Los versos satánicos

Algunas púas intertextuales

La polémica novela de Salman Rushdie, por la que fue sentenciado a muerte por el ayatola Jomeini, implica más un cuestionamiento a las identidades culturales afectadas por fenómenos como la colonización y la migración que un atentado a las bases fundamentales de la religión islámica.

Sólo la ficción sabe, sólo la imaginación puede tocar,
con la punta de los dedos, un retazo de verdad.
Dante Liano

I. El origen del conflicto

La independencia de la India fue un hecho que, como la gran mayoría de los procesos emancipadores, marcó notablemente a las sociedades de los países involucrados. Entre otras cosas, el proceso acentuó el racismo en Inglaterra en contra de las comunidades indias musulmanas mientras que en la región peninsular asiática las comunidades islámicas incrementaron, a manera de coraza, su nacionalismo y fundamentalismo religioso.

En 1988 el escritor indoeuropeo Salman Rushdie ganó el Whitebread Award con la novela Los versos satánicos. La historia comienza con un episodio espectacular en el cual Gibreel Farishta y Saladin Chamcha, dos actores de cine indios, caen a tierra después de que un Jumbo Jet de Air India explota a 30 mil metros de altura sobre el Canal de la Mancha. Este hecho tiene su referente en un hecho terrorista real.

Gibreel Farishta, en urdu, significa Ángel Gabriel; esto lo convierte en el ángel que, en la tradición islámica, sirvió de intermediario entre Alá y Mahoma en los dictados que más tarde compondrían el libro sagrado musulmán: El Corán. La novela fue prohibida tanto en India como en Sudáfrica y quemada en las calles de Bradford, en Yorkshire. Lo anterior sucedió luego de que el ayatola Jomeini —líder de la revolución iraní de 1979 y blanco de un sarcasmo agresivo en la novela— hiciera un llamado, a través de la emisión de una fatwa, exhortando a las comunidades musulmanas del mundo para ejecutar al escritor, así como a aquellos que decidieran editar y publicar la novela. Aquí las palabras del ayatollah: “I inform all zealous Muslims of the world that the author of the book entitled The Satanic Verses — which has been compiled, printed, and published in opposition to Islam, the Prophet, and the Qur’an — and all those involved in its publication who were aware of its contents, are sentenced to death.»

A partir de este momento Rushdie se vio obligado a recluirse en la clandestinidad y el ocultamiento. Más aún cuando uno de los asistentes del ayatola ofreciera un millón de dólares como recompensa por la ejecución del autor de la novela.

Rushdie vivió la paradójica situación de ser un ciudadano que le debía la vida a un gobierno que, simultáneamente, incrementaba las medidas antimigratorias por miedo a ser invadido por extranjeros.

Después de ser colocado al cuidado de los servicios de seguridad británicos Rushdie vivió la paradójica situación de ser un ciudadano que le debía la vida a un gobierno que, simultáneamente, incrementaba las medidas antimigratorias por miedo a ser invadido por extranjeros. Rushdie ha descrito este asilo político como “libertad a partir de los grilletes del nacionalismo”, lo que a su vez constituye una “libertad problemática”.1

En 1993 uno de los editores de Rushdie, el noruego William Nygaard, fue herido tras un ataque perpetrado fuera de su casa. En 1997 la recompensa fue duplicada y al año siguiente el más importante fiscal iraní, Morteza Moqtadale, ratificó la sentencia. Durante este periodo ocurrieron decenas de protestas en la India, Pakistán y Egipto, esto conllevó a episodios trágicos en los que incluso hubo muertos.

En 1990 Rushdie publicó un ensayo titulado In Good Faith para calmar las críticas. El ensayo incluye una apología en la que el autor ratifica su respeto por el islam. En 1998 el gobierno del país asiático anunció que no perseguiría más al escritor. Sin embargo, los clérigos iraníes no han declinado en su postura y la amenaza de muerte dentro del marco puramente religioso sigue en pie. En los sectores más radicales la sentencia continuará vigente para siempre, debido a que —como ellos mismos afirman— sólo aquel que la dicta puede revocarla, y el ayatola Jomeini murió en 1989.

II. Poscolonialismo: una lucha identitaria

El libro escrito por Rushdie contiene tanto pasajes que pueden ser identificados en el libro sagrado islámico como episodios ficcionalizados por el autor que han sido extraídos de hechos reales. La referencia directa de la novela al Corán es evidente desde el inicio: la impronta del título no podría ser más alusiva.

De acuerdo con algunos sectores de la tradición musulmana, Los versos satánicos islámicos originalmente formaron parte del contenido legítimo del Corán durante años. Se dice que el profeta Mahoma, a través de los dictados sagrados del ángel Gabriel, realizó la inclusión en el texto de tres deidades femeninas paganas, las que, de hecho, fueron consideradas hijas de Dios. Más tarde el ángel negó haber dictado esos versos y el profeta se retractó públicamente. Después de la retractación, a esos versos se les atribuyó la calidad de satánicos. Rushdie, pues, se apropia de esa historia para titular su libro.

Una lectura descuidada vería en Los versos satánicos un texto difícil e incluso incoherente, una mezcla intrincada de tramas y de temas que hace saltar a sus personajes sobre diversos contextos en épocas igualmente distintas. Sin embargo, este modus operandi en cuanto al desarrollo del relato va tejiendo redes complejas de metáforas y alegorías que tienen el propósito de unificar lo que aparenta ser caótico.

De acuerdo con algunos sectores de la tradición musulmana, Los versos satánicos islámicos originalmente formaron parte del contenido legítimo del Corán durante años.

Desde esta perspectiva es posible considerar la estructura del texto como una unidad que integra temas que, en primera instancia, parecieran no tener relación. La novela, como Rushdie propone en la misma entrevista con Peter Kadziz, “no está hecha para implantar reglas, sino para plantear preguntas”. En un análisis básico de la estructura y contenido de la obra se puede deducir que la historia intenta establecer temas para el debate, cuestionando a los sujetos en conflicto. En un plano reducido: Gibreel y Saladin, ambos personajes protagónicos de la novela, y en otro, de dimensiones mayores, India e Inglaterra. Asimismo, Rushdie ataca a las ortodoxias más rígidas al tiempo que celebra la duda, el cuestionamiento, el quebrantamiento e inclusive la innovación, aunque de ésta se desprendan preguntas sobre el resultado. Es decir, que la bandera enarbolada por Rushdie a lo largo de la novela es, principalmente, la de la incertidumbre.

En este plano de preguntas abiertas Rushdie pretende darle voz a las minorías, quienes en una situación de exclusión social intentan a toda costa hacerse de las herramientas necesarias para crear sus propias reglas, su propio modelo de  autoridad. Es, precisamente, en estos estados de tensión y de lucha donde los personajes de Rushdie adquieren fuerza. La pregunta es ¿qué clase de idea eres tú? En otras palabras, ¿en qué ideas, en qué experiencias y en qué relaciones basas la definición sobre ti mismo, sobre tu identidad?

El factor eje de esta lucha de espacios y reconocimiento es la condición extranjera. Los personajes encuentran su carencia de identidad en la medida en que se sienten intrusos o son tratados como tales. Esta sensación de hostilidad es una constante del relato. El ejemplo es claro si se hace un recuento psicológico de la personalidad de Saladin Chamcha, quien vive frustrado por no ser oriundo de Inglaterra. El protagonista sufre, así, una metamorfosis en la que termina convirtiéndose en una suerte de demonio. La metáfora es clara: la lucha de identidades lleva a la demonización de un personaje que reniega de su origen indio. Si ubicamos el hecho en un contexto sociohistórico más amplio, factores como colonización, inmigración y deculturación adquieren total relevancia. Esto muestra la base de la exploración que hace Rushdie del tema de la identidad a través de la trama.

Mientras que la idea principal de la literatura poscolonial es llevar lo marginal hacia el centro o, en su defecto, atraerlo hacia sí, lo que Rushdie hace en Los versos satánicos es intentar revertir los términos. El escritor lanza un reto al sentido y las políticas de identidad europeos. Rechaza la ambición de centralidad. La ciudad de Londres es expuesta como una tierra exótica donde la gente tiene costumbres igualmente extrañas: lavarse y limpiarse sólo con papel, comer el pescado con todo y espinas. La gente convencional anglosajona está prácticamente ausente en el Londres de Los versos satánicos. En síntesis, es un Londres irreconocible en tanto que marginal. Es la ciudad de los inmigrantes: indios bengalíes, pakistaníes, jamaiquinos, judíos alemanes, etcétera. A través de la ironía narrativa, Rushdie hace un recordatorio a los ingleses de que ellos también, alguna vez, fueron colonia romana y normanda.

La idea principal de la literatura poscolonial es llevar lo marginal hacia el centro o, en su defecto, atraerlo hacia sí.

El único personaje protagónico que conserva aún convencionalismos heredados propios de un inglés es Pamela, quien, a su vez, se mantiene envuelta en una batalla constante por escapar de esa herencia, la que ella misma considera un lastre. Por ello Pamela confunde a Saladin con un exótico extranjero, a través del cual podrá conectarse con la India. Los términos irónicos cobran fuerza nuevamente: la razón por la cual Saladin se siente atraído hacia Pamela es la esperanza de abandonar definitivamente su condición india.

Rosa Diamond es una inglesa que desea convertirse en latinoamericana o, si lo anterior resulta imposible, ser conquistada por vikingos invasores. Los tipos que apalean a Chamcha en una camioneta no son —como él mismo describe— más ingleses que él, pero su color y su identidad como inmigrante poscolonial les da licencia para tratarlo de tal manera, con pronunciada xenofobia.

Otros personajes anglosajones de menor importancia son Hal Valance, personaje frívolo y ambicioso; algunos punks que escupen en la comida de Chamcha; Margaret Thatcher, tiránica, y Eugene Dumsday, estúpido. Es decir, Rushdie ha girado la mesa; es tiempo, ahora, de que los ingleses se vuelvan un conjunto de caricaturas, que aporten el contexto en el que se desarrollan los pensamientos, los sentimientos y las acciones de los personajes que son —en la perspectiva del escritor— más importantes.

III. Los intertextos que hienden

Satire is education; take it seriously and do not be deceived by its outer form.
—Jalaluddin Rumi

Cuatro de los nueve laberínticos capítulos están conformados por la narración de los diversos trances oníricos de Gibreel Farishta. Los sueños de Farishta —que, mejor dicho, son verdaderas pesadillas—, tal y como sucedería en una serie de televisión, son interrumpidos y luego recomenzados justo donde se detuvieron. Estos sueños representan una alegoría que ubica al actor indio en el campo de batalla de la génesis islámica: el ángel Gabriel afectado por la constante necesidad del Profeta Mahoma de recibir revelaciones que alivien las presiones psicológicas originadas por las demandas del islam y de sus compatriotas paganos. El juego narrativo de Rushdie pone en evidencia una analogía entre esto último y las presiones psicológicas de un inmigrante atrapado entre su infancia islámica y su vida adulta en un país secular como Inglaterra. Estos dos asuntos son abordados en el segundo conjunto de capítulos, es decir, en los que están fuera de los sueños de Farishta.

Existen seis o, si se prefiere, tres pares de quejas primarias por parte de los musulmanes: 1) el título de la historia y 2) la historia de Salman Farsi; 3) El uso del nombre “Mahound” y 4) llamar “bastardo” a Ibrahim/Abraham por enviar a Hagar, su concubina, y a su hijo Ismael, a vagar por el desierto; 5) La escena del burdel y 6) los tres usos del nombre “Ayesha” (la esposa más joven de Mahoma): para referirse a una prostituta de la Meca; a una emperatriz iraní y a una carismática niña pakistaní (o india), quien conduce a sus fieles seguidores hacia la muerte.

Los temas de cada par guardan entre sí cierta relación dentro de la historia. De estos temas sólo la escena del burdel puede ser considerada una invención genuina de Rushdie, no obstante, es sólo original en su forma externa: la psicología de la escena está explícitamente registrada en el Corán y el núcleo de la invención de Rushdie está presente en los usos chiítas de la palabra “Ayesha”, que, asimismo, rima con “fahisha”, que significa prostituta.

La inconformidad musulmana en relación con el nombre estaría anclada en una parábola moral frecuentemente usada acerca del comportamiento casto de la mujer —que el personaje de Ayesha transgrede— y que es el contexto para la revelación de la Sura 24 al-Nur (La Luz) sobre la modestia femenina.2

De manera similar, en otros episodios existe un apuntamiento hacia los traspiés morales de los profetas que, según algunas versiones dogmáticas, suponen ser modelos de perfección, además de la insistencia acerca de que el texto coránico no contiene nada hecho por el hombre, nada que no fuese revelado por Dios.

La historia de Gharaniq

El título alude a una historia de la literatura hadiz (escrituras que relatan los acontecimientos relacionados con Mahoma): el profeta, bajo extrema presión de sus enemigos en la Meca, tuvo una revelación en la que Al-Lat, Al-‘Uzza y Manat —las más importantes de entre 360 diosas paganas de la Kaaba—, podrían ser aceptadas en las creencias islámicas como ángeles, tal y como sucedió con Gabriel. No obstante, Mahoma, casi de manera inmediata, se arrepintió de tal compromiso, puesto que una segunda revelación abrogó la primera. El debate musulmán ha ubicado esta historia bajo el nombre de al-gharaniq (“pájaros de alto vuelo”, “mujeres exaltadas”, “ángeles”) refiriéndose a un ritual preislámico. Aquí los versos 19-21 de la sura 53 de El Corán:

Y, ¿qué os parecen Al-Lat, Al-’Uzza
y la otra, Manat, la tercera?
Son aves de alto vuelo, su intercesión es bienvenida y esperada.
[¿Para nosotros los varones y para Él las hembras?
Sería un reparto injusto.
No son sino nombres que habéis  puesto, vosotros y vuestros padres, a los que Dios no ha conferido ninguna autoridad. No siguen sino conjeturas y la concupiscencia de sus almas, siendo así que ya les ha venido de su Señor la Dirección.
¿Obtendrá el hombre lo que desea?
Pero la otra vida y esta vida pertenecen a Dios.]

Las palabras subrayadas no son parte del texto coránico actual: éstas constituyen los versos satánicos, es decir, los que Shaitán habría hecho pensar a Mahoma, eran parte de la revelación y que, subsecuentemente, fueron abrogados —no sin cierto sarcasmo— por las líneas siguientes, las que aparecen entre corchetes.

Existen en el Corán otros pasajes que pueden ser comparados con estas líneas, los más importantes se hallan en la Sura 22, al-Hajj (La Peregrinación: 22:52-55). Éstos son versos medinos, que fueron revelados diez años después de los versos mecanos que cité anteriormente, los de la sura 53, an-Najm (La Estrella: 53:19-20). En éstos se hace hincapié del rechazo a la sugerencia de Shaitán y responden a la preocupación de Mahoma por ser guiado inapropiadamente. La historia consiste en que Gabriel periódicamente pedía a Mahoma que le recitara el Corán, y cuando recitó la Sura 53, Gabriel lo interrumpió en la inserción satánica diciéndole que él no le había dictado aquello. Ésta es la psicología de Gabriel para reafirmar las creencias de Mahoma: Sura 22, aleyas: 52-55:

Cuando mandábamos, antes de ti, a algún enviado o a algún profeta, siempre enturbiaba el Demonio sus deseos. Pero Dios invalida las sugestiones del Demonio y, luego, hace Sus aleyas unívocas. Dios es omnisciente, sabio.
Para tentar por las sugestiones del Demonio a los enfermos de corazón y a los duros de corazón —los impíos están en marcada oposición—, y para que sepan quienes han recibido la Ciencia que esto es la Verdad venida de tu Señor, para que crean en ella y se humille ante ella su corazón. En verdad, Dios dirige a los creyentes en una vía recta. Pero quienes no crean persistirán en sus dudas acerca de él, hasta que les llegue la  Hora de repente o el castigo de un día nefasto.

Este pasaje es completamente ilustrativo, pues sugiere las sensaciones de Mahoma bajo presión, las que Rushdie logra retratar de forma detallada y realista en la novela. El deseo y el pensamiento pretencioso es un problema clave en ambos textos. La línea que divide al pensamiento de deseo y al deseo puro se convierte en un cuestionamiento ético, una suerte de prueba para el verdadero musulmán, tal y como lo fue para Mahoma, una constante lucha interna. De igual forma lo narra Rushdie en la novela, cuando Gibreel reconoce que ambas sensaciones de deseo y ambición están compitiendo permanentemente en su interior.

Los planteamientos del autor constituyen, pues, un esfuerzo por pensar a través de la psicología tanto de los primeros días del islam como de la actualidad de los inmigrantes musulmanes que habitan en occidente. Asimismo, es importante reparar en que los contenidos de la novela no difieren mucho de los debates que se han hecho y que se siguen llevando a cabo en la escuela islámica en la que continuamente podemos, de igual forma, encontrar humor, parábolas, analogías y todo tipo de intertextualidades.

Salman Farsi y Salman Rushdie

El Corán, por sí mismo, a través de varios de sus pasajes, pone a los musulmanes ante la obligación de la incertidumbre. Pareciera ser que esa incertidumbre, en el islam, es una característica clave en el limitado conocimiento que el hombre tiene acerca del mundo: “Dicen: ‘¿Por qué no se le ha revelado un signo procedente de su Señor?’ Di, pues: ‘Lo oculto pertenece sólo a Dios” (Sura 10:20).

Salman Farsi (“Salomón el Persa”) fue un nacionalista iraní, anti-árabe, compañero de Mahoma y a quien se le adjudica la primera traducción del Corán al persa. Rushdie replantea a Farsi de forma vívida. Los iraníes tienden a decir que, como lo admite el dogma, Mahoma era analfabeto, y que además provenía de una tradición que sabía poco sobre escritura. ¿Cómo una persona así podría escribir una obra culta y portentosa como lo es el Corán? Debió, ser, entonces, un sacerdote zoroastriano llamado Salman, uno de los primeros conversos al liderazgo mahometano, debió ser él uno de los que transcribieron el Corán y ayudaron al profeta a compilar su escritura.

La línea que divide al pensamiento de deseo y al deseo puro se convierte en un cuestionamiento ético, una suerte de prueba para el verdadero musulmán, tal y como lo fue para Mahoma, una constante lucha interna.

Sin embargo, en la versión de Rushdie, Salman pone a prueba al profeta con la esperanza de que la fe sea reafirmada y fortalecida. Salman, por lo tanto, es una figura musulmana, como tantos emigrantes del oriente medio —el mismo caso de Salman Rushdie—, quien intenta establecer el valor de la verdad del islam y deshacerse de las inocencias paganas, piedades hipócritas y perversiones políticas que hacen del islam algo inapropiado para el mundo contemporáneo. Es así como Farsi pone a prueba al profeta cambiando algunas palabras del texto coránico, esperanzado en que el profeta lo notará, pero eso no sucede hasta que los cambios son mayúsculos, desencadenando la ira del profeta. Las líneas alteradas por Farsi constituyen los versos satánicos dentro de la novela. La analogía con la historia verdadera es clara.

La idea central en este punto es la del musulmán secular, Salman Rushdie, adaptando el mensaje islámico al mundo contemporáneo y, en cierta medida, convirtiéndose en sujeto de la ira represiva del fundamentalismo que piensa que el espíritu islámico ha sido violado. Curiosamente, tanto el personaje como su desarrollo parecen ser una premonición de lo que efectivamente le sucedería al propio escritor después de editada la novela.

Mahound versus Mahoma

Mahound es un término cristiano usado en el medievo para referirse despectivamente al profeta del islam. Rushdie adopta este nombre para, como el mismo Mahound afirma en la novela, “transformar los insultos en fuerzas”.

La generalidad de los críticos musulmanes encuentra vana esta afirmación, pero no se da cuenta de que Rushdie contextualiza sus intenciones en una escena en Brickall Street, donde Jumpy Joshi y Misal Sufiyan proponen esa misma estrategia contra los fascistas. Joshi intenta escribir poesía que toma fragmentos de discursos enunciados por Enoch Powell, convirtiendo así la retórica racista de Powell en un ataque al fascismo. Mientras tanto, Misal intenta explicar los pósters y los suéteres que tienen un logotipo de animal demoníaco como un gesto similar de desafío en contra del racismo thatcheriano en Inglaterra. Cierto que la táctica es inefectiva para detener el racismo, pero importante en la construcción del orgullo y la voluntad de resistencia entre la comunidad musulmana. Inclusive hasta podría argumentarse que Rushdie utiliza el término “Mahound” como una táctica para atraer la atención del mundo occidental sobre los usos del lenguaje por medio de los cuales se ha insultado y degradado a los musulmanes a lo largo de la historia.

Otro aspecto a resaltar es el empleo de la distinción que Rushdie hace entre Mahound y Mahoma para enfatizar algunos asuntos que tienen que ver con la ética y la moralidad musulmana. Mahound es tiránico y prepotente. Podría ser el Mahoma de musulmanes como Jomeini quien, bajo la óptica de Rushdie, auspiciado en la rígida norma religiosa, abusa del poder.

Bajo estos términos la novela se ubica a sí misma no sólo en contra de la coerción del Estado, sino también muy crítica ante la represión y distorsión social generada a partir de la fe religiosa.

La novela se ubica a sí misma no sólo en contra de la coerción del Estado, sino también muy crítica ante la represión y distorsión social generada a partir de la fe religiosa.

Existe un Mahoma en la historia cuya principal virtud es no ser un fanático. Mahoma Sufyan es dueño del Shandaar Café, pequeño restaurante donde la gente se reúne a hablar de la beligerante vida de Brickall Street. Históricamente, Abu Sufyan y su esposa Hind son figuras interesantes para el análisis. Abu Sufyan, a pesar de ser uno de los oponentes de Mahoma en algunas batallas, abandonó su causa cuando el profeta regresó a la Meca victorioso e inmediatamente buscó su perdón a través de al-Abass, tío de Mahoma. Posteriormente, no sólo él fue perdonado y convertido, también su hijo, Mu’awwiya, fue convertido en escribano de revelaciones y su casa transformada en un santuario donde la gente podría encontrar refugio (tal y como sucede en el Shandaar Café de la novela). Su esposa Hind, en contraste, representa un símbolo de violencia y venganza femenina debido a que perdió a sus familiares varones durante las guerras: su padre, su hijo, su hermano y su tío murieron en las primeras batallas contra los musulmanes. Después de esto Hind juró no dormir con Abu Sufyan hasta que las muertes fueran vengadas. En una batalla en el Monte Uhud, al noroeste de la actual Arabia Saudita, las fuerzas musulmanas fueron devastadas y las mujeres lideradas por Hind hicieron guirnaldas con las narices y orejas del enemigo. Se dice que la esposa de Abu Sufyan sacó el hígado de Hamza, un tío del profeta, lo masticó y lo escupió.

La Hind de Rushdie es también una mujer dura, pero no mala. Incompasiva, no obstante, con la desgracia de Chamcha, asunto que empata con la historia de la Hind original en relación con los musulmanes. Desde su visión, la gente está cautiva en la realidad caótica de las batallas políticas y deja de lado las verdaderas causas de sufrimiento: las realidades sociales. Justo como Rushdie describe a los dueños y algunos parroquianos del café de Brickall Street.

Ibrahim el Bastardo

La crítica musulmana al parecer ha encontrado una continua irreverencia en la forma como Rushdie se refiere a los profetas: primero Mahound y luego Ibrahim/Abraham. Aunque, desde una perspectiva distinta, se podría objetar que cuando Rushdie hace una crítica de Ibrahim por haber abandonado a Hagar y a Ismael no sólo está invocando la moralidad contemporánea (un padre no debe mandar a su esposa y a su hijo solos al desierto), sino también cuestiona incisivamente si los musulmanes contemporáneos saben por qué se congregan para el Hajj, la peregrinación más importante que se hace a la Meca. La pregunta planteada por Rushdie quizá es ¿realmente celebran que Hagar haya sobrevivido? Esto es, ¿realmente reparan en la dualidad entre la fe en Dios y su propio razonamiento? O ¿sólo siguen ciegamente las reglas de una fe impuesta? Muchos musulmanes no celebran la parábola de Hagar, sino adoran la maqam (huella) de Abraham, que se halla en el lugar donde se paró cuando fue a visitar a su hijo y a su nieto, el mismo sitio donde más tarde se construiría la Kaaba.

En síntesis, esa ira musulmana podría ser motivo de reflexión a partir de una crítica feminista hecha por Rushdie en contra del machismo y la misoginia de algunos sectores musulmanes.

La escena del burdel y las versiones de Ayesha

En el sexto año de la era islámica, en su retorno de una expedición a Banu Mustaliq, Ayesha, la más joven y amada esposa del profeta, en la búsqueda de su collar de matrimonio, accidentalmente es abandonada por la caravana al término de un receso. Poco después es hallada por Safwan bin Muattal, quien la escolta de nuevo hasta la caravana. Existen alegatos sobre los compromisos sexuales que la joven tuvo que asumir para ser reincorporada. Mahoma tuvo, luego, una revelación que clarificó el panorama y la dejó libre de toda culpa y donde, además, se propone un castigo a aquellos que difundieron rumores acerca de su castidad conyugal. Las revelaciones también implantaban condiciones especiales para las esposas del profeta en las que se decía que aun después de la muerte de éste ningún hombre podría casarse con sus viudas. Sin embargo el Imam Alí —primo y sucesor legítimo de Mahoma— y otros musulmanes no aceptaron el asunto del todo e incluso usaron la historia como advertencia para las mujeres de no permitir ninguna situación que despertase algún tipo de suspicacia. Los chiítas, particularmente, han visto a Ayesha como el modelo de la trasgresión femenina en contraste con los modelos de bondad femenina como Fátima y Zeinab. Ningún chiíta nombra Ayesha a una hija suya. Las mujeres suníes —que predominantemente viven en Irán, territorio chiíta— que se llaman Ayesha normalmente tienen otro nombre para usarlo en público.

En relación con la novela existe una controvertida escena en la que el profeta Mahound regresa victorioso de La Meca y comienza a imponer reglas y tabúes relacionados con la nueva religión. Su excesiva actitud provoca resistencia y, por ende, incumplimiento. En los burdeles la gente habla acerca del mercado negro del puerco, oraciones en secreto a los viejos dioses y, especialmente, se manifiestan en contra de que, a pesar de que los musulmanes ordinarios están limitados a tener cuatro esposas, Mahound tiene trece. El resentimiento en contra del profeta y su estatus privilegiado comienza a producir celos y escisión. Durante su estancia en uno de los burdeles un comerciante se entusiasma con la idea de hacer una representación de las esposas del profeta usando a las prostitutas. La más joven, entonces, recibe el nombre de Ayesha. Las demás escogen indistintamente, de los otros doce nombres, el que más les gusta. Para alimentar aún más la narración Rushdie casa a todas las mujeres con Baal, un poeta fracasado que había sido contratado para humillar la tradición musulmana y que además se encuentra oculto en los laberintos del burdel. Para las prostitutas este acontecimiento representa el sueño que siempre habían tenido hecho realidad y Baal es, entonces, motivado para asumir el papel del profeta. Baal escribe versos a cada una de sus esposas y éstos comienzan a ser de dominio público. Cuando el humillante hecho trasciende los muros del burdel, Baal es capturado y condenado a ser decapitado. Antes de morir Baal grita: “Prostitutas y escritores, Mahound. Somos la gente a la que no puedes perdonar”. A lo que Mahound responde, “Escritores y prostitutas, no encuentro la diferencia”.

La escena entera transcurre en términos de un realismo psicológico galopante y analógicamente puede ser leída como una sátira hacia Jomeini: si bien es cierto que es en el Corán donde originalmente se hace referencia a los celos y a la insinuación hacia las esposas del profeta, y donde se tratan de imponer reglas de propiedad con respecto a las mujeres, la escena, igualmente, habla de la situación del ayatollah, primero retirado a Londres y luego regresado a Irán. En su regreso triunfal tal y como sucediera en La Meca siglos atrás, los prostíbulos tuvieron que ser clausurados, concediéndole a éstos un periodo de gracia para que salieran del negocio.

La conexión entre prostitutas y escritores es un comentario sobre la forma en la que Jomeini y otros fundamentalistas trataban a los escritores e intelectuales. Al respecto Rushdie comentó lo siguiente en televisión para el programa multicultural de revista llamado Bandung File: “Cuando Mahoma regresó de La Meca victorioso era muy tolerante. Y creo que, si mal no recuerdo, sólo cinco o seis personas fueron ejecutadas. Y de esos cinco o seis, dos eran escritores y dos actrices que habían actuado en obras satíricas. Ahora, ahí tienen una imagen que, a mi entender, es relevante explorar”.

Uno de los mitos centrales del islam es la historia de por qué Satán fue lanzado fuera del cielo: Satán se rehusó a inclinarse frente a Adán y fue lanzado del cielo por su orgullo enfermizo y su fanatismo.

La segunda versión de Ayesha aparece cuando, en una de sus pesadillas, Gibreel regresa a la India. Ahí surge Mishal, la esposa del ministro de un pueblo. Mishal quiere un hijo que no le es concedido. Es así como encuentra refugio en Ayesha, una niña epiléptica a quien —al igual que Mauricio Babilonia en Cien años de soledad— le sigue una nube de mariposas. El pueblo se llama Titilpur, que significa “pueblo de mariposas”. Ayesha vende muñecas y gradualmente va perdiendo vitalidad. Su cabello se torna blanco a los diecinueve años, su piel se vuelve luminosa —cabe recalcar que a otros dos personajes femeninos, Pamela Lovelace y Alleluia Cone, les sucede lo mismo—, y el ángel Gabriel viene hacia ella para informarle que Mishal tiene cáncer, por lo que tendrán que ir a la Meca a besar la piedra negra para salvarle. El capítulo lleva por nombre “The parting of the Arabian Sea” (La partida al mar de Arabia). A lo largo de éste se narra esta triste procesión, donde la gente muere debido a inundaciones y otras calamidades. Finalmente los peregrinos llegan al mar donde se introducen buscando el paraíso: el mar se cierra sobre ellos, sólo unos pocos logran regresar y algunos cuerpos son recuperados e, incluso, revividos. Los sobrevivientes anuncian eufóricos que han visto cómo la promesa del milagro ha sido cumplida.

Este acontecimiento tiene referencia en un hecho verídico. En 1983 un grupo de 38 fanáticos chiítas caminaron mar adentro en Hawkes Bay, en Karachi —el sitio donde vive la familia de Rushdie, en Pakistán. Todos murieron. El líder del grupo suicida los persuadió de que el mar se abriría milagrosamente y así entrarían en la ciudad santa de Kerbala, actualmente ubicada en Irak.

En la mayoría de los capítulos, pero especialmente en éste, Rushdie hace una pregunta básica de la moral islámica: ¿cuál es el papel del hombre? Uno de los mitos centrales del islam es la historia de por qué Satán fue lanzado fuera del cielo: Satán se rehusó a inclinarse frente a Adán y fue lanzado del cielo por su orgullo enfermizo y su fanatismo. Los musulmanes apuntan que los seres humanos son superiores a los ángeles, primero porque los ángeles no son capaces de desarrollar pasión alguna y, por consiguiente, no hay en ellos batalla moral alguna que librar. Y segundo, porque los ángeles al ser razón pura no tienen dudas. Es decir que, sin batalla moral que librar no hay logro alguno. Las debilidades humanas y el orgullo excesivo que cada individuo son referidos como Shaitán (Satán, el Demonio). Rushdie expone este hecho a través de Gibreel Farishta, quien constantemente se ve a sí mismo como “Shaitán, que es lanzado fuera del cielo”, y mediante Saladim Chamcha quien, como ya se ha dicho, se transforma en una bestia cornuda.

Estas referencias pueden estar asociadas directamente con la expulsión del paraíso relatada en La historia del diablo, de Daniel Defoe. En esta narración el ángel caído se convierte en un hombre vagabundo sin destino fijo. De hecho Rushdie hace uso de uno de los pasajes de esa historia para el epígrafe inicial de su novela.

Satanás, relegando a una condición errante, vagabunda, transitoria, carece de morada fija; porque si bien a consecuencia de su naturaleza angélica tiene un cierto imperio en la líquida inmensidad o aire, ello, no obstante, forma parte integrante de su castigo el carecer… de lugar o de espacio propio en el que posar la planta del pie.

Aunado a lo anterior, en Los versos satánicos Gibreel Farishta se encuentra constantemente envuelto en sentimientos de paranoia: tiene miedo de estar loco y de que el profeta esté angustiado por no recibir los mensajes. El planteamiento de Rushdie está más o menos claro: la duda como una condición inherente al hombre.

IV. Epílogo

En el capítulo titulado “Elloween Deeowen” Rushdie retrata a Londres como un paisaje de mutaciones psicológicas. El título es “London” deletreado: “ell”, “ow”, “en”, “dee”, “ow”, “en”. El capítulo que le sigue se llama “A city visible but unseen” (Una ciudad visible, aunque no vista). En este par de apartados se presenta a las esposas y amantes inglesas de los dos protagonistas no sólo como sirenas de los deseos machistas de cualquier indio, sino también como seres con personalidades tragicómicas e inestables. Además, otros personajes son agregados al reparto para dejar bien claro sus transtornos: cada uno de ellos está envuelto en sueños en los que son otros o están en otro lado. El más surreal de todos estos personajes es una anciana de ochenta y ocho años llamada Rosa Diamond. Rosa, viuda de un argentino, es la imagen metafórica de una disparatada piedra filosofal: no sólo ella se pierde en sus recuentos sobre el pasado, sino que hace que los que le rodean también sean víctimas del mismo sino. Rosa es, asimismo, la analogía colonial del sueño que aprisiona a Gibreel en el islam: “la voluntad de Rosa lo tenía prisionero y manipulado, del mismo modo que el ángel Gibreel había sido obligado a hablar por la irresistible necesidad de Mahound, el profeta”.

El planteamiento de Rushdie subvierte. Sin embargo, la novela implica más un cuestionamiento a las identidades culturales afectadas por fenómenos como la colonización y la migración que un atentado a las bases fundamentales de la religión islámica. Londres no es más la ciudad convencional europea, no es ya la ciudad de la reina, por el contrario, es el sitio donde lo de afuera adquiere fuerza, la ciudad de los inmigrantes, la ciudad de los parias.

Aun así, lo anterior no funciona como pretexto para exacerbar nacionalismos o alimentar el martirio. En oposición, es una exposición completa de los parámetros que cada individuo tiene para comportarse: todo hombre puede ser bueno y malo, víctima y criminal, creador y destructor. Esto mismo se proyecta con dudas y desafíos dirigidos a la esencia más inmaterial del ser humano: la idea de Dios.

En esta suerte de moral agnóstica en la que no hay absolutos cada quien se sabe responsable de sus actos, de los pactos que realiza, de las relaciones en las que se involucra. Sus elecciones los definen. Se asume, pues, que las responsabilidades recaen sólo en los hombres y no en la historia. Y no en Dios. Después de todo, ¿qué es Dios?

En este terreno se ubica otro aspecto a resaltar tocado en el texto y difundido ampliamente debido a sus consecuencias: la relación entre lo secular y lo religioso. La relación asentada en la incomprensible paradoja de la existencia del otro. El uso de discursos que sólo son entendidos de manera parcial por la contraparte. La lucha de clases culturales en dos niveles simultáneamente: el nivel doméstico, es decir, el de los países como Afganistán, Pakistán, Irán, India, Egipto, que establecen, a través del campo religioso, una clase dominante que impone normas tanto políticas como sociales. Y por el otro lado, el nivel internacional occidental en el que se intenta —si bien no con mucho éxito— crear un espacio para la diversidad cultural. Las relaciones de poder involucradas son complejas: la resistencia religiosa establece una postura primordialmente defensiva en el campo doméstico, en el mundo musulmán.

Rushdie, a través de Los versos satánicos, intenta crear un panorama en donde las dificultades de este proceso de negociación salten a la vista. El esbozo de diferentes perspectivas del problema da pie para considerar que cualquier lucha entre culturas, que se da en los términos de la intolerancia, es en sí misma destructiva. ®

Notas
1 Entrevista para The Boston Phoenix, realizada el 6 de mayo de 1999.  http://www.bostonphoenix.com/archive/books/99/05/06/SALMAN_RUSHDIE.html
2 La aleya (verso) 4 de la Sura 24 dice así: “A quienes difamen a las mujeres honestas sin poder presentar cuatro testigos, flageladles con ochenta azotes y nunca más aceptéis su testimonio. Ésos son los perversos”.
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Publicado en: Ensayo, Septiembre 2010

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