Fotografiar la desgracia o el infortunio es un acto de perversión. Y percibir como fascinante una fotografía que exhibe con toda crudeza a seres humanos padeciendo las más extremas de las calamidades es un abierto acto de ultraje.
Al fotoperiodista o documentalista no siempre lo mueve el testimonio y la sincera denuncia; la codicia de alcanzar el reconocimiento o la impaciencia por obtener el scoop se antepone y lo hace disparar su cámara: acto que se convierte en un asesinato deontológico. Como refiere Susan Sontang en Sobre la fotografía,
fotografiar es esencialmente un acto de no intervención. Parte del horror de las proezas del fotoperiodismo contemporáneo tan memorables como las de un bonzo vietnamita que coge el bidón de gasolina y un guerrillero bengalí que atraviesa con la bayoneta a un colaboracionista maniatado proviene de advertir cómo se ha vuelto verosímil, en situaciones en las cuales el fotógrafo debe optar entre una fotografía y una vida, optar por la fotografía. La persona que interviene no puede registrar; la persona que registra no puede intervenir.
Lo cual puede explicar el distanciamiento y la frialdad con que muchas veces actúa el fotógrafo, pero que no lo justifica.
El fotoperiodista francés Edgar Roski planteaba que dentro del fotoperiodismo “observar, mirar, fotografiar supone una moral, una conciencia y una exigencia política”; aunque en la misma medida en que se hace más salvaje la competencia por obtener la “mejor imagen” la deontológica periodística se tuerce y se desdibuja 1 y es que, como señalaba el mismo Roski, “mientras que en 1967 el francés Raymond Depardon y el británico Don McCullin estaban solos en Biafra, en 1994 desembarcaron en Ruanda varios cientos de fotógrafos en charters militares y humanitarios”, todos disputándose la posibilidad de sacar la foto exclusiva.
Las tragedias humanas causadas por catástrofes naturales, guerras, hambrunas, éxodos, conflictos políticos, etc., son la mejor posibilidad para captar la imagen que haga la excepción y por la cual se obtenga algún premio, reconocimiento y fama. Como han sido los casos, sólo por mencionar algunos, de Frank Fournier, quien recibiera el premio World Press Photo 1986 por la imagen tomada el 14 de noviembre de 1985 a la joven Omayra Sánchez mientras se encontraba, aún con vida, semisepultada entre agua, lodo y los restos de su casa que se había venido abajo a causa de la erupción del volcán Nevado del Ruiz en Colombia, y de Hocine Zaourar, quien el 23 de septiembre de 1997 en Argelia, en las afueras del hospital Zmirli, lugar adonde eran trasladados los heridos y muertos por un ataque masivo perpetrado por terroristas del Grupo Islamista Armado (GIA), tomara la fotografía que posteriormente sería conocida como la “Madona de Bentalha” y la cual le mereció el World Press 1997.2
El fotoperiodista francés Edgar Roski planteaba que dentro del fotoperiodismo “observar, mirar, fotografiar supone una moral, una conciencia y una exigencia política”; aunque en la misma medida en que se hace más salvaje la competencia por obtener la “mejor imagen” la deontológica periodística se tuerce y se desdibuja.
“Iconografía antropofágica” que bajo un falso profesionalismo y sentido humanitario se exhibe inescrupulosamente en galerías y museos, como lo ha hecho el fotógrafo brasileño Sebastião Salgado, a quien el historiador y crítico de arte francés Jean François Chevrier llegó a acusar con razón de aprovecharse de las desgracias humanas y promover un “voyeurismo sentimental”.
Casi desde su invento la cámara fotográfica comenzó a ser utilizada como soporte periodístico, y desde entonces varias de las brutales imágenes que eran captadas con este fin llegaban también hasta las salas de galerías y museos. En 1862, por ejemplo, Mathew Brady montó en su galería de Nueva York una exposición fotográfica cuyo tema fueron los muertos que dejó la batalla de Antietam durante la Guerra de Secesión de Estados Unidos.3 La fascinación que en ese entonces provocaba la fotografía fue un elemento fundamental para que esa exposición adquiriera fama. Sin embargo, es difícil negar que lo que en realidad generó la mayor atracción fue la posibilidad de observar aquellas imágenes pobladas de cadáveres.
El fotógrafo y sociólogo estadounidense Lewis Hine pensaba que una fotografía con enfoque social podía ayudar a cambiar la realidad, no obstante esta “fotografía social” sólo ha conseguido que la realidad se mire de manera distinta. El espectador puede conmoverse u horrorizarse ante la más terrible de las imágenes, pero tal conmoción es sobre todo el resultado de una mezcla de conmiseración morbosa y hasta de un miedo a padecer lo que se observa: éstas muy pocas veces le generarán indignación al espectador.
En realidad este tipo de imágenes que agencias internacionales de noticias y algunos organismos humanitarios promueven y premian 4 no son más que parte de una funesta estética que frivoliza el dolor, la miseria y la muerte, y que depone todo sentido de dignidad y ética.
Turismo ¿humanitario?
Otra forma no menos turbia de explotación de la miseria es el nuevo “turismo humanitario” o “turismo solidario”. “¡Prepare sus vacaciones solidarias! ¿Quiere ayudar? ¡Vaya a Togo, al Congo, Burkina Faso o a México! ¿Quiere conocer y ayudar? ¡Vaya a Madagascar, Nepal o Camboya!”, es lo que puede leerse en el portal de Viajes Alternativos Aria, una agencia francesa que le ofrece al viajero la posibilidad de dejar de ser un turista pasivo y “cobrar conciencia”, colaborando en alguna de las labores que cotidianamente se realizan en comunidades rurales de los países antes mencionados. Otro ejemplo son los servicios de la británica Real Gap Experience, que además del “turismo solidario” ofrece la opción de vivir el “eco-voluntariado”, turismo en el que se puede descubrir y al mismo tiempo ayudar a proteger la flora y fauna del planeta.
El fotógrafo y sociólogo estadounidense Lewis Hine pensaba que una fotografía con enfoque social podía ayudar a cambiar la realidad, no obstante esta “fotografía social” sólo ha conseguido que la realidad se mire de manera distinta.
Fenómeno turístico que inevitablemente hace recordar aquellas exposiciones y zoológicos humanos que en distintos lugares de Europa (como Le jardín d’Acclimatation Anthropologique de París) y Estados Unidos mostraban, durante la segunda mitad de siglo XIX, como animales a individuos y familias enteras de bosquimanos.5 Ahora el espectáculo consiste en promover safaris porque resulta más humanitario no sacar a los nativos de su hábitat, además de que este acercamiento le da un toque antropológico al viaje.
“Turismo caritativo” o “volun-turismo” del que también han sacado provecho cadenas como la estadounidense Marriott International, que tras la devastación que dejara a su paso el huracán Katrina ofrecía a sus huéspedes participar en la “reconstrucción de casas… a un precio de 99 dólares (72 euros) la noche en habitación de lujo, portera, transporte, un lunch y camisetas de recuerdo incluidas” (Laurie Zenón, en “L’été, plus la charité”, L’express, París, 3 de agosto de 2011).
Así es como distintos escenarios donde prevalece la indigencia y el dolor pueden volverse capitalizables y atractivos, quedando registrados en fotos de turistas o fotógrafos aficionados que desenfadadamente las muestran a sus amigos o que cuelgan en sus departamentos o sitios de trabajo. Pueblos miserables que si carecen de color queda la opción de reproducir en blanco y negro, o indígenas desarropados a los que se les puede fotografiar porque tal vez ya perdieron el miedo a que la cámara les robe su alma.
Los denominadores comunes: el retorcido humanismo y la connivencia de la opinión pública. ®
[1] Esta falta de sensibilidad no es exclusivo del fotoperiodismo; recuerdo que al impartir la materia de deontología periodística, en la escuela de periodismo Carlos Septién, la mayoría de los alumnos mostraba un lamentable desinterés y hasta desprecio por la materia.
[2] Las dudas que rodearon a la autenticidad de esta imagen llevaron al artista francés Pascal Convert a realizar una escultura en cera y un documental.
[3] Por cierto, algunas de las fotos más importantes de esta exposición, que habían sido tomadas por Alexander Gardner, fueron señaladas un siglo después como fraudulentas por Frederic Ray, de la revista “Civil War Times”, ya que según éste los cuerpos fotografiados habían sido manipulados para causar mayor impacto.
Sólo hay que ver las fotografías que UNICEF Alemania eligió como primero y segundo lugar de 2011.
[5] Actualmente, y hasta el 3 de junio de este año, el museo del quai Branley de Paris está presenta una excelente exposición que invita a hacer una reflexión al respecto.