La fascinante odisea de Pixar, IX

Up: La real aventura es la vida

Up (2009) nos muestra una de esas estampas idílicas del viejo Disney, en cómo Carl y Ellie envejecen como una pareja perfecta y feliz, pero toda la felicidad es interrumpida por un descorazonador instante en que Ellie descubre que no puede concebir un anhelado bebé; ese toque de Pixar es excelso, algo fuera de serie, sin parangón en el cine “para niños”.

El arte entraña lo humano. Los misterios insondables tras cada segundo de existencia, la fascinación ante el alba y el ocaso y aun así la idea de que todo ello se puede esperar con resignación y con una sonrisa de empatía con el universo, tal como Carl Fredricksen. Y es tan descorazonador como el tránsito de la historia feliz que nos cuenta Pete Docter, con la evolución de la relación de Carl y Ellie hasta la vejez, y la gran sombra que es la incapacidad de ella de dar vida, el momento que amarga la existencia de Carl, su muerte en vida, adorando el pasado.

La imagen de Carl empujando cuesta abajo su casa suspendida en el aire por unos globos recuerda a esos castigos eternos de la mitología griega, a Sísifo empujando su roca sin poder pasarla al otro lado de la montaña. Y eso es porque Carl ha elegido vivir haciendo un altar a épocas idas, ignorando las posibilidades que le ofrece el presente, un altar al recuerdo de Ellie, su esposa muerta, y la simbolización de ella es la casa de ambos.

El mundo de Carl está muerto, la ciudad se expande y su vieja casa de madera representa una escama molesta que tiene que desaparecer. Así, Carl es un rebelde ante ese cambio, pero su solución —plasmada por su hilarante rutina diaria— es olvidarse en las añejas memorias, a tal grado que bien a bien Carl sólo espera la muerte tras el deceso de la encantadora Ellie.

Up (2009) nos muestra una de esas estampas idílicas del viejo Disney, en cómo Carl y Ellie envejecen como una pareja perfecta y feliz, pero toda la felicidad es interrumpida por un descorazonador instante en que Ellie descubre que no puede concebir un anhelado bebé; ese toque de Pixar es excelso, algo fuera de serie, sin parangón en el cine “para niños”. Y la culpa de Carl crece por no poder darle la vida que cree que ella anhelaba.

Tanto como una película de aventuras que reúne tantos y tantos momentos del género y que por primera vez en la historia de Pixar nos obsequia la estampa de un villano con una maldad al estilo del viejo Disney, uno de los dogmas de antaño que la casa de Emeryville había evitado durante toda su producción. En tantos sentidos Charles Muntz es sólo un lapso más adelantado del camino que sigue Carl, encerrándose en su culto al pasado y en camino a un final amargo en el que no habrá globos suficientes que eviten su caída.

Es el simpático “mini cartero”, Russell, en busca de su insignia por ayuda a los mayores, en los niños exploradores, ese niño regordete de rasgos asiáticos que se convierte en una nueva razón para seguir, una nueva aventura, como escribiría Ellie.

Pero en ningún momento Up es un melodrama lacrimógeno. El humor de Docter encuentra su piedra de sacrificio en la misma neurosis de Carl, de tal modo que todo alrededor de su ira y despecho contra todo lo que no sea su casa y Ellie se convierte en un instante de humor que le devuelve un golpe por ser tan amargado.

Up disputa con legitimidad un sitio en el santoral de las más grandes obras de Pixar. La diferencia entre las distintas etapas del filme lo hacen un tanto saturado, pero la convicción de Docter de no extraviarse y perder la magia de la singular historia y la metáfora de la casa elevándose al cielo logra llegar a un buen puerto, llevando la mística de Pixar al siguiente paso de emotividad que sigue a la poesía de Wall-E.

La creación de personajes excéntricos y entrañables, que es sello de Pixar, esta vez viene de la mano de los perros de Muntz, incluyendo ese simpático y atolondrado Dug. La subhistoria de los perros parece arrancada de un sketch de los Monty Python —o de plano un tributo a ellos—, con todo lo surrealista que puede ser un perro que habla y la cómica voz de alpha y el resto de los compinches, unas caricaturas tan divertidas que es imposible no sonreír ante la lógica perruna.

Para que se entienda, la magia de Up es que a pesar de tener esta historia tan adulta jamás cae en el error de sobredimensionar las cosas, después de todo es Docter, el humorista detrás de la maniática Monsters Inc, y el sentido de la aventura es el horizonte que Pixar había evitado durante casi una década, por tratarse de un filón demasiado explorado en el género fílmico.

Es de las películas de aventuras serie B o popcorn movies donde Up abreva, apoyándose para crear en su singularidad habitual, esta vez en esa idea de la casa sostenida por globos, que en verdad parece muy inspirada en las películas de la saga sobre los castillos de Hayao Miyazaki. Michael Giacchino incluso homenajea a algunas de las piezas de Joe Hisashi, el compositor de cabecera del genial Hayao.

La música en Up es el mosaico más logrado de la historia de Pixar, porque en ella no es sólo un motif para acompañar la escena con toda su exuberancia y extravagancia, y no son canciones como en Toy Story, sino que la misma gravedad de elevarse es plasmada en el vals de Giacchino, y la música que acompaña la vejez y la muerte de Ellie es de verdad un desarmador, un vehículo para la emotividad sin palabras que constituye quizá la más grande secuencia en la historia del cine animado por computadora.

Películas como Up logran mostrar a sus audiencias lo mejor de cientos de mundos que, de entrada, parecen no compaginar. La celebración de instantes tan disímbolos, que encuentran un eco momentáneo pero significativo y que sirven para complementar y catapultar la historia del marco principal, y no como burdos homenajes sin profundidad como en todas las secuelas de Shrek.

Up disputa con legitimidad un sitio en el santoral de las más grandes obras de Pixar. La diferencia entre las distintas etapas del filme lo hacen un tanto saturado, pero la convicción de Docter de no extraviarse y perder la magia de la singular historia y la metáfora de la casa elevándose al cielo logra llegar a un buen puerto, llevando la mística de Pixar al siguiente paso de emotividad que sigue a la poesía de Wall-E.

Up es tan extraña que es difícil saber si superó a la que parecía insuperable, Wall-E. En realidad parece ser un desarrollo distinto, es el abanico de Pixar expandiéndose al melodrama humano, tocando otros terrenos que proyectaban a la compañía como un colectivo dispuesto a entregar una parte distinta del mismo estilo en cada entrega. Con todo ello era tiempo de saber si Andy llevaría a sus juguetes a la universidad. ®

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Publicado en: Cine, Julio 2012

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