Museo versus parque

El museo de la barranca

La iniciativa para convertir el parque Mirador Independencia en una pretendida casa de las musas es precisamente de un singular grupo de empresarios tapatíos: singular, no por presentarse públicamente como personas con inquietudes artísticas, sino porque juegan al mecenas, pero no con su propio dinero, sino con el de los contribuyentes.

Barranca de Huentitán

Desde el pasado fin de semana —4 y 5 de noviembre— y recurriendo al típico sabadazo, los promotores del proyecto que lleva por nombre Barranca Museo de Arte Moderno y Contemporáneo comenzaron a talar cientos de árboles sanos y adultos en el parque Mirador Independencia, que se localiza a la orilla de la barranca de Huentitán, en el extremo norte de la calzada Independencia de la ciudad de Guadalajara [México].

El propósito de esa tala, con la cual se daña al ambiente y de manera específica a un espacio público que desde hace treinta años ha estado dedicado a la recreación popular, es el de despejar un terreno sobre el que se pretende edificar el proyectado museo, cuya construcción, operación y mantenimiento serían pagados igualmente con fondos públicos, aun cuando su administración quedaría en manos de un grupo de particulares.

La iniciativa para convertir el parque Mirador Independencia en una pretendida casa de las musas es precisamente de un singular grupo de empresarios tapatíos: singular, no por presentarse públicamente como personas con inquietudes artísticas, sino porque juegan al mecenas, pero no con su propio dinero, sino con el de los contribuyentes.

Hace poco más de siete años, esos mismos empresarios se acercaron a Francisco Ramírez Acuña y a Emilio González Márquez —por entonces gobernador de Jalisco y alcalde de Guadalajara, respectivamente— para que apoyaran la candidatura de nuestra ciudad como primera sede latinoamericana del Museo Guggenheim.

Víctimas del fácil entusiasmo, Ramírez Acuña y González Márquez respaldaron ese proyecto museístico. Y para ello no sólo se comprometieron a aportar recursos públicos de sus respectivos cargos, sino que para garantizar la hechura de ese que se prometía como “museo de primer mundo”, solicitaron también el apoyo del gobierno federal, que por entonces encabezaba Vicente Fox.

La iniciativa para convertir el parque Mirador Independencia en una pretendida casa de las musas es precisamente de un singular grupo de empresarios tapatíos: singular, no por presentarse públicamente como personas con inquietudes artísticas, sino porque juegan al mecenas, pero no con su propio dinero, sino con el de los contribuyentes.

Desde ese momento (estamos hablando del primer semestre de 2004) tanto el entonces presidente de la Fundación Guggenheim como los empresarios reunidos en la asociación Guadalajara Capital Cultural coincidieron en que la mejor ubicación para el proyectado Guggenheim tapatío era el borde de la barranca de Huentitán.

Y acabaron echándole el ojo al parque Mirador Independencia, a fin de ahorrarse la compra del terreno. De tal modo que cuando, en mayo de 2005, se eligió el proyecto arquitectónico presentado por Enrique Norten, la ubicación ya estaba decidida en la superficie que ocupa el parque.

La entrega formal de ese terreno se hizo dos años y medio después, ya durante la administración municipal de Alfonso Petersen Farah. El 27 de abril de 2007 el cabildo tapatío hizo la donación, mediante la figura de comodato, de la superficie del parque Mirador Independencia a la asociación civil Guadalajara Capital Cultural para la construcción del Museo Guggenheim, con una cláusula que a la letra decía que, en caso de no construirse ese museo en un periodo de tres años, el terreno volvería a formar parte del patrimonio municipal, es decir, que el parque Mirador Independencia recobraría la totalidad de su superficie original.

Lo que ocurrió después fue lo siguiente: hacia fines de octubre de 2009 la Fundación Guggenheim, con sede en Nueva York, hizo el anuncio público de que el proyecto para abrir una sucursal en Guadalajara quedaba cancelado de forma definitiva. Textualmente se dijo en el comunicado que el proyecto del Guggenheim tapatío “está muerto por una cuestión relacionada […] con la crisis económica, que impidió a las autoridades mexicanas tomar las decisiones que tenía que tomar en el plazo adecuado”. Y cuando todo mundo esperaba que los empresarios agrupados en la asociación Guadalajara Capital Cultural le devolvieran a la comuna tapatía el terreno del parque, los susodichos no sólo se hicieron los occisos, sino que se sacaron de la manga un nuevo proyecto: el que ahora lleva el alrevesado nombre de Barranca Museo de Arte Moderno y Contemporáneo, y el cual no sólo ha recortado drásticamente la superficie del parque Mirador Independencia, sino que acaba de ocasionar el derribo de cientos de árboles.

Con ello se vuelve a poner de manifiesto la vocación depredadora de nuestras autoridades estatales y municipales, vocación de la cual ya habían dado sobradas muestras con el fallido proyecto de Arcediano y, más recientemente con esa fuente de contaminación ambiental llamada Villa Panamericana.

Con ello se vuelve a poner de manifiesto la vocación depredadora de nuestras autoridades estatales y municipales, vocación de la cual ya habían dado sobradas muestras con el fallido proyecto de Arcediano y, más recientemente con esa fuente de contaminación ambiental llamada Villa Panamericana.

Ahora, el proyecto de construir un museo en un parque público se consolida como un atentado de la misma naturaleza y por partida múltiple. Porque está concebido como un negocio ventajoso de un grupo de particulares: los empresarios asociados en Guadalajara Capital Cultural, y a los que papá gobierno les va a pagar su multimillonario y caprichoso juguete, que consiste en implantar un pretendido museo en un parque público. Y porque con ello se garantizaría también un mal cierto a cambio de un bien incierto.

Aparte de los miles de millones de pesos que la hechura y la operación del proyectado museo representarían para el erario, el mal cierto sería la destrucción —o la reducción a niveles ridículos— de un magnífico parque público con treinta años de servicio. Y el bien incierto serían las legiones de turistas que, supuestamente, en el futuro habrían de llegar a Guadalajara, atraídas por un museo sui generis, pues no contaría con una colección propia y sus mismos promotores ni siquiera han sido capaces de decir qué tipo cosas se exhibirían en esa nonata casa de las musas.

Así se gobierna en Jalisco, cuyas autoridades parecieran proceder de un mundo raro: ni más ni menos que del mundo al revés. ®

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Publicado en: Noviembre 2011, Política y sociedad

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