EDITORIAL

¿Qué es la derecha?

Deberíamos escribir mejor: ¿Qué son las derechas? Porque no es un sola ni creen exactamente en lo mismo, aunque haya semejanzas que las hermanan a lo ancho del mundo. Algunas con vocación democrática, otras con ninguna, las derechas van de lo razonable a lo intolerante —exactamente igual que su contrario, las izquierdas.

Sarah Palin

A la derecha del Padre están los buenos, dice la religión cristiana, y a la izquierda los malos, sabrá Él —si acaso existe— por qué. La acepción política de las palabras derecha e izquierda tiene un origen más simple, cuando después de la Revolución Francesa de 1789 los representantes del pueblo y de la burguesía se sentaron en las alas izquierda y derecha, respectivamente, de la asamblea constituyente. Pero de entonces a nuestros días ha pasado mucho tiempo y son muchísimas las formas que han adquirido las diferentes ideologías que recorren el espectro político de la extrema izquierda a la extrema derecha. En los artículos que presentamos en esta edición se esclarecen muchas de ellas.

Hay una derecha democrática cuyos principios son los que resume claramente Aníbal Romero en su artículo “¿Qué defiende la derecha?” y que transcribimos completo, para no errar en nuestra interpretación:

El pensamiento político de la derecha democrática se basa en estos principios: 1) El valor clave de la política y eje de la dignidad humana es la libertad: de conciencia, de opinión, política y económica. 2) La sociedad debe organizarse en función de la libertad de los individuos y el equilibrio entre derechos y deberes. 3) Sin propiedad privada no hay libertad. 4) Como dice Friedman, una sociedad que coloca la igualdad por encima de la libertad acabará sin igualdad y sin libertad. 5) El poder y funciones del Estado deben limitarse. 6) La justicia social es una aspiración sentimentalmente comprensible y a la vez indefinible. Una sociedad civilizada debe ocuparse de los menos aventajados en su seno, pero sin paternalismo. 7) La pobreza es un mal y ser pobre no es digno en sí mismo. Una sociedad que no sea capaz de crear riqueza siempre será pobre. 8) El único sistema económico capaz de sacar a millones de la pobreza es el capitalismo. 9) El socialismo conduce a las sociedades al empobrecimiento. 10) El capitalismo debe sustentarse en un marco de leyes iguales para todos. 11) La democracia significa ser capaces de cambiar a los gobiernos en un tiempo definido sin el uso de la violencia. 12) La izquierda triunfa en el terreno emocional, pero fracasa en el de la libertad y la lucha contra la pobreza.

La derecha ha sido estigmatizada por la intelectualidad de izquierda. La historia de Occidente durante los pasados dos siglos ha estado dominada por el pensamiento socialista, y todavía hoy, a pesar de la inviabilidad de las fórmulas económicas y políticas de izquierda, los mitos se imponen a la racionalidad. Los intelectuales de izquierda son individualistas que abrazan el colectivismo. Durante las décadas de predominio ideológico marxista la derecha fue deliberadamente señalada como portavoz del egoísmo, el desprecio a los débiles y el autoritarismo político. Mas lo que ocurrió de hecho fue que el socialismo colapsó por su esencia totalitaria y caos económico, y el capitalismo y la democracia liberal se impusieron.

No obstante, el socialismo como propuesta no perecerá, pues es un fenómeno cultural enraizado sicológicamente en el legado tribal de la humanidad. La izquierda es hoy una fuerza claramente reaccionaria, que vive de las nostalgias del pasado y carece de respuestas eficaces frente a los retos de la libertad y la prosperidad material. La irreversible crisis del socialismo europeo lo demuestra. Como vimos hace poco en Francia, la izquierda cerró las puertas a cualquier reforma que aumente el empleo y favorezca a los grupos más pobres, especialmente a los jóvenes musulmanes que languidecen sin empleos ni esperanzas. Francia es una sociedad decadente debido a su apego a los dogmas de izquierda.

Por desgracia, no toda la derecha comparte una vocación democrática, y en nuestro país y en muchos otros prefieren métodos radicales y violentos para tratar de imponer sus puntos de vista. Para los que creen en México que el panismo que (mal)gobierna al país es de corte fascista bastaría decirles que deberían volver la mirada a regímenes del pasado, como el de Pinochet en Chile o el de Franco en España, y a políticos de extrema derecha que en el vecino país del norte claman por soluciones drásticas y antidemocráticas para problemas como el de la inmigración ilegal. Ahora nos permitimos transcribir íntegramente el artículo “Ahora hablemos de violencia”, de Roberta Garza —nuestra directora— que publicó el martes 11 de enero en su columna de Milenio Diario:

Ya diagnosticamos el problema… ahora ayúdanos a prescribir la solución”. Eso dice el cabezal de un mapa de los Estados Unidos donde miras telescópicas señalan a los estados nativos de candidatos que más abajo vienen citados con nombre y apellido. Uno de ellos es Gabrielle Giffords, la diputada por Arizona de tendencia moderada —se opuso a la ley antiinmigrantes SB1070 y peleó a favor de la reforma de salud de Obama— a quien Jared Lee Loughner disparó en la cabeza durante un mitin callejero en Phoenix. El mapa ha sido retirado del sitio que lo ostentaba, que no era el de algún grupo de anarquistas desquiciados o de supremacistas blancos, sino el de Sarah Palin. Una copia se puede ver aún en el sitio del Huffington Post.

Los activistas del Tea Party —mal traducido por nuestros comentaristas como el “Partido del Te” cuando el nombre no alude a partido alguno sino a la “Fiesta del Te” de la revolución de 1773— condenaron el atentado, afirmando su repudio a la violencia, y Palin ha enviado las más sinceras condolencias a la familia de Giffords. Pero las disculpas hacen poco para minimizar la obvia responsabilidad que entraña su prevalente retórica belicosa de buenos contra malos, de confrontación exacerbada mediante el uso de palabras falsas y desproporcionadas como “socialismo” al hacer referencia a las actuales políticas públicas, y de odio justificado contra el opositor ideológico, visto como enemigo y no como adversario, que tanto fervor despierta en ciertas masas electorales y que desde las pasadas elecciones han adoptado gustosamente como asta bandera no pocos líderes estadounidenses, principalmente republicanos conservadores.

Es cierto que ante provocaciones como las de Palin y compañía la mayoría de la gente no sale a la calle a dispararle a quienes han aprendido a ver como los enemigos de la patria que atentan contra sus valores cristianos, y que la violencia física está muy lejos de ser la intención necesaria de estos agoreros. Pero eso no quita que quienes siembran la semilla del fanatismo maniqueo son tan culpables como quien tira del gatillo. Lo que falta por ver es si, después del atentado, la ciudadanía sigue dándole a esos mercaderes de la violencia y del encono los mismos réditos que hasta ahora, en vez del repudio que merecen. Una lección que, de cara a nuestras próximas campañas, los mexicanos haríamos muy bien de aprender en cabeza ajena.

La derecha y la izquierda democráticas, con todos sus matices, son partes necesarias de la vida política de cualquier país que se precie de fortalecer la democracia, las libertades y los derechos humanos. Adversarios respetuosos, no enemigos irreconciliables. Aunque es difícil concebir la política sin truculencias ni ambigüedades, corresponde a los ciudadanos exigir que por lo menos los actores políticos traten de apegarse a sus principios —si los hay— y contender con limpieza por el poder. Acaso es mucho pedir, pero por nosotros no queda. ®

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Publicado en: Destacados, Enero 2011, La derecha

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