Los espectros de Dickens

Un fantasma recorre el mundo

El pasado 7 de febrero se cumplieron doscientos años del natalicio de Charles Dickens. Han pasado más de ciento cuarenta desde su muerte, sin embargo, sigue vivo en sus mejores lectores y en el imaginario de la capital inglesa.

A mi padre, en su cumpleaños

Un fantasma recorre el mundo. Charles Dickens, a quien Tolstoi llamara el mejor novelista del siglo XIX, celebra su cumpleaños número doscientos. Dickens nació en el suburbio de Landport, a las afueras de la ciudad costeña de Portsmouth, Inglaterra. Tras dejar Portsmouth Dickens vivió en Kent y Londres, donde dejó indelebles huellas.

Hoy su presencia nos acecha no sólo en los edificios que le sobreviven, sino en la vida londinense misma. En Dickens biografía y obra (y sobre todo infancia y escritura) están entrelazadas, y por ello los lugares en que vivió y aquellos sobre los que escribió se confunden en un mismo mapa. Un completo ABC londinense puede compilarse a partir de la biografía y obra dickensiana. Este, oeste, norte y sur, de Southwark a Waterloo y de Aldgate y Charing Cross a Regent’s Park, de Bricklane a Monument y de St Paul’s a Westminster y Leicester Square, el Londres de Dickens todavía revela los olores y colores capturados en sus novelas, la pasión y la miseria, el dolor y la esperanza.

De Grandes esperanzas a Oliver Twist y Little Dorrit, de Bleak House a David Copperfield y los cuentos de Navidad, la obra de Dickens es la guía de turistas más duradera para comprender los cimientos del estado actual de la Gran Bretaña, y sobre todo de su ciudad capital. Aunque las fábricas del Charing Cross en que Dickens trabajara de niño –y que llenaran de hollín y cicatrices a David, Oliver y el Artful Dodger– ya no existan, las condiciones sociales británicas siguen ancladas en la avaricia capitalista liberal, la inequidad estructural y la polarización social. Hace menos de un año que un reporte de la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OECD por sus siglas en inglés) reveló que la Gran Bretaña tiene hoy en día un muy pobre desempeño en movilidad social. Como lo reportó el año pasado el periódico the Guardian,

“los niños de familias pobres en la Gran Bretaña tienen más posibilidades de sufrir de bajos ingresos que sus contrapartes en otros países ricos de occidente […] Subrayando la falta de movilidad social del Reino Unido, [la OECD dijo que] las oportunidades para que un joven de una familia no acomodada disfrute de mayores ingresos u obtenga un nivel de educación mayor al de sus padres son relativamente pocas.”

Grandes esperanzas, que se serializó por primera vez en 1861, relata una historia aterradoramente similar: la lección de Dickens es que en la Inglaterra victoriana infancia y clase social eran destino, y que cuando alguno lograra escapar la precariedad económica y social (como Pip, por accidente), éste comprobaría que la aristocracia jamás olvidaría su pobre origen. Quien recorra Londres hoy en día no tendrá mejor guía que la historia de Pip y su encuentro con y contra el destino: las calles de la City of London siguen plagadas de Mr Jaggers y Ebenezer Scrooges modernos, y las casas de Richmond todavía son la sede del mismo privilegio que cobijara a Estella.

Hoy su presencia nos acecha no sólo en los edificios que le sobreviven, sino en la vida londinense misma. En Dickens biografía y obra (y sobre todo infancia y escritura) están entrelazadas, y por ello los lugares en que vivió y aquellos sobre los que escribió se confunden en un mismo mapa.

La nueva biografía de Dickens por Claire Tomalin es un apasionante retrato del autor en relación con los espacios que habitó y las pasiones que le consumieron. Por fortuna el libro no es un tratado académico, pero su popularidad ha causado cierto debate entre los círculos literarios anglosajones, atrincherados en la pedantería ilustrada de uno de los pocos bastiones intelectuales de esta isla, el London Review of Books. Tomalin logra lo que los estudiosos de literatura victoriana rara vez logran: escribir con un estilo accesible y adictivo, no poco emulador (en homenaje) de la prosa dickensiana. Charles Dickens. A Life (Viking/Penguin 2011) comienza estableciendo una escena como si fuera Bleak House, con una voz autoral que se atreve a apresurar hipótesis y a ficcionalizar (poetizar) lo que otros exigirían fueran sólo datos duros. Continuando la empresa que inició hace 20 años con The Invisible Woman: The Story of Nelly Ternan and Charles Dickens, Tomalin entrega una biografía casi feminista, donde los personajes más interesantesl, curiosamente, no son Charles Dickens mismo como figura única e intocable.

Es irónico que este año en que Londres celebra dos grandes acontecimientos, los 200 años de Dickens y las inminentes olimpiadas, la casa museo Charles Dickens en Camden, norte de Londres, vaya a estar cerrada gran parte de este año, desde la primavera hasta diciembre. 48 Doughty Street es la única casa londinense habitada por Dickens que todavía sobrevive (su casa en Rochester, Kent, sigue en pie, renovada recientemente tras una inversión de £80,000). Sin embargo, el fantasma de Dickens se multiplica por la ciudad en forma de algunas exposiciones, dos de las cuales son excepcionales. Una de ellas, «Charles Dickens and Popular Culture” estará hasta el 9 de julio, mostrando materiales impresos de la colección especial de la biblioteca central de la Universidad de Londres (Senate House). Muy cerca de allí, a unos quince minutos caminando, la Biblioteca Británica tiene un sutil montaje de curaduría exquisita: “A Hankering after Ghosts: Charles Dickens and the Supernatural”. Anclada en el vestíbulo de la biblioteca, y de acceso gratuito, esta pequeña exposición explora a profundidad a través de preciosos documentos (cartas, pósters, postales, fotografías, libros, revistas, panfletos) el contexto literalmente “hauntológico”, espiritista y supersticioso que rodeó la producción dickensiana, sobre todo los cuentos de Navidad.

El 7 de febrero pasados, en pleno aniversario de su nacimiento y en uno de los días más gélidos de este invierno, otros espectros de Dickens se aparecieron en la cámara de los comunes, en forma de libros de tinta y de papel. Jeremy Hunt, el ministro de cultura, le regaló al primer ministro David Cameron dos volúmenes: Tiempos difíciles y Grandes esperanzas. No se sabe qué pensar de las intenciones detrás del gesto, ya que Hunt y Cameron pertenecen ambos al mismo partido conservador en el poder.

Más allá de sus títulos, quien haya leído ambas novelas estará de acuerdo que el acto no podría sino ser simbólico. Cuesta trabajo creer que Cameron, siendo la encarnación preclara de la falta de justicia social, haya comprendido el espíritu de estas obras fundacionales del imaginario británico. Esperamos que Hunt, al menos, haya sospechado las implicaciones de su obsequio. ®

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Publicado en: Febrero 2012, Llamaradas de Londres

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