I
Saber de vida y de muerte, la poesía es una pirámide a la inversa, fecunda la tierra y logra la lluvia. El Yo soy otro de Rimbaud no es nada más un rayo verbal. Implica el reconocimiento de un lado en penumbra, de una era geológica de nuestra piel.
Para serlo, hay que parecerlo. El Poeta principia por una actitud, da por inadmisible la traición a su oficio, so pena de perecer devorado por su contrario más íntimo.
Aunque emplee recursos complejos, o avance por escarpadas pronunciaciones del lenguaje, a la poesía se le trabaja en la zona de lo vivencial, en los cortes más finos del ritmo y la vocalización.
Mientras los pragmáticos muelen la realidad tornándola en un fraude, la poesía corre en sentidos contrarios. Mostrándole la frente, lee al reverso del pensamiento. Clama por la riqueza de ángulos, por la perfección de la obra.
El consumo apuesta por lo pasajero, por el úsese y tírese de objetos y personas. Las políticas laborales explotan al máximo los bienes terrenales, eso incluye a la gente. La producción posee un carácter fabril: mata a los obreros y busca el colapso de los ejecutivos, hace de la muerte un suceso pequeño, serializado.
En contraste, la locura poética reinaugura nuevas y antiquísimas vertientes: el escalofrío de reconocer nuestra contingencia. La luminosidad de convertirnos en lo que somos (Aristóteles) y desafiar a las tiranías.
La poética quiere arrinconar a los reduccionistas y su depósito monetario por la salvación de las almas, al globalizador creyente en el Dios del castigo, de la violencia, de la tierra pensada sólo como una ruta de evacuación.
El poeta honra al verso llevándolo a la lujuria. Realiza lo irrealizable para los dignatarios: sacar de los escombros a las sirenas. Le tiene sin cuidado enloquecer de rabia, indignarse ante la indolencia de los conductores mirando desde muy arriba a los indigentes.
II
La locura de un poeta es confiar en la mirada, en la voluntad del tacto, en lo íntimo de un libro, en el goce por escuchar la ramificación verbal del poema, en entender lo inseparable de forma y contenido, en borrar nuestros nombres de la libreta del carcelero.
La loca poesía insistirá en no seguir a los pastores. Es la soledad sonora (san Juan de la Cruz). Se expande en círculos. Es la persistencia de un Reino Milenario, la llave de tu vientre, el mar abriéndose para que pase el viento.
La poesía: desmontaje de la Torre de Babel, la ciudad y sus más notables cicatrices.
Aquí, en conglomerados donde la mortandad es el cultivo más apreciado, donde las cifras y estadísticas adquieren el esquema de la ritualización, donde los don nadie administran con éxito el desánimo y regulan minuciosamente la destrucción de ríos, especies, pueblos, bosques.
Aquí la poesía le toma el pulso a la interioridad, registra el color de la voz, los afanes de alguien cuando se siente en alguien. Aquí, la poesía rescata a la belleza de las manos de sus captores, interviene el teléfono del asesino que planea el terror desde sus oficinas.
La poesía es el carnaval: invierte los papeles, desactiva la solemne frivolidad, conspira con los pájaros, cree en los que ya no creen, se niega a seguir la receta del psiquiatra, los primeros auxilios del inquisidor. Estipula sus responsabilidades desde el tu y yo. Es el arrojo de un adulto que no niega que fue un adolescente.
La poesía quiebra los métodos retóricos, se deslinda del birrete y de la toga. Prefiere la sorpresa, lo volcánico, la actividad mental, la mordida a un durazno, cruzar en globo y celebrar a la tierra desde las perspectivas. La poesía: desmontaje de la Torre de Babel, la ciudad y sus más notables cicatrices.
La poesía: pan de cópula para quien la desee, arma de múltiples filos. Es la vocal del loco y del rebelde, de los excéntricos y los equilibristas. Es un instrumento polifónico, el camino hacia el escenario del sí mismo. ®