La película La jaula de oro expone la versión del indio en la que necesitan creer los new age europeos y algunos intelectuales mexicanos para poder tolerarlo: natural, bueno, generoso, en armonía con la naturaleza, pacífico, valiente, noble, solidario y bla bla bla. Racismo camuflado.
No quería escribir este ensayo. Hace ya dos semanas que fui al cine a ver La jaula de oro y salí de la sala inspirada y conmovida. No todas las películas te hacen sentir así; no todas te obligan a dejar de mirarte el ombligo y ver de cerca la magnitud de la verdadera desgracia; no todas te inyectan una dosis de querer hacer algo para el mundo, y ésta sí. Después de un regalo como éste sólo puedo estar agradecida.
Por eso no quería escribir este ensayo, porque me daba la sensación de que estaba haciendo la crítica de arte que siempre he detestado y que, con lo que me había aportado, esta película no lo merecía. Pero cambié de opinión cuando comprendí que éste no es un ensayo sobre el modo de hacer arte del director de esta película, sino sobre la idea del indio que proyecta y sobre la reacción de algunos medios mexicanos ante el fenómeno de su éxito.
La jaula de oro es una película dirigida por el español-mexicano Diego Quemada-Díez y ganadora de varios premios internacionales. En ella se narra la historia de tres jóvenes que quieren llegar a Estados Unidos cruzando México en La Bestia, el tren que atraviesa el país de sur a norte.
Chauk: otra vez el “buen salvaje”
Uno de esos jóvenes es un indígena mexicano de nombre Chauk, interpretado por Rodolfo Domínguez Gómez, quien es originario de una comunidad tzotzil de Chiapas y ha recibido el premio Ariel por su actuación.
El personaje que interpreta Rodolfo, Chauk, tiene un enorme peso en la película. Paralelamente a la historia que cuenta las desventuras de estos jóvenes migrantes se narra la relación entre este indígena y sus compañeros mestizos: Sara y Juan.
Éstos representan dos reacciones opuestas ante lo indígena: Sara se acerca a él y aprende de su cultura, mientras que Juan lo rechaza y lo discrimina. Pero a lo largo del viaje que emprenden hacia Estados Unidos, Juan también realizará un viaje interior que le llevará a aprender del indígena al que ha despreciado.
Éstos representan dos reacciones opuestas ante lo indígena: Sara se acerca a él y aprende de su cultura, mientras que Juan lo rechaza y lo discrimina. Pero a lo largo del viaje que emprenden hacia Estados Unidos, Juan también realizará un viaje interior que le llevará a aprender del indígena al que ha despreciado.
Chauk, por su parte, le pone rostro a la imagen del “buen salvaje” propia de la corriente ideológica a la que Juan Pedro Viqueira llama “el nuevo indianismo romántico” en su libro Encrucijadas chiapanecas.
Este indianismo ha sido, en parte, la bandera legitimadora del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y una de las caras más comerciales de su levantamiento en el plano internacional: los viejos europeos de los años noventa estaban encantados de apoyar a estos pueblos originarios levantados en armas que, desde los países del aburrido bienestar, se veían con los ojos del ciudadano deprimido que piensa que debe volver al origen, a la comunidad, al trato personal, al contacto con la naturaleza, a la medicina tradicional, a los valores espirituales…
En definitiva, lo indígena americano ha supuesto, para muchos europeos, una de las caras más atractivas de los movimientos newage, y en esta película Chauk conquista sus corazones gracias a ello.
Sin embargo, las características de este nuevo indianismo no distan mucho de la visión idealizada que tenía el mismo Cristóbal Colón sobre los indios con los que se encontró (véase Los cuatro viajes del almirante y su testamento) ni tampoco de la visión que desarrollaron otros muchos cronistas a partir de la influencia de Utopía de Tomás Moro, tampoco de la de Rousseau ni de la de otros muchos autores de las últimas décadas del siglo XX.
Esta visión del buen salvaje tiene la misma edad que la Modernidad, pues desde que se produjo la circunvalación del globo, el nuevo orden económico mundial, el desarrollo tecnológico que éste propició, la emergencia de la clase burguesa, el crecimiento de las urbes, la industrialización y todo lo que vino después, el hombre occidental ha añorado el tiempo pasado, en el que las relaciones económicas todavía no dominaban ni configuraban por completo la vida y la geografía de la humanidad. Precisamente esa añoranza de un mundo antitético al que conocemos es la que hace de las comunidades indígenas el objeto de nuestra adoración.
Las características que la película le atribuye a la indianidad a través del personaje de Chauk son las de siempre: unión con la naturaleza y respeto a ella, generosidad, condición de víctima, emotividad (frente a racionalidad), valentía, pacifismo, nobleza, sabiduría y solidaridad.
Chauk está unido a la naturaleza, a diferencia de los otros personajes: mientras los mestizos se quedan en la orilla del río, Chauk se descalza y se adentra en el agua con toda la naturalidad del mundo, donde llena su botella para el viaje.
Las características que la película le atribuye a la indianidad a través del personaje de Chauk son las de siempre: unión con la naturaleza y respeto a ella, generosidad, condición de víctima, emotividad (frente a racionalidad), valentía, pacifismo, nobleza, sabiduría y solidaridad.
La relación que tiene este personaje con la naturaleza no es de explotador-explotado (al modo occidental) sino que es una relación de respeto(al modo indígena): por eso, cuando Chauk mata la gallina, la acaricia y le dice unas palabras (¿de perdón?) antes de retorcerle el pescuezo.
El personaje del indio es generoso: cuando va en el tren y prepara su comida ofrece a sus nuevos compañeros de viaje antes de probarla él mismo.
Sin embargo, a pesar de su bondad, es una víctima del odio racista de Juan, que sólo por su condición cultural lo rechaza y lo humilla.
Además, Chauk es más emocional que racional, por eso, cuando pregunta por el estado de ánimo de Sara sus palabras son “¿Cómo está tu corazón?”
El impecable indígena es, también, valiente: cuando él y sus compañeros son agarrados por primera vez por la policía para ser deportados, él es quien le quita la pistola a un policía ante la mirada admirada de su antagonista, Juan. Éste, después de la deportación, le empieza a propinar una paliza de la que Chauk, mucho más pacífico, apenas se defiende.
Por otra parte, a pesar de todas las humillaciones que Chauk ha sufrido por parte de Juan, es tan noble que le salva la vida cuando éste cae herido. Y no sólo eso, sino que lo hace gracias a su conocimiento de las propiedades curativas de las plantas, mostrándose conocedor de la sabiduría tradicional maya.
Después de este incidente se gana el respeto de Juan, quién deja de humillarlo. Sin embargo, cuando Chauk lo llama “hermano”, expresando así su solidaridad universal en la que todos somos hermanos sin importar la cultura, Juan sirve de nuevo de contrapunto moral y le contesta que a ver si ya aprende español porque él no es su hermano.
Al analizar en su conjunto todas las características que en la película se le atribuyen al indio me entristezco. Chauk es una caricatura del indio, una caricatura humillante.
Si a esto añadimos que el director aboga por el realismo en su película, el mensaje ideológico sobre la indianidad me parece más peligroso que ignorante.
Si para ofrecer una imagen —que se supone ejemplar— de la convivencia pacífica entre indios y mestizos el director se ve obligado a “mejorar” al indio santificándolo, lo único que está expresando es la imposibilidad de convivir con él tal y como es en realidad.
Esta paradoja se ve espléndidamente reflejada en el hecho de que tuvo que llamarlo Chauk y no Pedro Domínguez o Rodolfo Pérez.
De Rodolfo Domínguez a Chauk
Chauk es un nombre propio raro entre los indígenas chiapanecos, quienes desde que la Iglesia se empezó a acercar a ellos allá por el siglo XVI tienen nombres de origen español. Hoy en día, los nombres propios en castellano siguen siendo mayoritarios, aunque comparten protagonismo con algunos nombres en lenguas indígenas con los que se combinan y, en ocasiones, son enteramente sustituidos por nombres mucho más extraños como Obama o Lucifer.
Según el diario La Jornada, la idea original del director era darle a este personaje el nombre del dios de la lluvia en maya, Chaac, pero como la palabra “chak” en tzotzil, la lengua de Rodolfo, significa culo, prefirieron sustituirla por “chauk”, que significa rayo.
Pero, ¿por qué un director realista hizo este cambio de nombre tan extremo? Parece como si hubiera tenido que “limpiar” del personaje la condición que lo margina —la del indio de hoy— y que sólo así podía sacar de él la condición que lo glorifica —la del indio de ayer, la de los antepasados, la del indio muerto que sí enorgullece a México, al que sí permite ser parte de su “raza”—.
La idea original del director era darle a este personaje el nombre del dios de la lluvia en maya, Chaac, pero como la palabra “chak” en tzotzil, la lengua de Rodolfo, significa culo, prefirieron sustituirla por “chauk”, que significa rayo.
La Jornada destaca unas palabras de Rodolfo donde cuenta cómo ha cambiado su vida y cómo ya no lo llaman Rodolfo, sino Chauk. En el artículo citan este cambio de nombre como parte de una serie de cambios positivos que ha vivido Rodolfo, entre ellos haber aprendido español, haber comprado un terrenito y haber desistido de viajar a Estados Unidos.
¿Por qué debería ser una evolución para Rodolfo Domínguez, ciudadano tzotzil de México, convertirse en Chauk? ¿Es que no podemos valorar a Rodolfo Domínguez como es? ¿Tiene el indígena que ser un ejemplo moral para que lo tomemos en cuenta? ¿Le daremos la espalda cuando vuelva a ser Rodolfo y se muestre tan humano como cualquiera?
La paradoja sobre su nombre no termina aquí. En otro artículo publicado por el periódico La Razón citan esas mismas palabras de Rodolfo, pero contextualizadas, y en ellas podemos leer algo muy distinto: “Unos me dejaron de hablar. Siempre me están molestando. Se burlan, me dicen ‘Ahí viene Chauk’”.
Resulta que el cambio de nombre que le ha dado fama entre los no indígenas es motivo de burla entre los de su comunidad, que no lo sienten como propio, sino como signo de su ascensión económica y de su acercamiento al mestizo.
Así que Rodolfo se aleja del indígena que es para ser, por un tiempo, el indígena ideal que los mestizos quieren soñar a cambio de dinero para su familia y de la enemistad de algunos de lo suyos.
El racismo condescendiente
Lo preocupante no termina aquí. Cuando Rodolfo recibió el premio Ariel por su actuación, algunos medios de la prensa nacional se hicieron eco y dedicaron a Chauk algunos ensayos.
Cuando leí el titular de La Jornada, “El Ariel a Chauk por La jaula de oro hace visible el potencial de los indígenas” me di cuenta de que el problema era mucho más grave de lo que me había imaginado.
Hasta entonces pensaba que la idealización del indio en la película propiciaba la discriminación en lugar de trabajar por eliminarla. Pero cuando leí aquel titular me di cuenta de que esto era sólo la punta del iceberg.
Si el Ariel hace visible el potencial de los indígenas es que el potencial de los indígenas era invisible hasta la llegada del premio.
“Potencial” es aquello “que puede suceder o existir” según el DRAE, y si entiendo bien, la sorpresa a la que apunta este título estriba en el descubrimiento —gracias a un premio— de que los indígenas —¿a pesar de ser indígenas?— pueden ser buenos actores: ¿De veras es esto un descubrimiento? ¿A quiénes exactamente les hacía falta el premio para verlo?
Yo pensaba que las teorías acerca de cómo las razas determinan las capacidades morales o intelectivas de los seres humanos habían quedado ya más que refutadas a lo largo del siglo XX.
De hecho, el término mismo “raza” es hoy, para la antropología, un término no científico. Además, este debate ya tuvo lugar en 1550 en la Junta de Valladolid, donde Bartolomé de las Casas defendió que los indios tenían uso de razón.
A pesar de la antigüedad de esta cuestión, una afirmación como la de este artículo sería todavía comprensible en un aventurero europeo que viaja en 1880, pero es surrealista en un periódico de 2014.
Ahora tengo que retroceder unos cuantos siglos para expresar lo que yo creía que era una perogrullada: que los indios tienen idénticas potencialidades que los no indios y que ninguna película ni ningún premio hacen falta para demostrarlo.
Ante este encuentro sorpresivo con el titular en cuestión tengo que cambiar el final de este texto. En un primer momento iba a expresar una reflexión acerca de cómo la idealización del indio es no solamente inútil, sino que además interrumpe y obstaculiza la lucha por sus derechos.
Ahora tengo que retroceder unos cuantos siglos para expresar lo que yo creía que era una perogrullada: que los indios tienen idénticas potencialidades que los no indios y que ninguna película ni ningún premio hacen falta para demostrarlo; que lo único que necesitan los indios para ser actores, escritores, ingenieros, matemáticos, directores o periodistas es lo que todo el mundo: condiciones materiales suficientes de vida para formarse mientras comen y descansan. ®