Constelaciones cartográficas de Ernesto Ríos

Habrá un tiempo en que ya no estaré vivo

Ríos ubica los límites de la obra al público, pero al ser el espectador el que actúa como decodificador e intérprete con buena suerte éste podría adquirir una noción de dónde se encuentra dentro de su propia realidad existencial.

Quizá el primer momento de individualidad que enfrentamos como seres humanos, y el más duro de asimilar, es al saber que “antes hubo un tiempo en el que yo no estaba vivo, e inevitablemente llegará ese tiempo en el que yo no estaré vivo”. Un nivel de abstracción donde para confrontar algo tan contradictorio como puede ser el concebir la no existencia personal resulta necesario indagar metafóricamente este tipo de afirmaciones fuera de nosotros mismos.

En la pentalogía Constelaciones el artista multidisciplinario Ernesto Ríos (México, 1975) explora con cada una de sus piezas semejante misterio y expone de forma simbólica cómo es que la mente personaliza la búsqueda del sentido de la existencia. Ya que si “fuera de nosotros mismos” somos un ser humano más, que es parte del mundo y que habrá de morir y el mundo seguirá andando sin él, entonces también es el hombre en su devenir quien define al mundo cuando lo transita de manera física, emocional y espiritual sobre caminos terrestres o rutas subjetivas que Ríos representa casi topográficamente en su arte.

Constelaciones se compone de pinturas, esculturas, fotografías, video y obras interactivas, aunque las obras en su conjunto forma parte de una colección de cinco series de laberintos cartográficos. En esta entrega se exponen diversos tipos de representación gráfica tridimensional o en un plano que describen sistemas con encrucijadas rizomáticas, las cuales, por el simbolismo, adquieren un aura profunda de significación interior.

Ríos, como artista universal, ubica los límites de la obra al público, pero al ser el espectador el que actúa como decodificador e intérprete —en este caso inducido a recorrer visualmente los laberintos a través de los mapas o a interactuar con las esculturas creadas con cerillos reciclados—, con buena suerte éste podría adquirir una noción de dónde se encuentra dentro de su propia realidad existencial.

El símbolo del laberinto representa una visión poética del universo en el que estamos inmersos, pues al no saber cuál es la forma de nuestro destino (i.e. dentro del laberinto no se sabe dónde está la salida), la única constante al recorrerlo es la toma de decisiones frente a cada incesante encrucijada que todo acontecimiento presenta. Semejante visión metafórica abarca dos tipos de laberinto, existe el que te conduce a su centro porque es el único lugar donde se encuentra la salida, y que al imaginarlo dentro de nosotros mismos podría traducirse en el viaje o camino espiritual (i.e. el Ser en la búsqueda de su centro), a diferencia del otro tipo que presenta diversas vías (algunas rizomáticas) de salida, cuya función es ponerte a prueba, como, por ejemplo, el laberinto del juego electrónico Pac–Man, la carretera, o el pensamiento.

Ernesto Ríos pintando una pieza de la pentalogía Constelaciones. Foto © Karime López.

La serie consta de obras de pequeño, mediano y gran formato que han sido pintadas por Ríos milimétricamente —con pinceles de pelo de marta del grosor de una pestaña—, en las que de manera intuitiva utiliza un sistema de representación cartográfico. Acercándose con una lente de aumento es posible apreciar el trazo de diminutas siglas, números, palabras o símbolos creados a partir de distintas capas de pintura y que, desde la distancia, parecen poemas escritos por un algoritmo. Al igual que en un mapa, la superposición de matices, ritmos y la ubicación de cada signo en un sistema de coordenadas conforman la dimensionalidad y la abstracción de los laberintos en un plano.

Ernesto Ríos, «Constelación numérica y secuencia de oro», 2017.

También forman parte de la exposición esculturas conformadas port 2,333 cerillos quemados, manipulados y reciclados.

Algunas piezas semejan mandalas laberínticos de cerrillos pegados verticalmente (en relieves con una separación de dos milímetros entre cada uno) sobre tablas de madera finamente talladas.

Ernesto Ríos, «Constelación Minos», cerillos reciclados sobre madera. 2017.

Parte de la mística del proceso de creación oscila entre la paciencia de pegar cerillo por cerrillo a la misma distancia como fichas de dominó, para posteriormente encender todos a la vez. Ríos, como buen amante y practicante de la piromancia, hace del fuego un aliado de su creación. El resultado es el rastro carbonizado de las varitas que imprime al azar la tonalidad y el sombreado natural de cada pieza.

Ernesto Ríos, fotografía de proceso: «Fuego», de la serie Constelaciones, 2017; cortesía Ernesto Ríos ArtLab.

Utilizar fósforos o cerillas para la construcción de laberintos puede ser una diabólica idea bien meditada, o un acto de piromancia y creación. El cerillo es una varilla combustible con un extremo recubierto por una sustancia que por el frotamiento contra una superficie rugosa adecuada llega a la temperatura de ignición. Y, como en cualquier proceso de combustión, el fuego se expande hacia arriba y hacia afuera, destruye y purifica y, como elemento, además de simbolizar las fuerzas internas de la naturaleza está relacionado con los procesos de mutación que llevan al sacrificio voluntario, para que emerja desde el centro un ser más sintonizado consigo. A este punto,  ¿qué otra salida existe dentro de un laberinto si no es desde su centro? ®

Ernesto Ríos, «Sand-Clock», reloj de arena interactivo. Siemens–RMIT Fine Art Awards, Melbourne, Australia, 2005.

E–mail del artista: [email protected]
Su sitio: www.ernestorios.com

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Publicado en: Arte

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