Sonia, anorgásmica… casi

Una conversación con la sexóloga

Diversos testimonios confirman que existe un instrumento infalible para hacer que la mujer alcance el orgasmo. Está al alcance de todos. ¿Quieren conocerlo? ¡A leer!

—De modo que nunca te has corrido con ningún hombre.

—Nunca.

Sonia me dejó de piedra al hacerme semejante confidencia. Sin embargo, me atrevo a afirmar que mi amiga es muy divertida en la cama. Se le nota por su personalidad casquivana y, ¿por qué no decirlo?, por su nerviosismo pélvico.

—Soy un desastre, no me viene aunque se desgañiten montándome como locos o lengüeteando posesos.

—¿Y si te lo haces tú a ti misma?

—Sólo lo consigo de una manera, y he de estar sola.

¡Qué curiosa es la sexualidad humana! Sonia sólo consigue alcanzar el clímax de un único modo, muy concreto. Pero vayamos por partes.

Sonia es egocéntrica, sin duda tiene mucha necesidad de hablar sobre sí misma y muestra una permanente incontinencia verbal, virtud que me ofrece la oportunidad de escrutar en su alma con toda comodidad. Morena de pelo rizo y graciosa nariz de cerdita, tiene unos ojos verdes jaspeados muy expresivos, con los que gesticula sin parar, abanicando a sus contertulios con sus largas pestañas azabache. Su cuerpo es un auténtico parque de atracciones con unas montañas rusas de vértigo que decora como un árbol de navidad, pendientes de aro, collares de mil vueltas, pulseras tilintileantes, anillos superpuestos, cinturones de cadenas, medias de fantasía, tacones de aguja, afeites exóticos o perfumes. A presumida no hay quien le gane. La verdad es que aparenta bastante frívola y se carcajea de todo. Inquieta de ingles, le gustan los hombres de billetera potente y se la ganan fácilmente con regalos caros. Siempre termina sufriendo como una loca, porque tiene debilidad por los sinvergüenzas mujeriegos. Pero antes de pasarlo fatal, lo pasa bomba. Ahora se hace acompañar por un tal Federico, el último de una larga lista de “amores eternos” y del que, como de todos, habla maravillas.

—Es un fiera, Susana.

—Un fiera ¿en qué sentido? —me encanta tirarle de la lengua.

—Todo pasión. Ayer mismo fuimos a Las Palmeras y ya en el ascensor me iba metiendo mano por debajo de la falda y ¡no veas cómo estaba lo que tenía él debajo del pantalón!

Sonia, para enfatizar su descripción, acompaña sus palabras apretando el puño, dejándome claro lo durísimo que estaba aquello de debajo del pantalón, me sonríe haciéndome entender y continúa.

—¿Ya te he hablado de su polla?

—No.

—¿No? Pues agárrate nena: la tiene así —Sonia alza sus dos dedos índices manicurados en rojo separándolos a una distancia imposible y, todavía no satisfecha, continúa—: Y de gorda, así —ahora hace un círculo para el que necesita emplear ambas manos cuajadas de sortijas.

—Ya, tremenda envergadura.

—Antes de abrir la puerta ya me besaba en el cuello y en el escote como si me quisiera comer, mordiéndome los labios, metiéndome la lengua hasta la garganta. Parece la bestia, me arranca la ropa, ¡la rompe! Se muere por mis pechos, parece que no hubiera visto unas tetas en su vida, se desvive lamiendo, chupando los pezones…

—Vale Sonia, pero eso es un tópico —le respondo escéptica, para picarla, para que siga largando.

—Sí, sí. Lo típico, pero siempre me sorprende, es impredecible. Por ejemplo ayer, va, y al poco de entrar en el cuarto me voltea tomándome fuerte por las caderas, me sube la falda hasta la cintura y me baja las bragas hasta los muslos. Así, sin darme tiempo a reaccionar. De repente me veo arrodillada, el culo en pompa, es decir, a cuatro patas, ¿me sigues?

—Te sigo.

—Él posicionado detrás, bufando como un buey, y yo, claro, a la espera de que me inserte la inyección, pero en vez de eso acerca allí su boca, ¡qué subidón! Qué arte tiene, Susana, ¡qué estilo!

—¿Y conseguiste correrte?

Su cuerpo es un auténtico parque de atracciones con unas montañas rusas de vértigo que decora como un árbol de navidad, pendientes de aro, collares de mil vueltas, pulseras tilintileantes, anillos superpuestos, cinturones de cadenas, medias de fantasía, tacones de aguja, afeites exóticos o perfumes.

—No, no me corrí, pero tanto me da. Mira, yo no sé decirte qué es lo que me hizo pero veía estrellas, estrellas en tecnicolor. Después de eso ya me volví loca y toda yo era un coño feliz. En esos momentos puedo hacer de todo y le hago de todo a él, me encanta verle cachondo-cachondo, todo colorado, con las venas del cuello inflamadas, ¡y las del otro sitio ya no digamos! ¿Sabes esa central que les va desde las bolas hasta el capullo?

—Sí.

—Pues la tiene marcadísima, siempre a punto de reventar. Federico es un pura sangre, te juro que cuando me la mete me entran espasmos y estoy a puntito, a puntito de irme todo el tiempo, la balancea dentro de una forma que de verdad que nunca me habían follado antes así. Hace como un giro bailón, una rumba, una samba, un rocanrol, pero claro es que una polla como la suya no la tiene cualquiera.

—Pero ni con el rocanrol hubo orgasmo a la vista.

—Ay hija, qué obsesionada estás con el orgasmo. Eres una antigua, Susana, ¿cómo que nada? Por Dios, lo tuyo es de sexólogo. No llego al final, pero te juro que la gozo.

—¿Y él sabe que no te corres?

—¡Noooo! ¿Eres boba? Él cree que soy multiorgásmica.

—Pero eso es fingir, Sonia, y eso es muy feo.

—Déjate de historias, yo no finjo, me lo paso genial. Chillo porque me gusta lo que me hace, pongo esa voz de soprano: ¡Ay! ¡Ay! ¡Me corro, me corro!

—Seguro que lo haces genial.

—Sí, yo creo que sí, estoy convencida de que cuela. Me chifla ver su expresión de machote complacido.

—Sí, pero todo es una farsa, ¿no sería más noble que le contases la verdad?

—¡Qué pelma! Mira, después de todo ese follar y no parar, me deja tan caliente que luego ya me las arreglo.

—¿Cómo te las arreglas?

—Pues, me voy a la ducha.

—¿…?

—Al chorro.

—¿Al chorro?

—No te hagas la tonta, Susana —me dice. Ahora noto un cierto rubor en su rostro, pero lo vence al instante y continúa—: El chorro de la ducha ahí es infalible. Es enfocar el grifo en el clítoris y mano de santo, en dos minutos tengo un orgasmo tan potente que me tengo que sostener a la pared para no desmayarme, un verdadero incendio con inundación.

—Y vuelves a la cama.

—Vuelvo a la cama la mar de contenta. Y él, otra vez a la carga. ¡Tres palos en tres horas!

—Y después de cada uno, ¿te vas a la ducha?

—A la ducha, al chorrito.

—¿Y Federico?

—¡Fede está convencido de que soy una maniática de la higiene íntima! ®

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Publicado en: Apuntes y crónicas, Febrero 2011

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