmente nunca desde la Revolución— los grandes empresarios han estado como subclase económica y conjunto de individuos entre los grandes perdedores de este país. Nunca. Tampoco hoy. Hoy también son tres los grandes beneficiados del obradorismo, los obradoristas, los militares y los grandes empresarios.
“¡¿Cómo te atreves a decir eso si acaban de expropiar a Larrea?!” Larrea no será transformado en pobre, primero; segundo, ¿alguien puede dar un solo ejemplo, uno, de rico que se haya vuelto pobre por las políticas económicas de AMLO? No, nadie. Y, tercero, como clase, ¿desaparecieron o están peor los ricos mexicanos? Ni una cosa ni la otra: están como estaban o mejor. Entonces, los herederos y continuadores de la tendencia derechista en cuestión son quienes —insisto, por derechismo e ignorancia— “ven” a López Obrador como comunista–socialista–chavista, no sólo como autoritario. Sí, a ese López Obrador con el que también comparten tantas creencias: creencias contra la legalización del aborto, del matrimonio no tradicional y de las drogas, a favor de la familia efectivamente tradicional, de la “mano dura” que es la prisión preventiva oficiosa y del uso extendido de los militares —porque la militarización no les molesta sino que hoy se oponen a ella por estrategia.
Son los mismos que ahora, disfrazados de liberales, y al borde del orgasmo tuitero, afirman que la “expropiación a Larrea” les da la razón: AMLO iría gritando y decretando por las calles ¡exprópiese! Un simple imitador de Hugo Chávez en palacio nacional, creen ellos. Habría que suponer que todo el que ha hecho una expropiación, como López Portillo, es soviético o chavista… Mejor precisar: 1) la expropiación es un instrumento normal de los Estados, por eso hasta bien establecido está en el derecho internacional; 2) la expropiación no necesariamente es de izquierda, ni necesariamente de derecha; un acto expropiatorio puede ser de izquierda o chavista pero también puede no serlo; 3) por último, pero no menos importante, hay una gran hipocresía involucrada que al mismo tiempo no deja de confirmar que los fantasiosos de derecha actúan en defensa de Larrea por prejuicio e interés ideológicos y —sí— clasistas, no por principio universal a favor de la propiedad privada, de todos: en años recientes han ocurrido cientos de expropiaciones contra pequeños propietarios individuales o propietarios ejidales para llevar a cabo “megaproyectos” pro–empresariales de distintos gobiernos y esas expropiaciones nunca los han conmovido mínimamente. Curiosamente, esas otras expropiaciones no las ven como anuncios de la muerte de la propiedad privada, ni como chavismo ni como medida de izquierda alguna. Y, efectivamente, no lo son, lo que confirma los puntos 1, 2 y 3 de arriba. Las expropiaciones o similares contra grandes propietarios de la clase empresarial serían la excepción en el periodo 2018–2023. Económicamente, AMLO está lejos de Hugo Chávez y muy cerca de Daniel Chávez, empresario privado y magnate turístico que es cuate presidencial.
Algo tan simple no lo entienden en la derecha que cree que nadie entiende más que ellos. El chavismo es pseudodemocrático y autoritario, el obradorismo también, pero el priismo también; ¿el priismo es por eso de izquierda y chavista? Obviamente no. ¿El obradorismo? Tampoco.
López Obrador coincide en lo autoritario con lo chavista, pero también por autoritario coincide con lo priista: coincide genéricamente en lo autoritario con todos los autoritarios, de izquierda o derecha, porque son eso, autoritarios… Algo tan simple no lo entienden en la derecha que cree que nadie entiende más que ellos. El chavismo es pseudodemocrático y autoritario, el obradorismo también, pero el priismo también; ¿el priismo es por eso de izquierda y chavista? Obviamente no. ¿El obradorismo? Tampoco. ¿El priismo no expropió nada? Claro que expropió, desde los sexenios de Miguel Alemán en adelante, en todos. López Portillo expropió la banca y también expropió en 1978 una parte de la hacienda “El Gargaleote” del cacique priista Gonzalo N. Santos. ¿Y? ¿Llegó México al socialismo? López Portillo tomó esa decisión contra Santos como cierre de un conflicto político, y cuando Santos ya se estaba muriendo… El mismo expresidente anotó en la página 751 de sus Memorias que esa expropiación fue parte de afectaciones a “los latifundios símbolo”, y exactamente fue eso: un acto simbólico. O, dicho de otro modo, una farsa. El uso grillo–farsante–relativamente simbólico es otro de los muchos usos posibles de la expropiación, y algo similar puede estar dentro de la decisión de AMLO contra Larrea, como se verá más abajo… En fin, es obvio que con las expropiaciones del Jolopo no se llegó al socialismo. Es obvia, asimismo, la estupidez de algunas creencias derechistas de la actualidad. La crítica “antichavista” contra AMLO derivada de esas creencias es una práctica malsana que además está agotada como recurso político; no da y no dará millones de votos antiMorena en 2024 —¿Pablo y el lobo comunista?
Porque nunca faltan los comentaristas apresurados que quieren ver “facilitadores” o “fachos” en todos lados, repito sin ninguna preocupación por sus comentarios: critico al presidente y a una parte de la oposición, sobre todo la de la peor derecha; no defiendo a López Obrador ni las ideas de derecha, me opongo tanto a los fanáticos obradoristas como a los fanáticos antiizquierda, y a la imaginación maromera a favor y en contra de un neopriista que sólo es de izquierda en esa imaginación y en la retórica de su objeto. La “expropiación a Larrea” no significa lo que quieren que signifique, ni una victoria popular para el bienestar general ni una profundización de los ataques ideológicos a la propiedad privada. Ninguno de esos extremistas se ha molestado en aprender qué es el Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec —ni les conviene saberlo…
Pero antes de hacer como Charles Brasseaur —un viaje al Istmo— revisemos los conceptos necesarios. ¿Hubo expropiación? De que se puede decir que hubo, se puede decir. Se puede decir que fue una forma empírica de expropiación, o un acto cercano, pero expropiación en el sentido más estricto no hubo. Lo que “tenían” Germán Larrea y Grupo México en la zona respectiva no es propiedad sino concesión. Esto ya se dijo mucho pero se entiende poco. La concesión implica que el Estado da derechos a un “particular” para explotar un bien que en sí no es ni será de propiedad privada mientras dure la concesión, o le da derechos para prestar un servicio público que estaba o en última instancia debería estar a cargo del Estado, servicio que se pone en manos de un “privado” como proveedor sustituto temporal. La concesión no da derechos legales de propiedad. Por ejemplo, los concesionarios de servicios de agua potable no son dueños legales del agua. Se podría decir que, bajo Estados débiles o corruptos, esos concesionarios son momentánea e informalmente dueños del agua, o que de hecho actúan como si lo fueran, por lo que retirarles la concesión se asemejaría o sería como expropiar, pero nada más. Y si éste es el caso, se puede criticar tan duramente al Estado como al empresario privado.
Si la concesión no da derechos de propiedad, la expropiación estricta los quita. Implica que el Estado extingue derechos de propiedad a un particular sobre X para que el mismo Estado se los apropie. Aquí sí cambia la propiedad: de un privado hacia el Estado, de particular a pública, de privada a estatal, o como se quiera llamarlo en esa línea. En consecuencia, en el sentido más estricto, el gobierno federal no ha llevado a cabo una expropiación contra Larrea y su empresa. El Estado mexicano no se vuelve dueño legal de lo que era legalmente dueño Larrea porque Larrea no era ese tipo de dueño sino concesionario. A Larrea no le quitaron su consorcio, el Grupo México, ni la unidad Ferrosur; el gobierno suspendió a esa empresa la concesión sobre un tramo de vías de ferrocarril. No cambió la propiedad de ninguna empresa.
Lo que no saben y no les conviene saber a fanáticos proAMLO y derechistas fanáticos antiAMLO es que el Corredor está perfectamente instalado en lo neoliberal: se trata de poner el Estado al servicio de la inversión de grandes empresas privadas, mexicanas o no, para que el funcionamiento de esas empresas gotee salarios y otras pequeñas ganancias a la gente local.
Por lo anterior, no hubo expropiación chavista. ¿Hubo otro tipo de acto legal–estatal pero chavista? Tampoco. El llamado acto de ocupación temporal, que podría dar paso a la extinción definitiva de la concesión, sólo puede ser calificado como de izquierda por autolicencia lingüística. Es decir, el acto sería chavista si, primero, su ámbito necesario fuera de izquierda. El chavismo —al que no defiendo— es de izquierda pero no toda izquierda es chavista. Si el chavismo es de izquierda —un tipo de izquierda—, algo no puede ser chavista si no es de izquierda, y el Corredor obradorista del Istmo no lo es; ni siquiera es de izquierda de un tipo cualquiera. Lo que no saben y no les conviene saber a fanáticos proAMLO y derechistas fanáticos antiAMLO es que el Corredor está perfectamente instalado en lo neoliberal: se trata de poner el Estado al servicio de la inversión de grandes empresas privadas, mexicanas o no, para que el funcionamiento de esas empresas gotee salarios y otras pequeñas ganancias a la gente local, con las condiciones de que haya “incentivos (privilegios) fiscales” y los salarios que se acepten sean “competitivos” (bajos). Si “peor es nada” es otro asunto; el asunto es que eso, mejor que nada o no, no corresponde a la izquierda porque no puede producir un cambio propiamente igualitario. Ni es ésa la intención de AMLO: lo que a él le interesa es que su “megaproyecto” se lleve a cabo y, de una o más formas, se le agradezca.
Ahora bien, ¿qué pasó en Venezuela? No lo que acaba de pasar en México. Allá hubo miles, literalmente miles, de expropiaciones guiadas por un tipo de principio socialista, de hecho estatista, que a veces se extendía justificatoriamente a ideas como “la empresa X no beneficia al trabajador” o “la empresa no es productiva”. Las expropiaciones chavistas fueron de ideológicas —el principio simplificado por él mismo— a pragmáticas —para fortalecer el poder estatal chavista—, y no pocas veces fueron convenientes para el expropiado, esto es, hubo casos en que al empresario convino la expropiación por la indemnización, porque en efecto no eran empresas grandiosas, ni llegarían a serlo. El modelo chavista no causó lo que debería causar la izquierda mejor: igualación hacia arriba.
Desde luego, aunque no es autoevidente para muchos, los fanáticos amloístas y los opositores fanáticos de derecha ignoran —de no conocer o de hacer a un lado— un enorme cúmulo de hechos que los refutan.
En el gobierno obradorista ha bajado consistentemente la inversión pública, y dentro de la OCDE tiene el gasto social más bajo (mucho más bajo que Chile, Costa Rica, Colombia, Estonia y Turquía); ha subido la Inversión Extranjera Directa o IED; los bancos privados han aumentado sus ganancias, por ejemplo 20% en 2022; no hay reforma fiscal, por lo que hay conservadurismo fiscal o neoliberalismo fiscal; la pandemia tuvo como respuesta presidencial la indolencia; el nivel de desigualdad es prácticamente idéntico al de antes de 2018; el T–MEC fue firmado por este presidente y está vigente, existiendo obradoristamente en contra del tratado sólo una excepción energética; la reciente compra de plantas eléctricas a Iberdrola representa un tipo neoliberal de asociación público–privada, que no crea propiedad estatal (y tiene como cabeza a un excolaborador de Felipe Calderón); los programas sociales ni regalan dinero —lo condicionan o intentan condicionarlo— ni llegan a todos los que deberían llegar sin clientelismo —ni siquiera llegan a la mayoría de los más pobres, como ha demostrado Máximo Ernesto Jaramillo—; son reales la extraña relación del presidente con Blackrock, la histórica relación con Carlos Slim, la hipócrita relación con Ricardo Salinas Pliego, también la tirante relación con el mismo Larrea, cuyo Grupo México la ha pasado bastante bien este sexenio; no se olvide la presencia en el obradorismo de empresarios–políticos patrimonialistas, propios de un capitalismo corrupto que toma al Estado como servidor de las empresas de los poderosos, de las empresas privadas de los gobernantes del Estado, como Carlos Lomelí, Jaime Bonilla y Armando Guadiana; la alianza de Morena con los políticos corruptos y juniors clasistas del partido “Verde”, etcétera. Y de veras el etcétera es largo, tanto que fácilmente puedo agregar dos datos más, uno, el Plan Sonora operado por el expriista y foxista Alfonso Durazo, defendido por académicos neoliberales, y otro, la nueva colaboración AMLO–Slim anunciada poco después de la “expropiación” a Larrea: Pemex y el hombre más rico de México explotarán como socios el yacimiento petrolero Zama, junto a la empresa gringa Telos; otra asociación público-privada neoliberal. Es un misterio que Pablo Hiriart vea iniciada y avanzada una carrera al socialismo… De casi veinte datos que referí, ¿cuál es socialista? ¿Cuál progresista? NINGUNO. Lo que pasa es que Hiriart es uno de los “nuevos” fantasiosos de derecha pseudoliberal, uno de los “nuevos” histéricos de la “nueva” histeria “anticomunista”.
No es todo lo que ignoran. También ignoran que el Corredor del Istmo, ámbito de la “expropiación” a Ferrosur, es dirigido por un militar, el vicealmirante Raymundo Morales Ángeles, graduado de lo que antes en el obradorismo habrían llamado escuela de la muerte del ejército imperialista, el Centro de Estudios Hemisféricos de Defensa. Quien quiera saber más, con brevedad y sencillez, sobre el Corredor puede leer esta columna de Marco Antonio Mares. Ahí vemos a un periodista económico convencional, contrario a la izquierda, que no critica sino aprueba el proyecto del obradorismo para el sureste, reproduciendo la información oficial. ¿Por qué lo aprueba? Porque el Corredor no es contrario a la iniciativa y propiedad privadas. Exactificando: no es un proyecto antineoliberal sino un proyecto dentro de los límites neoliberales, que tiene como una de sus piedras de toque la exención de impuestos. El corredor ístmico de López Obrador no es tan diferente del Plan Puebla–Panamá.3
Dado todo lo anterior, las preguntas relevantes son otras, dos principales, una secundaria. La primera es ¿y dónde quedó la izquierda? ¿Dónde está la izquierda que unos defienden con “patriótico” furor y otros atacan con tanta insistencia? La segunda es ¿por qué tomó el presidente esa decisión contra Larrea? Lo que veo es un juego de vencidas descontrolado entre dos actores abusivos, acompañado por el oportunismo de AMLO (“y ahorita puedo quedar como Lázaro Cárdenas”) y desatado por el simple fin de proteger o satisfacer las necesidades del Corredor obradorista. Todo lo demás lo encuentro asido a la retórica, dependiente de ella, y en el caso de la oposición de derecha cosido con su historia fantasiosa. Pero los hechos, entre ellos los casi veinte datos presentados arriba, rompen las costuras, las costuras derechistas antiAMLO y las oficialistas.
El obradorismo real es una coalición de intereses políticos y económicos alrededor de AMLO que incluye fuerzas diversas como militares, políticos civiles salidos del PRI y del PAN, no sólo del PRD, falsos verdes, las fuerzas evangélicas detrás del PES, gente común y corriente harta de todos esos partidos, empresarios pragmáticos y otros nuevos oportunistas.
Hay que preguntarse, como derivación de aquellas dos preguntas, ¿por qué se insiste, en sectores de la sociedad civil y de la oposición partidista, en identificar de inmediato con el chavismo cualquier medida de AMLO? Como dije, no tengo ni el deseo ni el interés de defenderlos, ni al presidente ni a la perspectiva chavista, sino que además de criticarlos tengo interés en la verdad y un compromiso de buscarla como analista. Y como tal no encuentro pruebas de esa identificación, no encuentro la evidencia en la que supuestamente están basados los “anticomunistas” mexicanos. Su base es humo. Su espejo el deformante de los derechistas fantasiosos del pasado. Muchos dicen lo que dicen porque creen eso en lo que se les ha educado desde niños, su punto de vista/imaginación, las leyendas de clases altas y medias–altas sobre una Iniciativa Privada heroica por siempre perseguida por enemigos de la religión o la libertad de sus grupos. Es un resorte psicopolítico activado por un resorte histórico–cultural. No es observación actual, ni por ello razón empírica en el mejor sentido: no es observación porque si se dijera que AMLO es chavista dado que a) existe un momento populista internacional y b) hay chavistas en el obradorismo, la refutación es fácil: a) no todo es populismo en lo contemporáneo y el populismo no sólo es chavista ni sólo de izquierda; existe el populismo de derechas, como el de Trump, Bolsonaro y Bukele, experiencias de gobierno autoritario o de desmonte (anti)democrático que por lo mismo tienen coincidencias con el gobierno de AMLO, y casos que sistemáticamente desconectan del caso obradorista; b) son muchos más los obradoristas no chavistas; el obradorismo real es una coalición de intereses políticos y económicos alrededor de AMLO que incluye fuerzas diversas como militares, políticos civiles salidos del PRI y del PAN, no sólo del PRD, falsos verdes, las fuerzas evangélicas detrás del PES, gente común y corriente harta de todos esos partidos, empresarios pragmáticos y otros nuevos oportunistas, todos los cuales superan a los confundidos o cínicos aspirantes a ideólogos del izquierdismo latinoamericano “oficial”. Dado todo esto —datos referidos, populismo de derecha, composición muy heterogénea del obradorismo—, ¿por qué una sola “expropiación”, o cualquier otra cosa, los lleva a gritar chavismo, socialismo, comunismo, extrema izquierda u otra cosa similar? Porque están ideologizados en esa línea, ellos que creen ser los epítomes del realismo científico que azota al “chairo ideologizado”. Porque son, simple y llanamente, la derecha que ha avanzado mucho más financieramente que culturalmente. Esa derecha que no quiere o no puede entender y asumir dos hechos: 1) que AMLO no es solamente populista, así como es falsamente de izquierda, y 2) que el problema del México de hoy no es la izquierda que progresistamente falta sino el autoritarismo que sobra, y ese autoritarismo de López Obrador es fundamentalmente priista. Lo que enfrentamos y debemos enfrentar es ese Frankenstein priista.
La pregunta secundaria es, dicho todo lo que se ha dicho, ¿qué quiere el autor de este texto? ¿Qué implicaciones normativas tienen su explicación y su crítica alternativas sobre la falsa expropiación chavista obradorista? Quiero más inversión pública, es decir, del Estado, por lo que quiero otro tipo de Estado, ni el neoliberal ni el horrible híbrido amloísta. Quiero, a corto y mediano plazo, más inversión privada de un empresariado mejorado, menos mezquino, menos cerrado culturalmente, menos desigualitario, menos victimista, y no laboralmente victimario, una inversión privada bien regulada por el Estado e incluso coordinada con él pero sin partidismo ni cuatismo. Algunos creerán que es poco y otros que imposible, con lo que ambas partes se erigen en los candados del status quo… Mientras tanto, López Obrador busca más poder y transformar su gobierno en el régimen —hoy no lo es, aunque coloquial y neciamente lo llamen así muchos comentócratas—, un régimen similar al priista clásico pero con un periodo de posible maximato, de la mano de los militares y de los viejos y nuevos cuates empresariales. ¿Qué quiero sobre inversión privada extranjera? No me opongo a que exista ni a que aumente siempre y cuando se cumplan condiciones: si no destruye territorio, si no es ecocida, si no viene de empresas corruptas como Odebrecht y subsidiarias presentes en el México “socialista” o “de izquierda popular”, y si no se recurre a la exención fiscal, vivo privilegio. El conjunto de condiciones no es cumplido por los proyectos obradoristas como el “tren maya” y el Corredor del Istmo.
Por tanto, y para finalizar, si López Obrador empezara a expropiar verdadera y frecuentemente a empresarios como el patánico Larrea, hasta llegar hipotéticamente a una gran expropiación sectorial como la de la banca en 1982, no estaría confirmando ni profundizando nada sino cambiando de trayectoria gubernamental. Y haciéndolo tan cerca de Estados Unidos y de la elección general de 2024, pondría a su gobierno y proyecto en muchos apuros difíciles de superar, por la sencilla razón doble de que no sabe cuál será el resultado legislativo de la elección ni cuenta aún con todos los instrumentos con que contaba el PRI hegemónico para controlar el día después a decisiones como la estatización de la banca. El presidente de la república priista podía hacer eso —llegar al extremo lopezportillista— porque, entre otros factores, a la mañana siguiente él y su partido tendrían el control casi absoluto/total del Congreso de la Unión y del poder Judicial federal, de todos los gobernadores y la gran mayoría de los medios de comunicación. No es el caso de AMLO. Ese estado de cosas no es lo que ya tiene sino lo que quiere y busca. Ése es el problema que tenemos con su gobierno —y no izquierda alguna.
Postscriptum
Después de terminado y enviado el texto para su publicación, se anunció el acuerdo al que llegaron López Obrador y Larrea. El empresario cede la concesión del tramo ferroviario de la polémica, para extinguirla por esa vía, y recibe a cambio un aumento de ocho años en otra concesión similar (la tendrá hasta 2044). Se confirma todo lo argumentado. La decisión dizque expropiatoria de AMLO sólo se debió a su mentalidad política y a su propio interés, relativo a un proyecto económicamente ortodoxo, como de puro interés fueron los antecedentes y las reacciones posteriores de las partes. AMLO quiso presentarlo todo como un acto “nacionalista” y un sector de la oposición quiso creer que era chavista. Nuevamente mintió uno y los otros hicieron el ridículo una vez más. No hubo ni chavismo ni comunismo ni progresismo, ni queda nada en manos de “la nación”/los mexicanos. Todo lo que tenía en propiedad (sus empresas) y en concesión (los famosos tramos) lo sigue teniendo Larrea, con la excepción de una pequeña concesión que queda en manos del Estado y desde ahí en las de los militares. Ganan éstos, el presidente y también el empresario que debe muchas…
Insisto en la pregunta clave: ¿un acto de expropiación chavista de una concesión (o, tomado desde el obradorismo, un “acto radical nacional–popular”) es seguido o compensado por la extensión de otra concesión a favor del segundo hombre más rico del país? ¿Así se está construyendo el socialismo? Para vencer directa y definitivamente a un enemigo hay que conocerlo a profundidad. Una parte grande de la oposición no entiende a su enemigo, ni se esfuerza por entenderlo; se limita a actuar como si la retórica obradorista fuera la realidad del gobierno y comprobara la creencia opositora de derecha necia. ¿Cómo vencer a López Obrador, cómo quitarle el poder, si no lo conocen por completo? ®
Notas
1 Sobre la “educación socialista” del gobierno del “Tata Lázaro”, el verdadero comunista José Revueltas dijo que eran “cosas demagógicas”, “no consistía en otra cosa que en cantar la Internacional en las escuelas, pero cuyo contenido era totalmente irreal”. Es decir, mientras para la derecha mexicana eso era comunismo, para el comunista Revueltas no era ni siquiera socialismo (comunismo y socialismo no son lo mismo). Una crítica a las relaciones políticas pragmáticas entre el Partido Comunista y Cárdenas se encuentra en “Conversación con José Revueltas”, en el libro Cárdenas y la izquierda mexicana, de Arturo Anguiano, Guadalupe Pacheco y Rogelio Vizcaíno, México: Juan Pablos Editor, 1975, de donde he sacado la cita sobre la educación socialista. Dicho sea en el camino: yo me opondría a la educación pública socialista no por el socialismo per se sino por el problema consecuente de libertad, diversidad y tolerancia; por tanto, no me opondría a la inclusión del socialismo como tema y opción para el individuo, en un marco de laicidad, sino a la exclusión de otros temas y opciones o posibilidades de desarrollo individual. Ni educación pública religiosa ni educación pública socialista; sí pública laica, científica y filosóficamente plural.
2 Uno de los disgustos y alejamientos entre el empresariado y López Mateos fue causado por una declaración presidencial gratuita, vacía, absurda, sin ningún sostén: “Mi gobierno es de extrema izquierda dentro de la Constitución”. Un ramito de palabrería insulsa “asustó” a sectores derechistas y los hizo modificar temporalmente su conducta. Al final de cuentas, el gobierno lopezmateísta fue lo que siempre había sido, funcional al poder económico, bueno para el enriquecimiento de élites industriales que ya eran aliadas (aliadas negociantes) del poder político–estatal priista.
3 Por eso hay resistencia de organizaciones comunitarias al proyecto presidencial. Según el Centro Mexicano de Derecho Ambiental, el CEMDA, sólo en Oaxaca y sólo en 2022, comunidades y organizaciones sufrieron decenas de agresiones (34 en total) por sus resistencias. Véase su “Informe 2022 sobre la situación de las personas y comunidades defensoras de los derechos humanos ambientales en México”.