Nuevos clásicos del cine

Los últimos veinticinco años

Una relación personalísima de las películas que esta pareja de cinéfilos vio y a las que invariablemente regresaron. Habrá omisiones discutibles, pero sea cine de arte, cine de culto o cine comercial, esta lista traza un panorama multiforme del último cuarto de siglo para el séptimo arte.

Escribir sobre los nuevos clásicos en materia de cine teniendo un margen de 25 años a la fecha se antoja un reto interesante y sumamente arriesgado. En primer lugar uno tiene la oportunidad de abrir los cajones de la memoria, ponerlos de cabeza y escoger qué es lo mejor que se tiene ahí guardado. Pero al poco rato algo se hace evidente: hay demasiadas películas y son más las que aún aguardan por formar parte de nuestro repertorio cinéfilo. Además, por más objetiva y amplia que sea mi actitud hacia la elaboración de una Gran Lista, estoy consciente de que invariablemente dejaré fuera muchos títulos imprescindibles de la cinematografía universal. Así que bajo la premisa de que dos personas comparten mejor la culpa, decidí invitar a Jorge a ser mi compañero de pluma y he aquí lo que humildemente les presentamos: algunas propuestas de lo que consideramos “Nuevos clásicos”, estando sumamente conscientes del amplio margen de falibilidad —y por qué no— y descaro de esta empresa. Vale la pena mencionar que las películas mencionadas no obedecen a un orden de importancia o cronología, y cualquier sugerencia, mentada o comentario será bienvenido y tomado en cuenta.

Criaturas celestiales

Tras labrarse una fama de realizador freak de las joyitas gore-slapstick Bad Taste y Braindead/Dead Alive, y mucho antes de saltar al mainstream con su celebrada (y ya telarañada) trilogía de El Señor de los Anillos, Peter Jackson realizó y coescribió con Fran Walsh la que muy probablemente sea su obra maestra Heavenly Creatures/Criaturas celestiales (1994) en la que hiciera su debut cinematográfico Kate Winslet y que de paso diera al realizador neozelandés su estatus de director “serio”. Criaturas celestiales es una historia alucinada y alucinante de dos jovencitas alienadas de sus padres y congéneres cuyos juegos y fantasías las devoran dando lugar a un trágico desenlace, que aunque no caló en el gusto del gran público da una muestra no sólo de lo mejor del cine de Jackson sino que ofrece una visión personal, entrañable y llena de compasión por sus personajes.

La boda de Muriel

Otra inesperada consagración también proveniente de las colonias británicas es la que tuvo Toni Colette, quien con su sorprendente interpretación de la obesa-mitómana-amante-de-Abba en Muriel’s Wedding/La Boda de Muriel(1994) del escritor P. J. Hogan, fue en buena parte responsable del éxito de esta película australiana. Antiparadigma de la comedia romántica, La Boda de Muriel destaca por la violencia emocional por la que atraviesa su protagonista cortesía de sus ojetísimos padres y sus “amigas”, alcanzando una nada fácil redención.

Happy Together

El tema de la intimidad (o la falta de ella) siguió y sigue alimentando el imaginario cinematográfico traspasando fronteras, adoptando formas narrativas que un poco más o un tanto menos toman distancia de la estructura dramática convencional.

El tema de la intimidad (o la falta de ella) siguió y sigue alimentando el imaginario cinematográfico traspasando fronteras, adoptando formas narrativas que un poco más o un tanto menos toman distancia de la estructura dramática convencional. Podemos encontrar un ejemplo en la obra del director oriundo de Shangai, Wong Kar-Wai, quien ha hecho suyo el malestar amoroso del nuevo siglo, primero con su hiperestilizado drama homoerótico Happy Together (1997) en el que se vale de la distancia geográfica (China–Buenos Aires en boleto redondo), en donde dos amantes se juntan, se pelean y se vuelven a juntar en una suerte de persecución neurótica intercontinental para hallarse solos en sus respectivos naufragios. Si bien esta historia le acarreó no pocos desencuentros con la severa censura en su país, Kar-Wai halló una muy favorable respuesta de la crítica y todavía un mucho más amplio reconocimiento, ahora también por parte del público con su agridulce melodrama conyugal In the Mood for Love/Deseando amar (2000). Si bien en Happy Together uno de los amantes idealizaba un vago recuerdo/deseo por visitar las cataratas de Iguazú con Caetano Veloso como fondo musical, In the Mood for Love halla esta vez a un hombre y una mujer compartiendo el desasosiego por la traición adúltera de sus respectivos cónyuges. Este filme celebra la sensualidad del andar femenino, la tristeza del encuentro ilícito, la sublimación del coito inconsumable en la escritura a dos manos de un folletín artemarcialesco, y el deseo inconfesable convertido en un susurro depositado en las grietas de antiguos templos abandonados.

Sacrificio

El abandono amoroso cala hondo, pero el más profundo naufragio existencial se materializa ante el inminente fin del mundo, o al menos así lo expresa el filón apocalíptico al que el cine ha sido sumamente afecto. Y es uno de sus más grandes poetas —Andrei Tarkovsky—, quien además hermana el exterminio de la raza humana con la búsqueda de Dios en medio del silencio que se escucha ya cercano el Fin. Con Offret/Sacrificio (1986) Tarkovsky cerró un brillante aunque sucinto legado cinematográfico, realizado en el exilio en Suecia tras desertar de una URSS post-estalinista que hizo todo lo posible por hacerle la vida imposible. Con el apoyo de la Svensk Filmindustri, el actor Erland Josephson y el cinefotógrafo Sven Nykvist (ambos del establo Bergman), Tarkovsky no cedió un ápice en su poética cinematográfica en la que un acto irracional de un solo hombre en medio de la locura y la desesperación, vale para salvar a la raza humana del exterminio total.

Funny Games

Pero si la idea del fin del mundo o el silencio de Dios son un poco menos que aterradores, el austriaco Michael Haneke nos ha demostrado con gran eficacia el escaso mérito que tiene la raza humana como para que alguien se moleste en salvarla. Funny Games/Juegos divertidos (1997) tiene el mérito de haber irritado al público y críticos en el Festival de Cannes. La premisa parece salida de uno de los lugares más comunes del cine de terror. Dos pulcros jovencitos torturan y diezman a una acomodada familia con clínica paciencia en una idílica casa de campo. Así, Funny Games es un elegante mindfuck con el tourette sonoro de John Zorn, rupturas de cuarta pared, intercambios verbales de los dos psicópatas como si fueran Laurel y Hardy salidos del infierno, uso metafílmico de un control remoto, en fin… pura mala leche que Haneke repetiría diez años después refriteando plano por plano su propia película con reparto y capitales gringos. En resumen, una película diseñada para fastidiar a quienes encontramos en el espectáculo cinematográfico violento la gratificación sensorial.

Festen

Con una actitud menos solemne que Haneke pero emparentado con éste en lo que se refiere a la guerra no declarada contra Hollywood, apareció el Manifiesto Dogma 95 [véase el artículo de Efraín Trava en esta edición] que supuso una renovación en las formas de hacer cine, primero en Dinamarca para luego contagiar a cineastas en todo el mundo. Encabezados por el locazo Lars von Trier, los cineastas reunidos en torno al “Dogma” (usar locaciones reales, usar solamente sonido directo, no iluminar artificialmente,) se anotaron un gol con el primer opus del movimiento con Festen/La celebración (1998) de Thomas Vinterberg. La espléndida fiesta que ofrece una próspera familia para celebrar los sesenta años del patriarca se convierte en el escenario de agrias peleas y acusaciones al festejado en torno al suicidio de la hija menor a causa de sus crímenes ante los cientos de indolentes invitados.

El libro de cabecera

Greenaway construye un caleidoscópico discurso lleno de ideas visuales y arrogancia en igual medida valiéndose de un envidiable conocimiento del arte visual japonés, el amor a los libros y un dominio absoluto del lenguaje cinematográfico que tanto se empeña en ningunear.

No siempre los padres ocupan el banquillo de los acusados, en el caso de The Pillow Book/El Libro de Cabecera (1997), de Peter Greenaway, presenta a la precoz Nagiko que urde una borgiana venganza contra el editor literario que sodomizara a su padre. Greenaway construye un caleidoscópico discurso lleno de ideas visuales y arrogancia en igual medida valiéndose de un envidiable conocimiento del arte visual japonés, el amor a los libros y un dominio absoluto del lenguaje cinematográfico que tanto se empeña en ningunear. Súmese además una atmósfera de opulento erotismo en el que el cuerpo se convierte en altar de descarados deleites, minados acaso por el tema de los amantes malditos sobre quienes pesa una inexorable fatalidad. Y además el soundtrack está muy bueno.

Tres colores

Lejos de la ostentosa y no siempre bienaventurada pirotecnia visual de Greenaway se halla Krzysztoff Kieslowski, quien en la década de los noventa se despidió del cine y de este mundo con su trilogía de los tres colores: Trois Couleurs, Bleu/Azul (1993), Trois Couleurs, Blanc/Blanco (1994) y Trois Couleurs Rouge/Rojo (1994). Filmadas de forma simultánea, y estrenadas dos años antes de su muerte, Kieslowski ofrece un tríptico en cuya fotografía domina el color aludido en el título, respectivamente. Cada película de la trilogía es no sólo de una sobrecogedora belleza, sino que enfrenta a sus personajes a situaciones que ponen en el centro dilemas morales relacionados con la carga simbólica de cada color en la bandera francesa. En Azul (Libertad), la compositora pierde en un accidente automovilístico a su también compositor esposo y a su pequeña hija. Ella intenta infructuosamente desde entonces separarse del mundo que la rodea. En Blanco (Igualdad), el ñoño inmigrante polaco casado con la bonita francesa canija es acusado de impotente y legalmente echado a la calle para ganarse la vida como vagabundo, hasta que urde un extraño desquite. En Rojo (Fraternidad), una joven modelo tras atropellar al perrito de un huraño juez retirado, inadvertidamente inicia una extraña amistad con él, mientras éste es acusado de espiar telefónicamente a sus vecinos del edificio de departamentos en el que vive. La trilogía cierra creando un círculo perfecto que une a las tres historias, dejando a sus personajes tal vez ante un futuro ambiguo, pero eso sí, unidos en ese barco llamado Europa cuyo país más representativo en el imaginario colectivo es, tal vez, Francia.

Hable con ella

El cine realizado en España logró trascender fronteras consiguiendo así mismo parir a realizadores, guionistas y autores que hoy son una referencia obligada para los cinéfilos. Un ejemplo imprescindible lo encontramos en Pedro Almodóvar, quien en la década de los años ochenta dinamitó con singular alegría toda noción de mesura o buen gusto con temas y situaciones impensables durante los recién superados como durísimos años del régimen franquista español. Si bien una primera etapa de su cine contaba con una actitud de grosero desenfado con obras tales como su debut Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón (1980), el realizador manchego depuró su estilo hasta convertirlo en un verdadero manifiesto preciosista del color y la composición; obsequiándonos de paso toda una galería de personajes pintorescos pero dotados cada uno con una profunda ambigüedad moral, sin dejar de ser entrañables. Después del Óscar y una serie de fascinantes altibajos cinematográficos, Almodóvar encuentra su gran obra maestra en Hable con ella (2002), que dibuja los laberintos de amor-desamor/intimidad-soledad de Benigno, enfermero friki en amorosos cuidados de una bella-comatosa-durmiente y una torera ponecuernos que torea a su cornudo marido en una poesía audiovisual, que sin abandonar la estructura melodramática no pierde un ápice de catarsis en una absoluta celebración de la vida y la muerte.

Tesis

Y si seguimos en la línea de las complicadas relaciones entre vivos y muertos —o por lo menos de cómo los primeros hacen lo posible por no acabar como los últimos—, un muy joven dropout universitario Alejandro Amenábar estremeció por igual a críticos y público con su muy lograda Tesis(1995). Valiéndose de tonos hitchcockianos y una historia elegantemente elíptica en su descripción de la violencia-snuff, Amenábar arrasó con los premios Goya, colocándose como una joven promesa del cine español y de paso plantarle una bofetada de guante blanco al Moloch-Hollywood. Así, y sólo dos años después regresa a las andadas con una desigual pero eficaz mezcla genérica de melodrama hombre-elefantesco y ciencia ficción deudora del mejor Philip K. Dick, con Abre los ojos (1997). Es difícil hacer una sinopsis libre de spoilers, por lo cual solo añadiremos que el twist ending de esta cinta es sencillamente una sorprendente anticipación de lo que la trilogía Matrix terminaría banalizando. Además, Abre los ojos sobrevive muy saludablemente al horrendo refrito Vanilla Sky, producido y protagonizado por un ambicioso Tom Cruise quien a cambio haría posible el también muy sólido tercer largometraje de Amenábar, Los otros (1999).

La invención de Cronos

Cuento de hadas, drama familiar, conspiración milenaria de alquimistas y viejitos canallas, en un México-Babel post-TLC, Cronos es una anomalía en las de por sí escasas incursiones del cine mexicano a los meandros del cine fantástico.

Afortunadamente el cine de horror y ciencia ficción hecho en México no ha consistido solamente en películas del Santo, Blue Demon contra marcianos o mujeres vampiro. Es sorprendente que muchos desconozcan que Guillermo del Toro no inició su carrera cinematográfica con Blade II o Hellboy sino con la pequeña joya criptovampiresca La invención de Cronos (1993). Cuento de hadas, drama familiar, conspiración milenaria de alquimistas y viejitos canallas, en un México-Babel post-TLC, Cronos es una anomalía en las de por sí escasas incursiones del cine mexicano a los meandros del cine fantástico, amén de las alucinadas visiones de Alejandro Jodorowsky, José López Moctezuma y el formalista Carlos Enrique Taboada. La invención de Cronos sobresale de por sí en una afortunada racha en la que la producción cinematográfica nacional empezaba a encontrar una todavía incipiente credibilidad por parte del público doméstico, animado por cánticos celebratorios del “nuevo cine mexicano”, del que surgieron también Alfonso Cuarón y Carlos Carrera. ¿Cómo interpretar hoy que de los tres mencionados Del Toro y Cuarón han construido el grueso de su filmografía en el extranjero?

Rojo amanecer

Pero el cine mexicano había encontrado poco años antes en el cineasta Jorge Fons una de sus mejores cartas en medio de la ignominia oficial de los años ochenta con Rojo amanecer (1990). Teniendo como único antecedente directo el estremecedor documental El grito (1968) de Leobardo López Aretche, Rojo amanecer es una terrorífica e implacable cinta que retrata el infausto 2 de octubre de 1968 teniendo como único escenario el interior de un departamento familiar adyacente a la Plaza de las Tres Culturas. Con una envidiable economía de recursos y un eficaz diseño sonoro (la masacre ocurre fuera de cuadro, pero sí que se escucha), el controvertido y poderoso largometraje de Fons no solo logró romper uno de los temas tabú de un cine financiado todavía por el Estado mexicano, sino que sigue siendo una de las pocas películas que retratan una época en constante cuestionamiento; además de la mencionada El grito y la no menos perturbadora Canoa (1976) de Felipe Cazals.

Do the Right Thing

Nada ajeno a las turbulencias que redibujan el rostro de las calles y la ciudad, dejando al descubierto las contradicciones que definen el carácter de cualquier sociedad, el segundo largometraje del entoces joven prodigio Spike Lee, Do the Right Thing (1989) pone el dedo en la llaga de las tensiones raciales. El escenario es un cruce de calles en las que se enfrentan geográfica y emocionalmente la Sal’s Famous Pizzeria, el changarro de los “chinos” (o vietnamitas, o coreanos) y las escalinatas que anuncian la puerta de los miserables edificios multifamiliares en las que se apuestan jóvenes, niños y viejos negros, puertorriqueños e italianos funcionan como un microcosmos en olla exprés, cortesía de una inclemente oleada de calor que sofoca a un Brooklyn ignoto. Tras una obertura cortesía de los apóstatas hip-hoperos Public Enemy y la frenética danza de la cinedebutante Rosie Pérez, se anuncia que lo que veremos es en más de un sentido una puesta en escena cuyos protagonistas se desgañitarán en gritos, mentadas, sudores, empujones, golpes, para obsequiarnos un incómodo retrato/reflexión sobre la violencia urbana y sus cenizas.

Clerks

Del hervidero urbano multirracial pasamos ahora al despropósito Generacional X del inquieto majadero Kevin Smith con su opera prima Clerks (1994), sin duda una de las contribuciones más notables dentro de la escena independiente de Estados Unidos a mediados de los noventa. Con un hilarante y guarro guión en el que sus personajes discuten acerca de su nulo porvenir, las implicaciones éticas en el Retorno del Jedi, necrofilia, partidos de jockey en el techo de la tienda, campañas antitabaquismo, Clerks se mantiene fresca y en forma gracias al culto fiel del público que además convirtieron a dos de sus personajes Jay (Jason Mewes) y Silent Bob (Kevin Smith) en dos ídolos de la pachequez y la estulticia. Es notable que una peliculita tan presupuestalmente inofensiva haya desatado la primera de un rosario de controversias que pondrían a su realizador en el debate público, en aquella ocasión a causa de la clasificación NC-17 (equivalente a la pornográfica X) a causa de los excesos verborreicoprocaces de sus personajes que harían sonrojar al mismísimo Ferras.

My Own Private Idaho

La escena independiente estadounidense cuenta no sólo con obras ejemplares que si bien halla a uno de sus héroes en el inclasificable John Cassavettes en los años sesenta, también encuentra una continua renovación con caudillos de nueva cepa; entre ellos, Gus van Sant.

La escena independiente estadounidense cuenta no sólo con obras ejemplares que si bien halla a uno de sus héroes en el inclasificable John Cassavettes en los años sesenta, también encuentra una continua renovación con caudillos de nueva cepa; entre ellos, Gus van Sant. Con una discreta y al mismo tiempo elegante estética, dedicó los primeros diez años de su carrera a retratar la cultura gay en los márgenes sociales, por si fuera poco. Su emblemática My Own Private Idaho (1991) colocó a River Phoenix en la terna del Óscar por su interpretación del adonis prostituto narcoléptico en perpetua búsqueda del Paraíso Perdido. Junto a él, un casi desconocido Keanu Reeves toman un viaje al desencuentro de Portland a Roma, recibiendo asilo temporal en la comuna delincuencial liderada por el grandilocuente Bob quien utiliza citas shakespereanas en sus patéticos llamados al amor y al crimen. Onírico y desesperado, el filme de Gus van Sant retrata amorosamente a los jóvenes como si fueran ángeles de misericordia autodestructiva, en donde la historia se inicia y termina sobre una carretera interminable. La exploración sobre la juventud sin éxtasis continúa al fondo de las cucharitas empleadas para la cocción heroinómana y frasquitos de pastillas multicolor, medio y fin de la pandilla trashumante saqueadora de farmacias en Drugstore Cowboy (1989), con la que el mismo Van Sant rescata la carrera de un todavía apuesto Matt Dillon, y nos regala también una memorable aparición del eterno yonki William S. Burroughs. Desoladora y agridulce, el camino de ensueños de nuestro vaquero asalta-farmacias no se interrumpe en una carretera, sino que será llevado y traído, de un lado a otro sobre las calles mugrosas de ciudades anónimas montado y delirante en una ambulancia.

Elephant

Gus van Sant cambia poco más de diez años después el escenario infernal urbano por la idílica paz suburbana en su premiada Elephant(2003). Relectura libre y única entre tantas que se han hecho sobre la masacre en Columbine, la imagen en plano-secuencia sigue a varios jóvenes alumnos de una escuela como todas, sobre la que inadvertidamente se cierne la tragedia. El inmisericorde paso del tiempo, las charlas anodinas, el primer día de nerviosa chamba en la biblioteca de la escuela, los grupos de alumnos que discuten abiertamente su sexualidad diversa, el director odioso cara de palo, los patéticos intentos de un padre alcohólico que en su afán de llevar a su hijo a la escuela hace que casi se maten y que éste llegue tarde obteniendo como premio una reprimenda silenciosa… en fin; el infierno adolescente retratado distintos ángulos y cronologías que no evitarán de ninguna forma el apocalipsis. El Elefante al que alude el título es al mismo tiempo pregunta y es respuesta.

Sexo, mentiras y video

La pesadilla suburbana cede paso a la insatisfacción conyugal y al resentimiento autista de viejas cuentas pendientes entre viejos “amigos”. Con Sex, Lies and Videotape (1989) el novel Steven Soderbergh inicia una de las filmografías más extrañas del cine estadounidense. Al igual que Cassavettes, mantiene los pies en las tierras del mainstream (aunque Cassavettes como actor, vale aclarar) y las manos remojadas en el aguamanil de la santidad indie. Y es precisamente su cinta debut, realizada con un modesto presupuesto pero bautizada en fuego al obtener la Palme D’or en el Festival de Cannes la que da el banderazo de salida a los Grandes Estudios para salir de cacería de los nuevos y desconocidos talentos que desde entonces tendrán como bandera publicitaria el espíritu independiente con el cobijo del Gran Presupuesto y la Súperestrella. Sexo, mentiras y video reúne al Marido Yuppie Canijo pero Encantador, la Esposa Anhedónica, la Hermanita Sexo-desenfadada y el amigo freak sexualmente incapacitado que llega de visita al terruño después de un largo exilio. Cuatro vértices que construyen un ajuste de cuentas física y emocional en el que se busca recuperar la dignidad y el derecho a una intimidad aparente inmerecida a causa de viejos sentimientos de culpa. Soderbergh aborda estos tópicos con una dirección segura a pesar de los lugares comunes con los que el guión tropieza, dando como resultado una pieza entrañable en los tiempos previos al videoescándalo.

Blue Velvet

La pesadilla suburbana dejó de ser una abstracción gracias al talento cándidamente retorcido del artista multidisciplinario David Lynch. Con el megadesastre de Dunas a cuestas que llevara a la bancarrota a Dino de Laurentiis, Lynch da un salto mortal para caer no en tierra firme, sino en otro trampolín con Blue Velvet (1986), que catapultaría el universo de violencia, erotismo y fantasía conocido como el Lynchtown. (Para mayores referencias, véanse las dos temporadas de su mítica miniserie televisiva Twin Peaks.) Blue Velvet cuenta el viaje iniciático del aséptico joven Jeffrey quien después de visitar a su padre infartado al hospital se encuentra una oreja humana cortada con tijeras en un solar. Contra todo buen juicio, Jeffrey meterá algo más que las narices en su morbosa investigación que abre el apéndice amputado, entablando relaciones ilícitas con la atormentada cantante desafinada de un club, haciendo novillos de la no tan inocente hija del detective y enfrentando al monstruoso villano pirado inhala-oxígeno, Frank (un inolvidable Dennis Hopper). La esperpéntica obra de Lynch encontró reacciones de apasionado rechazo de los críticos, tildándola de misógina mientras el público la acogió con tibieza. Hoy es casi unánime la consagración de Blue Velvet como un clásico moderno, y a David Lynch en un referente obligado. A paso lento pero con notable convicción, Lynch construyó una filmografía sui generis, entre cuyas obras se encuentran Wild at Heart (1990), Lost Highway (1997) y Mulholland Drive (2001).

Videodrome

El amoral autor canadiense construyó una curiosa filmografía en la que el horror venéreo y la modificiación corporal a través de la tecnología fueron su sello distintivo. No obstante, su obra de anticipación violento-sexo-alucinada Videodrome es de lo más arriesgado y visionario que diera desde aquel entonces la imaginación del llamado “Zar de lo Macabro”.

David también es el nombre de Cronenberg. El amoral autor canadiense construyó una curiosa filmografía en la que el horror venéreo y la modificiación corporal a través de la tecnología fueron su sello distintivo. No obstante, su obra de anticipación violento-sexo-alucinada Videodrome(1982) es de lo más arriesgado y visionario que diera desde aquel entonces la imaginación del llamado “Zar de lo Macabro”. Max, dueño de una estación de TV por cable, piratea una señal satelital hallada al azar, en la que se muestran escenas de tortura y asesinato despojadas de cualquier indicio de trama. Al estar expuesto a la señal de “Videodrome” el taimado Max será presa de alucinaciones que van desde mantener una conversación con los muertos mediante su pantalla de TV hasta la aparición de una abertura vaginal en el vientre que hallará especialmente útil cuando quiera ocultar armas de fuego. Videodrome se anticipa a los debrayes de la realidad virtual y especula con la desaparición de lo físico en favor de una conciencia repartida en rayos catódicos: “Long live the new flesh”.

Naked Lunch

Del mismo David Cronenberg llega una de las obras más elegantes y abstrusas producto del complicado maridaje entre la literatura y el cine con Naked Lunch (1991). Inspirado en la otrora impresentable novela de William S. Burroughs, Cronenberg narra la tragedia yonqui-paranoica del exterminador William Lee, quien tras haberle volado la cabeza a su esposa tras una hipster-orgía de heroína e insecticida se convierte en un agente encubierto enviado directo a la Interzona con una oscura misión. “Dejé de escribir a los siete años… era demasiado peligroso”, replica Lee a sus amigos poetas, y es precisamente la dimensión de la escritura manifestada en carne sana/putrefacta la que precipita a Lee a un infierno incesante.

Trainspotting

Y si de yonquis se trata es casi necio mencionar a la película que llevó a Danny Boyle (director) y a Ewan McGregor (actor) a la gloria cultesca y luego mainstream. Ah, también llevó a los elegantes Underworld al club del one-hit-wonder. Ah, la película se llama Trainspotting(1996 [véase la entrevista a Irving Welsh de Paulina Arancibia en esta edición]). La historia de los yonquis desgraciados con la oportunidad de montar un negociazo muestra socarronamente la subcultura heroinómana de una Escocia Gris, colonizada por los “pajeros” ingleses en este filme demasiado cool para su propio bien, que sin pretenderse hiperrealista navega en un mar extático de autodestrucción y traiciones medidas al compás de un excelente soundtrack.

Como puede verse la lista es interminable; las filmografías inabarcables dejándonos con la molesta sensación de haber dejado fuera muchas otras obras cuya recalcitrante presencia que siguen y seguirán estimulando nuestra pasión cinéfila. Seguramente hallaremos más de una lista que cubra las penosas omisiones en las que hemos incurrido. Sin embargo, y amén de otros esfuerzos mejor aventurados que el nuestro, el tiempo será siempre el mejor juez de cuántas y cuáles obras nutrirán el Olimpo de las obras imperecederas. ®

Publicado originalmente en la revista Melusina Bombay.
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Publicado en: Destacados, Marzo 2012, Otro cine es posible

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  1. hector metivier

    mucho me interesarian recibir los nuevos clasicos del cine. Ustedes me diran de que manera los recibo.

  2. Heavenly Creatures, no solo fue la obra maestra de Peter Jackson, si no que ademas esta basado en la historia de la vida real de Pauline Parker y July Hulme, mas conocido como el asesinato «Parker-Hulme» como leyenda urbana en Christchurch, Nueva Zelanda.
    Una historia muy intensa si se logra entender el grado de opresión-control bajo el se vivió en Christchurch en 1950’s siendo Nz una colonia tan joven (menos de 100 años en ese momento), y esta misma ciudad el asentamiento católico-ingles de la época.
    Una historia intensa y bien lograda, la recomiendo mucho.

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