El feminismo y la lengua española

“Ese lenguaje también es nuestro”

Desde sectores distintos de la sociedad se han dejado escuchar voces feministas que intentan afanosamente vindicar un lenguaje que, alegan, las incluya y no las haga invisibles.

Imagen tomada de www.molmar.blogspot.com

Y es que la lengua española, como asegura en su página la Federación de Mujeres Progresistas, “contribuye a elaborar imágenes negativas de las mujeres y a perpetuar la situación de postergación del sexo femenino. La Lengua Española refuerza su posición tradicional y refuerza la discriminación a través de estereotipos y clichés que forjados por la tradición cultural, no tienen ninguna base científica”.

De ahí que distintos colectivos, organizaciones, asociaciones, grupos e individuos, principalmente feministas, han venido buscando y proponiendo métodos que contribuyan a erradicar todas aquellas formas de expresión lingüística androcéntrica que fomente el estereotipo de la mujer. Afán que las ha llevado a criticar de manera férvida la utilización de, por ejemplo, el artículo masculino plural con nombre común, el masculino singular genérico o el masculino plural acompañado de nombre de género común.

Es indiscutible la discriminación, no sólo de género, existente en la lengua española, pero también lo es que en el intento por erradicarla varios de estos grupos e individuos recurren a prácticas muchas veces extremas y a veces hasta grotescas, como es el uso del @ o la x, para representar la grafía a/o, en sus publicaciones.1 Estrategia que no sólo impide al receptor (lector) decodificar claramente el mensaje, sino que además, de manera contraproducente, hace de la lectura una tarea pesada.

En otros casos han sido algunas lideresas de opinión las encargadas de intentar darle una reorientación a la lengua española, utilizando en sus discursos palabras como “miembra” e “integranta”, términos no reconocidos por la Real Academia Española (RAE). Sus intenciones, más parecidas a meros actos de provocación, son fomentar su uso para que en el futuro sean integradas al Diccionario de la RAE (DRAE), como ocurrió con “individua” y “humana”, palabras de las que por cierto su uso no ha prosperado ni siquiera entre las escritoras.

¿Es pues la RAE responsable de la legitimación de un lenguaje sexista? Evidentemente, y ello tiene una explicación, ya que esos sesgos androcéntricos existentes en el DRAE se deben a que la lengua española, como es lógico en toda lengua, incorpora registros que corresponden a estereotipos de una cultura (en este caso machista) y su historia, a una relación entre estructura y superestructura, en términos sociológicos.

¿Es pues la RAE responsable de la legitimación de un lenguaje sexista? Evidentemente, y ello tiene una explicación, ya que esos sesgos androcéntricos existentes en el DRAE se deben a que la lengua española, como es lógico en toda lengua, incorpora registros que corresponden a estereotipos de una cultura (en este caso machista) y su historia, a una relación entre estructura y superestructura, en términos sociológicos (aunque no por ello justificable). O como bien lo afirma la filósofa catalana Victoria Camps: “Nuestro pensamiento y nuestro lenguaje ha sido hecho por hombres a su imagen y necesidades, sin duda. No es posible, por otra parte, desechar ese lenguaje y escoger otro, porque no hay otro, ese es también el nuestro”.2

Pero de paso habría que mencionar que a pesar de la rigidez y el conservadurismo que caracteriza a la RAE, el procedimiento que sigue para terminar aceptando muchas palabras es, paradójicamente, muy democrático, pues si determinada palabra comienza a ser usada por el grueso de la población en un tiempo determinado ésta finalmente será incluida en el DRAE, por acción y efecto consuetudinario. Como sucedió, por ejemplo, con la palabra “güey”, localismo mexicano que significa “persona tonta”. (A propósito, ¿qué es lo que tendría que venir después?, ¿instar a que se utilice la palabra “güeya”?)

Es indiscutible, y si se quiere hasta encomiable, la perseverancia con que muchas activistas, escritoras, académicas y filólogas feministas han venido impulsando proyectos para promover el uso de un lenguaje no sexista, aunque tales esfuerzos, en lugar de dejarlos enfrascados en debates y publicaciones “académicas” que no tienen el menor impacto social, podrían hacerse efectivos si los dirigieran a sectores que no sólo no están interesados en reivindicar un lenguaje no sexista e incluyente, sino que muchas veces ni siquiera saben hacer un uso mínimamente correcto del español, como es el caso de los jóvenes y las “jóvenas”.3 ®

Notas

1 Como ocurre con algunos fanzines con propuestas y contenidos interesantes, los cuales también suelen hacer un excesivo e innecesario uso de la k, lo cual no sólo los hace poco atractivos sino que sobre todo inhibe la lectura.

2 Citado por Jaime Nubiola en Esencialismo, diferencia sexual y lenguaje.

3 Falsas y excesivas abreviaciones, errores ortográficos y mal uso de los signos de puntuación son algunas de las constantes que se pueden apreciar en la forma de escribir, sobre todo en las redes sociales, de un número cada vez mayor de jóvenes.

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Publicado en: Ensayo, Junio 2011

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  1. Muy bien; la estupidez humana no conoce límites, y nada me sorprende. Lo del lenguaje no sexista, es una de las ramas de la ideología de género; una ideología que si se analiza y estudia de manera sosegada, y racional, no tiene fundamentos ciéntíficos sólidos; es una ideología disparate.
    Retomando lo del lenguaje no sexista, en algunas ocasiones se puede sustituir el masculino genérico por una expresión más general: tal es el caso de expresiones como las siguientes: Escuela de Enfermería, Escuela de Artesanía, Colegio de Ingeniería; señoras y señores diputados…etc. Pero, sólo de leer Boletines Oficiales del Estado, de Comunidades Autónomas, y de Administración Local, para llevarse las manos a la cabeza. Sólo hay que leer leyes escritas en idioma no sexista. Es mucho más pesado y árido de leer. Y las leyes, los Boletines, el lenguaje de las administraciones públicas se convierte en algo mucho más insoportable de leer. A los hechos prácticos me remito. Quien quiera comprobar esos hechos que los compruebe.
    Aparecen expresiones realmente ridículas, muy retorcidas y extrañas; por ejemplo, en vez de escribir Escuela de Adultos, así de fácil y de sencillo; escriben Escuela de Personas Adultas. En vez de escribir los discapacitados, o los minusválicos, escriben, las personas minusválidas. Y todo por no escribir el masculino genérico.
    Y en Andalucía, de forma especial, la estupidez adquiere un tamaño descomunal con lo del idioma no sexista, y además, recibiendo mucho dinero público; y poniendo multas.
    Aunque en todas partes, se ha extendido la moda de la estupidez del idioma no sexista. Sólo de leer esa expresión, es para morirse de la risa. Que forma más cursis de expresarse. El idioma lo hacemos los ciudadanos, las personas, y se va puliendo con los años. Y conviene que sea un idioma fluido y natural.

  2. Rigoberto Reyes.

    Pues eso, habría que reivindicar la incorrección del lenguaje, ser maximamente incorrecto. Si es la RAE, que además de sexista es eurocéntrica, la que define la corrección, habría que desatender sus exigencias. Si el feminismo es percibido como un punto de quiebre, una dislocación de los cánones naturalizados del orden social, habría que asumir el reto de dislocar los cánones naturalizados del lenguaje hacer evidente, por fractura, lo absurdo que tienen algunas palabras construidas desde la mentalidad machista, por eso poner una X ( la X, que en su negación de la «a» y la «o» da la posibilidad también a lo inter, lo trans, a negar la división binaria sexo-género) es una decisión que busca, sí, chocar la mirada, detenerla, sacarla de su lectura pacifica, evidenciar los problemas de nuestra lengua, por eso es bueno que su presencia produzca una «lectura pesada». Es claro que el objetivo del uso de la X por ejemplo, no es que se use en todo lo largo y ancho de un texto, pero sí, al menos en el título, son herramientas provisionales, molestas, decididamente molestas.

  3. Miguel Gabba

    Entiendo parte de la lógica, y respeto todas las opiniones ajenas, aunque no las comparta. Por ejemplo: nadie se rasga las vestiduras por el caso inverso. ¿Por qué no se hace mención al hecho que los hombres «padecen» la misma discriminación lingüística? ¿Por qué no abogar para que a los hombres se los considere «machistos», «proxenetos» o «austronautos»? Sí, ya lo sé. Las voces de este tipo son mucho menos frecuente.
    Pero lo principal que quiero puntualizar es que uno de los pilares del feminismo es buscar la igualdad. ¿Por qué se las tiene que llamar distinto? ¿Dónde está la igualdad de géneros? Cuando se aceptó la forma Presidenta, muchas dignatarias prefirieron seguir siendo Presidentes.
    Si bien en inglés hay bastante menos palabras que denotan género, algunas mujeres optan por NO usar la forma femenina. Muchas actrices se autodenominan actores. Algunos de los premios del cine son a la Mejor Actriz (Oscars) y otros son a «Mejor Actor Femenino» (Sindicato de Actores).
    Estoy seguro de que si se implementaran estos cambios en nuestra lengua, seríamos muy criticados por muchos movimientos feministas de todo el mundo.

  4. Gabriela Damián

    Hay un artículo de Vianett Medina en estas mismas páginas que, me parece, convendría revisar respecto a este tema:

    https://revistareplicante.com/mes/julio-2010/letra-que-legitima/

    Comparto la idea de Victoria Camps. Sin embargo, me parece que reducir la necesidad de construir un lenguaje menos sexista sólo a los inconvenientes estéticos o al «jóvenes y jóvenas» (y en tono de parodia) es un desatino. Hablar de «el hombre» en lugar de «humanidad», o que las mujeres se refieran a sí mismas como «uno» en lugar de «una», son evidencias de que no es sólo la economía o el pragmatismo lo que, inocentemente, invisibiliza a las mujeres en la lengua castellana.

    Hay, por otra parte, algunas imprecisiones en el texto: «humana» se ha usado siempre, no es ninguna invención política; y en «güey» no es necesario la «güeya» (¿es necesaria la ironía?), porque su mismo uso es ya indistinto. No es el «buey» original, es otra palabra, una nueva, cuya neutralidad quizá nos ayude a entrever que, aunque sea en minucias y a través de los jóvenes que «ni siquiera saben hacer un uso mínimamente correcto del español» (¡cuántas veces no se habrá juzgado así a los hablantes de cualquier generación a lo largo de la Historia!), sí vamos construyendo un lenguaje más incluyente.

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