Libros y viajes

El papel y la tableta

El papel nos hace independientes y autónomos llegada la hora de repostar. Así que para caminatas por el desierto o reclusiones en playas alejadas de la civilización, el tradicional libro impreso sigue siendo la opción. Nunca falla.

© Gregory Crewdson

Antes de la aparición de las tabletas y otros dispositivos de lectura electrónicos preparar un viaje requería también tomar decisiones sobre el libro o los libros que uno iba a llevar consigo. Sobre todo cuando se inician unas vacaciones o se emprende un viaje más o menos largo en el que se supone que va a haber muchas horas muertas en centrales camioneras, aeropuertos, en ya en el camión o el avión y noches solitarias de hotel.

Aunque esto también se aplica cuando se viaja de manera cotidiana en los transportes públicos urbanos y se sabe de antemano que se va a pasar parte del día surcando la ciudad por sus arterias. Los libros atenúan el tedio y la pérdida de tiempo que a veces suponen esos movimientos. La diferencia en este caso es que por muy lector voraz que se sea, normalmente para la aventura cotidiana no se cargará más de un ejemplar.

Las tabletas han revolucionado el mundo de la lectura en movimiento… Ya no más pesados libros que añadir a un equipaje que se desea cuanto más ligero mejor. Sin duda, la tableta es un gran invento, aunque quizás marque el final de una época que visualizamos, a estas alturas, con visos de romanticismo.

Además, con los dispositivos de lectura electrónicos se eliminan las terribles dicotomías a la hora de escoger cuáles son los títulos más adecuados para llevarnos de viaje. ¿Novela o ensayo? ¿Nos llevaremos ese libro de seiscientas páginas que nunca vemos el momento de terminar? ¿Será este momento de distensión y distancia que supone todo viaje el momento adecuado para acometer de un vez esa lectura infinitamente postergada? ¿Nos llevaremos ese libro de relatos o ese de aforismos que se antoja ideal para leer a ratos muertos?

Debo confesar que todavía no tengo una tableta, pero mi experiencia me aconseja cargar los menos libros posibles cuando salgo de viaje. Debo confesar también que esta decisión ha sido tomada después de haber cargado varios pares de esos objetos de papel a lo largo de mis correrías por el mundo, y que raras veces, en esos viajes, ha habido ocasión de leer mucho, a no ser que, cosa rara en mi caso, el descanso y el estudio sean los objetivos.

Durante un tiempo también cargué libros de los beatniks, mis lecturas favoritas de cierta época con las que además me sentía muy identificado. Por supuesto, En el camino, de Jack Kerouac, era la biblia con la que surcaba Oaxaca arriba y abajo hace casi quince años en autocares de segunda.

Reconozco que he tomado decisiones lamentables y que me he pasado de pretencioso. Durante una época cargué en todos mis viajes el grueso tomo de la novela del escritor cubano José Lezama Lima, Paradiso, con la intención de centrarme en su lectura en mis destinos. Nunca lo logré. Teniendo en cuenta que la excitación que me produce viajar me incita más a escuchar mi interior y tratar de escribir alrededor de esa experiencia (aunque sean notas de futuros proyectos), que sumirme en esos estados receptivos que favorece la lectura.

Durante un tiempo también cargué libros de los beatniks, mis lecturas favoritas de cierta época con las que además me sentía muy identificado. Por supuesto, En el camino, de Jack Kerouac, era la biblia con la que surcaba Oaxaca arriba y abajo hace casi quince años en autocares de segunda.

Me sucedía exactamente lo mismo que con la novela de Lezama a pesar de que la lectura de Kerouac es mucho menos complicada. La sensación de aventura y sorpresa siempre me han impedido sumirme en mundos interiores ajenos.

En mis múltiples idas a la isla de Chacahua también me han acompañado muchos libros de Burroughs, pero el entorno paradisíaco y la experiencia de contacto directo con la naturaleza hacían que los textos del viejo yonqui me parecieran decadentes y propios de entornos más claustrofóbicos, urbanos y sistematizados.

Así pareciera que algunos libros, por no decir la mayoría, están pensados para viajar desde la propia casa más que llevarlos como compañeros de viaje, a no ser que lo que uno quiera sea emular los pasos del escritor y eligiendo, por ejemplo, a Conrad, sumirse en las oscuridades africanas de su mano.

Hay libros que también funcionan como guías personalizadas y ocultas de ciertas ciudades, como los libros que componen la trilogía que transcurre en Buenos Aires del recién fallecido Sábato, los de Paul Auster con respecto a Nueva York o los best-sellers de Ruiz Zafón con la ciudad de Barcelona, en los que a través de la literatura de los autores viajamos mentalmente por los escenarios que nos describen.

He de admitir que, bajo esa perspectiva, uno de los libros emblemáticos de mis peripecias mexicanas ha sido Bajo el volcán, de Malcolm Lowry, espejo en el que se reflejaban mis propios delirios de percepción etílica de la ya de por sí compleja realidad mexicana, sobre todo a la que se abandonan las urbes, donde todo tiende a una especie de homogeneización.

A veces sucede que es la propia ciudad, con sus calles y sus gentes, la que se convierte en las páginas de un libro abierto, como ahora que escribo esto desde París y no se me ocurre leer nada más que lo que ven mis ojos a lo largo de mis derivas citadinas. La variedad étnica de la Rue Frabourg Saint Denis con sus comercios de especias hindúes, turcas y peluquerías africanas se me figuran la novela más completa y compleja que ahora mismo pudiera leer. ¿Literatura o vida? Hay tiempo (escaso) para todo.

De cualquier modo, a la hora de emprender un viaje la elección de por lo menos un libro se antoja absolutamente imprescindible. La cosa es escogerlo bien, a no ser que ya se disponga de una de esas fantásticas tabletas donde albergar la biblioteca de Babel en un artilugio de 350 gramos. Eso sí, olvídense de cargarlo más allá de donde llegue la red eléctrica. El papel nos hace independientes y autónomos llegada la hora de repostar. Así que para caminatas por el desierto o reclusiones en playas alejadas de la civilización, el tradicional libro impreso sigue siendo la opción. Nunca falla. ®

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Publicado en: Destacados, Diciembre 2011, Literatura y viaje

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