Ver el futuro antes que los demás

Phillip K. Dick a treinta años de su muerte

Phillip K. Dick convirtió esa otra mirada que condenaba a su mente a la distorsión de la realidad en la posibilidad de imaginar un mundo más allá de lo que otros alcanzaran a avizorar. Distopías, ucronías, realidades alternas para explicar la propia que vivía y lo que auguraba vendría en adelante.

Philiph K. Dick

Si me permito creer algo esto será posible. Si lo asimilo a mi realidad incluso quizá pueda volverlo tangible. Decido entonces creer que una noche cualquiera hace varias décadas un hombre de piel blanca y ojos que han visto los confines del universo se acercó al oído de un niño llamado Phillip para preguntarle en qué soñaban los androides.

Se llamaba Roy, Roy Batty. Un prófugo de inexorable destino, tan parecido a los humanos, tan réplica nuestra que también estaba convocado a la muerte. Con un sino tan marcado como el del propio Phillip, a su vez condenado a perderse en los agujeros negros de su propia forma de interpretar el mundo.

Quizá fue a la mañana siguiente de esa visita cuando un psicólogo le dijo a Phillip K. Dick que estaba condenado a desarrollar esquizofrenia, o como quiera que el especialista y sus padres decidieran llamar a eso que produjo una de las más importantes aportaciones a la literatura de ficción científica.

Han pasado treinta años desde la muerte de Phillip Kindred Dick. Marcado desde su nacimiento prematuro, vería siempre el futuro antes que los demás. Desde el lecho donde estuvo a punto de morir por desnutrición iniciaría un largo camino de padecimientos y estrechez que derivaron en una extensa y prolija actividad literaria. Como en muchos casos, de menor reconocimiento en vida.

Como Roy, Phillip también padecería el fallecimiento de una persona muy querida. Jane, su hermana melliza, no soportó el trauma del nacimiento antes de tiempo y falleció dejando sola a su otra mitad celular tras acompañarlo en la gestación y con el peso que, según sus biógrafos, cargaría por siempre bajo un sentido de culpa.

A diferencia de otros seres humanos, Phillip K. Dick convirtió esa otra mirada que condenaba a su mente a la distorsión de la realidad en la posibilidad de imaginar un mundo más allá de lo que otros alcanzaran a avizorar. Distopías, ucronías, realidades alternas para explicar la propia que vivía y lo que auguraba vendría en adelante. Cuando el destino pudiera alcanzar a Batty.

Quizá fue a la mañana siguiente de esa visita cuando un psicólogo le dijo a Phillip K. Dick que estaba condenado a desarrollar esquizofrenia, o como quiera que el especialista y sus padres decidieran llamar a eso que produjo una de las más importantes aportaciones a la literatura de ficción científica.

En 1963 recibe el Premio Hugo por su novela El hombre del castillo, que le acarrea una incipiente fama en el mundo de la ciencia ficción y una mucho menor consideración por parte de la llamada “literatura seria”. En adelante, la máquina de escribir bajo las órdenes de su quizá dislocado cerebro y sus manos produciría 36 novelas y más de cien relatos cortos que vieron su publicación principalmente en editoriales menores y cuadernillos de pulp.

La constante de sus obras fue la concepción de una evolución social encaminada casi siempre hacia el imperio de la tecnologización y la manera en la que ello cambiaría las formas de organización social y la concepción del ser humano sobre sí mismo. Los argumentos de Roy Batty hacia el final de ¿Soñarán los androides con ovejas eléctricas? revelan el ansia auténtica del hombre de mirar más allá en la búsqueda de sí mismo. Más allá de las adaptaciones de otras novelas y filmes que terminaron de cerrar el círculo de Bladerunner en la historia contada por Riddley Scott, Rick Deckard seguirá preguntándose cómo dibujar en su mente aquello que Batty le explica y que quizá, aun en la distopía escrita por su creador, le era inasible. Finalmente Deckard sólo podría ver lo que Dick le permitiera.

Referir Bladerunner es paso casi obligado, y no un cliché, para entrar al mundo de Phillip K. Dick. El filme es quizá el sendero a la obra más reconocida del autor, aunque no de menor importancia que otros como We can remember it for you wholesale, que en el cine acabó en una poco exitosa versión mejor conocida como Total Recall, además de la ya citada antes como recipiendaria del Premio Hugo y algunas más del tipo de Confesiones de un artista de mierda y Fluyan mis lágrimas, dijo el policía.

Asumir la literatura dickeana, como le han llamado algunos estudiosos de su trabajo, impide eludir que más allá de esa tecnologización de lo humano la literatura de Dick incluyó cuestionamientos de carácter religioso, de alteración de la conciencia, del uso de drogas, entendidas como posibilidades para la expansión de la capacidad mental, así como de sus fantasmas particulares: la paranoia y la esquizofrenia. Su propia realidad alterna en la que se identificaba consciente de ser dos personas a la vez y vivir dos vidas de forma simultánea, en el pasado y en su presente.

El combo de visiones lo convierte en un escritor de culto a partir de la relación establecida por sus críticos y seguidores entre lo que se le diagnosticó como una enfermedad y el resultado de sus textos, y a lo que él quizá consideraba, en su comprensión de sí mismo, la experiencia tangible de la existencia de realidades paralelas.

Finalmente, el dos de marzo de 1982 Phillip K. Dick habría recibido otras visitas. Su propio niño latente con el último ejemplar de la revista imaginaria El Imperio nunca cayó para revelarle las maravillas del universo, que de la mano de Batty habría de descubrir, sin temor, como aquel temor que le asaltaba en la pesadilla recurrente donde buscaba con desesperación esa revista pues, al encontrarla, se enfrentaría también a su propia locura. ®

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Publicado en: Ensayo, Marzo 2012

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