NO ME APASIONA EL FUTBOL

Relato de encantos y desencantos con el balompié

Decir en estos días: “es que la verdad no me apasiona el futbol” es como salir del closet asumiendo la homosexualidad en medio de un grupo de la ultraderecha clasista, homofóbica y racista. Sólo no te caen a palos porque la violencia aun no es lo suyo.

-¿Queeeé? ¿Cómo chingaos no te va a gustar el fut? Luego la mirada esa que aprendemos desde niños para escanear a los “raritos”. ¿Cómo no va a gustarme el juego del hombre? Pues ni qué hacerle, por más que he intentado no he podido conectarme emocionalmente con el soccer.

No encuentro la manera de asumir mi masculinidad mexicanota  viendo a dos equipos en un partido dejar algunos el alma, otros el ego, en la cancha, mientras se insultan, dan de patadas, simbolizan la guerra, desatan memorias innatas tribales, se solidarizan y se abrazan en una causa, además de escupirse, zancadillarse, clavarse los tachones, pellizcarse los huevos, darse nalgadas o de plano hacerse cuña en el culo, o como se dice en mi segunda patria chica, Yucatán: coyaseándose a gusto y disgusto.

México vence 2-0 a Francia y mi emoción crece durante el gol porque aun como villamelón de tercera –el único grado que alcanzo en medio del talante futbolero de mi familia y amigos y que logré solo por osmosis chutándome todos los encuentros dominicales con los tíos y primos y buscando la aceptación entre los cuates- se reconocer un buen gol cuando lo veo. O al menos eso creo, trato de aplicar como mínimo la lógica.

Pero mi emoción decrece a medida que pasan los minutos posteriores al partido. Vuelvo a mi cotidianeidad entre Bruno mi “pequeño argonauta”, los periódicos, entrevistas, la radio, algún libro, y no pienso más en el balón hasta que veo los festejos en la calle o algún conocido me pregunta dónde habrá juerga. Saco pretexto de ignorancia o finjo demencia como cuando me invitaban a los XV Años de alguna prima.

En realidad que lo he intentado, desde niño, sentir esa parte de hombría nacionalista que no me termina de llegar. Cuando cumplí siete años me regalaron mi primer balón. Mi hermano Ramón me puso a porterear por sus pistolas y acabó impactándolo en mis pequeños testos en el tercer o cuarto “penal”. Luego se lo presté a mi primo Sabino. Cuando se lo pedí me reclamó que un regalo no se regresa: “el que da y quita…”. Sacó una navaja y lo clavó ahí merito. El alma aérea del balón se fue como mi ánimo de discutirle más. No sé que me impresionó más, que trajera navaja o que no entendiera que se lo había dado pres-ta-do.

En sexto de primaria entré a un equipo de futbol; jugamos un torneo relámpago y quedamos en tercer lugar, pero del fondo de la tabla para arriba. Una amiga me regaló otro balón en un cumpleaños, le puse más ganas, junté a vecinos, amigos míos y de Ramón. A media cáscara llegaron unos chavitos de la colonia vecina. Pidieron la reta, le entramos, nos comenzaron a poner en la madre. Íbamos tres cero cuando, aprovechando un saque de banda, se huyeron con mi balón en las manos.

De los 14 a los 17 jugué en la calle Flamboyanes de la colonia Iquisa, y en el parque del Andador Espárragos, en Coatzacoalcos. Hice mis intentos entre el “Caballo” Olmos, el “Pambazo” Cházaro, el Ales “Panza de Burra”, Mario “Sapito”, el Tellez, los “Muppets” Lalo y Fredy ; la “Locomotora” Estrada y su brother el “Pepo”; Memo el “Chaparro”, Irvín el “Panzón”(q.e.p.d.) y su hermano Luis “Zamorita”, Charly y Luis Lobo, “Pedrito” Vicente, mi brother Moncho el “Susto” y yo, primero “Zaguiño “ con todo el sarcasmo sólo por llamarme Luis Roberto, y luego definitivamente “Cieguiño” porque no faltaba ocasión en que pateara el aire y el balón me pasara de largo.

Luego las chelas tras las cáscara, luego las chelas con partidos en la tele, luego las chelas sin la cáscara y con alguno que otro partido en la tele. Ahí comencé a descolgarme más por la banda, para terminar abandonando la cancha fan-futbolera.  Lo último fue compartir su pasión frente a la tele, apasionado con sus desenfrenos, su derroche de emociones, sus rostros enrojecidos gritando gooooooooooool hasta perder el aliento, las mentadas de madre y las pendejeadas a jugadores que minutos antes amaban –eso es como un matrimonio a los cinco años del tiempo-, los zapes y los cállates al cuate burlón que le va al otro equipo, las playeras desgastadas del favorito, los celos si un jugador se salió del equipo, la chela derramada en el piso, confundida con lágrimas cuando se pierde. Se puede ser bien macho y no llorar en el teatro, en el cine, frente a una inyección, cuando se muere la abuela, pero se dejar ir todo el sentimiento cuando el equipo pierde.

Las únicas veces que realmente me he emocionado frente al televisor han sido durante el México 86 cuando Alemania “nos” eliminó –¿así se dice cuando se habla de la selección, no?-, pero estoy seguro que fue parte de la histeria colectiva, y en 2002, porque estaba fuera de México, en un master intensivo encerrado en una especie de campus bigbrother con otros 80 latinoamericanos que colgaban banderas por todo el dormitorio, comedor y salas de juego, y cantaban himnos y porras del día a la noche. Obviamente los argentinos y brasileños llevaban la mayor voz. Pero eso que me pasó no era más que la nostalgia proyectada, una especie de “síndrome de Jaimaicón”.

Hoy día, solo quien no me conoce mucho me invita a algo relacionado con el futbol, a los pocos minutos se decepciona de mi ignorancia sobre el tema más allá de datos como que alguna vez Kaká cobraba lo suficiente para mantener un obrero y dos generaciones más sin dar golpe, que Adidas y Nike venden más por el futbol que cualquier otra de sus ramas de negocios, que los cracks hacen crack después de los 28, si tienen suerte; que el futbol mexicano es como una broma frente a otros, que todo lo que rueda con el balón es un gran, voraz y mezquino negocio. Que sólo veía Los Protagonistas cada Mundial por esperar a Ponchito o a Brozo.

Pero mis amigos y hermanos ya ni siquiera me invitan para decirme “tú cállate pinche güey, ni sabes de esta madre”.  Han pasado de la sospecha de mi lejanía con ese valor patrio que es el futbol, a estar casi seguros que no mejorará la cosa –bajo de su forma de pensar el no saber de futbol es casi una discapacidad y el no tener el gusto como una grado de machismo a la baja.

Pero ya no me importa. Ya lo decidí. Me vale ser discriminado, llamado “rarito”, “nerd”, mirado con curiosidad o menosprecio, palabras como “qué lamentable señor Castrillón, ¿qué a usted no le apasiona, no siente nunca pasión, no llora?”. Por cosas como esas digo que creen que sólo en el futbol se vale llorar.

En fin, lo hago público: NO ME APASIONA EL FUTBOL, he vivido una doble vida intentándolo, he tratado de seguir la corriente, ser aceptado entre la mayoría, sentir la pasión. He recibido patadas y pateado el pasto, o de plano la calle, en vez del balón; sí, metí un par de goles por ahí, pero ya no puedo esforzarme más. Gracias por su comprensión.

Compartir:

Publicado en: Barra brava, Junio 2010

Apóyanos:

Aquí puedes Replicar

¿Quieres contribuir a la discusión o a la reflexión? Publicaremos tu comentario si éste no es ofensivo o irrelevante. Replicante cree en la libertad y está contra la censura, pero no tiene la obligación de publicar expresiones de los lectores que resulten contrarias a la inteligencia y la sensibilidad. Si estás de acuerdo con esto, adelante.