MAD MEN

La vida neoyorquina en los años sesenta

Mad Men, la primera producción dramática del canal AMC, es una de las series de televisión producidas para canales de cable que ha resonado en el zeitgeist de Estados Unidos. Escrita, creada y producida por Matthew Weiner, antiguo escritor de Los Soprano, Mad Men explora la vida en una agencia de publicidad de Madison Avenue durante los años sesenta.

El guión se centra en Don Draper (Jon Hamm, en un papel soprendente), una criatura similar a una esfinge que es a partes iguales Cary Grant y Gregory Peck. La serie describe unos Estados Unidos a los que los miembros del Movimiento del Tea Party quisieran regresar, una en la que las mujeres, los afroamericanos y los homosexuales conocían su lugar, y su éxito se debe en gran parte al suntuoso mundo moderno que recrea Weiner. A pesar de los simulacros de la arquitectura, el diseño de interiores, la moda y el lenguaje de los años sesenta, las grietas de este mundo, el cual quedaría derruido hacia la parte final de la década, quedan expuestas. En las primeras tres temporadas Weiner representa el mundo que nos condujo a nuestra condición actual de capitalismo difunto a través del publicista Don Draper, quien encarna y vende una mentira al mismo tiempo, una mentira llamada el Sueño Americano.

Don es todo humo y espejos y, convenientemente, se le presenta al espectador mientras trata de idear un eslogan para los cigarros Lucky Strike, en un momento en el que emergían los riesgos de contraer cáncer por su consumo. Mientras que, por un lado, la campaña de Don no miente sobre los riesgos del cáncer de pulmón, su promoción de los cigarros le da la vuelta al asunto; hablamos de un hombre que habla y vive verdades a medias. El día de Don consiste en beber, fumar, cambiarse de camisa y hacerle el amor a su novia beatnik. Aunque la mayor parte del primer episodio transcurre en oficinas en Manhattan, restaurantes y lofts, Don vuelve a su casa en los suburbios con su esposa e hijos, para sorpresa del espectador. Más que enseñarnos a Don arribando a la ciudad proveniente de la paz idílica de los suburbios, el regreso a su hogar tras dos días de trabajo duro y reventón nos indica que Don posee una vida compartimentada y que tiene una existencia fragmentada que con frecuencia le pasa la factura a él y a aquellos cercanos a él. A los ojos de los vecinos, sin embargo, pareciera que Don y su esposa viven el Sueño Americano, una ficción que Weiner expone y redefine durante las tres primeras temporadas de la serie.

Además de sus geniales campañas publicitarias, carisma y atractiva apariencia, Weiner provoca compasión hacia Don, por medio de una serie de flashbacks. Hijo de una prostituta, Don fue criado por su madrastra en un área rural; con el tiempo peleó en la guerra de Corea y apenas por poco pudo escapar a la muerte. Durante la guerra Don adquirió la identidad de su superior muerto, en un principio por accidente, y usó este alias como una manera de escapar a su pasado una vez de vuelta a Estados Unidos. De esta manera, el pobre e inseguro Dick Whitman se convirtió en el elegante, guapo y cosmopolita Don Draper, una de las mentes creativas líderes en Madison Avenue. Este sentido fracturado del yo, acompañado por paranoia y, a veces, culpa, explica la decisión de Don de buscar una vida familiar que contradice completamente la vida relajada y glamorosa que vive en la ciudad. Y aun así, a pesar de tenerlo todo y ser incapaz de ser feliz, de alguna manera sabe lo que hace felices a otros y cómo satisfacer esas añoranzas por medio de anuncios y los productos que pregonan.

En las primeras tres temporadas Weiner representa el mundo que nos condujo a nuestra condición actual de capitalismo difunto a través del publicista Don Draper, quien encarna y vende una mentira al mismo tiempo, una mentira llamada el Sueño Americano.

El contraste entre este entendimiento sobre cómo manipular a los otros (consumidores, clientes, compañeros de trabajo, su esposa) y su propia insatisfacción es evidente sobre todo en su incapacidad para comprometerse. A pesar de estar casado y tener un empleo de 9 a 5, ya sea de manera figurada, Don siempre tiene prisa, se cuida las espaldas y está listo para escapar. No tiene un contrato que lo ate a Sterling Cooper, guarda grandes cantidades de efectivo en su casa y con frecuencia desaparece durante horas o días inclusive tras sostener peleas con su esposa Betty. Este estadounidense a quien todos envidian vive una mentira, pues miente a los demás y se miente a sí mismo sobre quién es en realidad. Otros han comparado a Don con un judío, un outsider dentro de una cultura dominante que no pertenece por completo a pesar de la riqueza material y de una familia devota. Yo agregaría que su difícil situación es similar a aquella de los afroamericanos que deciden pasar por blancos para evitar la losa que la vida les dio a cargar, renegando de su pasado y de su identidad previa.

Mientras que Don se mantiene ocupado bebiendo y persiguiendo mujeres en Manhattan, Betty se queda en casa, pues ya Dick Whitman la ha engatusado para que se case con su alter ego, el gallardo Don Draper, un individuo mejor y más rico que él. Betty (la rubia January Jones) es una belleza hitchcockiana que funciona con frecuencia como ornamento; la Barbie del Ken de Don cuando se trata de entretener a sus colegas. Weiner y Jones exponen el porte frío de Betty para revelar un ser infantil y sin explotar que ha hecho todo correctamente y que aun así se encuentra atrapada con un esposo distante y sin un lugar adonde ir. Seguido ignora a sus hijos, es esnob y, como los hombres a su alrededor, parece valorar su apariencia como su única cualidad, aterrada de envejecer y se refiere a su habilidad para hacer que la volteen a ver como lo que “justifica su compra”. Se trata de una mujer cuya vida apenas habrá de cambiar gracias al feminismo, alguien con una educación rigurosa y que ahora cuida a sus hijos y le prepara tragos a su marido. Aunque firmemente enraizada en los años sesenta, Betty trae a la mente a las amas de casa aburridas que poblaron los suburbios de Estados Unidos tras la II Guerra Mundial.

Los personajes de Mad Men, o por lo menos Don y Betty, buscan con desesperación su sueño americano, sólo para fallar y dañarse uno al otro una vez que se ven atrapados en él.

Con todo, y a pesar de su naturaleza superficial y su mezquindad, Betty anhela mucho más, igual que los espectadores, quienes desearían que viviera en un tiempo en el que los divorcios no fueran tan escandalosos y las mujeres poseyeran un valor fuera del matrimonio. Vemos flashes de una Betty más feliz, cuando se nos revela que era modelo en Nueva York, que habla italiano y ha viajado; desafortunadamente para ella, la fabulosa vida que creyó que Don podía darle es una artimaña. Un episodio particularmente doloroso nos muestra a Betty tratando de reiniciar su carrera en el modelaje sin saber que está siendo usada como títere para tratar de sacar a Don de Sterling Cooper. Esto demuestra el poco control que las mujeres tenían sobre sus vidas. Acertadamente, Weiner recrea la sesión fotográfica de Betty para una potencial campaña para Coca Cola como un exuberante día de campo. Aunque el anuncio se ajusta a aquellos que se producían en los años sesenta, sus colores estridentes, las poses y la satisfacción forzada alude a la frágil familia de Betty y Don. Cuando la sacan de la campaña Betty decide dejar de perseguir una carrera fuera de su casa, a pesar de que Don la anima, y cae en una depresión, dándole la espalda a su esposo e hijos. Los personajes de Mad Men, o por lo menos Don y Betty, buscan con desesperación su sueño americano, sólo para fallar y dañarse uno al otro una vez que se ven atrapados en él.

A pesar de sus problemas matrimoniales, Don y Betty tienen momentos de intimidad que nos dan una pista sobre el amor que los llevó a casarse, o al menos sobre las esperanzas que habían puesto en vivir juntos. Jones y Ham conforman una pareja perfecta de los suburbios sesenteros, y otro personaje los describe como la decoración de un pastel de bodas, marido y mujer de plástico. Los trajes grises de Don tienen más clase que los que usan los socios mayoritarios de la compañía, aunque en las escenas en que aparece al lado de beatniks o gente más joven se ve cuadrado. Los vestidos, ropa interior, camisones y batas de Betty son bonitos y coloridos. Sin embargo, algunos de los personajes femeninos de Mad Men se movían ya hacia una silueta más moderna y los conjuntos de faldas amplias que usa Betty hacen referencia a la moda de los cincuenta y la mentalidad más rígida de esa década. Mientras que Don bebe martinis pasados de moda, come ostras a la hora del lunch y persigue mujeres profesionistas, el día de Betty transcurre apáticamente, sus salidas consisten en ir a psicoterapia, montar a caballo y asistir a la Junior League.

Es más, el entorno de Don es su oficina, los bares, los restaurantes y los apartamentos de sus amantes. Betty se la pasa en casa o haciendo mandados, generalmente manicurada y tan limpia como los jardines que rodean su casa. Irónicamente, los pasatiempos de Betty y Don los atrapan en su tristeza a la vez que les proveen de una lustrosa careta que sus compañeros de trabajo y vecinos codician. Después de ver un par de episodios Weiner nos obliga a darnos cuenta de que es una pareja que lo tiene todo y no tiene nada —la casa, el auto y el estilo de vida les están drenando la vida. Así las cosas, esta decoración para el pastel es todo superficie, lo cual es lo que Don necesita con desesperación con tal de ocultar su pasado de pobreza y vergüenza para lograr avanzar en su carrera. Incluso, debido a todas sus faltas, Betty permanece como una figura más trágica, pues su condición como mujer no le ha dado más opción que mantenerse casada, y sus adorables vestidos y accesorios resaltan su estatus como ornamento al cual Don regresa luego del trabajo, pero al que no trata como igual.

Aquí vemos cómo, con tal de obtener consenso, los Estados Unidos le prometían a sus ciudadanos ingresos estables, amplios hogares suburbanos, automóviles elegantes y objetos para llenar esas residencias.

Los otros personajes importantes en la serie son básicamente los colegas de Don en la firma  publicitaria Sterling Cooper, donde es jefe del departamento creativo. El excéntrico Bert Cooper, fundador de la firma, tiene un Rothko colgando en su pared, un saludo al ascendente poder político y cultural de Estados Unidos. Sterling es el hijo del otro fundador, un sinvergüenza impenitente con un gusto por los martinis y las mujeres jóvenes. Entre las figuras más importantes están dos jóvenes mujeres: Peggy, una chica que es contratada para ser la secretaria de Don y quien luego se vuelve parte del equipo creativo, y Joan, una despampanante gerente de oficina que parece atrapada entre el matrimonio infeliz de Betty y el empuje de Peggy para convertirse en profesionista. No es de sorprender que la mayoría de las mujeres que vemos en Sterling Cooper sean secretarias o mecanógrafas a las que se les menciona como chicas; sus colegas masculinos se las comen con los ojos constantemente y, en ocasiones, las acosan. Muchas de ellas son inteligentes y buenas en su trabajo, pero su estancia en la firma parece ser temporal, ya que tienen la esperanza de encontrar a un buen partido en su lugar de trabajo.

El mundo de Sterling Cooper es gris e iluminado pesadamente. Se trata de modernismo a tope, ya que vemos máquinas de escribir (suficientemente simples como para que las use una mujer, dice un personaje), luces fluorescentes, colores apagados, muebles limpios y líneas definidas. La moderna oficina perece una fábrica; el departamento creativo produce ideas que las “chicas” mecanografían frenéticamente. Y, sin embargo, no venden nada tangible: realizan anuncios para medios impresos, televisión y radio. Don y su equipo venden sueños, tristeza y nostalgia a sus clientes y consumidores. Los cigarros Lucky Strike se venden como algo único bajo el eslogan “son tostados”, apesar del hecho de que todas las hojas de tabaco se tuestan; un lápiz labial le permite a las mujeres marcar a sus hombres, un comediante famoso es contratado para devorar papas fritas y un proyector de transparencias se compara con una máquina del tiempo. Una vez doblado el carrusel, el compartimiento circular donde se colocan las diapositivas le permite a Don regresar y avanzar entre sus fotografías familiares mientras le lanza esta idea a sus clientes, proponiendo sus propias fotos como plantillas de los deseos del consumidor. Lo que Don crea es un aura que envuelve esos productos, una manera de que sus compradores potenciales los relacionen a un nivel emocional.

El mundo de Mad Men es uno en el que reinaban la televisión y el cine antes de que los videos y el internet debilitaran su hegemonía. Madison Avenue cosechaba los beneficios de la escalada de Estados Unidos en el dominio global en los campos político, cultural y económico. Aquí vemos cómo, con tal de obtener consenso, los Estados Unidos le prometían a sus ciudadanos ingresos estables, amplios hogares suburbanos, automóviles elegantes y objetos para llenar esas residencias. A los hombres se les prometían desodorantes que los volverían más masculinos y aviones repletos de azafatas sexys y disponibles. Se suponía (¿o supone?) que las mujeres buscarían lápices labiales, refrescos de dieta y golosinas para sus hijos. Si el papa Julio II tuvo a Miguel Ángel y Napoleón a David, la Casa Blanca tenía a la televisión y a Madison Avenue como brazos propagandísticos.

De alguna manera, los créditos de entrada son los que mejor exponen la angustia existencial de Don. Entre su temor a ser descubierto usurpando la identidad de alguien más y su relación con su familia, amantes y trabajo, con frecuencia se le ve demacrado e irritable. Con frecuencia le truena los dedos a sus subordinados y recurre al alcohol y las relaciones extramaritales para “lidiar” con su estrés. Esta espiral descendiente se ilustra en los créditos por medio de la silueta de un hombre de traje que cae entre los relucientes y ultramodernos rascacielos de Manhattan. Al mismo tiempo, en los muros de los edificios se proyectan imágenes de anuncios de los años sesenta. Aquí vemos una pérdida de subjetividad en la cara del sueño americano en el que Don se encuentra atrapado, representado en la descarga constante de imágenes. Aunque esos anuncios pueden parecer pintorescos a nuestros ojos, cuando son proyectados en las grandes superficies de cristal del modernismo se vuelven un espectáculo que abruma a la gente misma a la que busca apelar. Esta imaginería caótica socava el rígido estilo de vida que promovía con respecto a la libertad sexual, los roles de género y las relaciones de clase y raza. El hecho de que el mundo de Betty y Don quedaría destrozado hacia finales de los sesenta es aludido por medio del saludo con la cabeza de la secuencia inicial al paisaje urbano posmoderno y distópico de la ciudad de Los Ángeles tal y como la concibió Ridley Scott en Blade Runner.

Después de tres temporadas Mad Men ha tocado eventos tales como la muerte de Marilyn Monroe, el asesinato de JFK, Bahía de Cochinos y el inicio del Movimiento por los Derechos Civiles. Es muy posible que en temporadas futuras se explore la beatlemanía, el movimiento anti-guerra, la desegregación y el feminismo. Igual que Don, todos los personajes experimentarán de primera mano esta caída libre, especialmente aquellos incapaces de adaptarse a la turbulencia que viene. Es más, su propio y precario lugar en el mundo se verá alterado por mujeres, adolescentes y afroamericanos dispuestos a alcanzar y reconfigurar un sueño americano más inclusivo. ®

—Traducción de Jorge Flores-Oliver
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Publicado en: Agosto 2010, Televisión y videojuegos

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