La traducción infinita

Finnegans Wake en español

El traductor y escritor argentino Marcelo Zabaloy emprendió una tarea titánica que parecía imposible: la traducción de la monumental novela del último Joyce. Y lo consiguió.

James Joyce (en irlandés: Séamus Seoighe). Foto © Culture Club/Getty Images.

En junio de 2016, en Argentina, salió al mercado la primera traducción íntegra de Finnegans Wake, la última novela del genial irlandés James Joyce, quien se ganó la posteridad con su inabarcable Ulises —aunque ya había rozado las alturas con los cuentos de Dublineses y la protoautoficción titulada Retrato del artista adolescente.

A contracorriente de toda la prosa convencional de su siglo, del nuestro y de los precedentes, Finnegans Wake es la quintaesencia del último Joyce: enfermo, casi ciego, dipsómano; marido celoso, coprófilo, y padre del opaco Giorgio y de su amadísima Lucía, enferma de esquizofrenia.

Fue ésta la obra que venció tanto a Eliot, Pound y Nabokov, así como a Beckett, Borges y Cabrera Infante. Y un sello editorial independiente del Cono Sur, El Cuenco de Plata, apostó por la versión del cuarto traductor de Ulises, Marcelo Zabaloy, para romper esta sequía entre nosotros. Ésta es una conversación con el también escritor nacido en Bahía Blanca, Argentina.

—Después de Ulises, tan avalado por la academia y el prestigio, ¿por qué entrometerse con la traducción del históricamente vituperado Finnegans Wake?

—Cuando terminé de traducir el Ulises en junio de 2009 me sentí vacío. Había pasado cinco años haciendo algo que me llenaba de gozo, y una vez terminado quise saber qué era Finnegans Wake. Empecé a leerlo y no dejé que las dificultades que encontraba a cada paso me desalentaran de seguir leyendo. Cada tanto encontraba frases de una belleza extraordinaria, luminosas aun cuando en algunos casos siguieran siendo incomprensibles en el sentido literal de la palabra. Tenía la experiencia que me había dejado la traducción del Ulises y no era difícil encontrar los innumerables rastros de esta obra que están diseminadas por Finnegans Wake; de ésta y de todas las obras de Joyce que había leído con mucha atención. Así y todo, al llegar a la página doscientos cincuenta o algo así me propuse hacer lo mismo que había hecho con Ulises, es decir traducir, para leer mejor.

—¿Cuál fue tu método de trabajo? ¿Quiénes intervinieron en el proceso?

—Pablo Hernández, el editor asociado de El Cuenco de Plata, revisó y editó completamente el texto compaginándolo de acuerdo con el texto original, verificando cada corte de palabra al comienzo y al final de cada página en conexión con la siguiente. Tanto Pablo como Eugenio tuvieron una enorme consideración conmigo y respetaron mis decisiones que bordeaban todo el tiempo lo arbitrario; porque si hubiésemos discutido el valor, el peso y la temperatura de cada una de las treinta mil palabras transformadas en neologismos y quizás otras tantas palabras ambiguas no hubiésemos terminado nunca. De todas maneras aportaron gran cantidad de palabras que ellos sabrán ubicar porque las parieron y las quieren como propias.

La edición argentina.

”Del capítulo uno hasta el ocho fui poniendo notas; después me pareció imposible seguir porque el libro crecería más allá de lo razonable; las notas no eran sino una repetición sintética de las notas de Roland McHugh. Solamente en “Anna Livia Plurabelle” (capítulo VIII) anoté seiscientos treinta ríos de todo el mundo. Los ríos fueron puestos por Joyce para que al leerlo en voz alta se oyera, según él, el rumor del agua. Finalmente decidimos que no hubiera notas en la edición de El Cuenco de Plata.

—A pesar de haber resuelto extensos pasajes de la obra para hacerla legible, y conocer el trabajo de algunos exégetas y comentaristas al respecto de la estructura de su trama, ¿por qué consideras aún que “no hay argumento, no hay una historia que puedas relatar”?

—Claro que me refiero a la historia en el sentido del what’s going on? Finnegans Wake no puede leerse como se lee una novela convencional. Hay fábulas, anécdotas, etc., mil y un veces repetidas pero La Historia que uno busca, el hilo conductor, o bien nunca aparece, por más que exista, o no termina de aparecer que ya ha desaparecido. La historia, dicen, es el texto en sí. Una buena imagen podría ser lo evanescente de las visiones y los diálogos que se nos aparecen en sueños, esas conversaciones que escuchamos y que tienen toda la sonoridad de una charla normal y que sin embargo no sabríamos reproducir más que balbuceando unas pocas incoherencias. En Finnegans Wake no hay espacio ni tiempo; nada es lo que parece incluso cuando lo que aparece es claro. Las afirmaciones que se hagan sobre éste o aquel término son tan válidas como irrelevantes. Las opciones de traducción son del tipo [ xn ] en donde para colmo n tiende a infinito. Y sin embargo hay un orden; el libro empieza por el principio, tiene un medio y tiene un final. De cada una de las doscientas cuarenta mil palabras que incluye el texto en castellano puedo dar razón de su existencia, es decir, obedecen a una de las opciones posibles que señalan los textos que me sirvieron de guía.

—¿Valió la pena (o el hartazgo) emprender esta hazaña? ¿Estás satisfecho con el resultado?

Zabaloy.

—Si hubiera habido pena la hubiera valido; nunca me hartó; hice diez revisiones de cada capítulo, leyendo en voz alta para escuchar cómo fluía el texto y sí hay partes más tediosas que otras que se compensan con la pura belleza del conjunto. Mis preferidos, el capítulo 5 y el capítulo 10, del libro II, “the muddest thick that was ever heard dump”. Como en tu caso, esto ha sido y es parte de mi vida. Estoy satisfecho como cuando terminaba de jugar un partido de rugby y salía agotado, convencido de que no me había guardado nada, que no había hecho trampas y que los rivales me tendían la mano para saludarme.

—¿Qué se espera de Marcelo Zabaloy: poesía, narrativa, ensayo, más traducciones?

—Hace años que corrijo y aumento una novela, Rapsodia, que fue finalista del premio Clarín de Novela en 2010 y que no ganó. El Cuenco de Plata la publicará el año que viene (2017). Eres la única persona que reconocerá todos los préstamos que allí he puesto tomados de alguien que nosotros dos sabemos. Y varios libros de cuentos que duermen desde hace años. Tendré algunas cosas para entretenerme, creo. Ensayos nunca, no sé escribir en serio. Poesía, no tengo uñas de guitarrero. Más traducciones, puede ser. Acabo de hacer una traducción de Los Muertos para El Cuenco de Plata, no sé cuándo saldrá. ®

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Publicado en: Libros y autores

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