Viaje al final del cumbión

Diez temas de agarrón para enamorados*

Éste es el sabor de mi Comarca. Puro veneno.
—Dimas Maciel

1

Han sido años de gozadera sin tregua. No todos continúan. De los once Chicos de Barrio originales sólo quedan dos: Dimas Maciel y Susana Ortiz, las voces y la imagen del grupo. Los demás quedaron en el camino: algunos formaron grupos de cumbias, otros se dedicaron a la fayuca, otros se hicieron técnicos de sonido o maestros de música, uno murió en un accidente en el tajo. Márcala. Gózala. Castígala. Ésta es la cumbia. El sueño lagunero. Al tiro, no es para cualquiera.

2

Conocí a los Chicos de Barrio en un baile en Sapioriz, Durango, tierra de los cardencheros. El concierto era en el salón de actos sociales El Nogal, un escenario entre una pista de concreto rodeada por montones de tierra usada para tirar miados.

Beto Nájera, saxofón, nos recibió: íbamos mi novia y yo. Conocía a Beto por llamadas telefónicas. Nació dentro de una familia dedicada a la música en la colonia Maclovio Herrera, en la orillita del río Nazas, antes la Zona de Tolerancia. Es hermano de Juan Ángel Nájera, alias el Yiyo, antiguo tecladista y principal compositor de las rolas de los Chicos, el cerebro junto con Dimas Maciel. Pásale, carnal, ahí están en el camión, mira, él es Lupe. Representante y socio, cristiano y chofer del camión, cuando viajan pone discos de música cristiana, predicaciones y testimonios. ¿Una cheve, padre? Ni pensarlo.

No tarda en llegar Dimas, orita en unos diez minutos. Dimas Maciel, voz e imagen de los Chicos de Barrio, el cumbianchero por excelencia, galán, ropa de marca, presencia. Mi chica y yo pasamos al Nogal. Beto platicaba con los técnicos de sonido. Los demás Chicos faroleaban o tiraban barra en el camión. Empezó a entrar la gente. Dimas llegó guiado por un guardia y tres morritas. Lente oscuro en medio de la noche cardenche, un artista. Tomé un trago y abracé a mi novia. Sentí que éste era mi momento, el principio de una aventura hasta las entrañas de la cumbia lagunera, la historia de mi Comarca desde el polvo y el sabor.

A lado del camión unos morritos sacaron una bolsa de polvo. Ora, el tarjetazo fulminante. Luego el miado en la llanta del autobús. Se sabe que la cumbia y la loquera son amantes, van de manita sudada.

Lupe me invitó al camión.

Todo oscuro. No veía a nadie. Al fondo, como en los viajes al inframundo, una luz cálida. Saludé. Algunos iluminaron su cara con su celular. Beto me guió hasta Dimas. Al fondo, allá donde está la luz. Pasé por los asientos y las camas. Entré al cuarto. Dimas acostado, ojos semicerrados, dos morras en la cama y una más sentada con una Biblia entre sus manos. Dios te bendice, hermanito, ¿en qué te puedo ayudar? Saludé a las damitas: una gordita y dos morenas delgadas y chulas.

Sudé frío. Tan cerca y tan loco. El pase me soltó la lengua. Dimas, es un honor conocerte, soy escritor y quiero hacer una novela sobre los Chicos y el cumbión, ¿cómo ves? Dimas se incorporó, peló los ojos y asintió. Orita ya vamos a tocar pero pásame tu teléfono y nos ponemos de acuerdo para platicar. Va a estar chido, va pa largo, hay muchas cosas. Mi corazón galopaba sin tregua, ¡cámara! Quedó en hablarme e ir al estudio a platicar. Arreglaba las últimas rolas de su disco número dieciséis. Me despedí con gusto, miré de reojo a las nenas.

En el baile los Chicos rifaron.

Nomás están pide y pide rolas y no mandan nada. No manchen, rólense unas cervezas, un seis y así no se olvidan los saludos, dijo Dimas antes de cantar la cumbia más esperada de la noche: “La cita”, el himno de los amantes. Creo que todos en la Comarca han hecho el amor con esa rolita de fondo. Al menos yo sí y tengo el gusto de haber convencido morritas con el clásico estribillo imagínate que yo no soy yo, que soy el otro hombre que esperabas ver, un desconocido que te ha escrito un verso y te dibujó la luna en un trozo de papel. Ese amante improvisado, misterioso apasionado… Se dejaron caer.

Los bailes de rancho son diferentes a los de la ciudad. Para empezar la raza no la sabrosea igual, no tiran barrio ni señas, ni bailan tan pegadito. En los ranchos te compras un six, abres dos latas, una para ti, otra para la dama y las otras cuatro cuelgan de tu mano izquierda; así ni cómo abrazar a la reina.

3

Fuera del aire, Dimas Maciel, dueño de los Chicos de Barrio, manotea, regaña a la banda: qué pasó, no se agüiten, cuando pase la cámara tiren barrio. Los Chicos celebran su 16 aniversario en el programa musical Mira Qué Bonito, en las instalaciones de Multimedios, frente a su raza: desde La Laguna hasta el Chuco, los Chicos rifan.

Los Chicos de Barrio son los exponentes de la cumbia lagunera. Cumbión mezclado con hip hop, rap, salsa, merengue, tropical, ritmo acelerado como hechizado por la soda colombiana.

En el set: conductores, técnicos y músicos. Multimedios no permite la entrada al público. Hace calor, Dimas se quita el sombrero y el paliacate, las cámaras ya no son nada, recuerda las palabras de Juan Pablo Carreón, cuando hizo su primera audición para Grupo Everest: han venido como unos cincuenta vatos y cantan chido pero unos están flaquitos, otros están gorditos, otros feos, la neta no parecen artistas. Don Juan conoce el negocio, sabe que en los bailes hay varo, la artisteada en La Laguna desde Tropicalísimo Apache se volvió un estilo de vida. Dimas voltea con el grupo, sonríe. Y yo me quedé. Yo sí reuní los requisitos.

En Everest se conocieron todos los Chicos de Barrio, los originales. ¿Dónde estaban ahora?

Regresan de comerciales, los once integrantes saludan, tiran señas con las manos, saludos para clicas y colonias. El uniforme: pantalones tumbados hasta debajo de la rodilla, playeras holgadas, paliacates en la cabeza, broqueles brillosotes de plata y zirconia, calcetas largas y tenis blancos. Pura marca: Ecko, Fubu, Ed Hardy. Desde hace diez años dejaron de vestirse como banda salidos de la obra para verse como hommies salidos de boutique gabacha. Así pegaron macizo. Era el tiempo en que la quebradita iba pa abajo y los pantalones aguados iban pa arriba.

Buenos días, Comarca, buenas noches El Cuije, el Zorro los saluda. Fernando Rosales, mejor conocido como el Zorro, es el conductor del programa. Sonríe. A su lado Dimas y Susana enmarcan el cuadro. Ella es alta, robusta, greña china y larga amarrada con un chongo en la mollera, falda corta y medias de red, botas militares, camisa blanca y chaleco negro.

—Tenemos una llamada para los Chicos, ¿de dónde nos hablas?

—De Austin, Texas.

—Oiga, dígale algo a los Chicos de Barrio, la están escuchando.

—No, pues tocan bien padre, a ver cuando se vienen a dar una vuelta por acá, que ya los extrañamos.

—Nomás deja que nos lleguen las visas y nos arrancamos para allá.

Dimas lo dice en serio. Los Chicos se ríen. En el sillón su representante, José Guadalupe, suelta una carcajada. Lo saben: en el otro lado está el mercado. Allá grabaron en 1995 su primer disco Rica y apretadita.

—Bueno, nos da muchísimo gusto que nos hable y gracias por estar sintonizando triple w punto multimedios punto tv. Gracias y le mandamos un abrazo.

—De nada, y le mando saludos a mi familia, para la vulcanizadora Ayala de ahí del ejido Ana, para mi mamá Isabel que está orita mirando la tele. Gracias.

El brillo de las estrellas cumbiamberas no apaña al Zorro, con su sombrero negro y sus botas picudas domina el escenario. Es del popular barrio de Trincheras en Gómez Palacio, donde se han forjado los músicos y luchadores más bañados. Hora de la entrevista.

—Celebramos el 14 de febrero y los dieciséis años de gira artística de esta agrupación. Han pasado muchas figuras por aquí pero lo importante es que la agrupación siempre ha estado.

—Siempre, sobre todo las voces, aquí Susy y un servidor seguimos todavía adelante. Se ha dicho, se ha especulado que si yo estoy o no estoy. Andamos en el camino de Cristo, claro. Pero todavía seguimos un rato hasta que el Señor quiera o hasta que ustedes nos aguanten.

Los demás músicos sonríen, platican entre ellos, se secan el sudor de la frente, nadie los mira, si no tocan no salen. José Lupe contesta llamadas. Felicitaciones y saludos. Lupe ríe sin tomar recados, es el teléfono para contrataciones. Espera que caigan jales chidos. Llevan dos meses sin tocar y la cosa se pone difícil sin las visas.

—Muchachos, para toda la Unión Americana un saludo, ellos son Chicos de Barrio. Dieciséis años. ¡Fierro!

4

En Gómez Palacio, Durango, los cholos se dejan caer macizo a los bailes. Confieso que tuve miedo. A veces me parece que me miro cherry y totalmente fuera de lugar.

Mi novia me acompañó para tomar fotografías. En la entrada del salón Ferrocarrilero los encargados de seguridad, unos cholos con las cejas depiladas, con la piel lisita como porcelana morena, me quitaron la cámara. Aquí no se toman fotos, pareja, bórralas. Borré las fotos una por una. Si sigues tomando fotos te partimos la madre y te rompemos la cámara. A la sorda, el Nene, teclados, me dijo, adentro no hay pedo, vienes con nosotros y dices que tomas fotos para la página de internet. Gerardo, güiro, asintió.

Afuera se escuchaba el cumbión de la Sonora Dinamita o, como dijo Dimas, “Deamentiritas” porque son pura banda de Torreón, no los de Colombia. Ahí toca Yiyo. ¿Por qué dejó los Chicos? Nadie contestó.

En Gómez Palacio, Durango, los cholos se dejan caer macizo a los bailes. Confieso que tuve miedo. A veces me parece que me miro cherry y totalmente fuera de lugar.

Al tiro porque a ese bato le gustan los problemas, el Nene se refería a Ismael, guitarra, el más chavo, andaba uniformado desde dos horas antes de salir a tocar. Es bien foyonero, dijo Nicho Colombia, acordeón, vato salido del fervor de grupos colombianos en los barrios a finales de los noventa. ¿Foyonero?, pregunté. Llamar la atención, complementó el Nene. Antes de tocar y después de tocar no se quita la ropa y anda dando vueltas pa que la gente lo vea, explicó Nicho.

Mi novia tomaba fotos, la llevé de fotógrafa aunque habíamos peleado. O mejor dicho, no sabía si seguíamos como pareja. Un día nos despertamos temprano, me puse a leer y ella me dijo: Ya me voy, ayúdame a mover la cama; voy a sacar todas mis cosas. Espérame diez minutos y te ayudo, estoy leyendo, chinga tu madre, le voy a hablar a un amigo. Al poco rato llegó un compita y sacaron algunas cajas con sus cosas. ¿Para qué tanto circo? Además, ¿qué había hecho?, sé que la he cagado muchas veces, pero esos días no. En el Ferro ella sonreía. El cumbión nos unía, nos marcaba machín.

Dimas llegó escoltado por gente del staff y las mismas tres morritas. Nazul, qué tal, pásale al camión, hermano. Dimas, ella es mi…; ah, tu novia, la licenciada, mucho gusto. Subimos al camión. Nomás pérame, Nazul, siéntense, me voy a poner una inyección, ¿no traen alcohol?, ¿nadie?, ora pues, Nicho, ¿traes perfume?, préstalo, aquí traigo un calcetín y ya con eso se arma.

Es hora de foyonear, Nicho agarró su acordeón y salió uniformado.

Al fondo del camión Miguel, saxofón, cabizbajo, se desperezaba. ¿Te estás concentrando o en qué piensas antes de salir?, no, nomás estoy bien aburrido, ¿y Beto?, ahí anda, fumando con los otros. Dimas se pone la inyección con ayuda de su hija, una morenita delgada, castaña, de rostro amigable, los del staff siempre la cuidan y la llevan al escenario, al fondo, ahí disfruta, canta en silencio, se mueve con timidez.

Entramos al Ferro. Atascadísimo. Pasé al baño, no había privados, sólo mingitorios y puertas caídas, ¿un pericazo?, no quise, después hubiera tenido que invitarles a todos. Soy solidario pero no pendejo.

Silencio. La raza despejó la pista de baile. Chingos de latas vacías pisadas decoraban el piso. La libertad se siente cuando terminas tu cerveza y lanzas el cadáver al suelo, cuando se baila y se pisan las Tecates, agarras chidote el ritmo.

Los Chicos tomaron sus lugares.

Suena la grabación para presentar al grupo. Una mezcla de Carmina Burana, ritmos colombianos, sonidos láser y una voz grave y desafiante: ellos son Susana Ortiz y Dimas Maciel, los Chicos de Barrio.

Griterío. Desenfreno. Han pasado diesiséis años y los Chicos prenden machinsote.

Yo quiero que me toque una cumbita y quiero que la baile Maribel, quiero ver su graciosa figurita moviendo los pies. El Ferro se reventaba. Cumbia pa arribota, festival colombiano, a mi lado unos compitas bailan golpeado, rápido, señas al aire como si le rezaran a la virgen; atrás un par de vatos ondean unas playeras con el nombre de su clica como si fueran banderas. Mi chica sonríe. Se mueve como si caminara sobre un río de cerveza, graciosa, embriagada, para mí, cabal, no lo duda, su baile es una ofrenda y yo me entrego, la marco.

Un saludo para Nazul y su esposa que están aquí y son bien chidos, Dimas me conmovió, sabía que no era mi esposa pero en el baile se festejaba el día del amor y nosotros somos una raza de sentimentales. Mi preciosa florecita de melón, tu fragancia siento en el corazón, la favorita de mi novia, “La flor de melón”. ¿Cómo lo supo Dimas? Es uno de los misterios de la cumbia, las rolas matonas en el momento justo.

Báilelo chidote de cartoncito, déjese cai, déjese cai, Dimas invitó al sabroseo. Un grupo de cholos se turnaban con una morra que me cautivó. Morena, ojos grandes, trompa parada, sombrero de medio lao, cabello lacio, largo, negro, blusa pegadita, pantalones a la cadera; en realidad nada la hacía resaltar. Se movía con ritmo, salvaje, divina, movía los hombros como una serpiente emplumada bajando por la pirámide del sol, mientras un vato con playera dos x l de los Cowboys la marcaba.

Miré a mi novia. Ojos cerrados, sonrisa apenas insinuada. Abrió los ojos, la tomé de la mano, ¿por qué no bailamos arrimados? Su cuerpo cerca, movedizo. Vi a Dimas, a Susana, a todos los Chicos, se entregaban, se debían a nosotros y nosotros vivíamos por ellos, dentro de aquella bodega en el fondo de algún rincón del universo le sacábamos punta al tenis o al tacón. Regocijo, baile, cumbión, olvidé la cocaína que traía en el calcetín, respiré hondo hasta inflamar mi pecho de puro veneno, pura Comarca, puro sabor, puro amor, mi novia, uno solo tiramos barrio.

5

La cumbia desató los sueños, éramos chicos, éramos barrio, podíamos bailar con la más buena, con la más joven, con el palo de tus sueños, podías hacerlo todo y no había pedo.

6

La cumbia desató los sueños, éramos chicos, éramos barrio, podíamos bailar con la más buena, con la más joven, con el palo de tus sueños, podías hacerlo todo y no había pedo.

Afuera las chicas de limpieza de Multimedios se toman fotos con Dimas. Los muchachos se cambiaron de ropa. Ahora visten mezclilla y playeras. Se recargan en la pared del estacionamiento. Otros fuman en la esquina. Dos de la tarde, hora de la botana, es invierno, el sol golpea con todo. La calle vacía, huele a carne asada y a unas cuadras se divisa el humo de los asadores. Torreón Zona Centro.

Pasa una culona pelirroja. Por un momento se olvida la sed y todos voltean a ver esas nalgas dirigirse a Dimas.

—Mira nomás lo que se comía el Maciel.

Se llama Alma, sonríe, saluda, abraza a Dimas. Dice que pasaba por pura casualidad. En La Laguna uno nunca sabe dónde se puede encontrar a un artista o a un luchador. Hay que ponerse trucha. Culo del Alma, mamacita destetada, se despide apretando el pedorro.

Dimas regresa con la banda.

—Que dice que tiene un hijo mío, Lupe.

—¿Y sí?

—Me mostró una foto y el cabrón está bien feo, pobrecillo, tiene la cabeza de dos pisos como yo. Tampoco puedo decir que sea mío pero si me lo quiere colgar a mí, pues bienvenido.

—¿Y qué quería?

—Lana, ya sabes. Y sobres, ahí te va.

Pasan otras nalgas, dos morritas. Todos giran el pescuezo.

—Parece que las tablearon, ¿edá? Pinches nalgas todas planas.

—Pero ésas son las mejores, mira a Almita, pinche pedorrón pero todo lleno de celulitis y granos. Y yo lo tenía aquí encima.

Ríen. Dimas les recuerda las dificultades de esta carrera.

—Muchas viejas quieren tu lana, muchas quieren andar en el cotorreo, muchas quieren un hijo para sacarte la lana, muchas son conflictivas, muchas están locas, muchas están bien zafadas.

7

Dejé de tomar durante diez días. Traía una tos de perro y andaba charrísimo. Las drogas y el alcohol son mi mejor inversión. Mi novia volvió a dormir conmigo. Hemos salvado nuestra relación de distintas maneras. Nunca creí que Dimas Maciel, el símbolo de la cumbia en La Laguna, nos tiraría paro. Gracias.

Dicen que Matamoros, Coahuila, es una ciudad. Tiene una avenida grande y un antro con estacionamiento para bicicletas, el Baby Kart.

Decidí no ir con mi novia. Era el último baile de los Chicos antes de su gira por Estados Unidos. Esperaban las visas con ansias locas. Desde hace cuatro años los músicos han perdido trabajo en México por el desmadre de la violencia.

Llamé a Vladimir Castañeda, antiguo compañero de la prepa, ingeniero y fotógrafo. Dicen que en la prepa me acusó a mí y a un par de amigos de haberle rayado el carro a la maestra de química. No recuerdo si lo hicimos, pero sí le dimos un madrazo con un cilindro de concreto. Nuestro error: haber dejado el cilindro debajo del carro, pensamos que sería divertido. Vladimir es un tipo noble, político.

Dimas me citó en el Oxxo de Sarabia y bulevar Revolución, a un lado del Cactus, motel de tradición. Siete en punto. El Nene y Menny, bajo, platicaban sobre una balacera. El camión llegó por nosotros.

Ah, chinga, ese Nazul, qué onda, Nicho y Bitro, percusiones, me saludaron. Platicamos. Como la mayoría de los músicos laguneros, han sido autodidactas, de puro oído y de lo que dice la gente. De mí salió el gusto y yo me enseñé solo, dijo Nicho. Ríen. Sus primeros instrumentos se los compraron sus papás. Bitro es de Chávez, su papá y sus tíos eran músicos, eran Ritmo seis: tocaban de a madre en la zona de Saltillo. Era su pasionsota. Allá duraron un rato jalando. Eran zonerotes de corazón. En Torreón la Zona de Tolerancia desapareció en la década de los noventa. Los músicos y las putas tuvieron que jalar pa otros lados, todos salimos perdiendo.

¿Qué, Nazul, te vas a quedar hasta el menudo mañana?, Menny en los brazos de Susana que se veía como una niña, sonriente; su voz grave te apaña y te conmueve, es un prodigio. Los demás Chicos le caen por su cuenta al baile. Y no, nadie garantiza el regreso a casa.

Nicho tocaba con los Primeritos de Colombia, agrupación de la colonia Primero de Mayo en las faldas del cerro, son sucios pero la raspan machín. Cuando se salió Yiyo de los Chicos me invitaron a grabar el acordeón y de ahí salió la invitación para jalar. Me salió mejor oferta aquí, son más viajes, más jale, más todo.

La noche se puso fresca, atravesamos los campos de cultivo, Matamoros nos recibió. Lupe estacionó el camión. Terminó la conversación. Por lo pronto deja voy a mi verdadero jale: cargador. Te invito pa que entres de a grapa, edá, Nicho se puso su gorra blanca con las iniciales NY.

Movimos bocinas, pedestales, cables. Los Chicos no se andan con mamadas, si van a sonar que se oiga el sabor de la Comarca.

Vladimir llegó. Cámara profesional, zoom impactante. Nos saludamos, me pregunté si realmente habrá sido él quien me acusó. Llegaron un par de morritas. De quince a dieciocho años, vestidos ligeros, piernas hermosas: el cumbión y los barrios forjan la mejor carne.

El baile era a las once de la noche. Dimas llegó a las diez y media acompañado de su hija. Nos saludamos y nos metimos junto con Dimas al salón. El staff nos abrió el paso, todos querían tocar a Dimas, querían una foto, un recuerdo, un apretón de nalga o lo que fuera.

Para todos los cholos de Matamoros, Dimas se meneó en el escenario, meneó el bote y las chavitas levantaron la mano para nalguearlo. Agarraron carne sin caricias.

Vladimir tomó fotos perronas. Algunas morras posaron para la cámara, otras querían fotos con los artistas.

En el intermedio Vladimir y yo salimos en su coche a recoger a su hermano, cotorreaba en una fiesta y ya se querían meter a su casa. Manejó por una calle oscura. Frenó de golpe, habló por teléfono a su carnal. Metió reversa y se escuchó un madrazo. Vi por la ventana una bicicleta, una morra tirada y un vato tratando de levantarla.

Pensé que lo mejor sería irnos perdernos en la noche y regresar al cumbión, total, a quién le importaría, accidentes y balazos acaban con gente donde quiera. Vladimir bajó del carro antes de que pudiera decirle que nos fuéramos. Está embarazada, está embarazada, ¿te duele algo, mi amor?, preguntó el vato, la chava respiró agitada, se tocó la panza, no te aguantes, amor, si te duele que te duela orita en caliente. Vladimir insistió en llamar una ambulancia. ¿Quería que nos cargara la verga? No mames, pareja, mira cómo dejaste la bicla, ya no sirve, esos rines me costaron seiscientos baros cada uno. ¿Ya se te bajó el susto amor, quieres ir al seguro? Treparon la bicicleta a la cajuela, se acomodaron en el asiento trasero y fuga.

Llegamos al Centro de Salud después de tirar la bici en casa de la pareja. Las enfermeras tomaron los signos vitales de la chava, la pasaron con el doctor, en menos de cinco minutos regresó con una caja de medicamentos para el dolor y la presión. ¿Y el ultrasonido? A nadie le importó, ni a los mismos padres.

En el Baby Kart los Chicos de Barrio tocaban. Su música era un sueño, ¿quién quiere despertar y verse, a la mañana siguiente, madreado por la cruda, sin varo, sin jale?

8

El baile terminó a las dos de la madrugada. Encendieron las luces, la gente salió, los Chicos de Barrio tocaron sin público un par de rolas más. La cumbia azotó las paredes, salió por la puerta y encontró su destino en la calle: las parejas que regresaban montados en bici, el vato sentado y la morra en los diablitos.

De nuevo cargamos cables, instrumentos, pedestales. Dimas se fue de inmediato. Beto platicaba con una morena que le ofreció su casa para pasar la noche. Miguel, su sobrino, tenía listos los saxofones para pelarse a la Maclovio.

Lupe se metió al camión con el fajo de billetes. Ahí despachó a los músicos.

El baile había terminado pero algo bailaba entre las sombras. Candela, papá. Sabor. Cuando el baile termina, algo de tu vida queda prendido hasta que, con la mañana, muere, se va barrido con el cumbión.

9

Al fondo del camión, en el cuarto, Dimas hojea la Biblia. Tiene sueño pero no puede dormir, su cabeza hierve de recuerdos. ¿Apoco nomás porque eres artista puedes gritarme, puedes humillarme? La música, las esposas y las amantes son una combinación de éxito. Un salmo para calmarse. Temor de dios. Ha elegido este camino y vivirá hasta la inmortalidad. Ponle tú que en 45 años ya no exista pero quedará mi voz. Mis nietos verán Mucha Lucha por Cartoon Network y me escucharán.

10

El baile había terminado pero algo bailaba entre las sombras. Candela, papá. Sabor. Cuando el baile termina, algo de tu vida queda prendido hasta que, con la mañana, muere, se va barrido con el cumbión.

Tira paro, Nazul, vamos a hacer jalar la troca, Beto me mostró una Dodge del setentaialgo, una troca sacada del yonque, oxidada, sin vidrios; abrió el cofre. De su maleta sacó la batería y un trozo de mecate. He tenido malas experiencias, hace un mes me robaron mi carro, primero fue la batería y luego el carro allá en la Deportiva cuando fui a jugar futbol.

Suspenso. Beto y Miguel miraban el motor que no arrancaba. Los otros Chicos esperaban en el camión o ya se habían ido en sus carros. Tres de la madrugada sin luna, la morena esperaba a Beto en la esquina. Una chispa, un ruido y la troca jaló. Respiraron aliviados. Nos despedimos.

En el camión alguien recordó la promesa del menudo. Rieron. ¿Hasta dónde llega el camión?, pregunté, hasta la casa de Dimas, ¿y cómo le hacen para regresar a su casa? Silencio. Susy recibió una llamada, dice mi hija que hay balacera ahí por la casa, que se escucha a madres por el Revolución. Vivo en Zona Centro, nunca me han tocado balazos, pero ya me acostumbré a escucharlos todas las noches en las colonias pegadas al cerro. Menny le habló a Beto, le advirtió de los balazos y le pidió que los llevara; lo esperarían él y Susy en la esquina de Sarabia y Revolución. Decidí bajar con ellos. Me despedí de todos. A ver cuándo nos vemos, saca tu visa y te vas con nosotros pa que veas cómo se pone chidote en el Chuco.

Cuatro de la madrugada. La Dodge apareció lentamente, a su lado una trocota sin placas, con vidrios ahumados, quemó llanta y arrancó furiosa. Susy se fue adelante con Beto. Miguel, Menny y yo nos trepamos en la caja junto con los instrumentos.

La ciudad vacía. Atrás quedaban la noche, los años, el cumbión. Cruzamos las calles desiertas, dueños del mundo, de La Laguna hasta el Chuco, el aire fresco de los cultivos golpeaba nuestro rostro; éste era el sueño lagunero viajando en una camioneta de destartalada, sin prisas, sin problemas, sin uniformes, dejándolo todo hasta el fin de semana en el siguiente baile; viajando al filo de la madrugada hasta ritmos no identificados. ®

* Esta crónica se realizó con apoyo del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes a través del programa Jóvenes Creadores 2010-2011.

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Publicado en: Mayo 2011, Narrativa

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